Domingo, 05 de Diciembre 2021, 01:05h
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Los niños se divierten a las puertas de un edificio construido en la era soviética. Es la hora de comer, pero los chavales juegan al baloncesto, al fútbol o al escondite, como casi todos los niños del mundo. La escuela pública Südalinna, de la capital de Estonia, acaba de celebrar sus 55 años de historia con canciones tradicionales a cargo del coro del centro, en un acto solemne que recuerda a los desfiles patrióticos de cuando Estonia formaba parte de la Unión Soviética.
Sin embargo, no hay que confundirse. Esta escuela de Tallin está en la vanguardia de la innovación. Un paso hacia el futuro que ha hecho que el sistema educativo de Estonia sea uno de los más completos del mundo. Los niños aprenden robótica a partir de los 7 años y los maestros se valen de la realidad virtual para insuflar vida a sus clases de Geografía, Química, Historia o Lengua.
Cuando llegó la pandemia y el confinamiento, el centro lo tuvo fácil, todas las clases estaban disponibles en la Red. De hecho, los alumnos ya estaban acostumbrados a trabajar desde sus hogares durante las llamadas 'jornadas digitales'. La tecnología es algo omnipresente en esta escuela, en cuyos pasillos descansan los robots junto a las bicicletas. La dirección ha decidido que las aptitudes digitales formen parte integral del plan de estudios. En los primeros cursos, por ejemplo, los niños aprenden matemáticas y ortografía programando robots que se desplazan de una letra o de una cifra a otra.
La profesora encargada del programa de innovación se llama Kerttu Mölder-Jevdokimov y defiende que las escuelas deben ser imaginativas si quieren atrapar la atención de unos alumnos habituados a los videojuegos y los móviles. «En las clases de Geografía, a la hora de explicar las diferencias en el clima, los alumnos usan las gafas de realidad virtual para trasladarse a Alaska o a Nigeria. En las de Historia, al tratar sobre el antiguo Egipto, pasean con ellas por el interior de una pirámide».
Los colegios y los profesores tienen mucha autonomía. Los centros pueden decidir sus planes de estudio y los horarios. Eso hace que los profesores estén más motivados
Pero nuestra interlocutora hace hincapié en que la tecnología no es más que un medio para llegar a un fin. «Lo fundamental es lo que viene después. La experiencia de realidad virtual solo dura unos minutos; luego, los niños tienen que hacer otras cosas. Por ejemplo, un ejercicio consistía en visitar Suecia e Islandia. Los alumnos tenían que redactar unos folletos y argumentar la conveniencia de viajar allí. Lo primero es más vistoso, claro, pero los niños ya saben que solo es un primer paso en el aprendizaje». El objetivo es lograr que los alumnos tomen parte activa en su educación. «En las clases de Química hacen experimentos con realidad virtual. Mezclan líquidos y, si se produce una explosión, es tan real que hasta dan un respingo. En Biología, una aplicación permite ensamblar huesos y construir un cuerpo humano».
Los maestros monitorizan lo que cada alumno está viendo en el mundo virtual. La experiencia es tan impactante que solo los mayores de 11 años tienen acceso a las gafas con cascos, con el permiso explícito de los padres. «Porque no es ninguna tontería». El siguiente proyecto consiste en que los alumnos creen sus propios mundos de realidad virtual. «Contamos con una cámara de 360 grados para que graben sus propios vídeos». En el centro siempre están buscando nuevas ideas para estimular al alumnado.
Nación 'start-up'
Según el informe PISA, Estonia tiene el mejor sistema educativo de Europa. Este diminuto estado exsoviético supera a Francia, Alemania, España, Finlandia y Reino Unido. Y también a Estados Unidos, Japón y Corea. A pesar del gasto relativamente bajo en educación, el país es de los primeros del mundo en las tres áreas de referencia con las que se elabora este informe. Sus escuelas también son las más igualitarias. En Estonia, la procedencia socioeconómica influye menos que en cualquier otro país, según la OCDE. Y los alumnos parecen más felices. Un estudio de la Gregson Family Foundation indica que Estonia es uno de los cinco únicos países cuyos alumnos logran excelentes resultados y, a la vez, están muy contentos con sus vidas.
Estonia se independizó de Moscú en 1991 y sus habitantes se ven a sí mismos como una nación start-up. El Gobierno proporciona el 99 por ciento de sus servicios en la Red. En Estonia –o 'e-Estonia', como suelen decir– hay documentos de identidad virtuales y votaciones por Internet. Skype se fundó aquí y es el país donde hay mayor número de start-ups milmillonarias por habitante; entre ellas, Bolt, la rival de Uber, y Wise, para hacer transferencias de dinero en la Red.
En su día, el Gobierno hizo las inversiones necesarias para que todas las escuelas estuvieran equipadas con dispositivos electrónicos y una buena conexión a Internet. Hay una biblioteca nacional en la Red con más de veinte mil títulos educativos a la que maestros, especialistas, académicos y editores aportan recursos bajo la supervisión de un grupo de expertos. Los maestros son libres de utilizar y adaptar estos materiales para sus propias clases, y padres y alumnos tienen acceso a ellos desde sus hogares.
El consejo escolar de Tallin ha empezado a experimentar también con la inteligencia artificial para personalizar la educación todavía más.
Las escuelas estonias tienen gran autonomía, hasta el punto de que los directores deciden por su cuenta los planes de estudio y los horarios del alumnado. El Estado evalúa los centros cada tres años sometiendo a los alumnos a unas pruebas en la Red y tan solo interviene en caso de problemas. Hace 20 años, el Ministerio contaba con unos 70 inspectores en nómina. Hoy tiene 9. «Hemos pasado de controlar los centros educativos a respaldar a los centros educativos», asegura la ministra de Educación, Liina Kersna, que atribuye sus buenos resultados en PISA a «nuestro sistema educativo descentralizado e igualitario, nuestros maestros profesionales y motivados, la inversión en innovación y al valor que concedemos al aprendizaje constante a lo largo de toda la vida».
