Domingo, 13 de Noviembre 2011
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Tiene una risa contagiosa. Tanto que, aunque sabemos que la está fingiendo para la foto, acabamos todos riendo. Y haciéndolo de verdad, casi hasta las lágrimas. No es mal comienzo para arrancar con el tema que nos trae aquí, a un pueblo de la costa catalana donde Eduardo Punset nos recibe con el entusiasmo de siempre: la publicación de su nuevo libro, Viaje al optimismo, editado por Destino.
XLSemanal. ¿Cómo se le ha ocurrido escribir sobre el optimismo con la que está cayendo?
Eduardo Punset. Precisamente por eso. La gente está tan preocupada con la crisis, tan obsesionada con lo que sale en las noticias, que pierde la perspectiva. Desde hace 700 millones de años no ocurría nada tan maravilloso como lo que estamos viviendo… ¡y la gente no lo ve! Entonces se produjo el mayor cambio en la historia de la evolución: de organismos unicelulares, como la bacteria, se pasó a multicelulares, es decir, a comunidades andantes de células, que es lo que somos los humanos. Ahora estamos asistiendo al comienzo de un segundo milagro biológico, a un cambio que nos llevará a partir de todo lo que empezamos a saber del cerebro y del desarrollo tecnológico, a la singularidad, esto es, la unión de la biología y la nueva inteligencia. Pero es que, además, es la primera vez que en una especie animal se da un proceso de alargamiento de la esperanza de vida. En los humanos aumenta dos años y medio cada década.
XL. Precisamente uno de sus puntos de partida para reivindicar el optimismo es rechazar la obsesión que tenemos por el corto plazo.
E.P. Es que solo cuando se contempla el tiempo en perspectiva, se comprende que el futuro será mejor. Es un hecho: ¡cualquier tiempo pasado fue peor! Está demostrado.
XL. Y la prueba para usted es que, pese a lo que se cree, hay menos violencia ahora que en el pasado.
E.P. Lo ha demostrado Steven Pinker. Los índices de violencia a nivel planetario están disminuyendo. Y, en cambio, los de altruismo aumentan. La gente no lo ve así porque se acuerda del Holocausto y las dos guerras mundiales, pero incluso con eso los índices de violencia disminuyeron respecto a siglos anteriores. Si las guerras del siglo XX hubieran tenido la misma proporción de mortalidad que las guerras tribales, habrían causado dos billones de muertos, y no ciento sesenta millones, una cifra aun así terrible. Y no hablemos de tortura... ¡Pero si hace apenas 300 años en Europa se quemó a 30.000 brujas!
XL. Insiste usted también, para matizar el pesimismo reinante, en que esta no es una crisis planetaria.
E.P. ¿Pero cómo puede ser planetaria? ¡Para eso tendríamos que tener un déficit con Saturno! Las ganancias de unos son las pérdidas de otros. Y a México, y otros países de América Latina, o a la India les va muy bien. Esto no es una crisis planetaria. Es la crisis de unos países específicos que cometieron errores notables.
XL. ¿Y cómo vamos a salir de esta?
E.P. Con conocimiento. El futuro no depende de unos recursos mal distribuidos, sino de nuestra capacidad para profundizar en el conocimiento de las cosas. Ya lo dijo el físico Steven Cowley: «En el futuro, las fuentes de energía dependerán de nuestra capacidad de pensar y construir cosas, no de lo que extraigamos de la tierra». El conocimiento es más importante que los recursos.
XL. ¿Quiere eso decir que tenemos que ‘inventar’ una fórmula hasta ahora desconocida para salir de la crisis?
E.P. Es probable. Pero es que esta crisis no es peor que las anteriores. De entrada, esta vez sabemos por qué se ha producido, cosa que no ocurría en los años 30. Otra cosa es lo que se haga a partir de ese conocimiento, las decisiones políticas que se tomen. Pero lo peor es que la crisis económica no nos está dejando ver lo importante: todas las relaciones que se están produciendo entre gente de los dos hemisferios inmersos en los mundos digitales. ¡Eso está generando un excedente cognitivo exorbitante!
