Viernes, 20 de Junio 2025, 11:00h
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Observa Gustave Thibon que, en las sociedades fuertes y sanas, las instituciones estaban por encima de los individuos que las representaban: el matrimonio estaba por encima de los contrayentes, la monarquía estaba por encima del rey, el Papado estaba por encima del papa, etcétera. «Entonces –escribe Thibon– se podía uno permitir el lujo de criticar a tal rey o tal papa sin que el principio mismo de la monarquía o de la autoridad pontificia se inmutasen». Y esto ocurría porque las instituciones eran amadas por encima de las personas concretas que coyunturalmente las representaban; y la invectiva dirigida contra una de estas personas específicas en nada afectaba a la institución. En las sociedades decadentes ocurre exactamente lo contrario: sólo se aceptan las instituciones a través de las personas que las representan, a las que se ensalza hipócritamente hasta extremos grotescos; pero tal adulación discurre paralela al creciente deterioro de las instituciones, que entretanto han extraviado su naturaleza.
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