Sábado, 11 de Septiembre 2021
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Conservar muestras genéticas de animales para evitar que se extingan en teoría, es factible; en la práctica, habrá que verlo... Pero ya hay una organización que se ha lanzado a intentarlo. Se llama Nature's SAFE, está en el Reino Unido y pretende recoger 50 millones de muestras genéticas de animales en peligro de desaparecer de la faz de la Tierra e hibernarlas en tanques criogénicos. Fue fundada en diciembre de 2020 por Tullis Matson, un empresario que dirige una compañía de inseminación artificial para caballos de carreras en una granja de Shropshire (Inglaterra), donde se recogen y almacenan muestras de esperma de sementales premiados con fines de cría, así como tejidos celulares de perros y gatos fallecidos que sus dueños quieren clonar. Matson tuvo una idea. ¿Por qué no aplicar las mismas técnicas —esto es, la inseminación artificial, la fecundación in vitro y, si fuera necesaria, incluso la clonación— a la conservación de especies en peligro? «Lo hacemos con caballos y mascotas, por qué no con el leopardo de Amur, que está a punto de extinguirse?».
¿Demasiado 'Frankenstein'?
Al principio, reconoce Matson, su propuesta fue recibida con escepticismo. «Dijeron que no, que era un trabajo demasiado 'Frankenstein', que hay una línea que no se debe cruzar», cuenta a la revista Wired. Pero no perdió la esperanza. «Por lo menos no me daban con la puerta en las narices». Insistió y, sorprendentemente, recibió el visto bueno de algunas organizaciones influyentes. O quizá sea no tan sorprendente porque estamos tan desesperados que tenemos el deber de agotar la munición. Y, de este modo, Nature's SAFE se puso en marcha en colaboración con el zoo de Chester y la Universidad de Oxford, a los que se han unido otros zoológicos europeos. Y ya está recogiendo y conservando muestras de semen, óvulos y tejidos. «Queremos ser como el Bóveda de Semillas del Milenio [en Svalbard, Noruega], donde se conservan copias de seguridad de semillas de todo el mundo para garantizar las cosechas en caso de catástrofe agrícola. Solo que en vez de especies vegetales, nosotros trabajamos con animales», explica Matson. De momento ya tiene muestras de unas treinta especies: el leopardo de Amur, ya mencionado, el rinoceronte negro, el mono tamarino, el ciervo ratón, el camaleón pantera, la rana gallina de montaña...
¿Cómo se hace? Las orejas crecen a lo largo de toda la vida, así que contienen un tipo de célula interesante por su capacidad de regeneración. Por eso con frecuencia las muestras se obtienen de ese órgano. La técnica es la siguiente: se afeita la oreja, se pone a remojo en una solución de cloro para definfectarla, se transfiere a una placa de Petri y se cortan trocitos del tamaño de un guisante. Con unas pinzas, se coloca cada trocito en un vial con un líquido conservante. Y se congela a 196º bajo cero en un tanque criogénico, donde compartirá espacio con muestras de semen, óvulos y otros tejidos animales listos para ser descongelados cuando se necesiten, tanto en zoológicos como en la naturaleza. El arca de Noe criogénica está, de momento, en un solo lugar (la granja de Shropshire) pero esta organización pretende respaldar las muestras con copias de seguridad en otras ubicaciones.
La mayoría de los animales en peligro de extinción cuyos tejidos, semen y óvulos se conservan en el tanque de criogenización ya estaban muertos cuando se produce la extracción del material genético. Esto sucede así porque es imposible recoger el semen de un mamífero pequeño, como el murciélago de nariz de cerdo, que solo mide tres centímetros; o muy grande, como una ballena azul antártica, que pesa 180 toneladas. Además, la legislación inglesa limita mucho la toma de muestras de ADN de animales vivos. Así que cuando un animal de una especie en peligro muere en el zoo de Chester se realiza la extracción de los testículos, óvulos y tejidos. Se necesitan muestras de, al menos, 50 animales diferentes de cada especie para garantizar la diversidad genética.
