Guillermina y Estela, de los primeros matrimonios de mujeres de Galicia: «En Santiago sufrimos codazos y miradas; en la aldea, jamás»

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XOAN A. SOLER

Una estaba divorviada y era madre de tres hijos, la otra era nueve años más joven. Nada pudo frenar el amor de estas dos mujeres que se casaron en el 2005 tras la aprobación de la ley del matrimonio homosexual... y siguen felices

07 mar 2022 . Actualizado a las 15:49 h.

Guillermina y Estela abrieron camino para todo un país, pero sobre todo para Galicia. Estas dos mujeres fueron de las primeras en casarse en la comunidad tras la aprobación de la ley del matrimonio homosexual. Aquel hito tuvo lugar el 30 de junio del año 2005, y su boda se celebró el 15 de octubre. Todavía resuenan los comentarios de aquellos que tanto se escandalizaron en Santiago, la tierra de Guillermina. «¿Cómo hizo eso ella, que estaba bien casada y con tres niñas?». Porque estas mujeres no solo superaron una barrera social. Su historia es de esas que solo pueden sostenerse con amor y coraje.

«Fuimos las primeras mujeres que nos casamos en Galicia, o eso creemos. De chicos no, porque ellos se aventuran más. Pero las mujeres tenemos más problemas siempre, y en esto también», dice Guillermina, que tiene claro cuál es el principal escollo: «Nosotras, el mayor obstáculo que tenemos es el de ser madres. Pasas a ser la virgen purísima, asexuada, una cuidadora... Y por encima de madre soy muchas cosas, una mujer con sentimientos y pasiones».

Ambas cuentan que para ellas casarse no era una necesidad, ni mucho menos. Pero tenían muy claro que, una vez aprobada la ley, querían reivindicar su derecho: «Nos parece que cuando sale una ley que beneficia a la sociedad, moralmente se debe cumplir. Lo pasamos de lujo y la gente que nos quiere lo aceptó fenomenal. Pero socialmente, todavía cuesta».

Diecisiete años después y tras veinte como pareja sentimental, jamás se hubiesen imaginado que este sería el discurso. «Estamos involucionando. Y lo triste es que personas como nosotras que llevamos tantos años peleando y luchando para que vosotras, la gente más joven, pudierais ir a mejor, estamos viendo que todo ese esfuerzo y ese trabajo que hicimos está costando mucho mantenerlo. Nos da mucha, muchísima pena. La diversidad bendita sea, existe y existirá en todo. En la etnia, en el sexo... hasta en la forma de cocinar», señalan.

DIVORCIADA Y CON TRES HIJAS

Por su situación como madre divorciada de un hombre, para Guillermina fue especialmente complicado dar el paso. «De repente, te quedas completamente sola. Yo me casé por educación. Nací en una familia estupenda, pero mis padres eran supercatólicos, con esa mentalidad de 'te desarrollas, te multiplicas y te mueres'. Yo me eduqué en eso», explica ella, que no reniega en absoluto de su primer matrimonio: «Yo estuve enamorada del que fue mi marido, si no no me hubiera casado, o al menos creí estarlo. Me habían educado en que así tenía que ser. ¿Que yo a lo largo de los años llegó un momento en el que supe que a mí me pasaba algo? Pues sí, claro que me di cuenta. Pero como que vas dejándolo morir», explica. Hasta que llegó el día en que no pudo más: «No podía seguir con aquello, era una farsa. Yo educo a mis hijas en otra cosa, en que hay que ser uno mismo, cueste lo que cueste».

Una vez emprendida su nueva vida, tocaba planteársela a ellas. «A mis hijas se lo cuento yo. La mayor lo asumió desde el primer momento, y la mediana también. La pequeña todavía tenía 7 años, y lo único que vio fue entrar a Estela en nuestras vidas», dice Guillermina. Recuerda especialmente el día en que ambas se conocieron tras ir las dos a recogerla a un cumpleaños. Volvieron en el coche cantando y riendo. «Ya en casa, cuando la estaba bañando, me dijo: 'Mamá, me encanta tu amiga'. Y le digo: ¿Sí, mi vida, por qué? Ella me dijo: 'Porque te hace reír'. Cuando un niño de 7 años te dice eso es porque hace mucho tiempo que no te ve reír», relata.

