Viernes, 23 de Mayo 2025, 08:46h
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Hacia la mitad del siglo XX, para averiguar cómo se comportan los colectivos en general y el humano en particular, el fisiólogo conductista Erich von Holst llevó a cabo un experimento con unos pececillos de arrecife llamados picardos. Dañó en uno de ellos la zona del cerebro que regula las relaciones sociales y observó cómo el pez lesionado, al no tener empatía e ignorar a los demás, salió disparado en una dirección concreta, sin dubitaciones y sin mirar atrás. Curiosamente, esa seguridad y arrojo temerario hizo que todo el banco de peces de inmediato lo siguiera ciegamente como quien piensa: «Este sí que tiene claro adónde va». Lo convirtieron, por tanto, en su líder, sin saber que era incapaz de corregir el rumbo en caso de equivocación y que su liderazgo irracional y errático bien podía conducirlos directamente a las fauces de sus depredadores.
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