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200 aniversario de Heinrich Schliemann

El escándalo del tesoro de Troya que revolucionó la arqueología

La codicia,  la suerte y el empecinamiento de un despiadado hombre de negocios alemán obsesionado con la “Ilíada” condujeron al hallazgo de los restos de Troya, la mítica ciudad cantada por Homero. El descubrimiento fue grandioso y escandaloso. Te lo contamos cuando se cumplen doscientos años del nacimiento de Heinrich  Schliemann, el hombre que dio un vuelco a la arqueología.

Por José Segovia

Miércoles, 22 de Diciembre 2021, 12:05h

Tiempo de lectura: 8 min

Abandonó sus negocios, dejó a su mujer y se fue a Turquía a buscar Troya, una ciudad quimérica, legendaria. En 1870, ningún erudito consideraba que la Ilíada fuera un relato real sobre la guerra de Troya. Pero, para Heinrich Schliemann –un alemán políglota y ambicioso que se había enriquecido desde la nada–, los protagonistas de los poemas homéricos, como Aquiles, Helena, Héctor o Eneas, eran personajes históricos que lucharon y amaron en aquella ciudad milenaria. Al igual que los grandes historiadores Heródoto y Tucídides, Schliemann creía que aquella epopeya había sido real.

Su obsesión comenzó en las Navidades de 1829, cuando tenía 7 años y le regalaron una historia universal para niños en cuyas ilustraciones aparecía Eneas con su padre, Anquises, y su hijo Ascanio huyendo del fuego que arrasaba Troya. «¡Cuando sea mayor, yo encontraré Troya y el tesoro del rey!», prometió. Esa búsqueda marcó su vida.

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Ambición temprana.Heinrich Schliemann era hijo de un humilde pastor protestante que le transmitió el amor por Troya. Fue ambicioso desde jovencito, a los 14 años comenzó a trabajar como tendero y acabó siendo un rico comerciante de oro.GETTY IMAGES

Heinrich Schliemann nació el 6 de enero de 1822, hace ahora dos siglos, en la ciudad alemana de Neubukow. Era hijo de un humilde pastor protestante que le inculcó su amor por la ciudad cantada por Homero. Cuando cumplió los 14, los problemas económicos que padeció su familia lo obligaron a trabajar como tendero en la pequeña ciudad de Fürstenberg. Durante cinco años, desde las seis de la mañana hasta las once de la noche, dedicó su vida a la venta de aguardiente, salchichas y arenques.

Todo cambió en 1841, cuando consiguió trabajo como escribiente en Ámsterdam. En la ciudad holandesa alquiló una diminuta buhardilla en la que empezó a estudiar idiomas, una tarea que se le daba muy bien.

La carrera del oro

A los 22 años ya dominaba siete –entre ellos, el ruso–, lo que le brindó la oportunidad de trabajar como representante de la empresa alemana Schröder en San Petersburgo. En la Venecia del Norte abrió su propio negocio de reventa de polvo de oro y contrajo matrimonio con Ekaterina Petrovna, una aristócrata rusa con la que tuvo tres hijos.

Ocho años después ya era rico. A los 32 viajó a California, donde fundó un banco para el comercio aurífero. Se había convertido en un inversor de riesgo, agresivo y despiadado, que nunca desaprovechaba la ocasión de sacar tajada de cualquier negocio, bien fuera con la fiebre del oro en Estados Unidos o con la guerra de Crimea. «A finales de 1863 poseía una fortuna que ni mi ambición más exagerada hubiera podido soñar», reconoció Schliemann.

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«De Helena a mi esposa». Entre los restos de Hissarlik aparecieron dos diademas, 8.750 anillos y seis pulseras, que Schielmann atribuyó de inmediato a Helena de Troya, sin prueba de ello. La más lujosa de las diademas acabó en la cabeza de su esposa Sofía, mientras el entusiasmado arqueólogo  exclabama: «El adorno usado por Helena ahora engalana a mi propia esposa».GETTY IMAGES

Tres años después, este exitoso emprendedor que ya dominaba quince lenguas, además del griego clásico, asombró al mundo cuando anunció que abandonaba los negocios para dedicarse a cumplir su sueño de infancia: localizar las ruinas de Troya y desafiar al mundo científico que no creía en Homero.