Sobre si su historia fue instantánea o se cocinó poco a poco, Guillermina responde sin pensárselo: «Yo me enamoré perdidamente, en el primer intercambio. Llevábamos una temporada observándonos». Estela fue, en apariencia, más prudente: «Yo le tenía echado el ojo desde hacía tiempo. Y no sé, lo de siempre, lo que haces cuando eres joven y coincides en los mismos sitios, no nos hablábamos, pero había miradas... Yo creo que desde el principio lo tuve claro. Pensaba: 'Esta es una mujer impresionante y tengo que estar a su lado sí o sí'. Una noche me fui para casa, la llamo por teléfono y le digo: 'Vamos a intentarlo, ¿no?'.

Estela es, en ojos de Guillermina, una valiente: «Yo a Estela le llevaba nueve años, yo tenía 45 y ella 36. Fue una valiente, porque yo con tres hijas, dos adolescentes y una por criar... Su papel hoy sigue siendo complicado». «Cuando tienen un problema entre ellas, yo me aparto, y recojo los pedazos que haga falta. Pero a veces les digo: 'Para vuestra madre, por encima de todo y de mí, estáis vosotras. Pero para mí, por encima de vosotras está vuestra madre'», matiza Estela.

Triunfó el amor, y guardan como oro en paño aquel libro de familia remendado. Es un detalle que tenemos muy bonito, porque no había aún libros de familia con esposa y esposa. Y nos dijo la señora del registro: '¿Non lles importa que poña un rabiño no ‘o’ de esposa?'. Le dijimos: 'No, póngalo, que esto queda de facsímil'».

Ambas aseguran que en la aldea las mentes están menos contaminadas que en la ciudad. Guillermina nació y creció en Santiago, por lo que la conocen mucho allí. «Cuando íbamos por la calle ¡era una cosa! Codazos, miradas... Sin embargo, desde que nos mudamos a la aldea, de verdad, jamás hemos escuchado una palabra ni visto un mal gesto. De hecho, las niñas están estudiando fuera, y sé que en Santiago se rumorea: 'Claro, cómo van a estar aquí'», manifiestan. Comentarios hirientes han tenido que oír algunos. A la pequeña, le dijeron en el patio del colegio: «Tu madre es bollera, ¿no?». Y ella contestó: «No, mi madre es lesbiana. Pero es feliz, ¿y la tuya?».

AVISA A SUS ALUMNOS

Guillermina sabe muy bien lo que se cuece en los institutos, como profesora de Historia en uno. «Yo no tenía ningún problema en declararme desde el principio ya con el alumnado. Igual que les decía que era feminista, les decía que yo estaba casada con una mujer y que no quería oír en mis aulas ninguna palabra altisonante al respecto. Luego, a nivel social, sí era más complicado», dice. No lo fue tanto para Estela, que asumió desde siempre su condición sexual: «Para mí era lo más normal del mundo. Hombre, no vas con la etiqueta de 'soy lesbiana', pero si se hablaba, yo no tenía ningún problema».

Cuentan que aún es hoy el día que al decir «mi mujer», notan las miradas y los gestos ajenos. «Es que los derechos se conquistan y, o los mimas mucho, o se van al cuerno en un tris tras. Creemos que ya se consiguió todo, y no. Mañana vienen, retiran la ley, y tú pasas a ser ilegal», avisan. Guillermina es muy consciente de ese riesgo: «Yo, como profesora de Historia, tengo muy presente que esto ya pasó en la Segunda República. Las leyes suelen ir por delante de cómo va la sociedad, y estamos agradecidísimas a Zapatero por el atrevimiento, pero por eso es tan frágil».

En la misma línea, la docente asegura que si hay algo que falla en este país, es la educación. «Si tú no los educas emocionalmente, y lo que se lleva en la calle es llamarte maricón de mierda, te lo van a llamar. Y tenemos los pin parentales que quieren poner en algún sitio. Aún hay gente conocida con dobles vidas... Y no hay por qué ir diciéndolo, pero es muy importante. Porque si voy a la carnicería y me presento como la mujer de fulanito, no es lo mismo que si me presento como la mujer de Estela. Vas dejando posos, porque esto no se consigue de un día para otro», insiste.

Van camino de su 17 aniversario, y ya tienen planes para el número 20. «Celebraremos todo lo que no hemos podido en pandemia. Incluso, si nos tocase la lotería, haríamos otra boda. Nos casaríamos, pero por todo lo alto», enfatizan. Estela tiene hoy 60 años y Guillermina 69. «Podía haberme jubilado hace nueve, pero como soy tan boba y hago todo por amor...», desliza. Ese, el amor, es el motor de un matrimonio que impulsó a tantos otros.