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Oriente Medio se la juega

Catar, un mundial sin precedentes visto por dentro

Acusaciones de corrupción, violación de derechos humanos, explotación de trabajadores... Al Mundial de Catar 2022 le llueven las críticas. Pero dentro de diez meses arrancará la primera competición de ese nivel que se celebra en Oriente Medio. Un hito regado con dinero a raudales. Viajamos al diminuto emirato para ver con qué se encontrarán el millón y medio de aficionados que lo visitarán, casi tantos como habitantes tiene el país.

Por John Arlidge | Fotografía: John Beck

Domingo, 13 de Febrero 2022, 01:38h

Tiempo de lectura: 11 min

Veintitrés grados. Diciembre al mediodía. Apenas se ve una nube en el cielo, y la hierba es tan verde como el primer día del Torneo de Wimbledon. Desde una ventana del 37 de la torre Al Bidda, enclavada sobre la Cornisa de Doha (un paseo marítimo de 7 kilómetros), veo estadios de fútbol nuevos y flamantes por todas partes: el Estadio Khalifa, el 974, el Lusail… A mi lado se encuentra Hassan al Thawadi, el hombre que está al frente del evento más grande y más polémico del año, el Mundial de Catar, que se celebrará dentro de diez meses.

Este catarí de 43 años tiene sobrados motivos para sentirse inquieto. Desde que Sepp Blatter –entonces presidente de la FIFA– anunció en 2010 que el emirato se había hecho con la organización del torneo, no han parado de lloverle las críticas. Muchos encontraron sospechoso que una nación tan minúscula, que nunca había competido en un mundial, saliera vencedora de una votación secreta. ¿Y cómo iban a jugar los futbolistas a 50 grados en pleno verano?

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Estadios que se multiplican. El estadio Lusail, diseñado por Norman Foster, tiene capacidad para 90.000 espectadores y en él se jugará la final del Mundial. En su construcción trabajan más de tres mil inmigrantes, que son el 90 por ciento de la mano de obra del país. | Getty Images

The Times no tardó en revelar que Mohamed bin Hammam –un alto funcionario catarí, presidente de la Confederación Asiática de Fútbol– había echado mano de un fondo de reptiles para reclutar apoyos: realizó decenas de pagos a miembros de la FIFA por un valor de casi 4 millones de euros. En 2014, la FIFA puso en marcha una investigación y, aunque finalmente se exoneró a Catar de cualquier posible mala práctica, el año pasado un fiscal estadounidense volvió a la carga y denunció que se sobornaron a tres miembros del Consejo de la FIFA para que respaldaran la candidatura.

Pero la corrupción de la FIFA es el menor de los problemas de Catar. La violación de los derechos humanos y la explotación de los obreros inmigrantes son preocupaciones mucho mayores y lo que puede de verdad hacer peligrar el éxito del mundial.

Estoy en Doha para ver los estadios y la infraestructura construida para el campeonato, visitar los campos de trabajadores y hablar con los directivos encargados de llevar a buen puerto el primer mundial que se celebra en Oriente Medio.

Los aficionados que beban fuera de las zonas acotadas «serán llevados a otros lugares donde permanecerán hasta que estén sobrios, pero no serán detenidos ni retenidos»

El Gobierno ha invertido 6000 millones de euros en siete estadios nuevos y otros 150.000 millones más en infraestructuras. La factura total asciende a 500.000 euros por catarí, lo que no es tan desmesurado como parece. Catar tiene unas reservas de gas natural gigantescas –las terceras del mundo– y su pequeña población nativa (350.000 personas) disfruta de la renta per cápita más elevada del orbe.

Pero la familia real de los Al Thani no se conforma con ofrecer un espectáculo vistoso. Su propósito es utilizar el mayor acontecimiento deportivo del mundo –el mayor después de la COVID también– para realzar el perfil de Catar. Todo forma parte de un multibillonario programa de inversiones en deportes, educación, arte y medios de comunicación (recordemos que la cadena de televisión Al Jazeera tiene la sede en Doha y está financiada por el Gobierno) destinado a presentar Catar como el actor maduro y responsable del Golfo, a medio camino entre los atrevimientos de Dubái y el fundamentalismo de Arabia Saudí.