En 1869 se divorció de Ekaterina y contrajo segundas nupcias con Sofía Engastrómenos, una ateniense de apenas 18 años que acompañaría a su marido en las campañas arqueológicas que este iba a iniciar pocos meses más tarde.

Financiero reconvertido en arqueólogo, Schliemann estaba convencido de que con la ayuda de la Ilíada descubriría Troya, aunque no tenía muy claro dónde se escondían sus ruinas. Algunos pocos eruditos pensaban que, de haber existido, los restos de la ciudad deberían encontrarse sepultados en Bunarbashi. Pero esa localidad turca estaba a tres horas de la costa y los héroes de Homero eran capaces de correr a diario varias veces de sus barcos a las murallas de la ciudad sitiada. Era imposible que Troya estuviera en ese lugar.

Cuando descubrió la primera pieza de oro, despidió a los trabajadores. Y empezó a excavar solo. No quería testigos

Tras desechar Bunarbashi, el alemán se dirigió a la colina de Hissarlik, también en Turquía, donde un amigo suyo, el inglés Frank Calvert, cónsul de Estados Unidos, había comprado unos terrenos donde pensaba que podían encontrarse las ruinas del palacio de Príamo. Tras estudiar la tipología de ese lugar, Schliemann llegó a la misma conclusión.

Las pistas de Jenofonte y Heródoto

Además, había otros datos que lo convencieron. Entre ellos, los testimonios de los historiadores griegos Jenofonte y Heródoto, que contaron que Míndaro –el caudillo militar de Lacedemonia– y el emperador persa Jerjes habían sacrificado cientos de animales en Hissarlik en honor de la Minerva troyana. Eran demasiadas casualidades. Aparte de albergar un templo troyano, ¿no sería ese lugar el asentamiento de una gran ciudad amurallada?

Una vez que obtuvo los permisos del Gobierno turco, Schliemann empezó las excavaciones, en 1870, en la ladera de Hissarlik, tal y como le había sugerido Calvert. Curiosamente, el alemán nunca reconoció en sus libros que el mérito de la localización de Troya era del inglés.

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Una fascinación milenaria. Troya, dirigida por Wolfgang Petersen en 2004, es la última vez que la historia de la ciudad ha sido llevada al cine.AGE

Con un equipo de unos cien hombres y con la inestimable ayuda del arquitecto y arqueólogo alemán Wilhelm Dörpfeld, Schliemann encontró la base de un muro, armas y otros utensilios. Pero para aquel tiburón de las finanzas esas baratijas eran un trofeo nimio que apenas aportaban gloria a su empresa.

Su obsesión empezó cuando con 7 años le regalaron una historia universal con ilustraciones de Troya

Su verdadero objetivo, lo que buscaba ansiosamente, eran los restos de una ciudad sobre la que se asentaban los orígenes de la civilización europea. En su afán por encontrarla, cometió gravísimos errores que dañaron el yacimiento. Desde entonces ha tenido que ser limpiado en varias ocasiones por científicos alemanes y estadounidenses.

Durante las campañas de excavación que se sucedieron entre 1871 y 1873 aparecieron muros y construcciones superpuestas que correspondían a sucesivas fases de ocupación, lo cual llevó a Schliemann a dividir las ruinas en siete estratos (más tarde se localizaron dos más), cada uno de ellos correspondiente a una etapa histórica distinta.

Schliemann pensó que los restos de Troya se encontraban en el estrato más profundo. Pero se equivocaba. En realidad, en sus prisas por desenterrarla, excavó en exceso y se pasó de frenada. La ciudad homérica se encontraba en un estrato menos antiguo.

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La muralla que atravesó un caballo. Excavaciones en la colina de Hissarlik, Turquía, en 1890, bajo la dirección de Schliemann. La imagen muestra parte de la muralla de la Troya homérica.AGE

Schliemann tenía razón. Las evidencias arqueológicas que halló prueban que desde el año 2500 antes de Cristo hubo diversas ciudades en ese lugar. En aquel tiempo, a Troya también se la conocía como Ilión. Y con ese nombre aparece en documentos muy antiguos donde se cuenta que la ciudad estaba controlada por el Imperio hitita. Parece posible que la tensa relación que mantenían los aqueos con los hititas desencadenara la guerra que tuvo lugar en Troya.

