Viernes, 20 de Junio 2025, 10:42h
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Hay obscenidades que susurran y obscenidades que gritan. Las que susurran son las que nos han enseñado a ver el hombro desnudo de una mujer en la Capilla Sixtina, considerado tan provocativo que te entregan una capa de papel, blanca y endeble como un kleenex para cubrir lo que el propio Miguel Ángel pintó en carne divina sobre tu cabeza. Mientras tanto, un hombre en pantalones cortos camina libremente bajo el mismo techo sagrado: sus rodillas, sin nada destacable; sus piernas, una geografía que no amenaza la santurronería de nadie.
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