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Aniversario del triunfo de Pelayo

Los 300 de la batalla de Covadonga

Un grupo de rebeldes liderados por Pelayo venció a un ejército muy superior y logró que huyera el gobernador Musulmán de Gijón. Aquella victoria local y modesta cambió la historia. Es un suceso plagado de aventuras y entreverado de leyenda del que se cumplen 1300 años. 

Por Fátima Uribarri | Ilustración: Augusto Ferrer-Dalmau

Miércoles, 20 de Abril 2022, 14:05h

Tiempo de lectura: 6 min

Se alzan los fustíbalos ('palos con hondas'), brillan las espadas, se erizan las lanzas y sin cesar se disparan saetas». Así describe la Crónica rotense (del siglo IX) el comienzo de la batalla de Covadonga. Antes de comenzar con la lluvia de piedras y flechas, Oppas –obispo de Toledo, un traidor cristiano «hijo del rey Witiza, por cuya alevosía se perdieron los godos», dice la crónica– ha pedido a los rebeldes cristianos, refugiados en una cueva del monte Auseva, en los Picos de Europa, que se rindan por su bien.

Ante ellos se despliega un imponente ejército musulmán, venido desde Córdoba o Astorga y comandado por el general Alqama. Son «unos 187.000 hombres en armas», cuenta la crónica. Los rebeldes cristianos no se rinden. Y, sin embargo, a pesar de su patente inferioridad, ganan la batalla. Los proyectiles musulmanes se volvían contra ellos, según las crónicas cristianas. Es intervención divina, argumentan sus relatos.

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Primer rey.Don Pelayo fue el primer rey de Asturias. Se sabe poco de sus 20 años de reinado. Asentó su núcleo de poder en Cangas de Onís y murió en 737.

Los rebeldes, primero, vencen el asedio. Después, cuando los atacantes huyen, caen sepultados bajo un desprendimiento de piedras en el valle de Liébana. Mueren todos.

En este relato hay verdades y leyendas. La información sobre esta contienda, la mítica batalla de Covadonga, que marca el arranque de la Reconquista y de la expulsión de los musulmanes de la Península Ibérica, es escasa y confusa. Las cifras de los combatientes, por ejemplo, esgrimidas por ambos bandos en sus relatos de los hechos son desmesuradas. «Los 187.000 sarracenos es una exageración de probable origen bíblico», explica Yeyo Balbás, autor de Espada, hambre y cautiverio. La conquista islámica de Spania (Desperta Ferro Ediciones). También es figurada la cifra de 300 luchadores cristianos que mencionan los relatos árabes: 300 es un número recurrente, influencia quizá de los 300 espartanos que, según cuenta Heródoto, derrotaron al ejército persa de Jerjes, manifiesta Yeyo Balbás. Para este especialista en historia militar de la alta Edad Media, las cifras en ambos bandos no serían superiores a los 2000 combatientes.

Cuando llegaron los árabes, la Asturias transmontana era territorio de aldeas de pastores, lejos de los centros de poder

La leyenda se cuela sin remedio en la batalla de Covadonga, un suceso que la mayoría de expertos data en el año 722, hace ahora 1300 años. Habían pasado solo 11 años de la victoria musulmana de Guadalete donde cayó Rodrigo, el último rey godo.

En aquel tiempo, en lo que hoy es Asturias había aldeas desperdigadas de gente dedicada sobre todo al pastoreo. Cuando llegan allí los árabes, «la Asturias transmontana es un territorio sin ciudades ni obispos, marginal y alejado de los centros de poder político de la época, pero integrado de forma inestable en el reino de Toledo», explica el arqueólogo e historiador José Ángel Hierro Gárate.

Gijón, con su puerto, su muralla romana de 850 metros reforzada con 30 torres y su cisterna para abastecerse de agua en verano, es lo más parecido a un núcleo urbano en aquella parte de la costa cantábrica. Allí se ha establecido Munuza, gobernador musulmán. Es el quien pide refuerzos para aplacar a un tal Pelayo, un rebelde que está reuniendo adeptos.

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Cabecilla de la rebelión. Don Pelayo pudo ser uno de los jefes de la guardia de los reyes godos o un descendiente suyo. Algún rango de autoridad tenía. Así lo imagina Augusto Ferrer-Dalmau.

Hay varias teorías sobre el motivo de la revuelta cristiana. Una es la subida desproporcionada de impuestos a los cristianos y la dura represión que siguió a sus protestas. Otras versiones tienen que ver con la figura de Pelayo. Según las crónicas cristianas, en el alzamiento de Pelayo hubo motivos personales. El gobernador Munuza se quería casar con su hermana, así que lo envió a una misión lejana. Cuando Pelayo regresó, encolerizó al sentirse engañado y emparentado con el ladino Munuza.

