Es delegada de Seguridad Nacional en Tecnologías Cibernéticas y Emergentes, un cargo creado específicamente para ella por el presidente, Joe Biden, y que le permite tener acceso directo al Despacho Oval. Judía ortodoxa y procedente de la NSA, le contamos quién es esta mujer al frente del ciberespionaje americano.
En la guerra electrónica es más fácil atacar que defender: a un atacante le basta con tener éxito una vez; un defensor debe tener éxito siempre», advierte Anne Neuberger (de Nueva York y con 46 años). El presidente norteamericano, Joe Biden, tiene tanta confianza en ella que en enero de 2021 creó un nuevo puesto para que tuviese acceso al Despacho Oval: delegada de Seguridad Nacional en Tecnologías Cibernéticas y Emergentes. Biden necesitaba que alguien coordinase el espionaje electrónico estadounidense, lastrado por el laberinto burocrático de agencias que colaboran y, a menudo, compiten entre ellas: CIA, FBI o la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), adscrita al Pentágono, donde Neuberger había ido escalando desde 2009 hasta convertirse en directora de Ciberseguridad. A nivel operativo, sus tareas son similares a las del Cibercomando de las Fuerzas Armadas en el ámbito militar, pero centradas en las agencias federales y la industria, así como en las relaciones con los países aliados.
En el mundo de la inteligencia está considerada una experta en gestión de riesgos. «Cuantos más cerebros pones a trabajar en un problema, más probable será que lo resuelvas. Por otro lado, cada persona adicional añade un riesgo. Es muy difícil hallar un equilibrio», explica. Pero su gran habilidad es la de oponerse a la corriente dominante sin alzar la voz. Lo hizo en la NSA, a la que contribuyó a rescatar de la debacle por el escándalo del programa clandestino de vigilancia electrónica. Y antes lo hizo también en su vida privada. Neuberger desafió a su propio destino: el de una chica judía criada en un barrio ultraortodoxo de la que solo se esperaba que cuidase de su casa y de sus dos hijos. Pero el desafío actual es el más grave al que jamás se ha enfrentado cualquier responsable de la ciberdefensa norteamericana. Los hackers rusos, que ya se inmiscuyeron en las elecciones que ganó Trump en 2016, parten con ventaja. En 2020 lograron infiltrarse en SolarWinds, una proveedora de software tanto de la Administración (Pentágono, Departamento de Estado, Tesoro...) como de las grandes tecnológicas, como Microsoft o Intel. A Neuberger se le encargó la misión de cerrar las puertas que abrieron. Ahora debe asegurarse de que algo semejante no se vuelva a repetir.
Revolucionó la NSA y se anotó un tanto: que las tecnológicas fueran menos reticentes a la hora de compartir información con el gobierno
Judía ultraortodoxa de Brooklyn
Sus credenciales sorprenden. Judía jasídica de Brooklyn, como la protagonista de la serie Unorthodox. Su lengua materna es el yidis. Y su familia la llama Chani. Fue a una escuela femenina con otras dos mil niñas, donde estudió la Torá. Conoció a su marido, Yehuda Neuberger, un abogado, en una cita concertada por sus padres. Pero que sea respetuosa con sus mayores no quiere decir que sea sumisa. Y Neuberger consiguió salir del barrio de Boro Park, poblado por emigrantes de origen húngaro, a base de esfuerzo. «Mi padre estaba orgulloso de mi capacidad. Pero mi madre consideraba que, si la mujer trabaja, es señal de que su marido no puede mantenerla», recuerda. Se matriculó en el Touro College, donde hombres y mujeres estudian por separado. Trabajaba como programadora en el negocio familiar, una próspera firma de inversiones, e iba a clases nocturnas. Terminó dos carreras: Empresariales e Informática. No se conformó. Su marido la animó y consiguió entrar en la Universidad de Columbia mientras estaba embarazada. Los atentados del 11-S le hicieron replantearse sus prioridades. Cursó un máster en relaciones internacionales. Estudió árabe y francés... «La guerra de Irak iba mal. Estados Unidos acogió a mi padre, que vino como refugiado, y yo me sentía en deuda».
Todos sus abuelos son supervivientes de Auschwitz. Pero siete de sus ocho bisabuelos murieron en el Holocausto. El que sobrevivió saltó del tren que lo llevaba al campo de exterminio. «Existía un sentimiento muy profundo entre mis mayores de que debían demostrar que Hitler no había conseguido erradicar nuestra fe», cuenta. Su padre, George Karfunkel, llegó a Estados Unidos en los años cincuenta. «Teme a las figuras de autoridad, incluso a los policías de tráfico. Es una consecuencia de haber crecido en la Hungría comunista». La familia materna había emigrado unos años antes. George fundó una compañía de inversiones en 1971 y se hizo millonario.
