Los expertos explican que puede depender del tipo de bacteria que se quiera tratar o del lugar de la infección
29 dic 2023 . Actualizado a las 17:29 h.Los antibióticos pueden salvar vidas. Por eso, todo aquello que reduzca su efectividad, como es un uso irracional que genere resistencia bacteriana, se debe evitar a toda costa. Hoy en día, este problema es una las mayores amenazas para la salud pública mundial, ya que cada vez es mayor el número de infecciones —entre ellas la neumonía, la gonorrea o la salmonelosis— cuyo tratamiento se complica debido a la pérdida de eficacia de este tipo de medicamentos. Por ello, la base de todo buen uso: cuantos menos días, y menor sea la dosis, mejor.
¿Para qué sirve un antibiótico?
La función principal de un antibiótico es curar las infecciones causadas por una bacteria, nunca un virus como los que causan una gripe o en un catarro. «Cuando tratas una patología en un paciente, como puede ser una diabetes o una hipertensión arterial, estás tratando a la persona. Sin embargo, los antibióticos no se emplean para curar, sino para matar una bacteria», precisa Iván Espada, responsable de área de Información del Medicamento del Consejo General de Farmacéuticos.
No todos los antibióticos tienen el mismo perfil, ya que dependen del problema que pretendan solucionar y de la bacteria a la que se enfrenten. Por ello, el compuesto escogido por el profesional variará en función de varios factores. En primer lugar, de la bacteria. «Son microorganismos que, aunque los incluyamos en el mismo saco, forman un reino, como el reino animal», detalla Espada. No son iguales entre sí. Es más, algunas de ellas presentan una resistencia natural ante ciertos antibióticos, «por lo que cuando hablamos de antibioterapia, siempre hay que tener claro el bicho que queremos matar», añade.
En relación con lo anterior, cada bacteria tiene una sensibilidad diferente. Unas tienen más y otras menos. Esto marca la concentración mínima inhibitoria: «Cuando doy un antibiótico tengo que alcanzar unos niveles en la bacteria para matarla, de esto se trata esta concentración», precisa. Cada tratamiento tiene unos niveles concretos: «A la hora de establecer una cantidad, la dosis se puede marcar en función de la bacteria y de la infección», detalla.
Esto, a su vez, contribuye a determinar la duración del tratamiento, «ya que hay bacterias que precisan siete días, otras diez y otras dos semanas», añade Espada. A ello se suma la ubicación del patógeno, pues no es lo mismo una infección cutánea, que una en los huesos. La concentración de medicamento necesaria será diferente.
El antibiótico de tres días
Así, todas estas variables suman puntos para prescribir un antibiótico de tres a cinco días. Por regla general, el que se limita a esta duración es la azitromicina, «pero hay casos, como la neumonía, en los que se puede extender de siete a diez días», indica Espada, quien insiste en la siguiente idea: «La duración del tratamiento no siempre va asociada al antibiótico, sino al proceso que se esté tratando». En este caso, la azitromicina suele resultar efectiva en un espacio corto, de ahí, que no se suela extender mucho más.
¿Cuál es la diferencia entre azitromicina y amoxicilina?
La azitromicina pertenece al grupo de los macrólidos. Es habitual tomar una dosis diaria en una espacio corto de tiempo. Los macrólidos son la elección en ciertos casos de infección, como la neumonía atípica, algunas gastroenteritis o la tosferina, todas ellas con origen en una bacteria.
Por su parte, la amoxicilina es un antibiótico que pertenece a las penicilinas. Es bactericida por lo que, su función es la de matar a las bacterias. Lo más habitual es que se recurra a ella en un proceso de amigdalitis, otitis media aguda, sinusitis, infecciones de piel, de orina o dentales, entre otras. En ocasiones, se administra acompañada de ácido clavulánico para inactivar las betalactamasas, unas enzimas que producen algunos microbios y que actúan como una especie de mecanismo de resistencia. Con esta combinación, el medicamento vuelve a ser efectivo.