XL. Tiene usted una fe absoluta en la tecnología...
E.P. Muchos lectores me reprochan mi fe en que la tecnología por sí sola disminuye el sufrimiento. Pero para explicar mi afirmación voy a recurrir nuevamente al tiempo. En el XIX estaban seguros de que la civilización en Londres estaba abocada a su desaparición debido a las cagadas de caballo que inundaban las calles. No veían que la tecnología se iba a reír de eso. Hoy en día, la mayor inversión científica que se ha hecho en el mundo es la investigación del genoma, que nos permitirá predecir quién va a tener un ataque cardiaco o alzhéimer. Es la base de la medicina personalizada. El impacto directo que tendrá sobre la gente será mayor que el invento del automóvil. Es un cambio radical y a mejor.
XL. ¿Cómo será ese tipo de medicina?
E.P. Hasta ahora, más que un sistema de salud, hemos tenido un sistema de curación. En materia sanitaria ha ocurrido una cosa muy sencilla: hemos generalizado las prestaciones sanitarias. Afortunadamente, claro. Pero se ha producido un colapso del sistema y se debe hacer algo. La solución es la que apuntan científicos de todo el mundo: la prevención.
XL. O sea, que la solución a los problemas de la Seguridad Social no va a ser el copago de fármacos.
E.P. ¡No! Va a ser la prevención. Le van a pinchar en la yema del dedo y le van a decir: «Tiene usted una propensión a tener tal cosa o tal otra... Así que prevéngalo».
XL. Es decir, no fume, no beba, haga deporte... ¿No va a ser una vida demasiado controlada y hasta angustiosa?
E.P. Va a ser así. No hay opción.
XL. El otro punto que destaca usted en la medicina del futuro es el cuidado psicológico.
E.P. Ahora sabemos ‘científicamente’ que puede ser más beneficioso un amigo que un fármaco. El error más grave que han cometido los humanos es ignorar sus emociones. Si hubiéramos sido conscientes del impacto del desamor o el miedo en nuestro organismo, la historia habría sido distinta.
XL. Para usted, la soledad es el gran mal de esta época.
E.P. Al comienzo de la evolución, lo peor que le podía pasar a alguien es que lo echaran de la cueva: significaba la muerte segura. Era el rechazo de la manada. Ahora hemos descubierto que la soledad no debemos englobarla dentro de la depresión; es una enfermedad en sí misma. Y, por tanto, debemos atenderla de una manera específica, no solo con fármacos. Los humanos soportamos muy mal la soledad.
XL. Lo que nos lleva a las redes sociales. Asegura que hemos sacado más beneficios que perjuicios con ellas.
E.P. Evidente. Una persona que habla dos idiomas en lugar de uno está mejor preparada para afrontar dificultades. Quien intercambia conocimientos, chismorreos, genes, información... con otra persona va a salir ganando por fuerza.
XL. Ganará si intercambia información; pero si lo que maneja es desinformación... Además, está la pérdida de intimidad.
E.P. Pérdida de inti… ¿qué? [ríe]. ¡Eso no es relevante! Es cierto que estamos ante una realidad nueva y que se están generando entramados emocionales desconocidos hasta ahora. La intimidad ya no es lo que era. Pero lo fundamental es que las interacciones sociales han provocado un nivel de creatividad como no había ocurrido en miles de años. Mire, hace años, un gran neurocientífico californiano me decía: «No somos distintos del resto de los animales; somos iguales. Y si hay diferencias lo son solo de grado». Lo decía frente al discurso que imperaba hace 30 años: que éramos distintos porque fabricábamos herramientas, el lenguaje... esas cosas se fueron desmontando con el tiempo porque los simios fabrican herramientas, el cuervo de Nueva Caledonia tiene un lenguaje casi tan perfecto como el humano... o sea, que parece que le daban la razón a mi amigo neurocientífico. Pues bien, ahora, que tiene 70 años, me dice: «Te puedo decir que somos distintos del resto de los animales. ¿Sabes por qué? Por las redes sociales. Por esta capacidad infinita que tenemos de intercambiar conocimientos».
