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Amigos para siempre... o no ¿Cómo elegimos a nuestros amigos? Una intrigante (y hasta oportunista) estrategia

La amistad tiende a considerarse una cuestión desinteresada y de elección propia, pero diversas investigaciones sostienen teorías mucho más inquietantes. ¿Y si, en realidad, elegimos a nuestros amigos solo porque refuerzan nuestra autoestima, mejoran nuestra posición social… o incluso porque comparten nuestros genes?

Por Julián Díez

Viernes, 22 de Diciembre 2023, 12:05h

Tiempo de lectura: 6 min

Por qué tenemos los amigos que tenemos? ¿Los elegimos nosotros o son ellos quienes nos eligen? ¿O quizá son las circunstancias del momento y el lugar las que deciden? ¿Cuánto dura de verdad el «amigos para siempre» de la canción?

Los biólogos evolutivos creían tener resuelto el enigma. Hasta ahora se pensaba que todo era una cuestión de altruismo recíproco, camaradería y comunión de las almas. En el lenguaje de los primates: tú me rascas la espalda y yo te rasco la tuya.

Pero nuevas investigaciones sostienen que la amistad no es tanto una cuestión de generosidad compartida como una alianza estratégica, egoísta y mudable que haría quedar a Maquiavelo como un ingenuo bienintencionado.

Los niños se acercan a los que tienen el mismo gusto, con los que pueden compartir juguetes similares. A partir de ahí habrá dos tipos de amigos: los semejantes y los que se complementan

Las primeras pistas de que la amistad humana es menos espontánea de lo que parece llegan desde el reino animal. Científicos franceses descubrieron el año pasado que incluso los tiburones hacen amistades, es decir, pasan más tiempo con otros tiburones cuya compañía parecen preferir y evitan a los que consideran no gratos.

Los investigadores se centraron en las especies que patrullan los arrecifes de coral del Índico y el Pacífico y observaron que comparten espacios de caza comunes con sus camaradas, con los que se entienden mejor a la hora de atacar y repartirse el botín.

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Cómplices. La teoría de la alianza sostiene que se escogen amigos para darlos a conocer en público; son un refuerzo social. | Getty Images.

También los delfines establecen alianzas más allá del parentesco. De tres niveles. En el primero, varios machos se agrupan para proteger a sus hembras de otros machos. En el segundo, grupos más grandes cooperan para robar las hembras de otros grupos. Y en un tercero, descubierto por científicos australianos en Shark Bay, se establecen grandes alianzas intergrupales por 'motivaciones políticas', en las que cooperan tanto antiguos amigos como enemigos, dependiendo de la conveniencia del momento. Puro oportunismo.

La teoría de la alianza

«La amistad nace del conflicto –resume Carmen Guaita, autora de Los amigos de mis hijos (Editorial San Pablo)–. El niño pasa a ser consciente de que existen otros como él cuando le quitan un juguete, cuando alguien entra en su universo. Pero, en el momento en que se suma un tercero, se forma una alianza entre dos de los implicados que es la forma básica de la amistad.

Las amistades del trabajo no duran. Están condicionadas por la necesidad de no mostrar debilidades

Los niños se acercan a los que tienen el mismo gusto, con los que pueden compartir juguetes similares. A partir de ahí habrá dos tipos de amigos: los semejantes y los que se complementan. Un niño tendrá varios que sean muy parecidos a él y con los que se entienda bien, y otros que suplan alguna de sus carencias».

La teoría de la alianza sirve para explicar la necesidad de informarnos sobre las restantes relaciones de nuestros amigos para establecer en qué puesto jerárquico se encuentra la nuestra. O el hecho de que se tienda a escoger amistades de relumbrón en nuestro círculo, que interese dar a conocer públicamente.

Otro estudio alemán, con macacos, descubrió que la fortaleza, tamaño y belicosidad de los machos no les bastaba para ser los dominantes. Necesitaban tener amigos entre otros machos; esto es, una buena reputación social los ayudaba a mantener su jerarquía en la ventaja reproductiva. Como los humanos, los macacos parecían ser conscientes de cómo su comportamiento es visto por los otros. ¿Por qué? Los neurólogos aportan una explicación.

Dime con quién andas...

«El cerebro no nos muestra la realidad tal cual es, sino una interpretación que surge de la experiencia. Dos personas no tienen nunca la misma experiencia ni ven las cosas del mismo modo. Nuestra conciencia, la esencia de nuestro yo, necesita validar lo que percibe. Y los amigos nos ayudan a confirmar, sobre todo, las ideas que nos creemos de nosotros mismos», explica la psicóloga Dorothy Rowe. Como dice el refrán, dime con quién andas…

¿Así que no somos tan altruistas como creíamos, y la amistad humana tiene bastante de intercambio interesado de bienes y servicios, como sucede con los animales? Los defensores de la teoría del refuerzo de la identidad así lo creen. Hágase una pregunta: ¿quién, de entre la gente con la que trata, será su amigo dentro de cuatro años? O piense al revés: ¿quién se ha convertido en su mejor amigo después de años y años de relación?

