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Stalin y Churchill: cómo dos granujas se repartieron el mundo entre whisky y vodka

80 años de la cumbre que lo cambió todo

Stalin y Churchill: cómo dos granujas se repartieron el mundo entre whisky y vodka

| Getty images.

El desembarco de Normandía hacía inminente la caída de Hitler cuando, en una simple hoja de papel, Iósif Stalin y Winston Churchill diseñaron el mundo de posguerra hace ahora 80 años. Sentenciaron así la vida de millones de personas. Te lo contamos.

Viernes, 02 de Agosto 2024, 12:25h

Tiempo de lectura: 7 min

La necesidad hace extraños compañeros de cama. En 1944, el mundo capitalista (Reino Unido y Estados Unidos) trabajaba con el comunista (la URSS) por el común objetivo de derrotar a la Alemania de Hitler. La aparente cordialidad existente entre Stalin y sus aliados Churchill y Roosevelt se manifestó en el intercambio de fotografías dedicadas que luego cada líder luciría en un lugar destacado de su despacho. Las palabras que Stalin dedicó a sus colegas occidentales en sendas fotografías rezaban: «En recuerdo del día de la invasión del norte de Francia por fuerzas de liberación angloamericanas. Vuestro amigo, Iósif Stalin». Al recibo de la foto, Churchill se apresuró a enviar una carta de agradecimiento: «Me complace notificarle que he recibido su estupenda fotografía dedicada. Le quedo muy agradecido».

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Imperialistas. El primer ministro británico a su llegada a Moscú. De izda. a dcha.: su segundo, Anthony Eden, el propio Churchill, Stalin y su mano derecha, Molotov. Eden y Molotov cerraron los flecos del acuerdo.

La inesperada gentileza del líder soviético se debía a la apertura de un segundo frente en Europa a raíz del desembarco aliado en la Normandía francesa el 6 de junio de 1944. Ese segundo frente había sido el tema central de las exigencias de Stalin, que durante buena parte de la guerra soportó sobre sus espaldas (o sea, las del aperreado pueblo ruso) el peso de la guerra. Churchill había preferido apoyar a la URSS en su lucha contra Alemania con todo tipo de suministros (armas, alimentos, materias primas…). A pesar de los submarinos alemanes, que hacían estragos en los convoyes de mercantes británicos, Churchill consiguió llevar a los puertos soviéticos cinco mil carros de combate y siete mil aviones, además de cantidades impresionantes de munición y de víveres que mantuvieron en marcha al Ejército Rojo.

Cuando Stalin exigía la apertura de un segundo frente, los angloamericanos le hacían ver que estaban bombardeando la industria y las ciudades alemanas noche y día para debilitar la potencia del enemigo común. Además, desembarcaron en el norte de África, de donde finalmente expulsaron a los países del Eje.

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Vodka y 'whisky' para acompañar el reparto. El británico y el soviético rompían el hielo bebiendo hasta la madrugada. Aquí la hoja de papel donde Churchill escribió los porcentajes de influencia de cada bloque en distintos territorios. El 'visto' en azul es de Stalin.

Al recibo de una foto, lo diplomático era corresponder con otra similar. Esta vez, Churchill se la entregó a Stalin personalmente, enmarcada en plata, el 9 de octubre de 1944, al comienzo de la conferencia de Moscú, que se prolongaría durante diez días. Pero no era la primera vez que el convencido anticomunista británico y el sangriento dictador soviético se encontraban. Fue en 1942 y habían roto el hielo bebiendo hasta las tres de la madrugada en alegre camaradería (fue una suerte que siendo tan distintos compartieran la misma afición por la bebida, whisky el inglés y vodka el ruso). El subsecretario de Exteriores Alexander Cadogan anotó: «Allí me encontré con Winston y Stalin. Molotov se había unido a ellos. Estaban sentados alrededor de una mesa abarrotada de alimentos de todo tipo; entre ellos, un cochinillo asado y un sinnúmero de botellas».

El líder británico quería evitar que Stalin pusiera bases en el Mediterráneo que impidieran su comercio con la India

Después del desembarco de Normandía, que acercaba el segundo frente a Alemania, la caída del Tercer Reich parecía sentenciada. Los aliados comprendieron que era el momento de tratar lo que sucedería después de la guerra, o sea, el reparto del mundo en zonas de influencia. Roosevelt no pudo acudir a la reunión en Moscú porque estaba demasiado ocupado en la campaña electoral para su cuarto mandato presidencial, pero lo representaba su embajador en Moscú, William Averell Harriman.

Después de las frases cordiales de bienvenida, Churchill entró en materia.

–Espero que esta reunión nuestra sirva para aclarar una serie de cuestiones que han ido surgiendo desde nuestro último encuentro.

Stalin, en su papel de anfitrión amable, U. J. (Uncle Joe lo llamaba cariñosamente Roosevelt), afirmó su favorable disposición a tratar cualquier tema.

–Lo más delicado es la cuestión polaca –dijo Churchill agarrando el toro por los cuernos. Deberíamos acordar una política conjunta al respecto. Ahora mismo cada uno de nosotros tiene su gallo de pelea.

Stalin soltó una carcajada.

–Me temo que será difícil prescindir de los gallos –dijo–. Son los que avisan con su canto el comienzo del día.

Los gallos referidos eran los cuerpos polacos que luchaban en sus respectivos ejércitos. Churchill mantenía en Londres al Gobierno polaco en el exilio, reconocido por la URSS, y abundantes regimientos de polacos en todas sus unidades, pero Stalin también tenía bajo su protección a una activa Unión de Patriotas Polacos (ZZP) que aspiraba a gobernar la Polonia liberada y una aguerrida división polaca (Tadeusz Kosciuszko).

