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Miden el mercurio en la Antártida

El espía de los pingüinos no trae buenas noticias

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El estudio de los pingüinos es crucial para descubrir nuevas maneras de adaptarnos al cambio climático. Como no es fácil acercarse a ellos los científicos han ideado un eficaz robot y acaban de confirmar la presencia de mercurio en sus plumas. El invento sirve para desmontar también algunos mitos sobre los pingüinos.

Por Fátima Uribarri

Martes, 04 de Enero 2022

Tiempo de lectura: 8 min

Cuando un humano se aproxima a una colonia de pingüinos, estos animales –que son muy territoriales– abandonan su nido con miedo e invaden el terreno del vecino, que se molesta, y se montan peleas.

Como los estudiosos de los pingüinos emperador de la Antártida –una especie muy tímida– necesitan acercarse por lo menos a 60 centímetros de distancia de ellos, para poder ‘leer’ la información de los chips que les han implantado, han creado un robot motorizado, Echo, capaz de acercarse mucho sin asustarlos.

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Uno más. Un equipo de la Universidad de Estrasburgo ha añadido un muñeco que parece un polluelo al robot que utilizan en la investigación para vencer así el recelo de los pingüinos más jóvenes. La idea ha funcionado muy bien.

Hay varios proyectos de investigación de los pingüinos en marcha. Uno de ellos es español, en él participan el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA-CSIC), el Instituto de Salud Carlos III y la Universidad de Murcia y acaban de hacer un importante descubrimiento: han detectado gran cantidad de mercurio en la malla de plumas impermeables de los pingüinos antárticos.

El estudio acaba de publicarse en en el Journal of Environmental Research and Public Health y es alarmante: revela que el mercurio se está acumulando en los ecosistemas antárticos.

'Los pingüinos son el modelo de estudio perfecto para medir la concentración de mercurio en la Antártida', explica el biólogo del CSIC Andrés Barbosa

«Analizamos la cantidad acumulada en las plumas de tres especies, el pingüino papúa, Pygoscelis papua, el barbijo, Pygoscelis antarcticus, y el de Adelia, Pygoscelis adeliae, en un área geográfica amplia a lo largo de la península antártica», explica Andrés Barbosa, biólogo del CSIC.

«Al estar en la parte alta de la cadena trófica, aves como los pingüinos son el modelo de estudio perfecto para medir la concentración de mercurio presente en la Antártida», añade. El hallazgo es preocupante sobre todo por las «altas concentraciones de mercurio, especialmente en el pingüino barbijo de la isla Rey Jorge».

El mercurio procede –sostienen los investigadores– de emisiones producidas por la actividad volcánica  e industrial y por la quema de combustibles fósiles.

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Cámaras no, por favor. Los pingüinos son particularmente vulnerables de ser molestados por turistas como los de la foto ya que anidan en grandes colonias sobre la tierra, son familiares, divertidos para el ser humano y cada día más accesibles. Sin embargo, son muchos los científicos que alertan sobre las consecuencias que esta intervención puede tener en temas como la disminución en su éxito reproductivo.

Este último descubrimiento confirma la incidencia de la contaminación en la Antártida.  «La conservación de este lugar único en el mundo se está viendo comprometida por fenómenos como el cambio climático, o el creciente turismo. Por ello, dados los efectos dañinos del mercurio en los ecosistemas, es esencial continuar analizando su presencia en el continente», sostiene Andrés  Barbosa.

El mercurio es tóxico y produce alteraciones neurológicas, inmunológicas y fisiológicas. Este reciente descubrimiento corrobora la importancia del estudio de los pingüinos «ya que estas aves son testigos de excepción del cambio climático y, por lo tanto, bioindicadores y centinelas del medio marino», concluye el investigador español.

No siempre vivieron en climas fríos

No es la primera vez que los pingüinos, como especie, se enfrentan a un radical cambio climático. Según el registro fósil que se conoce, durante más de diez millones de años los pingüinos habitaron únicamente Nueva Zelanda. No fue hasta el Eoceno cuando estas aves empezaron a expandirse a otras costas del hemisferio sur. También en esta época los mares eran aún relativamente cálidos, por lo que no se puede establecer esa asociación entre pingüinos y frío como algo inalterable. Científicos del Instituto de Investigaciones Senckenberg en Frankfurt, encontraron fósiles de un pingüino gigante que habría vivido en el Paleoceno hace 56 millones de años. Se trata del pingüino Kumimanu biceae y vivió mucho antes de la glaciación de la Antártica. En esa época, Nueva Zelanda y la Antártica eran subtropicales. «Es un mito común que los pingüinos solo viven en ambientes muy fríos. Hoy, por ejemplo, hay pingüinos en las Galápagos, en el Ecuador, y diversos fósiles muestran que también los había en otros mares cálidos», concluye Alan Tennyson, uno de los principales autores que dirigieron el estudio.

Ni son tan fieles como se cuenta...

No es que los pingüinos no sean fieles, pero muchos de ellos limitan esa fidelidad a un año de relación. Una media del 72 por ciento de los machos vuelven a aparearse con las mismas hembras que el año anterior, es decir, que hay bastantes aves que cambian de pareja cada temporada de reproducción. Los pingüinos se reproducen en tierra durante acotados períodos de tiempo y, debido a las largas temporadas que pasan en el mar, es muy complicado que puedan repetir pareja en épocas de cría sucesivas.

