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La receta Baker para crear equipos Se busca joven con talento, sociable y audaz. Se garantiza trabajo con futuro

En el Instituto de Diseño de Proteínas de David Baker, en Seattle, se están haciendo realidad algunos de los avances en biomedicina más relevantes del mundo. Y los están llevando a cabo un equipo de profesionales y estudiantes multidisciplinar y diverso bajo las órdenes de un científico que pone tanto empeño en construir ese equipo como en crear proteínas. Esta es su fórmula secreta.

Ana Tagarro / Foto: Ian Haydon

Viernes, 02 de Junio 2023

Tiempo de lectura: 6 min

Ven esta tarde a nuestra happy hour», insiste sonriente David Baker. «Tienes que conocer al equipo y viene mucha gente de fuera. Y para los estudiantes también es bueno hablar con periodistas...». El prestigioso bioquímico, director de Instituto de Diseño de Proteínas de la Universidad de Washington y reciente premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, no escatima razones para asistir a ese encuentro, en un entorno desenfadado, tomando unas cervezas, con algunos de los investigadores más influyentes del mundo. Como si hiciesen falta más razones...

Pero es que Baker, además de por ser pionero en la creación de proteínas con ayuda de la inteligencia artificial, es conocido por su capacidad para crear equipos especialmente eficientes, como el que ahora tiene en Seattle, integrado por más de un centenar de biólogos e ingenieros. Su fórmula, dice, es que cada uno funcione como una neurona de un cerebro común. «Yo soy solo una persona, pero si conectas mi cerebro con cualquiera de los que está ahí fuera, en el laboratorio, se convierte en algo mucho más poderoso. Por eso organizamos happy hours, para tener a la gente interactuando todo el tiempo».

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Otro tipo de reunión de trabajo. David Baker organiza todos los martes y viernes una happy hour por las tardes, encuentros con bebida y comida, que se celebran en el propio laboratorio o, si el tiempo lo permite, en el jardín trasero del edificio de Ingeniería Molecular, donde su laboratorio ocupa una planta entera.

Baker nació y creció en Seattle, pero comenzó su vida universitaria en Harvard. Allí estudió Filosofía y Ciencias Sociales («nunca fui un niño que hiciera experimentos científicos, y eso que mis padres eran científicos... o quizá por eso»). El problema es que las materias le parecían demasiado 'teóricas'. Y entonces asistió a unas clases de Biología. «Allí la gente estaba haciendo un montón de cosas. Lo que me gusta es la 'actividad' de hacer ciencia». Así fue como comenzó a estudiar también él Biología en la Universidad de California, en Berkeley, y luego, en la de Washington, en Seattle, donde ya en 1993 se decantó por la biología estructural y el «fascinante» diseño de proteínas.

«Yo soy básicamente optimista sobre la gente. Creo que la mayoría quiere hacer cosas buenas. Mi trabajo es facilitar que puedan hacerlas»

De aquella etapa en Harvard le quedaron, sin duda, unas dotes extraordinarias para socializar. Es palpable en cómo se mueve por el laboratorio, pero también en que hace dos décadas, cuando estaba lejos de ser el prestigioso científico que es hoy, ya logró que más de un millón de personas trabajasen gratis a través de Internet en el desarrollo de Rosetta Commons, el primer código abierto para 'descifrar' proteínas.

Ahora sigue 'construyendo' su equipo con todo tipo de herramientas sociales. Además del trabajo y la investigación, que supervisa concienzudamente (sus estudiantes confirman que hace un seguimiento constante), Baker organiza actividades para socializar: dos veces a la semana, martes y viernes, hacen happy hours que se prolongan durante horas. Pero también convoca encuentros anuales con exalumnos, en los que el senderismo por los alrededores de Seattle sirve de excusa para el intercambio de experiencias profesionales y personales.

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Experiencias. David Juergens es uno de los estudiantes del equipo de Baker; trabaja en mejorar las herramientas de aprendizaje profundo para el diseño de proteínas. Lynda Stuart es la nueva directora general del Instituto, que se incorpora tras desempeñar similar labor en la Fundación de Bill y Melinda Gates.

Asistimos a la happy hour y Baker nos presenta a la nueva directora ejecutiva del laboratorio, Lynda Stuart, médica experta en inmunología, que se ha incorporado desde la Fundación de Bill y Melinda Gates. Con 20 años de experiencia en temas de salud en todo el planeta, Stuart cree que lo que están haciendo en ese Instituto es un avance científico extraordinario y muy desafiante en cuanto a sus aplicaciones prácticas. Pero la conversación pronto deriva, con humor, hacia la dificultad para lograr que David se ponga traje y corbata para asistir a la ceremonia de entrega de los premios de la Fundación BBVA. Estará en Bilbao el día 20 de junio, lo que ya le supone vencer la mayor de las reticencias: viajar. Desde hace años, lo evita todo lo que puede. Y acostumbrado a vestir vaqueros y camisetas, dice, ni siquiera tiene corbatas. Lynda bromea con que, como directora general, seguro que es capaz de encontrarle alguna.

