Estudian ya modos de dar marcha atrás
Estudian ya modos de dar marcha atrás
Viernes, 03 de Enero 2025, 09:15h
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En los laboratorios de la Facultad de Medicina de Yale, un equipo de investigadores ha conseguido una hazaña que parece imposible: mantener vivas células del cerebro de personas que llevaban varias horas muertas y que habían donado su cuerpo a la ciencia. No se trata de una resurrección completa, pero el resultado es asombroso: un estado intermedio donde las células cerebrales continúan su actividad metabólica, produciendo proteínas y manteniendo funciones básicas que se suponían irreversiblemente perdidas tras la muerte.
«Estamos siendo muy transparentes y extremadamente cuidadosos porque hay muchísimo valor potencial en esta investigación», explica el neurocientífico Zvonimir Vrselja, líder del proyecto. El equipo utiliza un sistema llamado BrainEx, una tecnología revolucionaria que surgió de un experimento realizado en 2019 con cerebros de cerdos.
Aquello fue bastante gore. Las cabezas de 32 cerdos sacrificados para el consumo de carne llegaron del matadero local. Cuatro horas después de la decapitación, Vrselja y sus colegas extrajeron los cerebros del cráneo. Luego conectaron los vasos sanguíneos de la masa encefálica inerte a unos tubos cuya misión era bombear un cóctel especial de agentes preservantes. Finalmente, encendieron la máquina de perfusión –similar a las que mantienen la sangre circulando durante las operaciones a corazón abierto– y esperaron a ver qué pasaba...
Lo que pasó fue digno del mito de Frankenstein... La corteza cerebral pasó de gris a rosa. Muchas células cerebrales comenzaron a producir proteínas, mostrando signos de actividad metabólica indistinguibles de los de las células vivas. Se restauraron funciones celulares básicas, actividades que supuestamente debían cesar después de que se detuviera el flujo sanguíneo. Esta reactivación incluyó a miles de neuronas. Sin embargo, no se puede decir que despertasen. «Eran incapaces de generar los picos que son el idioma universal de la comunicación eléctrica rápida», aclaró Christof Koch, del Instituto Allen. Esto sugiere que, aunque las células estaban metabólicamente activas, no eran capaces de comunicarse con otras mediante las sinapsis. Además, los cerebros no estaban conscientes –los investigadores se aseguraron de esto incluyendo sedantes en su cóctel de preservación– y tampoco podía decirse que estuvieran vivos, pero desde luego ya no estaban muertos en el sentido tradicional.
Este experimento sacudió los cimientos de lo que creíamos saber sobre la muerte. ¿Es definitiva o se trata de una experiencia reversible? ¿Es un evento apremiante y catastrófico o más bien un proceso pautado y gradual? En tal caso, ¿se podría frenar; se podría incluso dar marcha atrás? Desde entonces, estas preguntas siguen sin respuesta, pero los avances no se detienen.
Una epidemia de polio en Copenhague impulsa el uso del ventilador mecánico. Por primera vez, la medicina puede mantener con vida a pacientes que no pueden respirar por sí mismos, creando una nueva categoría de existencia: la de cuerpos que respiran mecánicamente mientras sus cerebros han dejado de funcionar. La línea entre la vida y la muerte comienza a desdibujarse.
Un comité de la Universidad de Harvard establece la primera definición formal de ‘muerte cerebral’, respondiendo a los dilemas creados por las nuevas tecnologías de soporte vital. El documento establece criterios específicos para declarar el ‘coma irreversible’: ausencia total de respuestas, incapacidad de respirar sin asistencia, pérdida de reflejos y un electroencefalograma plano durante 24 horas. La muerte deja de ser un momento para... Leer más
Audrey Marsh, una excursionista sorprendida por una tormenta de nieve en los Pirineos, es rescatada con hipotermia severa (temperatura corporal en torno a 20 oC) y logra una recuperación neurológica completa en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona. Llevaba tres horas en parada cardiaca. La técnica usada es la oxigenación mediante membrana extracorpórea (ECMO).
Un equipo de Yale logra restaurar funciones celulares en cerebros de cerdos cuatro horas después de la muerte. Usando un sistema llamado BrainEx, consiguen que las células cerebrales vuelvan a consumir oxígeno y glucosa, manteniendo un metabolismo similar al de las células vivas, aunque el experimento no consigue (ni busca) reactivar la actividad neuronal completa.
Jimo Borjigin, en la Universidad de Míchigan, documenta una sorprendente ‘tormenta’ de actividad cerebral en personas moribundas. Lejos de apagarse, el cerebro muestra una explosión de actividad consciente que dura hasta seis minutos después de que el corazón deja de latir. El descubrimiento sugiere que el cerebro hace un último intento desesperado por mantenerse con vida.
Científicos alemanes desarrollan el sistema CARL, un innovador procedimiento de reanimación del que ya disponen algunos hospitales españoles. La mayoría de las paradas cardiacas tratadas con CARL son de entre 30 y 90 minutos. Ofrece una última oportunidad de recuperación tanto a nivel cardiaco como cerebral a pacientes que no han logrado recobrar el pulso.