«Lo más delicado es la cuestión polaca –dijo Churchill—. Cada uno de nosotros tiene su gallo de pelea». «Me temo que será difícil prescindir de los gallos –rió Stalin–. Son los que avisan con su canto el comienzo del día»

–Deberíamos señalar la frontera futura en un mapa –propuso Churchill.

Acordaron situarla en la línea Curzon, lo que aseguraba a la URSS casi un tercio del territorio polaco que había perdido en la guerra polaco-soviética de 1921. Después la compensarían por esta pérdida permitiéndole anexionarse los territorios alemanes hasta el río Óder-Neisse.

–Veamos ahora el asunto de los Balcanes –comentó Churchill.

Los Balcanes y las regiones limítrofes eran una de las áreas geopolíticas que concitaban el interés de las grandes potencias. De hecho, Alemania siempre se había interesado en extender su influencia en esta zona que, según Churchill, «produce más historia de la que puede digerir».

Churchill y Stalin llevaban tiempo intercambiando una nutrida correspondencia al respecto. Cada uno tenía una idea aproximada de las pretensiones del otro para diseñar el mundo de la posguerra. Era el momento de concretarlo. En un folio, Churchill anotó los porcentajes de influencia (predominance) que cada bloque se aseguraba sobre los países invadidos por Alemania. La URSS obtendría el 90 por ciento de Rumanía, el 75 de Hungría y Bulgaria y el 50 de Yugoslavia; las democracias occidentales, el 90 de Grecia y el otro 50 de Yugoslavia.

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Tres a la mesa. Roosevelt no pudo acudir a Moscú. Un año antes, los tres se habían reunido en Teherán. Allí, Stalin brindó por «mi amigo luchador, Churchill». El británico lo hizo por «Stalin el Grande».

Le pasó el folio a Stalin, que supervisó los porcentajes propuestos marcando una señal aprobatoria con su lápiz azul al margen de cada uno, y se lo devolvió a Churchill.

–¿No parecería bastante cínico que hayamos dispuesto el porvenir de tantos millones de personas con tanta ligereza? Ya que estamos de acuerdo, deberíamos quemar este papel –propuso Churchill.

–Yo creo que debe conservarse –opinó Stalin. Churchill no se opuso, aunque más adelante lamentó la existencia de aquella prueba inculpatoria de «un acuerdo malvado».

Quedaba una semana larga por delante para que los líderes y sus respectivos ministros de exteriores, Eden por el Reino Unido y Molotov por la URSS, perfilaran los flecos del documento. Ninguno de los dos era un negociador fácil. Como en las grandes partidas de ajedrez debió de ser interesante asistir a las fintas y maniobras. Al final, cada uno cedió a la otra parte. Molotov elevó el porcentaje soviético sobre Hungría al 80 por ciento y sobre Rumanía, aquel océano de petróleo, al 100. Sobre Bulgaria la discusión fue más enconada, pero finalmente Eden consiguió un 20.

Churchill propuso a Stalin quemar el papel con el reparto de Europa, pero el dictador soviético rechazó la idea

Se suponía que eran acuerdos provisionales que podían retocarse en la conferencia internacional que seguiría al final de la guerra, pero con el Ejército Rojo abriéndose paso victoriosamente hacia Alemania no parecía que pudieran prosperar opciones contrarias.

Un Reino Unido debilitado frente a la Unión Soviética

¿Qué buscaba Churchill al ceder tan alegremente buena parte de la Europa Oriental a la influencia de la URSS? Era consciente de que el Reino Unido acabaría la guerra exhausto (ya lo estaba), mientras que la URSS la acabaría más fuerte que nunca. Roosevelt, por su parte, había advertido repetidamente que en cuanto acabara la guerra repatriaría a sus soldados. Eso dejaba a la depauperada Europa y al debilitado Reino Unido en una delicada situación frente al crecido oso soviético.

Churchill quería sustraer los países mediterráneos a la influencia de la URSS. Así evitaba el establecimiento de bases navales soviéticas que en un futuro conflicto amenazarían las comunicaciones de Inglaterra con la India y su imperio asiático, un desastre que había estado a punto de ocurrir cuando los países del Eje casi estrangularon el tráfico marítimo británico que pasaba por el canal de Suez, y se apoyaba en Malta y Gibraltar.

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Una peculiar 'unión'. A pesar de sus profundas diferencias ideológicas, colaboraron estratégicamente en un momento decisivo, simbolizando una alianza forjada por la necesidad de derrotar al nazismo y establecer un nuevo orden mundial.

Durante un tiempo, Churchill incluso acarició la idea de una posible restauración del antiguo Imperio austrohúngaro en forma de una federación de repúblicas que formaran un estado tapón desde el Báltico al Mediterráneo, pero en 1944 ese proyecto estaba superado, especialmente cuando el Ejército Rojo acababa de destruir treinta divisiones alemanas (el grueso del ejército de Centro) en la Operación Bagration. Estaba claro que nadie lo iba a frenar ya en su victorioso avance hacia Alemania. A ello se sumaban otras preocupaciones como el nacimiento de fuertes partidos comunistas en Grecia, Yugoslavia e Italia que podían facilitar la implantación de gobiernos satélites de la URSS en sus países respectivos.

Otras consideraciones favorecían la tradicional apetencia soviética sobre una salida de su flota a los mares calientes a través de los estrechos turcos. «¿No dominan los ingleses el canal de Suez y los americanos el de Panamá? –argumentaba Stalin–. Pues también nosotros tenemos derecho a un paso por el Bósforo». Los dos granujas, ambos imperialistas convencidos, acababan de configurar los dos bloques que en el futuro se enfrentarían en la Guerra Fría.

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