De la princesa Margarita a Kate Middleton
De la princesa Margarita a Kate Middleton
Jueves, 09 de Diciembre 2021
Tiempo de lectura: 10 min
Pasé mi luna de miel en un burdel de París, explica lady Anne sin perder ni la sonrisa ni la flema británica. La escena, descrita en sus fascinantes memorias (Lady in waiting: my extraordinary life in the shadow of the Crown, editado por Hodder & Stoughton), sentaría las bases de su matrimonio, pero da buena cuenta también del carácter del personaje.
Tenía 22 años cuando conoció a Colin Tennant en un baile de debutantes. Criado en una familia rica, había estudiado en Eton y era alto, guapo y encantador. Como ella, formaba parte del grupo de amigos de la princesa Margarita, la hermana de la reina Isabel. Se casaron un año después, pese a que la princesa le había escrito una carta a su madre donde le comentaba que su futuro yerno era «un tipo bastante decadente». Pero a ella nadie la avisó. Empezó a entender con quién se había casado durante la luna de miel, que duró seis meses y los llevó a recorrer medio mundo.
Cuando en París Tennant supo que su mujer era virgen, le preparó una ‘sorpresa’. Ella se puso su mejor vestido y se montó en el coche. El trayecto terminó en la habitación de un hotel decrépito donde, sentados en dos butacas, observaron cómo dos extraños tenían sexo. «De vez en cuando nos preguntaban si queríamos participar. Así que me encontré a mí misma respondiendo educadamente. ‘Es muy amable por su parte, pero no gracias’».
En Cuba la llevó a una pelea de gallos que terminó con una de las aves enganchada en su pelo y haciéndole sangrar; por si fuera poco, su marido se enfureció con ella por haber arruinado las apuestas.
Tennant era un personaje excéntrico y divertido, el alma de todas las fiestas, pero también imprevisible y profundamente inestable, que se acurrucaba en posición fetal cuando no se salía con la suya y que gritaba a sus empleados porque disfrutaba aterrorizándolos. Compraba casas sin consultarle y, cuando sus infidelidades fueron obvias, empezó a quejarse de sus amantes a su mujer. « ¿Podemos hablar de otra cosa?», replicaba ella, que terminó teniendo su propio ‘amigo especial’, con el que comía todas las semanas y de vez en cuando se iba de vacaciones, aunque nunca ha querido desvelar su identidad.
Lady Anne Glenconner era ya antes de su matrimonio un personaje relevante en la alta sociedad inglesa. Fue una de las damas de honor en la coronación de Isabel II. En 1953, ella y sus compañeras inspiraron artículos de opinión y secciones de moda. Eran, según la revista Tatler, las ‘Spice Girls’ de la época. En las semanas posteriores recibió decenas de cartas con extravagantes ofertas de matrimonio.
Aunque se conocían desde niñas, la princesa Margarita le pidió que fuese su dama de compañía cuando Anne ya había tenido a sus cinco hijos. En realidad, la princesa (arriba, atusando el pelo de lady Glenconner) buscaba una amiga más que una persona que se ocupase de su agenda. Estaba casada con Tony Armstrong-Jones, lord Snowdon, que no solo le era infiel (acabarían divorciándose cuando una de sus... Leer más
Hija del quinto conde de Leicester, nació en Londres el 16 de julio de 1932. Servir a la familia real era el ‘negocio familiar’: su padre fue caballero de Jorge VI; su madre, dama de compañía de la reina, igual que su tía… Creció en Holkham, la quinta mansión más grande de Inglaterra, en la costa de Norfolk, aunque pasó la Segunda Guerra Mundial alejada de sus padres en un castillo escocés y al cuidado de una nanny que la ataba a la cama por las noches. «Me esforcé mucho por ser un chico, hasta pesé cinco kilos al nacer, pero no hubo nada que hacer», escribe. Por eso (y aunque era la mayor de dos hermanas) no heredó nada. Ni el título ni la impresionante residencia familiar, que fueron a parar a un primo con suerte. Celebraban las navidades en el palacio de Buckingham y con tres años ya era compañera de juegos habitual de las princesas Isabel y Margarita en Sandringham, a apenas quince kilómetros de su casa.
Desde entonces, ella y la princesa Margarita fueron inseparables. En 1971, lady Anne se convirtió oficialmente en su dama de compañía, una labor que desarrolló durante 31 años. Su anecdotario conjunto es enciclopédico: los viajes por todo el mundo, los encuentros con Imelda Marcos o Nancy Reagan, la costumbre de la princesa de no salir de casa sin su mayordomo… Pero también los pequeños ‘tics’ plebeyos de Margarita. «Como había sido guía de exploradoras, sabía encender el fuego mejor que yo y le encantaba limpiar mi coche», escribe.