500 trabajadores muertos en las obras

Pero la jugada no les está saliendo bien. Catar se las ve y se las desea para situar el foco en el fútbol y zanjar los escándalos. La prensa internacional ha publicado que, según cifras internas, más de 6500 inmigrantes murieron en Catar entre 2010 y 2020. Muchos de ellos eran obreros de la construcción. Las autoridades lo niegan. Algunos periodistas llegados al país para informar sobre las condiciones de vida en los campos de trabajo han sido arrestados y retenidos durante horas.

Las artimañas de relaciones públicas urdidas a golpe de petrodólar tampoco han funcionado. El año pasado, el emirato nombró a David Beckham embajador global de Catar 2022, por una suma que se cree roza los 150 millones de euros. De inmediato, varios profesionales –entre ellos, Gary Lineker– pusieron el grito en el cielo y acusaron a Beckham de venderse a los cataríes. Las promesas de que el torneo va a ser neutro en emisiones de carbono tampoco se las cree nadie. Hacer que el desierto sea verde y refrigerar los estadios exige mucha agua y electricidad. La polémica ya está en el centro del debate y todavía no se ha disputado un solo minuto de juego. Cuando el partido inaugural tenga lugar, es previsible que muchos se sumen a la petición hecha por Amnistía Internacional y expresen su protesta. También que la Cornisa sea escenario de manifestaciones en favor de los derechos de la mujer y el colectivo LGBT. En Catar están prohibidas las relaciones homosexuales, que pueden ser castigadas con la cárcel.

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España 'juega' en Catar. Doha está tirando la casa por la ventana para que su selección haga un papel digno en el mundial. El seleccionador catarí es el español Félix Sánchez Bas, exentrenador de los juveniles del Barcelona. Y Xavi Hernández, actual entrenador del Barça, formó a las jóvenes promesas del país al frente del equipo Al-Sadd.

En vista de semejante panorama, nadie sabe muy bien cómo va a desarrollarse el mundial. Pero dos cosas parecen seguras: los equipos que se hayan clasificado irán a Catar. Y sus seguidores harán otro tanto. Los hinchas en su mayoría están dispuestos a acompañar a los equipos de sus amores allí donde haga falta: a Corea del Norte si es necesario.

Qatar Airways se ha cuidado de ampliar el nuevo aeropuerto de Hamad, cuya capacidad ahora es de 200.000 pasajeros al día. Está descartado que los hinchas puedan entrar con alcohol comprado en las tiendas libres de impuestos. En Catar tan solo se permite adquirir bebidas alcohólicas en los bares y los restaurantes de los hoteles. Las jarras de medio litro de cerveza salen a 12 euros, pero en las zonas para seguidores próximas a los estadios estarán a la venta a un precio algo más asequible. «Para consumo externo», esto es, no podrán beber en el interior de los estadios. Excepto en algunos de los palcos reservados para grupos corporativos donde sí podrán darse el gustazo de ver goles con una copita en la mano. En cualquier caso, los aficionados que beban más de la cuenta y se desmadren fuera de las zonas acotadas «serán llevados a otros lugares, donde permanecerán hasta que estén sobrios, pero no serán detenidos ni retenidos», aseguran las autoridades.

En total, 1800 obreros trabajan diez horas al día, seis días a la semana para el contratista del estadio Lusail. Me presentan a un fontanero indio: gana 300 euros al mes. Comparte habitación con otros tres. Dice que su situación ha mejorado

Por otro lado, la pequeñez del emirato y de su población –2,8 millones de habitantes; casi el 90 por ciento, extranjeros– plantea numerosos problemas. Catar espera recibir un millón y medio de visitantes durante el mes del mundial, pero tan solo tiene 130.000 plazas de alojamiento, en habitaciones de hotel, camarotes de cruceros y campamentos de lujo en el desierto. Está previsto que los periodistas y funcionarios de la FIFA ocupen 20.000 de ellas. Las autoridades están animando a la población a compartir sus casas con los visitantes a través de Airbnb y similares, con la idea de albergar a 64.000 personas más. Lo que seguirá siendo insuficiente. Y no tiene fácil solución.