Las psicólogas Carolyn Weisz y Lisa F. Wood decidieron resolver esta cuestión. Para ello realizaron un experimento con un grupo de universitarios durante cuatro años. La conclusión es que no escogemos a nuestros amigos por sus cualidades, sino por la forma en que reconocen las nuestras. Es decir, lo que esperamos de ellos es que refuercen nuestra imagen personal y mantengan alta nuestra autoestima.

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Autoafirmación. Un estudio concluye que no escogemos a nuestros amigos por sus cualidades, sino por la forma en que reconocen las nuestras. | Getty Images.

El estudio de Weisz y Wood, realizado en la Universidad de Puget Sound, en el estado de Washington, asegura que la característica más decisiva de la amistad es que ayuda a consolidar nuestra propia identidad.

La edad, un factor clave

Para que ese chute de autoestima funcione se necesitan otros elementos. Por ejemplo, la proximidad. Los amigos de los niños surgen de su entorno más inmediato y, a medida que crecemos, vamos adquiriendo nuevas relaciones con gente de nuestra escuela, universidad y trabajo. Un estudio de la Universidad de Cambridge con 480 niños dejó clara esa evolución: los pequeños de entre 6 y 9 años valoraban como primer elemento de la amistad la cercanía geográfica y la posibilidad de compartir cosas; los menores de 12 citaban ya la lealtad y el compromiso; y los mayores de esa edad se centraban en los gustos en común.

Las redes sociales han acercado más a quienes tienen los mismos gustos. Y se pierde la riqueza de tratar a amigos distintos

Las amistades que surgen en la juventud parecen ser las más duraderas, pues se construyen sobre intereses comunes: estudiar una misma carrera es una buena prueba. Otra cosa son las amistades del trabajo, que suelen tener fecha de caducidad. Los expertos lo justifican así: en el entorno laboral, las relaciones vienen condicionadas por la necesidad de no mostrar debilidades, una ocultación que hace la relación menos profunda que con otras personas con las que compartimos información íntima.

¿Dónde quedan con el tiempo las relaciones de amistad de la infancia? «Es muy infrecuente que perduren. Quien tiene un amigo desde niño tiene un tesoro, un testigo de toda su vida que puede analizarla desde dentro», apunta Guaita. De hecho, la psicóloga Debra L. Oswald sugiere que mantener una amistad es mucho más complicado que crear una nueva; eso es porque la falta de novedad genera un menor grado de satisfacción.

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Dime con quién comes. Nuestras amistades pueden llegar a condicionar hasta nuestros hábitos alimenticios. Un curioso estudio de la empresa Gallup apunta que si tu mejor amigo come de manera saludable, tú tienes cinco veces más posibilidades de afrontar con éxito una dieta. Y viceversa. | Getty Images.

Oswald descubrió que las características que definen la permanencia de una amistad son semejantes a las que fundamentan una relación romántica. Con una diferencia: mientras en una relación de pareja es necesario compartir tareas y un mismo círculo de amigos, esto no es imprescindible en la amistad.

Los psicólogos también nos alertan de los peligros de las redes sociales. Xavier Moreno Lara, autor de Hacer amigos. Estrategias de proyección social, señala que distorsionan las relaciones, acercando sólo a los similares: «Antes uno debía transigir con amigos que no eran como nosotros. Eso nos enriquecía. Ahora es posible tratar solo con gente igual a nosotros, con los mismos gustos y que, por tanto, nos aportan menos».

¿Y si todo fuera genético?

Creemos que escogemos a nuestros amigos por similitudes de carácter o aficiones comunes y que lo hacemos de forma racional y consciente. Sin embargo, un grupo de científicos de la Universidad de San Diego (Estados Unidos) asegura que existe un factor aún más determinante: la genética.

Los genes no solo nos vinculan con nuestra familia. Tendemos a forjar amistad con personas que comparten algunos de nuestros marcadores genéticos. Los investigadores, dirigidos por el científico social James Fowler, analizaron seis genes que se estimaba que podían intervenir en la cuestión y encontraron dos que parecen explicar ciertas amistades.

Por un lado, tienden a acercarse entre sí personas que comparten un gen asociado con los problemas de adicción (alcoholismo, drogas, videojuegos...). Por otro, los que tienen un gen que se relaciona con el liderazgo y la personalidad abierta, generalmente, sólo son amigos de quienes carecen de él.