XL. Pero usted mismo dice que las redes sociales ya existían desde la Ruta de la Seda.
E.P. Sí, pero el gran cambio es la universalidad y la instantaneidad. El intercambio de conocimientos que antes tardabas mil años en hacer ahora se produce de la noche a la mañana.
XL. Toda esa inmediatez no ha impedido la crisis…
E.P. Porque el ritmo del cambio tecnológico es mucho más rápido que el cambio social, y el cambio mental es aun muchísimo más lento. Tienes una sociedad que técnicamente está en el siglo XXI; socialmente, en el XIX; y mentalmente, en la Edad Media. No ha cambiado la manera de funcionar nuestro cerebro; el cambio mental lleva tiempo.
XL. Y, por lo visto, tampoco va muy rápido el cambio político... Se queja usted mucho de los políticos y, sobre todo, del Estado. ¿Qué le ha hecho el Estado?
E.P. Me siento indefenso ante el Estado. Yo siempre digo en mi empresa que, si recibimos una carta de Hacienda para reclamar algo, que ni la abramos, que les demos la razón porque ellos tienen abogados del Estado y yo, no. Yo siempre voy con mi pasaporte [lo enseña].
XL. ¿Y por qué?
E.P. Una vez tuve que salir corriendo y salvé mi pellejo por llevar el pasaporte. Estaba en España, en el 59. Desde entonces voy siempre con él. Ya sé que eso ofende a algunos, que me dicen que eso no va a pasar más, pero por si acaso… [ríe].
XL. Llega incluso a decir que quien esté centrado en la desigualdad social está fuera de su tiempo. Que la pugna entre los que tienen y los que no es cosa del pasado...
E.P. Sí. Es que va a desaparecer.
XL. Bueno, pero admitirá que en la mayor parte del planeta las desigualdades siguen siendo enormes.
E.P. Sí, pero van a desaparecer. Yo lo que digo es que ya es hora de que se pase esa página… [ríe].
XL. Y no cree usted que movimientos como el 15-M, al que usted ha apoyado, están todavía en esta página.
E.P. No creo. Vamos a ver, los del 15-M reivindican algo muy sensato: el estamento político en España, producto de la transición, se ha mantenido impermeable a los deseos de proseguir modernizando la sociedad española. Yo recuerdo perfectamente, porque lo viví, que en la transición hubo reformas fundamentales que no se ultimaron por razones muy justificables. Se dejó que la elección de los representantes de los ciudadanos estuviera en manos de los partidos políticos. Cuando yo protestaba sobre eso, se me contestaba, con razón, que en un país esquilmado por el franquismo lo que había que hacer era fortalecer los partidos y que, cuando estuvieran estructurados y asentados, se cambiaría el sistema de elección. Lo mismo sucede con la separación de poderes. Aquí, el Ejecutivo interviene en el poder judicial. Las razones fueron las mismas: tras el control del franquismo de la judicatura, era conveniente un periodo de adaptación. No se podían hacer todas las revoluciones al mismo tiempo. Bien. Pero han pasado 30 años. El 15-M les recuerda a los políticos que no concluyeron su trabajo.
XL. Usted hasta reclama que se deje de hablar de izquierdas y derechas.
E.P. ¡Es que es caduco! ¡No sirve para nada! ¿Qué hace alguien que cree que la realidad se puede dividir en derechas e izquierdas enfrentado al hecho de que las personas de 60 años van a tener 30 años de vida redundante en términos biológicos sin hacer nada? Yo tengo una propuesta, que es la misma de un sector alemán: retrasar la edad de jubilación y al mismo tiempo reducir las jornadas laborales de la gente entre los 30 y los 40 años para que cuiden de su familia o refuercen su formación; para ello habría que reajustar las pensiones, los subsidios... ¿Eso es de derechas o de izquierdas? ¡Es un enfoque nuevo para una realidad nueva!
