Miércoles, 02 de Marzo 2022
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El psicólogo Stuart Vyse lleva años estudiando nuestro apego a las supersticiones. «La gente necesita tener patrones sobre los acontecimientos, incluso cuando se deben solo al azar», dice.
Es una necesidad antigua. Según el filósofo Teofrasto, el supersticioso vive «un amedrentamiento respecto a lo sobrenatural». En sus tiempos –en el siglo IV antes de Cristo– el término que lo designaba era 'deisidaimonía'. Los romanos lo tradujeron como 'superstitio' y le dieron un significado desdeñoso: «El concepto de superstición surgió para referirse a las prácticas religiosas o mágicas que se salían de madre», explica Stuart Vyse en Breve historia de la superstición (Alianza).
Superstitio era «miedo o temor excesivo de los dioses». Y no estaba bien visto: se consideraba una práctica religiosa exagerada. A Plutarco le parecían peores los supersticiosos que los ateos. Afirmó que «el ateo no cree que los dioses existen, pero el supersticioso no quiere que existan, mas lo cree contra su voluntad, pues teme no creerlo». Las supersticiones permanecen. Y son muchas. Cuenta Vyse que en 1984 se publicó una recopilación de 13.207 supersticiones solo en el estado de Utah, en Estados Unidos.
La sal y el diablo por la izquierda

Es valiosa desde antiguo, como condimento y como conservante de alimentos. También se pagó con ella: de ahí procede el término 'salario'. Derramarla era mala suerte, claro. «Sal derramada, quimera armada», dice un refrán. Si la entregas de mano a mano, te puedes pelear con aquel al que se la has dado, hay que posarla sobre algún lugar. El echar la sal derramada por encima del hombro izquierdo para conjurar el mal fario «servía para protegerse del diablo, quien era de esperar que atacaría por la izquierda y desde atrás», explica el investigador Stuart Vyse.
Cruzar los dedos, una protección cristiana

Tiene en común con tocar madera la alusión a la crucifixión de Jesucristo. Según el autor de Breve historia de la superstición, cruzar los dedos «es una invocación de la cruz cristiana». Y tocar madera alude a la protección que se podía obtener de la madera de la cruz. También tocar madera «puede derivar de alguna antigua creencia en los espíritus arbóreos». En varias culturas se ha considerado la madera un regalo de Dios. Ambos gestos son de las pocas señas supersticiosas que se hacen abiertamente en público.
El 13 y la Última Cena

El miedo al 13 tiene incluso un término griego: 'triscaidecafobia'. Hay tres teorías sobre su fatalidad. Una alude a que a los caballeros templarios los arrestaron el 13 de octubre de 1307. Otra teoría deriva de la mitología nórdica: 12 dioses celebraban un banquete y se les unió el malvado dios Loki, que urdió un plan para matar al apreciado dios Balder. Y otra teoría se refiere a la Última Cena, con 13 comensales y uno de ellos muerto poco después. En algunos países, viernes y 13 es fatal porque un viernes se crucificó a Jesús y porque era el día de las ejecuciones en muchos sitios.
Romper un espejo, se paga caro...

Los espejos se fabricaban con una lámina de plata en la parte posterior. Eran caros. Solo estaban al alcance de los más pudientes. Si los criados los rompían al trasladarlos o limpiarlos, para pagarlos necesitaban años de su salario. Por eso se dice que romperlos trae siete años de mala suerte. Además, de siempre se han considerado misteriosos. Los judíos los tapan durante los siete días que dura el duelo por un difunto, según los cabalistas es para evitar que los demonios se asomen a través de ellos y se aprovechen de las familias que están de luto.
El gato negro, amigo de las brujas

En la Edad Media se lo asoció a las brujas: o tenían uno o se transformaban en uno de ellos. Si te cruzabas con uno, te podías estar topando con una bruja que había tomado esa forma. En Gran Bretaña, sin embargo, dan buena suerte. Y en Japón, donde, además, tienen al gato de la suerte: el Maneki-neko, un felino gordito que agita un brazo. Alude al gato de un antiguo monasterio que salvó la vida de un rico viajero al llamar su atención y hacer que se alejara de un árbol que inmediatamente fue fulminado por un rayo. Agradecido, el hombre regaló riquezas al monasterio.
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