Viernes, 07 de Octubre 2022, 10:48h
Tiempo de lectura: 3 min
Te escribo una carta en mi cabeza y luego, cuando te veo, evito cuidadosamente las palabras de esa carta que no escribo. Te escribo una carta en mi cabeza hecha de pensamientos difusos, palabras tiernas e ideas que en la cabeza parecen claras, pero que igual vienen de algún lugar oscuro que quizás nunca conseguiré identificar. Es una carta que llevo escribiendo desde que naciste, ¿sabes? Yo querría (a veces, no siempre) poner mi cabeza junto a la tuya y que todo eso que quiero decirte pasara mágicamente como cuando juntas dos teléfonos y se pasan las fotos de uno a otro por eso que llaman 'AirDrop'. Cómo me gustaría eso. Así podrías saber que te veo, que te entiendo, que te llevo siempre conmigo, que es verdad que me cuesta aceptarte (aceptar ciertas cosas que no me gustan ni me gustarán, cosas que igual ni siquiera tienen que ver contigo, sino conmigo, como a ti te cuesta aceptar ciertas cosas mías).
-
1 Así se rodó Ben-Hur: las carreras –y otras 'épicas' anécdotas– que no se ven en la pantalla
-
2 Las fábricas de patriotas: los niños soldados del primer mundo
-
3 La salvaje vida de la millonaria que se operó para parecer un felino y dilapidó 2500 millones de dólares
-
4 «He tenido que cumplir 92 años para que se acuerden de mí»
-
5 El pelícano que se creía humano: la historia de Ndagabar, tan sociable como tu perro
-
1 Así se rodó Ben-Hur: las carreras –y otras 'épicas' anécdotas– que no se ven en la pantalla
-
2 Las fábricas de patriotas: los niños soldados del primer mundo
-
3 La salvaje vida de la millonaria que se operó para parecer un felino y dilapidó 2500 millones de dólares
-
4 «He tenido que cumplir 92 años para que se acuerden de mí»
-
5 El pelícano que se creía humano: la historia de Ndagabar, tan sociable como tu perro