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Un día de septiembre del año 2023, Carolina estaba tomando algo con su familia. Iba a darle un trago a su consumición cuando el vaso se cayó al suelo. Lo cuenta entre los balbuceos de su hija, que la ronda. Demanda atención como cualquier niña de dos años. No es el paisaje sonoro natural para hablar de discapacidad. Pero en aquellos últimos coletazos del verano del 2023 todo cambió. Un año y cinco meses después del nacimiento de su hija se rompió el vaso. «Se me cayó la consumición de la mano. Empecé a notar que perdía las fuerzas, que se me derretía la cara», recuerda. Tenía 36 años cuando el código ictus se activó para ella. 

Siempre resulta llamativo escuchar a personas que no deberían haber vivido lo que han vivido hablar de suerte. Es verdad que fumaba, que sus papeletas podrían ser mayores, pero padecer un ictus sin llegar a los cuarenta para la mayoría de las personas estaría en el polo opuesto del campo semántico de la fortuna. Pero la suerte es relativa y contextual; se ajusta a lo que pudo haber sido. Carolina se siente afortunada porque, cuando el vaso se cayó, estaba rodeada de sanitarios. «Mi padrino llamó a Santiago y enseguida vino la ambulancia, me llevaron al hospital y ya me quedé allí. Me hicieron un TAC para ver dónde estaba el problema. Y estaba en varios sitios además de en la cabeza, en la carótida también tenía un pequeño trombo». Además de sufrir un ictus, además de tener que atravesar esa experiencia con 36 años, encima la cosa no iba a ser sencilla.

No hay vacíos en aquellas horas. Carolina lo recuerda todo; cómo se vio en ese hospital en una silla creyendo que jamás podría abandonarla. Ingresó el día 3 de aquel septiembre y no salió hasta más de tres meses después. «El día 5 me tienen que operar a vida o muerte, porque el trombo de la cabeza se hacía más y más grande. Tuvieron que practicarme una craneotomía, que consiste en sacar un trozo de cráneo para que el trombo se deshaga, para intentar relajarlo. Me sacaron el trozo de cráneo y estuve ingresada hasta el 16 de enero». No fue solo el tiempo, fue también el dolor y la soledad, malos cohabitantes. «Tenía unos dolores de cabeza brutales, parecía que se me iban a salir los ojos de la cara. No había alivio, ni siquiera la morfina me funcionaba», explica. En su caso, la afectación se produjo en el hemisferio izquierdo de su cerebro. «No puedo mover ni el brazo ni la pierna izquierda. Ahora sí tengo un poco de movilidad, porque me estoy rehabilitando», adelanta.

Carolina, que sufrió un icuts, frente al mar de Porto do Son.
Carolina, que sufrió un icuts, frente al mar de Porto do Son. Marcos Creo

De pie

Carolina está de pie y mira al mar que baña la costa de Porto do Son. El fotógrafo dispara y la foto encabeza estas líneas. Es un spoiler de que todo va mejor, aunque spoil es arruinar en inglés; esto es todo lo contrario. Los peores temores de su estancia en un hospital de Santiago no se cumplieron. Está mucho mejor, pese a todo. Pese a que su vida y sus esquemas volaron por los aires en un buen momento: «Cuando pasó, yo estaba en un momento muy feliz después de haber perdido a mi madre dos años antes. Fue otro palo de la vida. Horrible. Mi pareja se cogió la baja para dedicarse a mis cuidados y a los de la niña. Pasé de ser una persona 100 % independiente que se dedicaba por completo a su hija, porque en ese momento no estaba trabajando, a ser una persona que dependía por completo de los demás», recuerda.

Ese es el contexto, lo que había cuando cruzó la puerta la Unidad de Neuro-Rehabilitación Quirónsalud Miguel Domínguez, en Pontevedra. Allí empezó un proceso de reconciliación con casi todo. «Están especializados en problemas neurológicos y comencé mi rehabilitación intensa». Silencio y matiza: «Muy, muy intensa». Y llegaron los frutos: «Empecé a mejorar, a ponerme de pie, a caminar, a subir escaleras». Se detiene a hablar de las personas con las que compartió aquello, de un equipo pese a que sanitarios y pacientes suenen a antónimos. Habla de Carla, su fisioterapeuta, de lo que hizo. De todas. «Son personas muy empáticas, que saben perfectamente lo que te está pasando. Pese a que fue una época muy difícil, porque tuve momentos de soledad, para mí fue como estar en casa. Siempre que necesité a alguien tuve una mano, alguien con quien hablar». Escuchándola se entiende la importancia de acompañar cuando poco más se puede hacer. Entonces «necesitaba una mano» y hoy, con mucho trabajo, ya puede darla ella. «Transmite mucho coger a alguien por la mano».

Telegráficamente y sin entrar en lo efectista, cuenta su ictus y sus secuelas con serenidad aunque dice que es «muy llorona»; que lo pasó muy mal. «Son muchos momentos de soledad los que pasé en el hospital». Su hija iba a verla todos los días, pero ni es suficiente ni un hospital es un lugar para una niña que no llega a los dos años. Son dos mundos difíciles de casar. «Pero allí hay grandes profesionales, tanto auxiliares, como enfermería, medicina, psicólogas; el equipo de terapeutas es para sacarse el sombrero». 

Hoy

«Esto es una montaña rusa de sentimientos. Cuando ves que una cosa te sale bien, estás súper arriba. Pero de repente te viene un pensamiento negativo y te vienes abajo. Son altos y bajos todo el rato». Cuando el fotógrafo y Carolina se citan, una cicatriz da testimonio de lo que fue. «Ya camino con bastón y sin bastón. El brazo izquierdo lo he empezado a mover y ya puedo sujetar cosas. Ya le puedo agarrar la mano a alguien. No puedo sujetar todavía a la niña en el colo, pero hemos buscado maneras, ella se sube como puede; la ayudo con la mano que tengo bien. Son pequeños logros. Subo y bajo escaleras. De verdad, para mí poder estar de pie es un gran logro. Yo después de la operación no me mantenía», explica. Al igual que la suerte, la normalidad también depende del contexto. Y a su nueva normalidad también se ha adaptado, como solo saben adaptarse los niños, su hija. «Ella lo ve como si nada. Sabe que a su mamá le pasa algo, pero lo lleva con total normalidad; hemos intentado que sea así. Intento que cuando estoy triste, ella no me vea, para hacérselo lo más fácil posible porque también se pone triste. Pero ella sigue con su vida de niña normal, yendo a la guardería, nos ayuda mucho mi familia, la familia de mi pareja».

Como es lógico, la curva de aprendizaje se ha moderado, ya no es tan rápido como todo lo que logró, en poco tiempo, en la Unidad de Neuro-Rehabilitación Quirónsalud Miguel Domínguez. Son menos obvias, son más lentas, lo que se quiera, pero las mejoras siguen apareciendo. Carolina trabaja su día a día con una psicóloga de la Confederación Galega de Persoas con Discapacidade (Cogami). Le ha pedido que se marque objetivos y que sean realistas. «Me dice que me tengo que marcar objetivos reales. No se trata de correr una maratón, conducir en tres meses o correr detrás de la niña. Ahora, me he marcado como objetivo hacer la última etapa del Camino de Santiago. Son 20 kilómetros. Iría andando y con la silla como apoyo». Hasta entonces imagina esa entrada en Santiago, tan distinta a la de aquel septiembre. «Me imagino lo que puede ser llegar al Obradoiro, después de todo lo que he pasado...». Sin vasos rotos.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.