
Sobrevivir al horror, segundo a segundo
Sobrevivir al horror, segundo a segundo
Viernes, 16 de Mayo 2025, 10:35h
Tiempo de lectura: 9 min
En una fracción de segundo salí catapultado, disparado por encima de las ruedas, hasta caer sobre el hielo duro, donde mi cabeza golpeó con fuerza el suelo y se abrió instantáneamente», cuenta Jeremy Renner. «El vehículo siguió avanzando, pero ahora yo estaba bajo sus enormes orugas. Podía oír los terribles crujidos de mi cuerpo mientras los 6300 kilos de maquinaria de acero me pasaban lenta e inexorablemente por encima. Era una banda sonora espeluznante».
En la autobiografía que ahora se publica, My next breath ('Mi próximo aliento'), Renner relata en detalle lo que sucedió el día 1 de enero de 2023 en su casa del lago Tahoe (California), donde pasaba el fin de año con su familia. Celebraron la Nochevieja brindando por la suerte que estaba teniendo, el trabajo iba muy bien, tenía nuevos proyectos y una hija de 9 años, Ava, con la que disfrutaba cada vez más... A las seis de la mañana salió con su sobrino Alex, de 27 años, para despejar el aparcamiento y desenterrar las motos de nieve sepultadas por el temporal, que ya había remitido.
Renner tenía una snowcat, una máquina industrial para quitar nieve, cuya cabina se asienta sobre dos orugas de acero impulsadas por seis pesadas ruedas cada una. Delante, una enorme pala quitanieves.
El actor, que estaba dentro de la cabina, no podía ver bien a su sobrino, que trataba de mover un todoterreno frente a la quitanieves, así que saltó fuera de la máquina y se bajó para hablar con él.
«'Antes de salir de la cabina del conductor accione el freno de mano', reza el manual. Pero yo no lo hice. Ese pequeño pero monumental desliz cambiaría el curso de mi vida para siempre».
La quitanieves empezó a avanzar por su cuenta. Renner reaccionó impulsivamente y se encaramó a la rueda de oruga en movimiento para tratar de alcanzar la cabina y detener el vehículo, que se dirigía contra su sobrino.
«En retrospectiva es algo imposible: saltar en movimiento el metro de ancho que miden las orugas giratorias para presionar con el puño un botón rojo de stop». Pero lo intentó y salió disparado.
⇒ Renner abandona la cabina de su quitanieves sin activar el freno de mano.
⇒ Renner sale, pero el quitanieves sigue avanzando hacia su sobrino.
⇒ Renner intenta regresar a la cabina, pero la cadena en movimiento lo atrapa.
⇒ El actor es arrastrado hacia adelante por la propia cadena, que acaba aplastándolo.
«Ya en el suelo me di cuenta de lo que estaba ocurriendo. Sabía que estaba bajo la máquina. Sabía que tenía el cráneo partido como una sandía y el cerebro hecho carne picada. Contuve la respiración mientras la sangre se me agolpaba en la cara y sentía un mareo muy intenso. Allí tumbado y noqueado sabía que no podía escapar al avance de la quitanieves».
«A medida que mis huesos cedían, sentía lo que uno se imagina: fuerza, presión, liberación; fuerza, presión, liberación. Cada rueda que pasaba sobre mí intensificaba lo que ya era una presión repetitiva insoportable... Cráneo, mandíbula, pómulos, molares; peroné, tibia, pulmones, cuencas oculares, cráneo, pelvis, cúbito, piernas, brazos, piel; crujido, chasquido, crujido, apretón, crujido (más tarde descubrí que tenía 38 roturas). De pronto, una punzada blanca y brillante en los ojos: me cegó un relámpago que señaló la rotura de mi hueso orbital, haciendo que mi globo ocular izquierdo se saliera violentamente del cráneo.
Entonces, unos cinco segundos después –cuéntalos, uno, dos, tres, cuatro, cinco–, la máquina pasó. Mi cuerpo aplastado se liberó por fin del inmenso peso. Mientras yo me desmayaba momentáneamente, la quitanieves continuó su marcha».
En aquel momento, su sobrino Alex no tenía claro lo que estaba pasando, pero vio que la máquina se dirigía hacia él. Saltó al todoterreno y por segundos logró escapar de la colisión. La quitanieves empotró al todoterreno contra un árbol, pero se detuvo. Alex vio entonces a su tío en medio de un charco de sangre.
Renner apenas perdió el conocimiento unos segundos: «De algún modo podía ver mi ojo izquierdo con el derecho; durante un milisegundo me sentí confuso, pero luego comprendí que mi ojo izquierdo se había salido de la órbita, pero que seguía funcionando. Empecé a hacer mentalmente un inventario físico. Parecía que casi todo estaba roto. Y cada vez que respiraba sentía un dolor insoportable e incapacitante. Me oía emitir grandes gemidos guturales mientras luchaba por respirar. Y entonces, como un torrente, me vino la idea de para quién estaba viviendo. Mi corazón se llenó al instante de imágenes de mi hija y mi familia».
