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Una cena en el espacio, un crucero por la Antártida... Lujos que pueden costar la vida

Las vacaciones extremas de los ultrarricos

Una cena en el espacio, un crucero por la Antártida... Lujos que pueden costar la vida

Fotografías: Getty Images.

Cenar en la estratosfera, a 30 kilómetros de la Tierra, con un menú diseñado por un chef con dos estrellas Michelin o adentrarse en las partes más inaccesibles de la Antártida en un rompehielos de lujo ya es posible. Solo hay que ser millonario... y estar un poquito loco.

Miércoles, 31 de Julio 2024

Tiempo de lectura: 4 min

El objetivo es disfrutar de una experiencia que no esté en los folletos turísticos y que conlleve algo de riesgo. Debe ser accesible solo para bolsillos generosos, por supuesto, pero tan exclusiva que ni siquiera eso te garantice una plaza. Por ejemplo, para conseguir un asiento en la nave de Virgin Galactic, la flota espacial del empresario multimillonario Richard Branson, ya llegaríamos tarde. La diversión cuesta 250.000 dólares, pero la demanda ha sido tan alta que la lista de espera ya está cerrada. Una pena. Con lo que nos apetecía ¿verdad?

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Explorar la Antártida. El crucero de lujo Le Commandant Charcot navega por zonas de difícil acceso. Más arriba, en la imagen que abre este reportaje, una toma del SpaceVIP, que ofrece una cena gourmet en un globo a 30 kilómetros de la Tierra. | Ponant Cruise

Los aspirantes son un grupo exclusivo de multimillonarios que se sienten atraídos por lugares que, hasta hace dos días, parecían inalcanzables. Porque, en su aspiración por llegar más lejos que nadie, ya ni siquiera les vale con coronar las altas cimas del planeta Tierra. Eso ya es mainstream. Y la prueba la tenemos en la zona que rodea el Everest, entre Nepal y el Tíbet, que en los últimos años ha tenido que hacer frente a una avalancha sin precedentes de aficionados al alpinismo. Vamos, lo que se conoce como turismo de masas. Así que ahora el postureo vacacional debe estar por encima de esas cumbres, es decir, en el mismísimo espacio exterior.

Hablamos de experiencias como la cena de lujo en la estratosfera que ofrece la empresa SpaceVIP. Se encarga del menú el aclamado chef danés Rasmus Munk, del restaurante Alchemist, que tiene dos estrellas Michelin, y se sirve a bordo de una cápsula presurizada en un globo espacial a 495.000 dólares por cabeza. Eso sí, con acceso wifi para retransmitirlo todo en directo en redes sociales. Porque, no nos engañemos: si no lo cuentas, no ha pasado. Y lo del 'lujo silencioso' no va con este perfil.

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Hora punta. El Everest lleva años sufriendo la masificación de alpinistas que se agolpan para alcanzar la cima.

«A la gente rica, como a todas las personas, le gusta contar historias, pero tienen que ser diferentes de las del común de los mortales», aclara Gloria von Bronewski, editora en jefe del Robb Report (una especie de biblia para los ricos) en el Spiegel. Porque, al final, todas las experiencias acabaron en una publicación en Instagram.

Bronewski, sin embargo, identifica serias diferencias. Las personas con lo que ella llama «dinero antiguo», propietarios de empresas familiares o herederos ricos, preferirían un estilo retro-sobrio que le dé a su experiencia la estética de los años sesenta o setenta. Sus vacaciones «parecen sacadas de obras como El talento de Mr. Ripley», dice Bronewski.

Para los nuevos ricos que han ganado mucho dinero a través de una nueva empresa o futbolistas y otras celebrities en ascenso, se trata de ser lo más «ruidosos y coloridos» posible. Lamborghini y Mercedes todavía se utilizan como símbolos de estatus, pero los megarricos consideran estas 'chuches' como algo llamativo y prefieren hablar de sus aventuras exclusivas.

Dentro de lo que ellos consideran 'especial' por lo peliculero que tiene el tema, existen opciones como cruzar a toda velocidad el Támesis londinense en una lancha rápida como James Bond o incluso entrenar en exclusiva con un doble del actor Daniel Craig a partir de 18.000 euros.

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Tragedia. Los tripulantes del Titán perdieron la vida al intentar llegar hasta los restos del Titanic.

Pero, ¿quién paga por algo así? Los expertos en turismo han identificado dos grupos dentro de estos viajeros de lujo: los Henry y los Woopies. Los primeros, cuyo acrónimo responde a ‘High Earners Not Rich Yet’, son los que disponen de altos ingresos pero todavía no son ricos. Explica Oliver Kreipe, experto en tendencias de Airtours, marca de lujo del operador turístico TUI en Spiegel, que el concepto engloba a personas menores de 50 años con trabajos muy bien remunerados que, aunque todavía no están en los niveles más altos de la economía, sí que están dispuestos a gastar para que lo parezca.

Para los Henry, las vacaciones no son un tiempo muerto, sino un proyecto. Quieren vivir más que la media y no conciben los bufés con todo incluido, sino los sitios exclusivos donde, en lugar del champán de bienvenida, les ofrezcan hacerse análisis genéticos y biomarcadores al registrarse. Cámaras de oxígeno, infusiones de vitaminas y métodos varios para revertir el proceso de envejecimiento forman parte de sus aspiraciones vacacionales. Pero también postureo del bueno, como firmar un acuerdo en la casa de subastas Christie's para estudiar cómo funciona el mercado del arte por unos 1.800 euros o una sesión de práctica con la estrella del polo Nacho Figueras en Aspen por 275.000 euros.

Y luego están los woopies, abreviatura de 'Well-Off Older People', personas mayores adineradas y sanas. «Les encantan los cruceros«, dice Kreipe, pero aclara que no son ellos de buque gigante plagado de turistas. A los woopies les va más viajar al otro lado del Paralelo 80 en un rompehielos como Le Commandant Charcot, de la compañía francesa de lujo Ponant.

El barquito, que funciona con electricidad y gas natural licuado, tiene su propio laboratorio donde los científicos realizan investigaciones, y los huéspedes pueden ayudar como ciudadanos 'normales'. El precio de la suite sale a uno 64.000 euros por persona.

Y luego están los que no ven el peligro. Porque los viajes de alto riesgo también pueden salir mal, como ocurrió hace dos años con el grupo de millonarios que perdió la vida en un submarino cuando visitaban los restos del Titanic. Y no, esta vez no podemos echarle la culpa a Rose.

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