Ahora bien, mucho ojo. Pues si esta pareja se destina a tratar otros procesos en los que no se involucren las betalactamasas, no solo no se conseguirá mejorar la acción del antibiótico, sino que puede aumentar el riesgo de efectos secundarios de infecciones por hongos en la boca o en la vagina.
¿Por qué basta con tres días?
De forma sencilla, la prescripción de azitromicina es más corta porque permanece en los tejidos del cuerpo durante un período más largo. «El efecto post-antibiótico es la efectividad que tiene cuando se cesa la administración», comienza explicando Iván Espada. Este depende del tipo de antibiótico. Los macrólidos, entre ellos, la azitromicina, se unen de «forma irreversible» a las estructuras de la bacteria, por lo que su efecto se prolonga. «Impiden que la bacteria sintetice proteínas, que son una sustancia vital para cualquier organismo, y acaban muriendo de hambre y sin poder fabricar sus estructuras», precisa.
El mecanismo de acción cambia en la amoxicilina. «Las penicilinas son betalactámicos. Matan a las bacterias impidiendo la producción de una envoltura que tienen llamada pared bacteriana. Esto las protege del medioambiente, de forma que cuando el antibiótico impide su producción, es más fácil destruirla», explica el experto. Por si quedan dudas, aclara que uno no es mejor que el otro, sino que la eficacia dependerá de cada situación.
¿Por qué en ocasiones debo tomar un antibiótico cada ocho horas?
El médico es el responsable de indicar al paciente la pauta que debe seguir cada tratamiento. Lo más habitual es que la amoxicilina se recomiende cada ocho horas, unas tres veces al día. «Los antibióticos son sustancias muy particulares. Normalmente, estos períodos se establecen con el objetivo de mantener las concentraciones sanguíneas de ese fármaco constantes, pues son las que tienen efecto», explica el farmacéutico.
Visto en un gráfico, la concentración de medicamento aumenta en el tiempo hasta un máximo, se equilibra en una meseta y luego se reduce. Siempre existe una concentración mínima eficaz a partir de la cual surte efecto y una concentración mínima tóxica a partir de la cual genera toxicidad. «A los profesionales de la salud nos interesa estar dentro de esa ventana; entre lo eficaz y la mínima tóxica. Son los ensayos clínicos los que determinan qué dosis dar y cada cuánto tiempo», añade.
Con esto en mente, Espada señala que no pasa nada por retrasar o adelantar un poco la toma de un antibiótico que solo contempla una dosis diaria. El consejo cambia en el caso de la amoxicilina, «es muy importante ponerse la alarma cada ocho horas y cumplirlo, porque el efecto se ve potenciado cuanto más tiempo se mantenga la concentración del fármaco dentro de esos límites», indica.
Cuándo sí y cuándo no
- Gripe: se trata de un cuadro vírico, por lo que los antibióticos no son útiles. Solo si se produjese una sobreinfección bacteriana y siempre con prescripción médica.
- Fiebre: el aumento de la temperatura puede tener su origen en múltiples procesos, pero el antibiótico no es la solución. Primero será necesario conocer su causa.
- Diarrea: Solo se emplean antibióticos cuando se ha identificado el germen responsable. De hecho, el consumo de esta medicina puede alargar la estancia del microorganismo en el intestino.
- Catarro: Su causa siempre es un virus, por lo que, en principio, no se recurre a los antibióticos.
- Amigdalitis: En este punto se establece la diferencia entre aquellos producidos por una bacteria, como la Estreptococo pyogenes, y los virus, como la mononucleosis infecciosa o adenovirus.
- Bronquitis: Su causa más habitual suele ser un virus así que, de nuevo, no tiene sentido el uso de antibióticos.
- Infecciones de orina: los ejemplos más conocidos son la cistitis o la pielonefritis, causadas por bacterias, por lo que sí tiene sentido el uso de antibióticos.
Fuente: Asociación Española de Pediatría.