Un cumpleaños en el pazo de Aián

A CORUÑA

Imagen de la fuente del pazo de Aián
Imagen de la fuente del pazo de Aián

Señoritas con mantón de Manila, confidencias al lado de una fuente, iluminación veneciana al anochecer... Como en esas películas en las que el pasado en blanco y negro se va cambiando a color, para devolverlo al presente, subimos el volumen y escuchamos las risas y la música de una de las fiestas que la burguesía gallega celebraba hace más de cien años en el pazo de Aián. La vida vuelve a la mansión adquirida por Marta Ortega.

17 feb 2022 . Actualizado a las 10:55 h.

Estamos en una tarde de domingo del mes de julio de 1904. Un magnífico día de verano en el que los señores de Torres Taboada (así los citará La Voz en su detallada crónica del día siguiente) obsequian «con una agradabilísima fiesta a los numerosos amigos que acudieron a su magnífico Pazo de Ayán (sic) para felicitar a la hija mayor del distinguido diputado, que celebraba su onomástica».

Entre los invitados, «mucha gente conocida», según da cuenta el periódico en una larguísima relación de condes y condesas, altos cargos de la Administración, señoritas casaderas y prósperos empresarios. Y una presencia que destaca por encima del resto, la de «la insigne escritora doña Emilia Pardo Bazán, a quien —apunta la nota de sociedad— preguntan todos la fecha en que ha de celebrarse el baile a beneficio de La Gallega que organiza». Es la estrella de la fiesta, una influencer pionera en la que todos ponen sus ojos.

Con la señora de la casa, explica el periódico, hace los honores su hermana, «admirablemente secundadas por sus bellas hijas». Entretanto, los invitados se reúnen «en el frondoso parque de la hermosa residencia de Sigrás y charlan amigablemente», continúa el almibarado relato periodístico. «Las señoritas lucen todas mantones de Manila que llevan con la gracia y con la soltura de las hijas de la tierra de María Santísima». Así va pasando el tiempo, quizás entre conversaciones más o menos frívolas, como el asfixiante calor que se sufre estos días en las grandes capitales europeas, o puede que entre comentarios acerca de la guerra entre Rusia y Japón.

Es ya la hora de la merienda, que los señores de Torres Taboada sirven «en el bosque que existe en un extremo de la finca, que es un hermoso paraje». Más tarde hay tiempo para el baile y para las miradas furtivas, según cuenta La Voz: «La gente joven no cesó de bailar valses y rigodones». Leemos también que «en la amplia avenida de la casa se levanta un artístico templete, donde cómodamente sentados ejecutan los rústicos músicos elegantes números de su bailarín repertorio».

Vuelan las horas entre música, risas y confidencias amortiguadas por el sonido del agua que mana de la fuente. El periodista, mientras tanto, apura «un sabroso te» y aprovecha para enterarse de que «en el rápido llegará al día siguiente el marqués viudo de Figueroa». Algunos invitados se entretienen «admirando las bellezas naturales del parque, del estanque del bosque, del mirador». 

«La gente del campo»

La crónica recuerda que la tarde resulta «espléndida y la temperatura ideal» y destaca «la preciosa iluminación a la veneciana que lució al anochecer». El periodista también observa que «en el anchuroso patio que hay delante de la casa formó también un animadísimo baile la gente del campo». Pasadas las diez de la noche, «los invitados comienzan a despedirse del señor en el portalón de aquella hermosa finca». Nadie parece tener prisa por marchar, dice el periodista, a «a pesar de las dos leguas y pico que les separan de la ciudad».

Entre aquella tarde de 1904 y hasta mediados los años setenta, las páginas de sociedad de La Voz recogerían docenas de crónicas similares a esta, con titulares como «Fiesta señorial en el Pazo de Aián» o «Fiesta íntima en el pazo de Aián» que en realidad eran homenajes con un centenar de invitados. Por el túnel del tiempo del archivo de La Voz van pasando las celebraciones de los señores de Torres Taboada, de su viuda, de su hija y su marido, Pedro Barrié, y del general Castañón de Mena. Varias bodas.... y un funeral, el de este último, que se ofició en Cambre. Cuando el militar falleció un obituario aseguraba que con su muerte parecía cerrarse «una página de la historia». Ahora, estas puertas parecen volver a abrirse al mundo.

Volvemos a la fiesta de julio de 1904, en la que el periodista, que firma bajo el seudónimo de Petraldini, también se prepara para regresar a la ciudad: «Abandonamos la señorial mansión, entregándonos otra vez a las hábiles manos del chouffer». Pero para Petraldini la noche es joven y (así nos los cuenta en el final de su crónica) le da nuevas instrucciones al conductor:

—Vamos por esa carretera, a ver si vemos a la monísima niña de...

Que siga la fiesta.

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