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La campaña «El peso de lo invisible» visita A Coruña del 31 al 2 de noviembre, para realizar distintas pruebas de salud gratuitas no invasivas a quien lo desee llevadas a cabo por médicos especialistas

La Voz de la Salud

El 24,9 % de los gallegos convive con obesidad; en España, esta media se reduce, aunque no mucho, al 21,6 % de los ciudadanos. Una enfermedad compleja, multifactorial, crónica y recidivante, que va mucho más allá de lo visible. Lejos de ser una cuestión meramente estética, su alta prevalencia y las implicaciones que conlleva, han hecho de ella un problema de salud pública y un motivo de preocupación para la medicina. «Su manejo es mucho más que la simple reducción de peso, no es cuántos kilogramos voy a perder, sino cuánta salud gano con estos cambios de estilo de vida», expone la doctora Gemma Rodríguez, endocrinóloga en el Complejo Hospitalario Universitario de Santiago de Compostela (CHUS).

«El peso de lo invisible»

Con esto en mente, ideas tan popularizadas como que las personas con un exceso de peso son vagas o no tienen voluntad para perderlo son mitos que no hacen más que sumar estigma a una enfermedad que debe ser tratada y entendida como cualquier otra. «No se trata de una elección personal de aquel que vive con obesidad. Nadie culpa a un paciente de asma por serlo, con la obesidad tenemos que ir por el mismo camino», insiste la experta. 

Precisamente, por este motivo, Lilly presentó en mayo del 2024 El Peso de lo Invisible, una campaña para visibilizar la realidad de la obesidad. Ahora, la iniciativa da un paso adelante y sale a la calle contando, con el apoyo de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) y la asociación de pacientes AbHíspalis para recorrer algunas de las ciudades del país, acercar esta patología a la vida diaria de la gente y acabar con los prejuicios y discriminación hacia las personas con obesidad en todos los ámbitos.

El tráiler de «El peso de lo invisible».
El tráiler de «El peso de lo invisible».

El tráiler de «El peso de lo invisible»

La campaña, que pretende concienciar y diagnosticar a los posibles pacientes, consiste en un camión itinerante en el que se realizarán pruebas de composición corporal y fuerza con dispositivos sanitarios a todo aquel que así lo quiera. Además, contará con la presencia de especialistas que interpretarán los resultados. El peso de lo invisible estará en A Coruña del 31 al 2 de noviembre, en horario de 10.30 a 14.30 y de 15.30 a 20.30 horas. Llega desde Barcelona y pasará por otros puntos como Valencia, Málaga, Sevilla o Madrid. La campaña cuenta con el apoyo de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) y la asociación de pacientes ABHíspalis.

¿Dónde te podrás hacer las pruebas?

En horario de 10.30 a 14.30 y de 15.30 a 20.30 horas

  • Barcelona (Sants): 25, 26 y 27 de octubre
  • A Coruña (Plaza del Obelisco. Rúa Nova, 2): 31 octubre, 1 y 2 de noviembre
  • Valencia (Plaza de Zaragoza): 7, 8 y 9 de noviembre
  • Málaga: 14, 15 y 16 de noviembre
  • Sevilla: 21, 22 y 23 de noviembre
  • Madrid: 28, 29 y 30 noviembre

Los usuarios podrán acudir y tener información sobre esta enfermedad. Para la experta la medición de grasa es algo muy interesante: «se realizarán mediciones con máquina de bioimpedancia para obtener, de forma personalizada, toda la información sobre su peso, masa corporal, grasa visceral, porcentaje de agua o de masa muscular, entre otros. Varios estudios han demostrado que, realmente, si midiésemos el tejido adiposo y no el peso, el porcentaje de personas con obesidad se incrementaría», recuerda. El problema es la grasa disfuncional, no el número que marque la báscula.

Se caracteriza por una acumulación del tejido adiposo —de la grasa— de manera disfuncional. Por definición, se mide mediante el índice de masa corporal, conocido por sus siglas como IMC, que se extrae al dividir el peso de la persona en kilogramos entre la altura dada en metros al cuadrado. De acuerdo a los límites de la Organización Mundial de la Salud, cuando esta variable es igual o superior a 30 kg/m2, se dice que el individuo padece obesidad.

Aunque esta herramienta se siga empleando en las consultas y pueda ser un buen punto de partida, también supone limitaciones. «En la actualidad, no debe ser la única forma de evaluar a nuestros pacientes con exceso de peso, ya que se considera que no es una medida directa de la grasa corporal, ni de su distribución y no nos permite distinguir entre hombres y mujeres», explica Alfonso Soto, especialista del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac). Así, en los últimos años se han popularizado otros medidores que permiten al profesional tener una radiografía más completa del problema en cada paciente: «Entre ellas estarían la bioimpedancia eléctrica, y diversos métodos simples que evalúan la funcionalidad muscular como pueden ser el test de la silla o medir la fuerza de los dedos de la mano y del antebrazo, mediante el dinamómetro», añade el experto. 