El equipo de Yale desarrolla OrganEx, un sistema que restaura funciones vitales en cerdos hasta siete horas después de la muerte. El corazón vuelve a contraerse, el cerebro reanuda su metabolismo, y los genes de reparación celular se activan. ¿Estamos más cerca de la resurrección? Los ensayos ya han comenzado en humanos, aunque de momento solo para mantener órganos para trasplantes viables durante más... Leer más
El equipo de Yale ha desarrollado OrganEx, un sistema similar a BrainEx, pero diseñado para preservar el cuerpo entero. Ya está siendo probado en humanos, específi camente en donantes de órganos: cuando una persona es declarada muerta, puede ser conectada al sistema OrganEx con una precaución fundamental: las arterias que llevan sangre al cerebro se mantienen pinzadas para evitar cualquier posibilidad de reactivación cerebral; mientras tanto, el sistema preserva los demás órganos. «Esta tecnología puede ayudar a salvar muchas vidas al mantener los órganos viables durante más tiempo para trasplantes», explica Vrselja a New Scientist.
Mientras tanto, en la Universidad de Friburgo (Alemania), un equipo liderado por el doctor Friedhelm Beyersdorf ha desarrollado una tecnología aún más ambiciosa. En colaboración con la start-up Resuscitec, han creado CARL (siglas en inglés de reperfusión corporal integral y automatizada). A diferencia de los desfibriladores, que simplemente intentan reiniciar el corazón, la perfusión (aporte artificial de sangre y oxígeno) puede mantener vivo todo el cuerpo durante el proceso de reanimación, dando a los médicos más tiempo y mejores opciones para salvar vidas.
Los resultados iniciales son muy esperanzadores. Normalmente, cuando alguien sufre un paro cardiaco masivo fuera del hospital y sin atención inmediata, las probabilidades de supervivencia son muy bajas, un 10 por ciento. Sin embargo, en un ensayo dirigido por Beyersdorf, CARL se aplicó a casos aparentemente perdidos y el 42 por ciento sobrevivió; además, el 79 por ciento de los supervivientes recuperó una función cognitiva normal. La tecnología ya está disponible en Europa y está pendiente de aprobación por la FDA en Estados Unidos.
Estos sorprendentes descubrimientos que pueden redefinir la frontera entre la vida y la muerte no son, ni mucho menos, intentos aislados. La doctora Jimo Borjigin, de la Universidad de Míchigan, ha documentado algo extraordinario: en vez de apagarse tras la muerte clínica, el cerebro experimenta una explosión de actividad. En un estudio publicado en 2023, su equipo analizó la actividad cerebral de cuatro personas moribundas antes y después de la retirada del soporte vital. «En lugar de disminuir en actividad, todo el cerebro parecía estar en llamas», explica Borjigin. En dos de las personas, regiones cerebrales que estaban silenciosas mientras la persona estaba con soporte vital, de repente estallaron en actividad después de retirarlo.
Señales cerebrales de alta frecuencia llamadas 'ondas gamma', un sello distintivo de la actividad consciente, también entraron en acción. La actividad sincronizada, similar a la asociada con la memoria y la percepción, duró hasta seis minutos. Algunas áreas cerebrales intentaron entablar comunicación con el corazón. La actividad era doce veces mayor que antes de que el corazón de la persona dejara de latir y esta dejara de respirar. «El cerebro moribundo parece iniciar un último esfuerzo de rescate a la desesperada –dice Borjigin–. Si podemos entender mejor qué pasa en este punto, creo que podríamos reanimarlo».
La carrera por encontrar el botón de 'pausa' para la muerte se acelera en otros frentes. En la Universidad de Maryland, el doctor Samuel Tisherman es un pionero en la hipotermia terapéutica, enfriando rápidamente a pacientes con trauma severo para ganar tiempo crítico para la cirugía. Una tecnología cada vez más implantada. Ahora, investigadores de Harvard han logrado inducir un estado de animación suspendida similar a la hibernación utilizando donepezilo, un fármaco para el alzhéimer. Este descubrimiento sugiere la posibilidad de poner las funciones vitales en standby de manera farmacológica, lo que podría transformar la medicina de emergencia.
«Las células no quieren morir», explica Gulnaz Javan, del Departamento de Física Forense de la Universidad de Alabama. Los investigadores han descubierto al menos un millar de genes que permanecen activos días después del fallecimiento. Estos genes zombis no solo se niegan a apagarse, sino que en algunos casos aumentan espectacularmente su actividad. Muchos de ellos están involucrados en el desarrollo embrionario temprano y luego permanecen dormidos durante toda la vida adulta. Otros están relacionados con el estrés celular, la inflamación, la inmunidad y, lo más intrigante, el desarrollo del cáncer. Es como si en sus últimos momentos el organismo activara todos sus sistemas de emergencia en un intento desesperado por mantenerse a flote.
Hoy en día, la muerte suele declararse cuando el corazón deja de latir y no puede reiniciarse. Tres minutos sin señales vitales y puede pronunciarse oficialmente la muerte. Pero el progreso de la ciencia está obligando a cuestionar este protocolo. Primero fueron los desfibriladores, luego llegaron las técnicas de reanimación cardiopulmonar, y ahora las modernas máquinas de perfusión. «Y el campo de la resucitación va a seguir avanzando hasta el punto en que personas que hoy son rutinariamente diagnosticadas como muertas ya no serán vistas de esa manera», pronostica Lance Becker, jefe de emergencias del hospital North Shore de Nueva York. A medida que estas tecnologías se perfeccionen y se vuelvan más accesibles, la sociedad deberá enfrentarse a preguntas muy delicadas. ¿Cuándo consideraremos que alguien está más allá de cualquier esperanza de salvación? ¿Y quién tendrá acceso a estas tecnologías? «La muerte lleva camino de convertirse en algo negociable», sentencia Becker.