La autonomía de los profesores hace que aumente su motivación. Se sienten empoderados. La sociedad los respeta. No están obligados a atenerse a un formato de clases concreto, sino que tienen libertad para decidir cómo y qué van a enseñar. Los sueldos se han incrementado el 70 por ciento en los últimos siete años (con todo, no es Finlandia: el sueldo base de los profesores es de 1500 euros). Todos los centros destinan el 1 por ciento del presupuesto a la formación continua del profesorado.
Las comidas, los libros y el transporte son gratuitos. 'No nos interesa un sistema que distinga entre niños ricos y pobres', dice la directora de PISA en el país
Los niños estonios empiezan a ir a la escuela a los 7 años, pero su educación se inicia mucho antes. Tienen derecho a ir a un parvulario a partir de los 18 meses y las guarderías están subvencionadas, de manera que los padres nunca pagan más del 20 por ciento del salario mínimo nacional (algo menos de 600 euros).
Como resultado, el 94 por ciento de los niños de entre 4 y 7 años va a la guardería. Las maestras de preescolar han de estar tituladas. Son unas educadoras con todas las de la ley y no unas simples vigilantes o cuidadoras. Según explica la directora del programa PISA en Estonia, Gunda Tire, el resultado es que, al llegar a la escuela, los pequeños están mejor preparados para seguir las clases formales, con independencia de su origen socioeconómico. Al final de su paso por la guardería, al niño se le asigna una ficha explicativa en la que se detallan sus aptitudes, su desarrollo personal y en qué aspectos puede mejorar. Los que necesitan ayuda especial son derivados al especialista más indicado, como un logopeda, antes incluso de su acceso a la educación formal.
La educación inclusiva
En la 'escuela básica', que va de los 7 a los 16 años, se hace un fuerte hincapié en la inclusividad. En las aulas se mezclan alumnos con muy diversas aptitudes y no suele darse separación entre grupos más y menos avanzados. Los alumnos rezagados o con problemas de comportamiento cuentan con clases personalizadas o en grupos reducidos. La mayor parte de los colegios tiene un psicólogo en plantilla. Una red nacional de 15 centros de apoyo proporciona ayuda adicional a los estudiantes con problemas de salud mental o con necesidades educativas especiales.
Los alumnos tienen pagadas las comidas en los centros, al igual que el transporte, los libros y los viajes. «Muchas escuelas también les dan el desayuno de forma gratuita –explica Tire–. A veces no hay mejor aliciente que la comida para animarse a ir a clase. Y está la cuestión de la igualdad. No nos interesa un sistema que haga distingos entre niños pobres y niños ricos. Todos van a la escuela y todos son iguales».
Las expulsiones son casi inexistentes y Tire me mira atónita cuando le pregunto si hay pasillos donde está prohibido hacer ruido o si alguna vez echan de clase a los alumnos por presentarse con unos rotuladores que no son los indicados. «A mí esos métodos me parecen propios de 1890», es su respuesta. «La palabra 'disciplina' tiene sus peligros, por su asociación con la disciplina militar. Eso sí, hacemos lo posible por que el entorno sea productivo. Venimos al cole a estudiar... y estudiamos».
Estonia, de solo 1,3 millones de habitantes, cuenta con una estrategia educativa hasta 2035 consensuada por la gran mayoría de los partidos políticos
La ministra de Educación explica que el programa lectivo está dejando atrás «el conocimiento» en favor de «el análisis, la síntesis y la evaluación», reforzando la conexión entre diferentes materias. Se hace hincapié en la resolución de problemas, el pensamiento crítico, los valores, la ciudadanía, el emprendimiento y la competencia digital. Las cualidades que más aprecian los empleadores.
Los alumnos tienen que completar un proyecto creativo interdisciplinario a fin de conseguir el graduado escolar y entregar un proyecto de investigación al acabar el último curso de enseñanza superior.
En Estonia consideran que las materias creativas son imprescindibles en una educación equilibrada. «La música, los deportes y las artes forman parte del plan de estudios –dice Tire–. Todo tiene que ver con el crecimiento personal. Cuanto más amplia educación reciba el alumno, mejor sabrá desenvolverse en el mundo».
Examen de 'madurez'
Visito el instituto de Viimsi, población situada a 25 minutos de Tallin. La directora del centro, Karmen Paul, me explica: «El conocimiento es importante, claro está, pero al final necesitas contar con las aptitudes propias del siglo XXI. Hay que aprender del otro, pero también con el otro». El colegio está tratando de formalizar este concepto mediante un novedoso examen «de madurez», obligatorio para licenciarse. Para superarlo, deben presentar trabajos, asistir a charlas de ponentes venidos de fuera y redactar un análisis de lo que han aprendido durante los tres años de estudio en el instituto. «Antes de dejar el colegio, hacen un examen oral en el que explican cómo han desarrollado una u otra aptitud concreta», manifiesta la directora.
Estonia no tiene más que 1,3 millones de habitantes y 521 colegios. La principal lección que se debe extraer seguramente es de orden político. Estonia cuenta con una estrategia educativa hasta 2035 sustentada en los datos empíricos y en las mejores prácticas internacionales, una estrategia consensuada por la mayoría de los partidos políticos. «La situación se vuelve problemática cuando cada nuevo Gobierno tiene su propio plan y se dispone a cambiarlo todo de arriba abajo –reflexiona Gunda Tire–. Si continuamente estás partiendo de cero, el resultado es el caos. El proceso educativo siempre lleva su tiempo».
© The Sunday Times
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