
El Estado reconoce la labor de estos creadores
El Estado reconoce la labor de estos creadores
Viernes, 11 de Abril 2025, 09:28h
Tiempo de lectura: 7 min
Nuestra tradición viene de los tartesos, mira si tenemos historia». Habla Pepe Delgado, orfebre por cuyas venas corren el oro, la plata y la pasión por la Semana Santa. Literalmente. Tiene 65 años y, como hijo de maestro orfebre, ha respirado a diario humo de soldaduras y fervor religioso. Porque en su taller, como en los más de 150 de arte sacro de la ciudad, la Semana Santa se construye día a día.
Orfebres, bordadores, encajeros, escultores, restauradores, peluqueros sacros, cereros, tallistas, vidrieros, carpinteros, pasamaneros, pintores, proyectistas y diseñadores trabajan todo el año para que pasos, Vírgenes y demás tesoros de las hermandades refuljan por las calles entre el Viernes de Dolores y el Domingo de Resurrección. Dicen, y con razón, que sin ellos la Semana Santa no sería lo que es hoy. Está en sus genes, es parte de su identidad; son, al fin y al cabo, el último eslabón de una tradición con más de seis siglos de historia en la que es considerada como la capital mundial del arte sacro.
«Las artes suntuarias nacieron en la Edad Media para vestir las iglesias y catedrales y como herramientas del culto. Pasado el Renacimiento perdieron vigor y los encargos decayeron –explica el bordador Francisco Carrera, Paquili, presidente de la Asociación Gremial Sevillana de Arte Sacro–. A finales del siglo XVII, los artistas dieron el salto a la Semana Santa y empezaron a crear los pasos y las imágenes. De ahí venimos nosotros».
Son oficios que en otros lugares con tradición han desaparecido o están en extinción. «En Sevilla –subraya Paquili– perviven gracias a la Semana Santa y con una excelencia que muy pocos alcanzan». Sus talleres, de hecho, atraen a clientes de toda España, Italia y América Latina. Y por eso, certifica el bordador, «la estética suntuaria de la Semana Santa sevillana es la que se ha extendido por todas partes». Éxito y prestigio que han permitido a los artistas abrirse a nuevos horizontes. El Teatro Real y la Ópera de París, Dior, Balenciaga y Loewe, o diestros como Morante de la Puebla figuran entre los clientes de diversos artesanos.
Historia y relevancia, sin embargo, no habían ido acompañadas hasta ahora del reconocimiento de sus oficios. «Para la Administración, yo hacía carpintería metálica o era fundidor. Imagínate, ¡ni que hiciera ventanas o trabajara en Altos Hornos!», ironiza el orfebre Pepe Delgado.
Después de fundar su asociación gremial en 2018 y tras mucho insistir, el Gobierno reconoció en enero todas las profesiones del arte sacro como actividades económicas. Una dignidad –con marco fiscal más favorable, titulaciones específicas...– que llevaban tiempo reclamando y que era lógico tras conceder a su asociación, en noviembre, la Medalla de Oro a las Bellas Artes y la reciente apertura del Museo del Arte Sacro de Sevilla. «Lo siguiente es mejorar la formación de las nuevas generaciones –dice Delgado–. Necesitamos que los profesionales de categoría y con trayectoria podamos formar a otros para que nuestros oficios y la Semana Santa continúen».
Fernando Aguado | Escultor
A mí me interesa todo lo que tenga que ver con el arte. La Semana Santa es mi principal ocupación, pero también estoy abierto a lo profano, como hacerle varios trajes de luces a Morante de la Puebla, un bronce del rey emérito o restaurar una obra de la Roldana; tengo obra en Roma, México, Alemania... La pintura y la escultura son mis pasiones. De niño, me pasaba el día con el dibujo y la plastilina. Y como soy de familia muy cofrade, siempre quise ser imaginero y restaurador. Abrí el taller en mi segundo año en Bellas Artes, gané un concurso de pintura y la Hermandad de San José Obrero me propuso hacer la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Caridad. No había hecho nada como para merecer algo así, pero cambió mi vida. Hoy hago escultura, diseño, pintura y trabajo con otros gremios, como orfebres y bordadores; todo artístico y manufacturado, sin procesos industriales. Para Sevilla he hecho el Cristo de San José Obrero; imágenes en la Hermandad de la Borriquita; el modelado y diseño de toda la orfebrería de los romanos del paso de la Macarena de la Sentencia... Mi oficio es mi vida entera, porque mi jornada empieza al despertarme y no termino hasta que el cuerpo me dice 'basta'. De hecho, también soy músico —toco percusión latina y flamenca—, pero tuve que dejarlo porque ya no puedo combinar ambas pasiones.