Bancos de vida
Nature's SAFE sigue un estricto proceso ético. Las muestras pertenecen en todo momento a los zoos y organizaciones que las donan, que son las que decidirán si las van a utilizar en proyectos de repoblación. Mientras tanto, se conservan indefinidamente, como quien guarda en una caja fuerte una preciosa receta con instrucciones para 'fabricar' un ser vivo.
Los biobancos (donde se guardan muestras de especies animales) no son una novedad, como tampoco lo son los bancos de germoplasma (para especies vegetales). Hay por todo el mundo, asociados a universidades, museos, zoológicos... Por ejemplo, la Universidad de Murcia ha creado un banco de especies del Mar Menor con algunas de sus joyas: caballitos, peces aguja, nacras (mejillones gigantes), almejas luminiscentes... Si el Mar Menor colapsa y estas especies, muy amenazadas, terminan desapareciendo de sus aguas, quedarían esos pocos supervivientes en un acuario como prueba de que un día poblaron la laguna. El verano pasado quedaban 1.347 caballitos en el Mar Menor, según el último censo de la asociación Hippocampus, aunque hubo millones hace unas décadas. Este verano no se ha podido completar el censo por las condiciones de anoxia y turbiedad. Y los que sobrevivan no lo van a tener fácil... «Hay tan pocos que la tasa de encuentros entre machos y hembras es muy baja. Y es un animal que, además, necesita 'enamorarse'. Si dos caballitos no se sienten atraídos el uno por el otro, se dan la vuelta y se ignoran mutuamente», explica la bióloga Elena Barcala, del Instituto Español de Oceanografía.
Los biobancos han cometido errores en el pasado. Uno es que los animales menos atractivos quedaron fuera de sus colecciones. Pero la mayoría de las especies desaparecidas son 'feos' invertebrados, como las lombrices de tierra, que prestan un importante servicio a los ecosistemas. Un estudio reciente ha demostrado que las farolas LED del alumbrado público ponen en peligro la reproducción de las mariposas nocturnas, lo que reduce el alimento de las aves. Y desde hace años hay una crisis de población en las abejas que afecta a la polinización a nivel mundial.
Los biobancos han prestado poca atención a los animales menos atractivos y, sin embargo, son 'feos' invertebrados, como las lombrices de tierra, los que sostienen los ecosistemas
Además de incluir a insectos e invertebrados, lo que Nature's SAFE hace de forma diferente a otros biobancos es que, en lugar de limitarse a extraer ADN con fines de investigación, sube de nivel para centrarse en líneas celulares y gametos para la reproducción artificial. «Procesamos las muestras de tal forma que mantenemos su viabilidad. Una vez descongeladas, estas células vivas pueden utilizarse en programas de cría de especies en peligro de extinción que producen embarazos, o bien en el cultivo de células para la clonación», detalla Matson.
Por el momento, olvídense de los mamuts y los tiranosaurios. «Me da miedo que la gente empiece a obsesionarse con Parque Jurásico y se olvide de que queremos salvar a los animales que están vivos ahora», puntualiza Matson. No lo descarten, sin embargo... George Church lidera un equipo de genetistas de la Universidad de Harvard que intenta resucitar el mamut lanudo. «Pero no pretendemos reanimar una especie extinguida, sino introducir la diversidad genética de esa especie extinta en una especie moderna para ayudarla a sobrevivir», matiza. Church planea utilizar la tecnología CRISPR de edición de genes para crear un elefante resistente al frío y a los virus, y cuyos colmillos, más pequeños, le harían perder atractivo para los cazadores furtivos.
Una incómoda cuestión de fondo planea sobre todo este asunto: ¿puede el ser humano revertir lo que ha hecho, compensar el mal causado? En definitiva, ¿podemos 'desextinguir' especies? Estamos en plena sexta extinción masiva. Las primeras cinco se debieron a las vicisitudes por las que atraviesa cualquier planeta: pulsos de radiación estelar, supervolcanes o el impacto de un asteroide en Yucatán (México), hace 66 millones de años, que se llevó por delante a los dinosaurios. La actual es obra única y exclusiva de una sola especie: la humana.