Los inmigrantes 'de usar y tirar'

Pero el trato dispensado a los trabajadores sigue siendo lo más problemático de todo. Casi todas las semanas se publican nuevos datos que prueban que los constructores consideran que los obreros inmigrantes son 'desechables': algunos han trabajado en verano hasta 20 horas seguidas y sin agua suficiente. Un funcionario del Gobierno me explica (en privado, como todos ellos, pues no es cuestión de irritar al emir y acabar en el paro): «El nuestro es un país rico y una monarquía, y todo el mundo da por sentado que es posible cambiar las cosas de la noche a la mañana. Pero el lobby de los negocios aquí tiene enorme poder».

Nuestro interlocutor nos recuerda que los estados del Golfo –Catar, Dubái y Abu Dabi– han prosperado gracias a los costes ínfimos del trabajo realizado por inmigrantes; en su mayoría, procedentes del sur de Asia y de África. Y que «hace falta tiempo» para convencer a los grandes contratistas de la necesidad de renunciar a esas prácticas tan lucrativas.

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Emires del fútbol. El jeque Hamad bin Jalifa Al Thani –emir de Catar– sostiene, junto con su esposa, el trofeo del mundial que recibió del presidente de la FIFA cuando se les encomendó organizar el evento.

Sin embargo, algunas cosas están cambiando. Es lo que opina el británico Max Tunon, director de la oficina de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) en Catar, un organismo de Naciones Unidas que monitoriza las normativas laborales internacionales. «Las cosas han mejorado mucho desde que la OIT hizo acto de presencia en 2008». Después de tres años de tensas negociaciones, el Gobierno accedió a eliminar la práctica tradicional de la kafala, que impedía a los obreros cambiar de empleo o dejarlo y volver a casa sin el permiso explícito de sus patronos. El Ejecutivo ha introducido un salario mínimo mensual de 250 euros al mes, excluyendo los costes de alojamiento, que los patronos acostumbran a sufragar. Se trata de la primera medida de este tipo en el Golfo. Los trabajadores ahora eligen a sus propios delegados para que negocien con la dirección y han introducido restricciones al trabajo en verano por el insufrible calor.

Los críticos manifiestan que estas nuevas medidas no son suficientes, que nadie supervisa su correcta puesta en práctica y que los sindicatos de verdad siguen estando prohibidos. Y está el dato del horror, la cifra de fallecimientos desde que se inició la construcción de las infraestructuras del mundial en 2010: hasta la fecha, 6500 muertos. Esta cifra se basa en los informes aportados por varios gobiernos del sur de Asia, de donde proceden la mayor parte de los obreros.

El Ejecutivo catarí considera esta cifra «engañosa» porque, argumenta, incluye a todos los fallecidos procedentes de dicha región que trabajaron en Catar entre 2010 y 2020, y no todos los decesos sucedieron en el lugar de trabajo y, menos aún, en lugares vinculados al mundial, dicen.

Las mujeres no estarán obligadas a sentarse separadas ni a cubrirse la cabeza. ¿Y los gais? «En nuestra cultura no están bien vistas las muestras de afecto. Pedimos que respeten nuestras costumbres»

Según Catar, en los estadios tan solo se han producido tres muertes por accidente laboral en 2020. La OIT, por su parte, da otra cifra: en 2020 se produjeron 50 muertes de trabajadores en todo Catar, pero no solo en obras vinculadas al mundial. Los críticos reprochan a la OIT basarse en datos gubernamentales y no en una verdadera investigación. En cualquier caso, 50 muertos en un año suponen más de 500 desde que se inició el proyecto del mundial.