Hermanos Delgado López | Orfebres
Este taller es nuestra vida, el aire que respiramos. Necesitamos del olor a humo, a soldadura; del golpeteo del cincelado y el repujado... Somos hijos de un maestro orfebre que nos soñaba arquitectos, médicos o ingenieros. «En este oficio se trabaja mucho y se gana muy poco», repetía. Pero respiramos orfebrería desde chiquititos, lo llevamos en los genes y, como no nos gustaba estudiar, acabamos de aprendices. Y, tras 14 años con él, nos establecimos por nuestra cuenta hace 40. Hoy somos nueve empleados y ya trabaja con nosotros la tercera generación, que heredará el taller. Casi toda nuestra obra está en Sevilla —pasos completos, coronas de oro, candelabros, potencias, insignias...—; ahora estamos con un paso en plata para la Hermandad del Tiro de Línea y otro para Ayamonte, en un estilo muy Gaudí, porque hay que innovar y no quedarse estancado. Por eso hacemos también orfebrería civil, como bandejas y soperas para ajuares de menaje o un abanico para la infanta Elena. Con nuestra excelencia, la orfebrería barata no es. Trabajamos con oro y plata, además de cobre, latón o alpaca; y, sobre todo, metemos muchísimas horas. Todos los diseños son nuestros y hay que hacer bocetos, crear cada pieza, cincelar y repujar para moldearlas y, por último, la lampistería, para ensamblarlo todo. Las piezas de oro, además, no se pueden hacer de oro puro de 24 quilates. Hay que transformarlo, ponerlo en su ley a punto y bajarlo a 22, para que tenga consistencia y se sostenga. Vamos, que no puede ser más certero el dicho «es una obra de orfebrería» para referirse a cosas muy complejas.
Alfonso Aguilar | Bolillero
Lo mío era la informática, trabajé en General Electric o Siemens hasta que lo dejé, hace 20 años. Monté una tienda de artesanías y me puse a aprender a hacer bolillos. Yo soy cofrade y me entristecía ver que una hermandad se gastara un dineral en un manto y lo rematara con un encaje vulgar, de serie. Fue mi detonante. Un día, un bordador amigo me comentó que la mujer que le hacía las mallas al palio de la Virgen de la Caridad del Baratillo estaba mayor y que si podía encargarme. Fue de locos, pero cuando se lo llevé el lunes dijo: «Perfecto. ¿Puedes hacer otras 14?». Así empecé. Encontré mi nicho en el encaje de bolillos de oro y plata, una técnica que llegó de Bélgica con Carlos V y que se había perdido.
Aprendí como pude, incluso con tutoriales en YouTube. Era muy caro, porque un kilo de hilo entrefino de cobre dorado con oro de 24 quilates vale 4000 euros. ¡Y hay quien te pide un descuento! Empecé con un manto de la Virgen de la Palma del Buen Fin, pero le he hecho encajes a la Macarena, a la Virgen del Rocío de Almonte, a la Esperanza de Triana... Al manto de la Virgen del Socorro de la Hermandad del Amor le hice uno con 3500 hojas de guipur. En 2024 me dieron el Premio Demófilo, el de más prestigio de Sevilla, por la toca de los volantes de la Esperanza de Triana. Fuera de la Semana Santa, hice un chal de guipures en oro para Dior; una obra de oro y plata para la 'expo' Maestros del Futuro...
Paquili | Bordador de oro
Soy bordador por amor. Cada vez que iba a la parroquia de mi barrio, el Cerro del Águila, veía a la Virgen de los Dolores con la misma ropa y me daba mucha pena. Decidí aprender a bordar, con 12 años, para vestirla mejor. El bordado en oro era algo para mujeres y nadie me quiso coger. Me enseñó una señora jubilada que conocía y, con el tiempo, entré en Victorio & Lucchino, hasta que abrí mi taller.
Bordo en hilo de oro fino —un alma de seda recubierta de plata de ley bañada en oro de 22 quilates— y tengo pedidos para dos años. Y no solo de arte sacro. He trabajado con Gastón y Daniela en el Teatro Real; he bordado para la Ópera de París; con Loewe desde hace 40 años —lo último, unos mantones con técnicas del XVIII—; con Balenciaga... Sevilla es la gran potencia del arte sacro y al bordado en oro, que nos llegó de Bizancio por los cruzados que regresaban con tejidos nobles y prendas bordadas, nosotros le dimos volumen, color y personalidad. El último gran paso ha sido que el Gobierno reconozca nuestros oficios. Nos da ventajas fiscales y otras, pero, sobre todo, nos dignifica. Yo no podía poner 'bordador', no existía. Era 'zurcidor de medias'.