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Mujeres con futuro. Aunque en las empresas tecnológicas suele haber pocas mujeres, en las biotecnológicas la paridad es mucho mayor, como se puede apreciar en el laboratorio de Baker. De izquierda a derecha, Fátima Dávila-Hernández, Kiera Sumida y Helen Eisenach.

Acuden también a este relajado encuentro exalumnos como Ingrid Swanson Pultz, especializada en la enfermedad celíaca. Hace ya años que trabaja en otras empresas, con gran éxito, asegura Baker. Es uno de los ejemplos de los emprendedores que han salido de su laboratorio. Ahora, Ingrid es la CTO, Chief Technology Officer o jefa de tecnología de Mopac Biologics. Pero Ingrid, a pesar de su apretada agenda, saca tiempo para acudir a estas happy hours por la energía del lugar, por «la cantidad de ideas que se generan y comparten aquí». Algo parecido piensa Thomas Kalil, también presente. Kalil fue consejero científico de la Casa Blanca durante las presidencias de Bill Clinton y de Barack Obama. Este experto en tecnología e innovación ha decidido no pocas inversiones bajo las administraciones demócratas y siempre está atento a nuevas iniciativas.

Las ideas parten muchas veces de estudiantes como David Juergens, ingeniero molecular. «Esto es como un gran think tank para ingenieros donde puedes explorar ideas diferentes, atrevidas... Es fascinante».

¿Es optimista sobre el futuro? «Absolutamente», afirma casi sorprendido por la pregunta. «Durante cientos de años hemos soñado con tener la posibilidad de crear terapias personalizadas para curar terribles enfermedades y ahora estamos llegando a ese punto, estamos desarrollando tecnologías que pueden salvar vidas».

No menos entusiasta sobre el futuro se muestra Helen Eisenach, también estudiante de segundo año, bioquímica. Ella cree que se va a necesitar un «cambio cultural», que ya está ocurriendo, para que la gente acepte las medicinas creadas de cero, con inteligencia artificial. «En diez años vamos a ver resueltos problemas que parecían no tener solución. ¿Por qué no ser optimista?»

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Una convención al aire libre. Baker también organiza la RosettaCON, un encuentro anual, que se celebra a principios de agosto, al que acuden antiguos miembros del equipo; una especie de campamento de verano para disfrutar de los espectaculares paisajes de los alrededores de Seattle.

Kiera Sumida, estudiante de tercer año, admite que la tecnología puede ser también «abrumadora». En su laboratorio se incorporan de inmediato todas las innovaciones que la inteligencia artificial permite. «Tienes que ser flexible y adaptarte muy rápido a cada avance tecnológico».

Fátima Dávila-Hernández, que llegó aquí tras graduarse en México, también reconoce el esfuerzo de adaptarse al ritmo del laboratorio. El nivel de exigencia es alto; el resultado, para ella, que acaba de doctorarse, muy satisfactorio. Se abren un montón de opciones profesionales. Fátima, tímida confesa, cuenta que a ella le pareció una suerte increíble que la admitiesen en el laboratorio de Baker porque no destaca por sus dotes sociales. Pero el equilibrio de los equipos, explica su mentor, no requiere necesariamente ser comunicativo o simpático, sino ser la pieza precisa que necesita ese engranaje. Y Fátima lo era.

¿Qué recomienda Baker que estudien los jóvenes que empiezan ahora una carrera? «Por supuesto, estudia lo que te apasione, pero creo que no es necesario elegir algo específico y focalizar demasiado pronto». Defiende este bioquímico que no pasa nada por tantear en los primeros años de estudios universitarios y cambiar de carrera. «Hay que tener la mente abierta; lo importante es moverse en un ambiente estimulante».

Baker está casado con otra bioquímica y tienen dos hijos, también orientados hacia profesiones tecnológicas o científicas. Pero en casa, asegura, no se habla mucho de ciencia. «Tenemos mejores cosas de las que hablar. Y me gusta mucho leer. Pero cuando estoy en casa leo ficción, no leo ciencia. Ni siquiera ciencia ficción. Ahora, por ejemplo, estoy leyendo Al Este de Edén, de John Steinbeck».

La tarde avanza en el campus mientras unos van, otros vienen, y Baker no deja de moverse entre todos. «Yo soy básicamente optimista sobre la gente. Creo que la mayoría de la gente quiere hacer cosas buenas. Mi trabajo es facilitar que puedan hacerlas».