¿Y los obreros qué dicen? Llamo a la oficina de comunicación del Gobierno y solicito visitar uno de los campos de trabajadores. Por la mañana voy a un polvoriento asentamiento en el desierto donde 1800 inmigrantes trabajan diez horas al día, seis días por semana para el contratista local HBK, el constructor del Estadio Lusail. Me presentan a Vijay Shankar, de 36 años, un fontanero de la India. «Llegué a Catar hace tres lustros. Por entonces ganaba 200 euros al mes –explica–. Ahora me saco 360».

Shankar me enseña su habitación. Comparte un espacio de seis metros por cuatro con otros tres empleados. Cada uno dispone de una cama metálica con una pequeña cortina corredera para una mínima privacidad y una pequeña taquilla para sus cosas. Tienen aire acondicionado, conexión wifi y duchas y cuartos de baño, espartanos pero limpios. La compañía lava sus ropas, y la comida es aceptable, según dice Shankar.

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Homenaje cuestionado. Para contrarrestar las críticas por la explotación de los obreros, alguna constructora decidió cubrir los muros de las obras con fotos de los trabajadores. Ello no ha impedido que se impusieran los testimonios de periodistas que los vieron trabajando en verano a 50 grados y sin apenas agua.

¿Cómo eran las cosas hace 15 años? «Dormíamos 18 por habitación. Los retretes eran unos agujeros en el suelo. Teníamos que ir a las tiendas por nuestros propios medios... Ahora hay un autobús que te lleva gratis». Pregunto si en Catar siguen existiendo campos tan malos. Asiente con la cabeza, con visible nerviosismo, sabedor de lo que les pasa a los críticos con el régimen.

Un milagro en el desierto

Y no solo a los críticos... Pregunto a Thawadi si los aficionados gais van a ser bienvenidos. «Todo el mundo es bienvenido», responde, pero matiza que «en nuestra cultura no están bien vistas las muestras públicas de afecto, con independencia de la orientación sexual del individuo. Por lo que pedimos que respeten nuestras costumbres». Las mujeres, eso sí, podrán disfrutar de los partidos exactamente igual que los hombres. A diferencia de lo que pasa en otras naciones de Oriente Medio, las mujeres no están obligadas a sentarse en lugares acotados ni a vestir al estilo tradicional.

Los desafíos son grandes, pero hay también quienes recuerdan que Catar ha superado problemas mayores. Hace cinco años, sus vecinos –encabezados por Arabia Saudí y la UEA– impusieron un bloqueo económico al país y exigieron que la familia real se sometiera a sus exigencias, ya fuera dejar de apoyar a los Hermanos Musulmanes o cerrar el canal Al Jazeera. Los gobernantes de Riad y Abu Dabi estaban furiosos por la influencia política del emirato en la región. Doha se negó a someterse y estableció nuevas rutas comerciales, con Turquía e Irán. Sus oponentes terminaron por poner fin al bloqueo y embarcarse en una nueva era de coexistencia pacífica con el emirato.

Catar ha apostado fuerte. Doha sueña con que el próximo invierno se produzca un milagro en el desierto, suficiente para que el país se convierta en primera potencia del deporte mundial. Van a albergar un gran premio de Fórmula 1 y un campeonato de atletismo en 2030. ¿El objetivo final? Hacerse con las Olimpiadas de 2036.


Golazos arquitectónicos

Estadios para impactar

El de Catar 2022 será el primer mundial de fútbol que se jugará en invierno. El campeonato se disputará en noviembre porque en verano las temperaturas en el emirato alcanzan los 50 grados. El traslado a los estadios, especialmente diseñados para mantenerse bien refrigerados, será fácil: las autopistas de 12 carriles surcan el paisaje de Catar y la flamante red de metro tiene vagones de tres clases, para que las mujeres no se vean obligadas a viajar en compañía de hombres... o de grupos de hooligans. Los siguientes son algunos de los más espectaculares estadios en los que se disputará el torneo.


© The Sunday Times