Esto no significa que haya que tirar por tierra el IMC. Si bien la doctora Rodríguez reconoce que es insuficiente para evaluar el conjunto completo de la enfermedad, debe ser el primer paso para detectar a los propios pacientes: «Menos del 40 % de las personas que viven con obesidad tiene el diagnóstico. Muchas, han acudido múltiples veces al sistema de salud y no están registrado y, cuando no se diagnostica, no se trata», apunta. 

Multifactorial y compleja

Lejos queda la idea de que la obesidad está causada por exceso de comida y falta de movimiento. La evidencia que sostiene que se trata de una enfermedad compleja y multifactorial es sólida y creciente. Intervienen factores a todos los niveles, desde intrínsecos de la persona, como pueden ser causas genéticas y fisiológicas; hasta extrínsecos, como son los factores ambientales, psicológicos, sociales, económicos o políticos. Así, por ejemplo, se ha visto que determinadas mutaciones pueden condicionar comportamientos hiperfágicos y de búsqueda de comida. 

Dentro del abanico de factores ambientales, algunos de ellos son modificables, como la dieta, el sedentarismo, un mal descanso, la gestión del estrés o el uso de medicamentos; sin embargo, otros no están en la mano del paciente. Por ello, se consideran no modificables y aglutinan desde la genética, epigenética o la programación fetal, hasta el papel de los disruptores endocrinos, el entorno urbanístico o físico o el contexto sociopolítico. Por todo ello, el doctor Soto recuerda que se trata de una enfermedad «extremadamente compleja en sus orígenes». 

La Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad reflexiona en su Guía Giro sobre el papel que juega la situación social de una parte de la población. En las últimas décadas, el consumo de ultraprocesados ha crecido, a la vez que ha disminuido el de alimentos frescos y vegetales. «Estos cambios, junto al aumento de precios de los productos frescos, pueden tener un impacto significativo en personas con escasos recursos o con bajo nivel educativo, y les hace más vulnerables a padecer obesidad», recoge la entidad en su documento. 

Entender esta perspectiva resulta fundamental. El estigma que acompaña a la obesidad es un peso mental que se suma al físico que, de por sí, conlleva la patología. Es más, parte del impacto negativo que supone se debe a los prejuicios, a la estigmatización y a la discriminación generalizada que sufren las personas en relación con su peso, que hacen que los pacientes de obesidad presenten mayores cifras de ansiedad y depresión, o una mayor propensión a trastornos del comportamiento alimentario o riesgo de adicciones. El endocrinólogo del hospital coruñés conoce de cerca este tipo de limitantes y ejemplifica cómo la vida de los pacientes se ve afectada: «En muchas ocasiones, les produce un aislamiento social», indica. 

Convivencia con otras complicaciones

Vivir con obesidad supone mucho más que ver un peso en la báscula, ya que es habitual que comparta escenario con el colesterol elevado, la hipertensión arterial, los trastornos del sueño o la diabetes. En suma, «incrementa el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, del hígado graso, algunos tipos de cáncer, problemas respiratorios, osteoartritis, gota, patologías de la vesícula biliar, renales, problemas en el embarazo, también de fertilidad, de la función sexual y de la salud mental», resume el doctor Soto. 

¿Por qué puede ser difícil la pérdida de grasa?

Las personas con obesidad suelen tener la sensación de intentar perder peso una y otra vez. Son pacientes que se han sometido a distintas dietas y restricciones, siempre en vano, pues la mayoría acaban recuperando el peso que dejaron por el camino. Esto no es casualidad. 

Al tratar de mantener esta pérdida, la resistencia biológica a esta situación genera un incremento de la sensación de apetito (del hambre), reduce la de saciedad y conlleva a una serie de cambios a nivel metabólico. En otras palabras, que el propio organismo juega en contra del deseo de la persona, quien no puede hacer nada ante estos factores que se escapan de su control. 

Lejos de pensar, como tradicionalmente ha ocurrido, que la obesidad es algo tan sencillo como el resultado de un balance energético entre lo que uno come y quema, la doctora Gemma Rodríguez explica que el cuerpo está biológicamente programado para ahorrar energía: «Se sabe que hay mecanismos contrarreguladores que, con solo una pérdida del 3 % del peso, lo cual puede ser muy poco, ya hacen aumentar el apetito con alimentos de alta densidad calórica», señala. En otras palabras, que al cuerpo no le apetecerá un filete de pollo a la plancha con patatas cocidas para reponerse, sino una pizza. Además, y en paralelo a todo lo anterior, gasta menos energía.