Tampoco son tan torpes como parecen. Con las patas muy hacia atrás para poder realizar un movimiento eficiente bajo el agua, los pingüinos caminan torpemente en una posición muy erguida, pero incluso en tierra son más ágiles de lo que se piensa. Pueden viajar grandes distancias a pie o en trineo, deslizándose boca abajo sobre el hielo, propulsados por las aletas y los pies. Además, algunos pingüinos pueden saltar a grandes alturas en comparación con su tamaño, llegando a alcanzan los dos metros de altitud.

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Pequeños pero veloces. Existen 18 especies diferentes: todos los pingüinos tienen un cuerpo y una estructura similares, pero varían mucho en tamaño, desde el pequeño pingüino que pesa 1,1 kg y mide unos 40 cm de altura, hasta el pingüino emperador, que pesa hasta 40 kg y mide unos 115 cm de altura. Su velocidad de crucero en el agua es de unos 10 km por hora. Para recuperar el aliento y ahorrar energía mientras nadan, saltan del agua cada pocos metros.

Tan altos como personas

Se extinguió hace unos 30.000 años, pero el pingüino Kairuku waewaeroa podía alcanzar más de 1.40 metros de altura y pesar unos 45 kilos. Algo así como un niño de 12 años. Lo curioso es que fue precisamente una expedición infantil, el Hamilton Junior Naturalist Club, la que encontró los restos mejor conservados de este ejemplar en el año 2006. El hallazgo tuvo lugar en Kawhia Harbour, al norte de Auckland, en Nueva Zelanda, y quince años después del descubrimiento los resultados de la investigación publicados en Journal of Vertebrate Paleontology han revelado que el hallazgo era una especie inédita: se trata de un nuevo pingüino gigante nunca antes descrito por la ciencia.

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La extinción ya llegó para los más grandes. En el pasado, llegaron a existir pingüinos de hasta dos metros de altura. Se han llegado a registrar más de 60 especies de estas aves desde que Thomas Henry Huxley publicara el primer informe sobre uno de esos fósiles a finales del siglo XIX. Ahora, cuatro de las especies se encuentran en una situación de vulnerabilidad y cinco en peligro de extinción, según la lista de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Se estima que los restos tienen una antigüedad de entre 27.3 y 34.6 millones de años. Hablamos de un pingüino experto en buceo y más alto que cualquier especie viva en la actualidad. Con un pelaje de grasa y plumón similar al del género, este animal contaba con dos características peculiares: patas y picos extrañamente largos para un pingüino. «Es probable que el pingüino gigante caminara con mayor habilidad que las actuales aves, mientras que las patas largas pudieron influir en la profundidad a la que lograba sumergirse», explicaba Daniel Thomas, profesor de Zoología de la Escuela de Ciencias Naturales de Massey.

En 1910, el capitán Robert Scott y su equipo iniciaron una fatídica carrera para ser los primeros en llegar al Polo Sur. No lo lograron –se les adelantaron sus rivales noruegos, con Roald Amundsen al frente– y los británicos protagonizaron una de las grandes tragedias de la historia de la exploración: él y su equipo de cinco hombres murieron en el viaje de regreso.

A convertir aquella tragedia en épica contribuyó que, junto a sus cadáveres congelados, en la tienda de campaña se encontrasen 16 kilos de fósiles, diarios y rollos de fotografías que no abandonaron pese a que su peso dificultaba su avance. Y su avance fue una pesadilla a 37 grados bajo cero durante tres semanas. Pero el equipo era una expedición científica e hizo todo lo posible por conservar sus descubrimientos, el más significativo de los cuáles, en aquella época, eran tres huevos de pingüino emperador.

Se esperaba que esos huevos ofreciera la tan esperada prueba de la teoría de la evolución de Darwin. En esa época se creía que un embrión pasaba por todas las etapas de la evolución de su especie mientras se desarrollaba. Analizando un embrión, esperaban demostrar que los pingüinos Emperador eran las aves más primitivas del planeta, con una relación directa con los dinosaurios. Los huevos no pudieron demostrarlo porque los pingüinos evolucionaron a partir de aves voladoras hace unos 50 millones de años y no directamente de los gigantes prehistóricos. Pero fueron los primeros huevos de pingüino analizados científicamente, porque nunca antes se había tenido acceso a ellos.

Como curiosidad, aquella investigación de los pingüinos, que se llevó a cabo durante más de un año antes de abordar la 'conquista' del Polo, reveló otros singulares y «escandalosos» hábitos de los pingüinos de Adeila.

El científico George Murray Levick observó que algunos de ellos practicaban la necrofilia. Al caballero británico le pareció tan escandaloso ver cómo un macho practicaba sexo con una hembra muerta, que decidió recoger el acontecimiento en su diario en griego, de forma que solo pudiesen leerlo personas cultivadas y no lo incluyó en el libro que publicaría a su regreso. Solo lo mencionó en un paper académico, Sexual Habits of the Adélie Penguin, que circulaba entre un grupo de expertos. No fue hasta 2012, cuando se recuperaron sus notas y publicaron los textos originales, gracias al experto en aves del Museo de Historia Natural, Douglas Russell. «Levick era un caballero que viajaba con un grupo de hombres en circunstancias muy adversas y fue testigo de un comportamiento que ni esperaba ni entendía», explica Russell. «No es de extrañar que estuviera conmocionado por lo que vio».

Etiquetas: Cambio climático