XL. ¿Y quién va a defender propuestas como esa? ¿Quiénes serán los nuevos líderes?
E.P. Yo me fijo en la evolución. Cuando hubo crisis de verdad, se recurría a los jóvenes. Porque eran los que podían arremangarse y cruzar el río. Y los mayores estaban allí para decir algo, pero no para liderar. En tiempos de crisis, el líder siempre es joven.
XL. ¿Usted cree que de esta crisis nos sacan los jóvenes?
E.P. Sin duda.
XL. Pero si la mayoría no puede ni incorporarse al mercado laboral...
E.P. Eso es porque el sistema educativo no ha cambiado en los últimos cien años. No hemos preparado a los jóvenes para las nuevas competencias que les sacarían de estas tasas de paro, pero encontrarán la forma. La tecnología los ayudará.
XL. ¿Y cuáles son esas nuevas competencias en su opinión?
E.P. Mire, el objetivo es personalizar la educación. Las inteligencias son múltiples: los niños son diferentes y el coeficiente intelectual como baremo para medirlos no tiene sentido. Se habla mucho de la capacidad de atención. Supuestamente, la variedad de soportes hace que sea muy difícil concentrarse. ¡No es así! ¡Está demostrado! De ahí que me gusta contar lo del eslogan que llevaba un chico en la camiseta: «Mamá, no es déficit de atención, es que no me interesa». Por no hablar de la necesidad de introducir el aprendizaje de gestión emocional en la enseñanza.
XL. Usted insiste mucho en ello, pero la gestión de las emociones ya se enseñaba en el ámbito familiar. ¿Por qué tiene que enseñarle valores a mi hijo un profesor?
E.P. Estoy totalmente en desacuerdo. Tengo edad para haber visto no solo una vez, sino muchas, a madres abofeteando a sus hijos. ¡Antes no sabíamos nada de gestión emocional! Hoy sabemos. Hay que tener instrumentos para enseñar a gestionar las emociones como para enseñar matemáticas. Hoy sabemos que la felicidad está en la antesala de la felicidad, que la belleza es ausencia de dolor, que la intuición es tan válida como el pensamiento consciente... Empezamos a conocer el cerebro.
XL. Usted afirma que nos iría mucho mejor si aplicáramos esa inteligencia emocional al trabajo.
E.P. Sí, hay que superar la separación entre trabajo y tiempo libre. Esto ya lo decía Confucio. Nos iría mucho mejor si prodigásemos tanta pasión en el trabajo que no hiciera falta distraerse, eso que llaman dedicar tiempo ‘a uno mismo’.
XL. ¿No es demasiado optimista? Eso de que a todos el trabajo nos resulte placentero… ¡Mire, que hay trabajos...!
E.P. [Ríe]. Vale, pero hay que hacer un esfuerzo por conciliar conocimiento y entretenimiento. No se puede ir con cara de asco todo el rato. Yo se lo digo a mis amigos empresarios. Vuestra empresa va a quebrar seguro como sigáis con esa cara. Hay que convencer al empresariado para que convierta el trabajo en algo que no sea tan distinto del tiempo libre. Esta dicotomía es un error. Es cierto que para lograrlo es importante estar en ‘tu elemento’, que tu trabajo te interese.
XL. Está difícil con este índice de paro, pero pongamos que pasa la crisis y tengo 20 años. ¿Cómo saber qué es lo mío?
E.P. No quedándote quieto. ¡Haz cosas! La experiencia te irá decantando hacia tu elemento. Que no tiene por qué ser un máster en gestión empresarial. Puede ser el surf…