Sus padres estaban en el avión de Air France que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) secuestró en 1976. Visitaban Israel por primera vez y habían dejado a Anne, que era un bebé, con una abuela. En el trayecto de regreso cogieron un vuelo de Tel Aviv a París que fue desviado a Uganda. «Los secuestradores retuvieron a los pasajeros israelíes. Mis progenitores tenían pasaporte estadounidense, pero como mi padre llevaba una kipá decidieron retenerlo también. En yidis le dijo a mi madre que se fuera, pero ella se negó». Los demás pasajeros fueron liberados. Los secuestradores retuvieron a los rehenes durante una semana. Y amenazaban con dispararles si no se excarcelaba a cuarenta palestinos. Pero comandos israelíes asaltaron el avión y los rescataron. «Mi madre perdió los zapatos en el tumulto y una soldado le dio unas sandalias cuando aterrizaron en Israel. Mi vida habría sido muy diferente si no hubiera sido por esa operación militar. Por eso entiendo que, a veces, hay amenazas que solo un gobierno, solo un ejército, puede resolver», afirma.
Cuando Biden se inventó un puesto para ella, hubo quien cuestionó su lealtad. La revista Mother Jones y el canal NBC recordaron que el Mossad, el servicio secreto de Israel, también espía a los gobiernos amigos.
Devolver la reputación a la NSA
Neuberger ya había trabajado en la Casa Blanca como becaria. Fue hace 16 años. Y de ahí saltó a la NSA. Cuando fue reclutada por el general Keith Alexander, este le preguntó: «¿Cuál es su virtud?». Y ella respondió: «La gente me dice que se me da bien resolver problemas, dividirlos en trozos y conseguir que un grupo de personas trabajen juntas sin perder de vista el objetivo general». El problema más serio al que se enfrentó fue el descrédito de la agencia. Era 2014 y coleaba el escándalo destapado por Edward Snowden, que reveló que la NSA disponía de un programa que espiaba las comunicaciones tanto de ciudadanos extranjeros como de millones de norteamericanos. «La NSA funcionaba como una caja negra. Pero la recolección de inteligencia debe estar guiada por valores y leyes democráticas. Hay reglas muy estrictas que no pueden saltarse. Fue fundamental el nombramiento de un encargado de libertades civiles y privacidad. Su incorporación marcó un cambio en la cultura de la NSA», relata. Dentro de la agencia, Neuberger fue jefa de gestión de riesgos y perteneció al equipo fundacional del Centro Nacional de Ciberseguridad, que llegó a dirigir. También fue la cara amable que explicó a los norteamericanos que ya no debían temer a sus propios cibersoldados. Se anotó otro tanto: que las compañías tecnológicas fueran menos reticentes a la hora de compartir información con el Gobierno y las agencias federales.
Su consejo: «Las contraseñas están muertas, use la autenticación en dos pasos. Y guarde una copia de seguridad sin conexión a Internet de los datos del banco...»
Trabajaba de la mañana a la noche, trece horas al día, pero los viernes salía temprano del cuartel general de Maryland para llegar a casa antes del sabbat. Ahora es más flexible con la tradición judía de descansar en sábado porque su agenda es frenética. Ha trabajado con la inteligencia de Ucrania. Viajó a Bruselas para coordinar la respuesta de los países de la OTAN y a Varsovia para reunirse con los responsables de ciberseguridad del B9, como se conoce a los países del flanco oriental de la Alianza. En el ámbito nacional, ha reforzado la protección de las infraestructuras críticas (sanitarias, financieras, aeropuertos...), instruyendo a decenas de empresas, con especial atención a las redes de agua potable y oleoductos, para que no se repita un sabotaje como el de Colonial, en mayo, que dejó a cientos de gasolineras sin carburante. Las compañías tecnológicas también se preparan. Google pretende blindar la seguridad de su nube y, para ello, ha adquirido la firma de ciberseguridad Mandiant por casi cinco mil millones de euros. Neuberger también pide a la población que extreme las precauciones: «Hay tres actuaciones que salvarán sus datos. Una es aplicar los parches de seguridad rápidamente. La segunda es utilizar la autenticación de dos pasos. Las contraseñas están muertas; deben ser muy largas para resistir ataques de fuerza bruta. Y la tercera es guardar una copia de seguridad sin conexión a Internet de los datos de acceso al banco, registros de salud...».
El gran enemigo es el GRU, el servicio de inteligencia exterior de Rusia, aunque este país lleva años subcontratando a hackers que operan con cierta autonomía. Por eso, Estados Unidos ofrece hasta diez millones de dólares de recompensa por la identificación de cualquiera que participe en actividades maliciosas financiadas por el Estado ruso. China también ha adoptado la táctica de encargar a grupos de delincuentes algunas misiones, sobre todo desde que reorganizó sus operaciones cibernéticas en 2015 y transfirió gran parte del control del Ejército Popular de Liberación al MSS, un servicio de seguridad estatal que, con el tiempo, se ha vuelto cada vez más agresivo y audaz. Neuberger tampoco le quita ojo a los piratas informáticos amigos que hacen la guerra por su cuenta, como Anonymous, y que pueden sembrar el caos. «Nos preocupa que realicen ataques disruptivos de las comunicaciones porque la reacción puede llevar a una escalada».
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