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Cuando un amigo se va. ¿Por qué es tan difícil superar la muerte de tu perro?

Claves para el duelo

Cuando un amigo se va. ¿Por qué es tan difícil superar la muerte de tu perro?

El amor y la lealtad incondicionales de nuestras mascotas hacen que su pérdida resulte extraordinariamente dolorosa. La falta de rituales de despedida y la incompresión ante ese duelo tampoco ayudan. Te contamos cómo sobrellevar la ausencia.

Viernes, 17 de Mayo 2024, 09:55h

Tiempo de lectura: 7 min

Mi madre murió hace seis años. Acaricié su cara yerta en la cama de la residencia, pero no lloré. Mi perro murió hace ocho. Lloré mientras lo tenía en mis brazos y la veterinaria le ponía la inyección. Quería a mi madre más que a mi perro. ¿Por qué lloré por él, pero no por ella?», se pregunta el escritor Tommy Tomlinson, con una punzada de culpabilidad, en The Atlantic.

Las relaciones con humanos resultan más complicadas. Las que tenemos con un perro son incondicionales. Amar a una mascota es más sencillo

Es una pregunta incómoda que se hacen muchas personas que han perdido a su mascota. Y a las que quizá incluso les rechine leer la palabra 'mascota', pues no hace justicia a la relación que tenían. El que se ha marchado era su amigo incondicional, su compañero de paseos, su peludo… Y esa pérdida les afecta más de lo que están dispuestos a admitir. ¿Deberían llorar o no? ¿Se puede poner en una balanza el dolor que causa la pérdida de un ser querido (se sobreentiende que humano) y la de un perro (o gato), por mucho que lo quisiéramos? En definitiva, ¿qué debemos hacer con ese sentimiento desconcertante que, además, no todas las personas a nuestro alrededor van a entender?

Porque duele, vaya si duele… El que escribe estas líneas guarda las cenizas de su perro en una cajita rodeada de libros. Pensaba esparcirlas por la pinada donde solíamos pasear, pero su lugar favorito del mundo era mi despacho, donde me veía darle a la tecla con el rabillo del ojo hasta quedarse dormido.

Cinco consejos para superarlo

La escritora y terapeuta Laura Vidal, experta en el duelo por la pérdida de un animal de compañía, ofrece algunas indicaciones para sobrellevar la pérdida.

1. Deja que te duela: El primer paso es aceptar que te está afectando y que es normal. En una sociedad tan condicionada por mantener una actitud positiva a toda costa, mucha gente no se permite estar triste y se queda estancada en su proceso de duelo.

2. Elige a quién se lo cuentas: No todas las personas van a entender... Leer más

El escritor Tomlinson destaca dos razones que explican por qué este sentimiento es tan abrumador y, en ocasiones, tan difícil de gestionar. «La más simple es que tu perro pasaba mucho tiempo contigo. La mayoría de las personas no están tantas horas en compañía de sus padres, amigos e incluso sus hijos adultos. Así que la ausencia se nota más –explica–. La razón más profunda es que nuestras relaciones con humanos son mucho más complicadas. Discutimos incluso con las personas a las que queremos. Amar a otro ser humano puede dejarnos cicatrices. Amar a una mascota es más sencillo. Los perros no discuten en la mesa. No golpean la puerta al salir de casa. No preguntan por qué aún no te has casado…».

Adictos a su lealtad

Vale. Nuestros perros no nos critican (¡ay, si pudieran!). Pero se puede objetar que ese alto concepto que tienen de sus dueños (o más bien de sus proveedores de alimento, refugio y caricias) es un interés moldeado por treinta mil años de convivencia y coevolución. Esto no es casualidad. Han sido criados selectivamente a lo largo de generaciones para complacer a las personas. ¿Pero qué dice la ciencia sobre este asunto?

Los escáneres de resonancia magnética muestran que los cerebros de los perros responden al elogio de sus dueños con la misma intensidad que lo hacen a la comida (e incluso para algunos perros el elogio es un incentivo aún más efectivo que la comida). Los perros aprenden a interpretar nuestros estados emocionales a partir de expresiones faciales. Saben cómo nos sentimos. Y también se ven afectados por nuestros sentimientos. Nuestra alegría los alegra; nuestro nerviosismo los estresa; nuestra pena los aturde. Algo malo debe de pasarnos cuando no tenemos ganas de jugar…

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El apoyo entrañable. La literatura también nos puede ayudar a reconciliarnos con los sentimientos que experimentamos cuando muere nuestro perro. Milan Kundera dedica un capítulo sobrecogedor a Karenin, el perro de Tomás y Teresa, en La insoportable levedad del ser. Y Paul Auster tuvo la audacia de narrar en primera persona la vida de Mr. Bones, el perro de un indigente, en Tombuctú. Su descripción del cielo al que van todos los perros es una catarsis garantizada. Tenga a mano pañuelos. | Getty Images.

Así que no es de extrañar que las personas se sientan afectadas cuando se quedan sin tan valiosa contraparte emocional. En cierto modo, los perros nos convierten en adictos a su lealtad. Y ya sabemos cómo se las gastan las hormonas del amor… Si te quedas sin tu placentera y calmante ración de oxitocina porque tu perro ya no está, lo que sigue es un síndrome de abstinencia sin paliativos, complicado además por un duelo íntimo que no suele concitar simpatías, mucho menos pésames, y que no siempre se exterioriza. «Por desgracia, hay poco en nuestro repertorio cultural: ningún ritual de luto, ningún obituario en el periódico local, ningún servicio religioso que nos ayude a superar la pérdida de una mascota, lo que puede hacernos sentir avergonzados de mostrar demasiado dolor en público», explica el psicólogo evolucionista Frank McAndrew.

Los mecanismos sociales de apoyo comunitario están ausentes ante la muerte de una mascota. «Nadie se pide un día libre por la pérdida de su querido perro», señala Guy Winch: «Temes que eso te pinte como inmaduro o emocionalmente débil»

Esa vergüenza alarga el proceso de recuperación. «Muchos de los mecanismos sociales de apoyo comunitario están ausentes cuando muere una mascota. Nadie se pide un día libre para llorar la pérdida de su querido perro porque tememos que eso nos pinte como excesivamente sentimentales, carentes de madurez o emocionalmente débiles», señala otro experto, Guy Winch, en Scientific American. «Pero los estudios han encontrado que el apoyo social es un ingrediente crucial en la recuperación de duelos de todo tipo. Por lo tanto, no solo nos vemos privados de sistemas de apoyo valiosos cuando nuestra mascota muere, sino que la propia percepción de nuestras respuestas emocionales añade una capa adicional de angustia».

Nuestro fuerte apego se revela en otro estudio sobre ciertos lapsus, cuando llamamos incorrectamente a alguien por el nombre de otra persona. Resulta que el nombre del perro de la casa también se confunde con los miembros humanos de la familia, lo que indica que el nombre del can se extrae del mismo conjunto cognitivo.

La pérdida de un perro también puede perturbar la rutina de sus dueños, cuyos horarios y costumbres podían girar en torno a las necesidades de sus mascotas. Y los cambios en el estilo de vida son una de las principales fuentes de ansiedad. Sin contar que se pierde un aliciente que nos hacía saltar de la cama, hacer ejercicio, socializar en el parque con otros dueños de perros…

¿Un clavo saca otro clavo? Para muchos es una opción volver a tener otra mascota. Los expertos aconsejan darse un plazo prudencial; que no se parezca físicamente al perro que hemos perdido y no ponerle el mismo nombre.