Amigas íntimas y confidentes (aunque ella nunca dejó de tratarla de usted), Glenconner se ha convertido en la principal defensora de su memoria, cargando públicamente contra la imagen superficial, hedonista y malcriada que The Crown ha popularizado de la princesa. «Mucha gente creía que era difícil, pero a menudo solo estaba aburrida o harta. No es sorprendente que su idea de diversión no fuera estar sentada al lado del alcalde, el obispo y el jefe de Policía para el almuerzo del domingo», escribe. Ella fue, además, quien le presentó a Roddy Llewellyn, un jardinero 17 años más joven que ella con el que mantuvo una relación de casi una década que terminó precipitando su divorcio de lord Snowdon. Aunque el escándalo hizo correr ríos de tinta en los setenta (y enfureció a la reina), la aristócrata ha confesado que tras la muerte de la princesa, en 2002, Isabel II le dio las gracias porque «él la hizo muy feliz».
Lady Anne sabía mejor que nadie lo que era un matrimonio tumultuoso. Después de aquel viaje de luna de miel por el Caribe, en 1958 Tennant compró la pequeña isla de Mustique. Cuando la princesa Margarita se casó con el fotógrafo Antony Armstrong-Jones (después, conde de Snowdon), el matrimonio los obsequió con uno de los mejores terrenos de la isla, donde construyeron una impresionante villa. La presencia de Margarita en la isla (pero también las visitas de Isabel II) atrajo, primero, a la aristocracia británica y, después, a las estrellas como Mick Jagger o David Bowie. Las fiestas, consiguientemente, eran legendarias.
Pese no todo fueron fiestas en su vida. La baronesa escribió sus memorias pensando en sus cinco hijos: Charlie, Henry, Christopher y las gemelas, Flora y Amy. Pero, sobre todo, como homenaje a los dos que perdió. Se criaron entre nannies e internados mientras sus padres vivían con un pie en Londres y otro en el Caribe. «Era lo que todo el mundo hacía… Ni siquiera nos lo planteábamos», le contó recientemente a The Guardian. Pero todo ese glamour se evaporó cuando Henry murió de sida a los 29 años mientras la nueva enfermedad azotaba el mundo y era un auténtico tabú. Poco después, Christopher sufrió un gravísimo accidente de moto en Belice. Estuvo en coma cuatro meses y los médicos le anunciaron a su madre que no sobreviviría. Después de despertar, volvió a caminar con su ayuda. Pero cuando él se recuperó, Charlie -que había superado su adicción a la heroína- falleció de hepatitis.
No sería la última mala noticia que recibiría lady Anne. La mayor extravagancia de su marido llegó con su muerte. El abogado de la familia había avisado a la viuda de que su marido de los últimos 54 años había redactado un nuevo testamento unos meses antes y con la ayuda de otro letrado. «Mi corazón comenzó a latir con fuerza cuando apareció el nuevo abogado. Sacó un trozo de papel y leyó: ‘He decidido dejárselo todo a Kent Adonai y confiar en él para que cumpla los deseos que tengo para mi familia’».
Durante más de 25 años, Adonai fue el empleado de confianza de Tennant, el que hacía realidad sus caprichos y sabía calmar sus ataques de ira. Pero también el que lo cuidó durante su enfermedad. Cuando la viuda se dirigió a él en busca de una solución diplomática, no encontró lo que esperaba. «’Espero que cumplas los deseos que lord Glenconner tenía para nosotros’. Él me miró y, encogiéndose de hombros, me dijo: ‘No sé a qué se refería lord Glenconner’. En ese momento supe que lo perderíamos todo», escribe. Así comenzó una batalla legal entre el nieto de Tennant y Adonai -un pescador analfabeto y padre de siete hijos- que se solventó en 2018 a favor del segundo, quien acabó heredando una propiedad valorada en más 20 millones de libras. «Es completamente posible que lo hiciera a propósito, como una especie de proeza horrible con la que asegurarse su reputación de hombre excéntrico», sentencia la viuda en sus memorias.
A sus 90 años sigue visitando Mustique con frecuencia. La isla es todavía un imán de celebrities y multimillonarios, pero también el retiro favorito de los duques de Cambridge, con los que la aristócrata mantiene una estrecha relación. En su casa de Norfolk recibe a menudo la visita de su buen amigo el príncipe Carlos. Sus mañanas empiezan con el desayuno en la cama, aunque ya no tiene sirvientes que se lo lleven a su habitación. Solo una chica de la limpieza dos veces por semana y un jardinero que de vez cuando adecenta el jardín.