Pelayo estaba prisionero en Córdoba, escapó y regresó a su tierra para comenzar el levantamiento, afirma una crónica del siglo IX

Otra versión sostiene que Pelayo estaba prisionero en Córdoba, escapó y regresó a su tierra para comenzar el levantamiento. Respecto a su identidad, según algunos, era descendiente de los reyes godos; para otros, era uno de sus espatarios (jefe de la guardia palatina). Quizá tenía rango de dux, una especie de jefe provincial, argumentan otras fuentes. Algo de autoridad debía de tener porque hubo quienes acudieron a su llamada. «Para reunir hombres bajo su jefatura, Pelayo tuvo que ostentar algún rango de entidad», explica Yeyo Balbás.

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La cruz asturiana.Primera representación de don Pelayo, en el Corpus pelagianum, del siglo XII. Enarbola la Cruz de la Victoria, actual símbolo de Asturias.

La Crónica de Alfonso III de Asturias (del siglo IX) sostiene que, cuando supieron del regreso de Pelayo, las autoridades de Córdoba enviaron tropas para apresarlo. Pero un amigo le advirtió y logró escapar. En su huida, al galope y acompañado por un séquito armado se encontró con el río Piloña desbordado. Lo cruzaron y siguieron las trochas y sendas labradas durante años de pastoreo, caminos bien conocidos por los lugareños. Era una estrategia de defensa habitual: huyen a las montañas y se llevan sus rebaños. En las faldas del monte Auseva había pastizales para alimentar al ganado. Los rebeldes se refugian al abrigo de un paisaje abrupto y se llevan consigo su sustento para aguantar. Los picos de Europa los protegen.

De nuevo irrumpe la leyenda. Las referencias cristianas dicen que la Virgen María intervino a favor de los cristianos, que se cobijaron en una cueva: la cueva de Covadonga. La Crónica rotense asegura que, «ante la entrada de la cueva, los musulmanes plantaron sus innumerables tiendas». La Crónica sebastiana (también del siglo IX) afirma que el ejército musulmán rodeó la caverna. Pero hoy en día se descarta la lucha en la cueva.

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Imaginación. Así imagina la batalla de Covadonga un grabado del siglo XIX. No hubo catapultas: las piedras se lanzaban con hondas. Como armas se usaron también flechas, lanzas y cuchillos. |ALBUM

Según Yeyo Balbás, «la batalla consistió en un intercambio de proyectiles seguido de un ataque a la parte central o posterior de la columna musulmana que avanzaba por la sierra, lo que explica que la vanguardia huyera atravesando los Picos de Europa».

Respecto al 'rebote' de los proyectiles, en las batallas de entonces las bajas por fuego amigo eran frecuentes. Es lógico debido al caos del enfrentamiento cuerpo a cuerpo, a la poca precisión de los lanzamientos y a «la inexistencia de cualquier tipo de uniforme hasta el siglo XVII», explica el autor de Espada, hambre y cautiverio.

Los musulmanes que huyeron llegaron al valle de Liébana y allí, cerca de Cosgaya, les sorprendió un alud que los sepultó. Los informes geológicos constatan que en aquella zona son habituales los corrimientos de tierra. Y, en 1924, el periodista Constantino Cabal escribió que, según los vecinos de la zona, «para hallar monedas y osamentas en el lugar bastaban unos golpes de azadón».

Las ventajas de los cristianos y sus avances

Cuando Munuza se enteró de la derrota, abandonó Gijón junto con los restos de la guarnición musulmana. Y durante su huida murió en una emboscada.

A Pelayo lo nombraron princeps. Se convirtió en el primer rey de Asturias. Se sabe poco de sus 20 años de reinado, solo que «sentó su núcleo de poder en Cangas de Onís y murió en 737», cuenta Álvaro Solano Fernández-Sordo, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Oviedo. Lo sucedió su hijo Favila, que reinó dos años: murió bajo las zarpas de un oso al que intentaba cazar. Subió entonces al trono su cuñado Alfonso I, hijo de Pedro, dux de Cantabria, que estaba casado con Ermesinda, hija de Pelayo.

Los cristianos fueron recuperando terreno y magnificaron aquella victoria de Covadonga arropándola de milagros y símbolos

Las batallas se suceden en los años venideros. Los territorios cambian de manos. Hay avances y retrocesos. A los asturianos les favorece la gran rebelión bereber del año 740 y el enfrentamiento entre distintas facciones por el gobierno de al-Ándalus. Las disputas entre árabes las aprovechan los reyes descendientes de Pelayo, como Alfonso I, que llega hasta el Miño y a zonas de las costas gallegas.

Otro factor importante en la pérdida de terreno de los árabes fue su dificultad en encontrar colonos musulmanes para los territorios ganados a los cristianos en la Península. Tampoco ayudaba la reticencia de sus valíes y emires a gastar dinero en soldados: actuaban así porque temían los levantamientos de sus hombres armados.

La historia siguió su curso. Los cristianos fueron recuperando terreno y magnificaron aquella victoria de Covadonga arropándola de milagros y símbolos. Quizá no fue como la describen las crónicas medievales. Pero «la España moderna probablemente no existiría de no haber triunfado esta rebelión, por muy modesta y local que fuera», concluye Yeyo Balbás.