El penúltimo día de excavaciones

También es probable que esa contienda motivara a los rapsodas griegos a cantarla en verso y a Homero a plasmarla en la Ilíada. Pero, si estalló esa guerra, la causa poco tuvo que ver con el supuesto rapto de Helena ni con los ejércitos que envió el rey aqueo Agamenón para rescatarla.

Si la guerra de Troya tuvo lugar en la Antigüedad, tampoco tuvo que ver con las luchas de Aquiles y Héctor y las súplicas de Príamo para rescatar el cadáver de su hijo. Todo eso pertenece al acervo mitológico de la Grecia clásica, una herencia de la Antigüedad que ha moldeado nuestros sueños y las ideas que tenemos sobre el amor, el coraje, la guerra y la cultura.

Enfebrecido desde la infancia por los cantos de Homero, Schliemann emprendió el 15 de junio de 1873 el que iba a ser el penúltimo día de excavaciones. Fue entonces cuando advirtió en el suelo del yacimiento el brillo de una pieza de oro. No quería que los trabajadores lo vieran y se deshizo de ellos. Una vez que se encontró solo, comenzó a excavar y a extraer valiosísimos objetos de oro y plata, que el arqueólogo bautizó como 'el tesoro de Príamo'. Pero se equivocó, ya que esas joyas pertenecieron en realidad a una civilización desconocida, cerca de 1250 años más antigua que Troya.

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Escondida en Turquía. Las ruinas de la mítica ciudad de Troya, que se encontraron en la provincia turca de Çanakkale.GETTY IMAGES

Carente de formación científica y sobrado de entusiasmo, el alemán pensó que aquel conjunto de diademas, pendientes y colgantes podrían haber realzado la belleza de Helena, considerada la hija de Zeus en la mitología griega. El arqueólogo afirmó después que puso la diadema de oro en la cabeza a su mujer, Sofía: «El adorno usado por Helena de Troya ahora engalana a mi propia esposa», escribió Schliemann.

Schliemann exageró muchos otros pasajes de su vida. En cualquier caso, aunque esas joyas desenterradas en Hissarlik no correspondían a la mítica Troya, eran de un valor incalculable. Su hallazgo arqueológico se convirtió en el más importante del siglo XIX.

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Agemanón a pesar de todo. La pieza más representativa de todas las halladas por Schilemann es la máscara de Agamenón, que encontró en la acrópolis de Micenas, Grecia, en 1876. Fue catalogada erróneamente porque el arqueólogo creía haber descubierto el cuerpo del legendario rey griego Agamenón, pero estudios posteriores demostraron que la máscara funeraria es de unos 300 años antes de ese rey. Sin embargo, conserva su nombre.GETTY IMAGES

La noticia del descubrimiento corrió como un reguero de pólvora. Para eludir a los guardias y al Gobierno turco, Schliemann se llevó en secreto el tesoro a Grecia, donde lo escondió en una granja de unos familiares de su esposa. El alemán se convirtió en expoliador del patrimonio cultural de un país.

El tesoro fue donado a un museo de Berlín. Tras la Segunda Guerra Mundial las joyas desaparecieron. Volvieron a aparecer 50 años después en Moscú

El enfado del Ejecutivo turco fue de tal calibre que lanzaron duras críticas y amenazas al Gobierno griego, al que acusaron de haber colaborado con Schliemann en el robo de obras de arte milenarias. El tesoro de Príamo fue donado posteriormente a un museo de Berlín. Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, las valiosas joyas desaparecieron hasta que, en 1993, reaparecieron en unos almacenes del Museo Pushkin de Moscú, adonde fueron trasladadas por el Ejército Rojo en 1945 como botín de guerra.

El arqueólogo emprendió otras excavaciones; entre ellas, las que realizó en Micenas, donde desenterró ricos ajuares funerarios y la famosa máscara de oro de Agamenón, que en realidad pertenecía a un soberano mucho más antiguo que el legendario rey micénico. Cuando falleció, el 26 de diciembre de 1890, su cuerpo fue enterrado en un suntuoso mausoleo que había construido para sí mismo en Atenas y en cuyo frontispicio hay una inscripción que dice: «Para el héroe Schliemann».

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