
Semanas antes de que el régimen nazi iniciara su descenso a los infiernos, Adolf Hitler pronunció uno de sus discursos más infaustos: «¡Si el pueblo alemán no está dispuesto a emplearse a fondo para sobrevivir, no le quedará otra que desaparecer!». En su delirio, el comandante supremo del Reich pensaba que los mejores alemanes habían muerto en los campos de batalla. El resto, los que le habían fallado, incluidos los niños y las mujeres, solo merecían morir.