Viernes, 26 de Diciembre 2025, 09:52h
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A mis nietos no les gusta que les cuente más de una vez el mismo cuento. «Qué aburrimiento, abuela, ese ya lo sabemos, queremos otro». Y ahí estoy yo estrujándome las meninges porque, a pesar de que me sé muchos, me da pena no compartir con ellos el placer de la repetición. Lo que les pasa a mis nietos le pasa a muchísima gente. Lo 'repe' se ha convertido en sinónimo de aburrido, de caduco, de déjà vu. La oferta de lo que uno puede hacer es tan vasta, el cine y la literatura están tan llenos de nuevas propuestas, que nadie quiere transitar territorios ya conocidos. Mis hijas y yo, por ejemplo, tenemos películas favoritas, como El teniente Robinson; Uno, dos, tres; La vida de Brian, o My Fair Lady, que nos sabemos de memoria. Y no solo nos divierte volver a verlas juntas, sino que partes escogidas de sus diálogos las usamos como una especie de argot cómplice que nadie entiende más que nosotras. Pero las repeticiones no sirven solo para tejer complicidades, son mucho más útiles que todo eso.
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