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Hallan la fórmula de las rabietas Operación salida: ¿Cuánto va a tardar tu hijo en montarla en el coche?

Horas de atasco, peleas entre hermanos, niños enfurecidos... Las rabietas en el asiento trasero del coche pueden arruinar el final de las vacaciones familiares. Un matemático británico encuentra la fórmula que predice en qué momento del viaje volverán los gritos y calcula las variables para intentar solventarlo.

Por Raquel Peláez

Martes, 30 de Agosto 2022

Tiempo de lectura: 5 min

Salida de vacaciones. Quedan trescientos kilómetros para llegar a la playa. Un adulto conduciendo y dos niños pequeños en la parte trasera del coche. Hace algo más de una hora que has salido. Atasco. Mientras tratas de ver en el navegador cuánto queda para la estación de servicio más cercana con un sonido doloroso de fondo (en tu desesperación has descubierto que el reguetón es lo único que los mantiene distraídos), uno de los niños estalla en una rabieta. Entonces descubres el dato: faltan treinta minutos para llegar a tu primera parada. Y lo sabes: tu hijo puede estar gritando la media hora completa.

Por cada minuto de entretenimiento que les proporciones a tus hijos apenas se obtienen treinta segundos sin una rabieta

Según el estudio realizado por el matemático británico James Hind, los niños tardan de media 70 minutos en explotar cuando viajan en coche. Y hay algo peor: «Es imposible evitar por completo esas rabietas», asegura. «Por cada minuto de entretenimiento que les proporciones a tus hijos apenas se obtienen treinta segundos sin una rabieta», explica. El cálculo es evidente: sale a perder. «Tanto si les cantas, como si les dejas una tablet, en algún momento llegan a su límite de frustración». En qué hora… «En el coche, no pueden hacer lo que quieren: pasear o mirar cosas. En un avión o un tren, al menos pueden levantarse e ir al baño». Recuerda, estás en un atasco. «Los niños son pequeñas bolas de energía, es difícil para ellos. No tienen el control de la situación y no entienden los horarios, por eso preguntan cada media hora más o menos ‘¿cuándo llegamos?’». Todavía quedan 29 minutos y medio para llegar a la primera estación de servicio.

T = 70 + 0.5E + 15F – 10S es el código que los padres pueden usar para descifrar la probabilidad de disturbios en el asiento trasero. «Quiero que la gente vea que las matemáticas se pueden aplicar a casi todo», afirma el catedrático de la Universidad de Nottingham Trent. Incluso a tu vuelta de vacaciones. Y para ello lanza su fórmula donde T es el tiempo, E el entretenimiento, F la comida y S los hermanos. Vayamos por partes.

Las posibilidades de una rabieta disminuyen por cada minuto que el niño esté entretenido, mientras que la comida permitirá a los padres retrasarla en otros 15 minutos. Eso sí, un hermano sentado en el asiento de al lado complica la cosa y aumenta en diez minutos la posibilidad de que los tímpanos te vuelvan a estallar. Y es que, aunque las soluciones que el matemático plantea pasan por dos variables —darles algo de comer e ir entreteniéndoles por el camino—, antes de seguir leyendo, ya nos avisa de que hasta esto tiene sus matices: «Los niños que viajan con sus amigos suelen estar más relajados», afirma Hind. «Sin embargo, en los viajes con hermanos no tanto. Ellos saben cómo llevar al otro al límite y eso puede convertirse en una pesadilla». Vaya, este año tampoco te llegaba para pagarle las vacaciones a sus amiguitos. Y añade: «En estas circunstancias, el peor de los escenarios es el de un viaje en coche con un adulto y dos niños». Lo veías venir.

La fórmula matemática tiene cuatro variantes: T es el tiempo, E el entretenimiento, F la comida y S los hermanos

Centrémonos en la comida, al menos. Porque los viajes en coche acaban con todos los preceptos morales en cuanto a comida sana se refiere. Patatas fritas, chocolate, chuches… Todo vale con tal de que se callen. «Como todos los padres saben, se puede sobornar a los niños con comida, pero…». Ya empezamos. «…si comen más de dos bocadillos en una hora, se vuelve contraproducente: los niños tienen un subidón de azúcar o se sienten mal. Si comen alimentos salados, beben más y necesitan más descansos para ir al baño». Por favor, James, un poco de aliento. «La fruta es mejor, pero hay que tener cuidado con ella. Al final, los pequeños acaban untando sus fresas por todo el asiento del coche».

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El 'efecto hermanos'.Un hermano sentado en el asiento de al lado complica la cosa y aumenta las posibilidades de piques entre ellos y rabietas.

Pero, si los alimentos solo ayudan de forma limitada, tiene que haber otra solución… «Lo mejor es la atención de los padres», concluye Hind. «Si hablan con sus hijos, juegan con ellos o les leen libros, los niños quedan cautivados. Los descansos también son importantes». El problema es que te toque en el lado malo de su propia estadística y seas el adulto solo frente a los dos menores. Resolución matemática: al año que viene vete de vacaciones en tren.


«Tenemos la teoría más cuantitativa de las rabietas que jamás se haya desarrollado en la historia de la humanidad», bromea Michael Potegal, de la Universidad de Minnesota, coautor de un estudio según el cual esas explosiones infantiles tienen un patrón y un ritmo propios que, una vez diseccionado, puede ayudar a los padres y maestros a responder de manera efectiva. Añaden los científicos que su informe también puede contribuir a diferenciar si las rabietas son de tipo ordinario y, por tanto, una parte normal del desarrollo del niño; o puede ser una advertencia de un trastorno subyacente.

La clave del estudio radica en el análisis que los expertos han hecho de los sonidos que los niños realizan durante esos episodios y que incluyen gritos y alaridos (ira) junto a llantos y gemidos (tristeza). Según el artículo publicado en la revista Emotion, el truco para terminar con una rabieta lo antes posible es hacer que el niño supere los picos de la ira porque, cuando deja de estar enfadado, lo que queda es tristeza y los niños tristes buscan consuelo. ¿Cómo? La forma más rápida de superar la ira, dicen los científicos, es no hacer nada. Y lo más importante: no hacer preguntas al niño. «Cuando están en el pico de la ira y gritan y patalean, probablemente hacer preguntas podría prolongar ese período de ira», desarrolla ames A. Green de la Universidad de Connecticut. «Es difícil para ellos procesar la información. Y responder a una pregunta que los padres les hacen puede ser simplemente agregar más información al sistema de la que realmente pueden manejar».


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