Los números son abrumadores. Un millón de especies de animales y vegetales desaparecerán en las próximas décadas, según el último informe de la ONU. Pero la Unión para la Conservación de la Naturaleza advierte de que ya hay más de 37.000 que han entrado en lo que se conoce como vórtice de extinción: el número de individuos es tan reducido que la única opción es la endogamia extrema, que a largo plazo no soluciona nada, pues la especie degenera y el final solo se aplaza. Una manera de salir del vórtice sería introducir el ADN de antepasados que murieron hace mucho tiempo, como intenta hacer el equipo de Harvard creando un 'superelefante' que incorpora genes seleccionados de mamut.
Un millón de especies de animales y vegetales desaparecerán en las próximas décadas, según el último informe de la ONU
Hay proyectos más modestos. Por ejemplo, los elefantes en cautividad tienen un alto índice de mortalidad infantil. Los científicos trabajan con santuarios de elefantes para recoger muestras de semen en la naturaleza y, con suerte, mejorar la tasa de supervivencia de las crías nacidas en zoos mediante inseminación artificial. Para ello, se desplazan a las reservas naturales y, previa anestesia del ejemplar con dardos tranquilizantes, extraen el semen mediante una sonda que emite pequeñas descargas eléctricas para estimular la próstata.
En cuanto a la opción más extrema, la de clonar, no solo es cara, sino que el índice de fracasos es muy alto y, con frecuencia, produce animales que sufren de malformaciones, estrés y mueren antes de tiempo. Es mejor concentrase en salvar las especies mediante planes de repoblación, cuando aún se está a tiempo.... Por desgracia, el tiempo se agota.
La cabra que se extinguió dos veces
Durante siglos, la caza mermó la población de íbices pirenaicos, o bucardos, hasta que solo quedó uno, al que los conservadores del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido llamaron Celia. En 2000 Celia (en la foto) apareció muerta, aplastada por una rama. Tres años después, un equipo dirigido por el científico José Folch (hoy jubilado), del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón, hizo historia. Folch había conservado células de una oreja de Celia en nitrógeno líquido. Las descongeló e insertó el ADN en 208 óvulos de cabra doméstica, vaciados de su material genético original. Luego los implantó en cabras montesas, con las esperanza de convertirlas en madres de alquiler. Siete quedaron embarazadas, y un bucardo consiguió llegar a término. Por desgracia, fue una hazaña fugaz. El cabritillo murió de una insuficiencia respiratoria a los ocho minutos de nacer y la autopsia reveló anomalías pulmonares. Así que el íbice de los Pirineos tiene el triste honor de ser la única especie que se ha extinguido dos veces.
La fugaz resurrección de esta especie fue portada mundial. A pesar del fracaso, el equipo de Folch había mostrado el camino a la comunidad científica: las células congeladas de animales extintos podrían utilizarse para revivir especies. «Las técnicas de clonación tienen una eficiencia muy baja, menos del 3 por ciento de los experimentos terminan en el nacimiento de un animal normal», se lamentaba Folch en 2009. Pero todavía hoy la resurrección de esta cabra pirenaica se considera uno de los grandes hitos de la manipulación genética moderna, después de la clonación de la oveja Dolly, hace 25 años. Y de las investigaciones del japonés Teruhiko Wakayama, que hace 16 años utilizó células extraídas de ratones congelados para producir clones sanos, lo que dio alas a la esperanza de que incluso las especies que se extinguieron hace mucho tiempo podrían resucitar. De momento, los intentos con el mamut lanudo y el dodo (un ave no voladora) están plagados de dificultades. Aunque se haya conservado correctamente en el hielo, el ADN se degrada con el tiempo y esto deja lagunas en la información genética necesaria para producir un animal sano. Pero hoy los laboratorios disponen de una herramienta revolucionaria que facilita enormemente el parcheado del material genético: el CRISPR.
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