Alex se acercó a su tío, pero como no tenía móvil se dirigió al lugar más cercano donde pedir socorro, la casa del vecino, que salió a ayudar a Renner y llamó a emergencias.
Renner sigue contando: «Pensamientos cada vez más oscuros se entrometían en cada dolorosa inhalación: ¿seré solo un cerebro dentro de un cuerpo arruinado? ¿Un vegetal? Pero en mi agonía aún mantenía una especie de esperanza ciega. Puede parecer increíble, pero realmente pensé que si conseguía librarme del calambre de la cavidad torácica probablemente podría descansar uno o dos días y estar en buena forma para continuar las vacaciones».
Renner, consciente en todo momento, vio llegar a los paramédicos, que lo mantuvieron estable mientras el helicóptero que iba a llevarlo a un hospital de Reno localizaba un lugar donde aterrizar.
«Desde el día de año nuevo hasta el 3 de enero no recuerdo nada. Estuve sedado durante el viaje al hospital, en la UCI y en las primeras operaciones a las que me sometí», cuenta.
Milagrosamente, ninguno de sus órganos se había dañado mortalmente, su columna estaba intacta, su corazón funcionaba y probablemente no había daños cerebrales. Iba a sobrevivir.
«Cuando recobré el conocimiento tras la primera intervención, vi a mi familia allí, todos al pie de mi cama. Me llevé la mano al pecho y les dije por señas: 'Lo siento' y 'os quiero'. Yo había causado esta angustia; era enteramente mi responsabilidad. Me sentí muy mal por causar tanto dolor».
Renner se sometió a varias operaciones: huesos rotos, laceración del hígado y quedaban las fracturas de la cara. «Los daños eran importantes: tenía un hueso flotante cerca de la cuenca del ojo, el paladar flotante y la mandíbula rota por tres sitios. Aunque el rostro de todo el mundo es importante, para un actor es fundamental, cualquier operación tenía que hacerse con mi consentimiento, y pensé que sería mejor retrasarla hasta que pudiera volver a la mejor ciudad del mundo en cirugía plástica: Los Ángeles».
Tras seis días en la UCI de Reno lo trasladaron a un hospital de Los Ángeles. Para reparar sus fracturas faciales, los médicos insertaron tornillos en el hueso del cráneo y en la mandíbula inferior. Pasaron seis días más antes de que pudiera volver a su casa de Hollywood Hills el viernes 13 de enero.
«¿Lo primero que hice? Me dirigí directamente a mi bar. Me levanté de la silla de ruedas, aún con las piernas destrozadas, y me serví una copa enorme de vino tinto. Quería volver a la vida lo antes posible. Había pasado por un infierno, y aquí, con el vino en mi mano destrozada, encontré un pequeño atisbo de normalidad. Mi cuerpo estaba lleno de titanio, grapas y huesos aún destrozados. Pero ese afán de normalidad, de sobrepasar los límites, es lo que siempre me ha hecho superar cualquier prueba en mi vida».
«Aquel vaso de vino lleno de esperanza fue lo mejor que pude tomar en mi primera noche; de hecho, mi regreso a casa resultó muy difícil. El problema clave era la medicación. Aquella noche aprendería por las malas que, aunque no quería tener nada que ver con los analgésicos fuertes, adelantarme al dolor sería crucial. Había veces en que la combinación de opiáceos para el dolor y benzodiacepinas para dormir me 'colocaba' tanto que estaba convencido de que las cortinas de mi habitación me hablaban y yo empecé a hablarles a ellas».
Renner ha vuelto al trabajo. Regresó a un plató para rodar la tercera temporada de Mayor of Kingstown el año pasado, pero admite que fue más duro de lo que había imaginado. «Siempre estaré en recuperación; nunca termina. Lo acepto. Pero no siempre es fácil (y nunca indoloro)».
Y es que no todo lo que se rompió tiene arreglo: «Mi boca es un desastre; una pesadilla, mi infierno particular. Cada vez que hablo, como o duermo, me entran ganas de gritar por el caos que hay dentro de mi boca. Mis dientes nunca volverán a estar alineados correctamente; la quitanieves empujó uno de los lados de la mandíbula hacia fuera y no se puede arreglar. No estoy contento, pero vivo con ello».
Hay otras compensaciones: «Sobrevivir al accidente me ha traído muchos regalos. Mi vida ahora es más sencilla, llena de amor, humildad y gratitud. Hay tantas cosas en las que centrarse aparte de lo que me pasó... como en Ava, que ahora tiene 12 años». Y detalla: «Unas siete semanas después de salir del hospital, cuando todavía estaba en una silla de ruedas, decidí que había llegado el momento de marcar un gran hito. Así que ese día me levanté a duras penas de la cama. Cuando Ava salió del colegio, su padre la estaba esperando en el coche. Había tardado una hora en salir de casa y subir al coche, pero allí estaba. No se lo podía creer. Y yo tampoco. Recoger a Ava ese día me dio un gran impulso de confianza. Me hizo sentir que volvía a participar del mundo».