Aquí nadie entra por recomendación. Las audiciones son duras y apenas las superan unos 35 alumnos de los 500 de todo el mundo que se presentan cada año. Pero los elegidos se formarán–gratis– conlos mejores. Entramos en la Escuela Superior deMúsica Reina Sofía, en Madrid, todo un referente, con la que ahora 'XLSemanal' inicia una colaboración para poner la música clásica al alcancede todos.
Se trata de un sueño hecho realidad que, como una matrioshka, encierra otros muchos sueños que se van cumpliendo en progresión inversa, no en su interior, cada vez más pequeños, sino expansivamente hacia fuera, transformando la realidad que su impulsora quería cambiar cuando empezó a soñar. Melómana irredenta, la pianista y mecenas vizcaína Paloma O'Shea imaginó hace más de tres décadas una idílica escuela superior de música en la que jóvenes talentos y diamantes en bruto por pulir recibieran, de forma gratuita, clases personalizadas de los más grandes y consagrados intérpretes y directores de orquesta a nivel mundial.
Buscaba, además, acortar la brecha entre la élite internacional y los intérpretes españoles que raramente accedían por entonces a ella y acercar, de paso, el gran tesoro de la música clásica a la sociedad española en su conjunto. Con tesón, la viuda de Emilio Botín fue tejiendo una red de apoyos y contactos y, en septiembre de 1991, tras haber visitado conservatorios de todo el mundo buscando la mejor metodología de estudio, logró inaugurar la Escuela Superior de Música Reina Sofía en unos chalets de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón, con la ayuda y el apoyo de genios como Mstislav Rostropóvich, Zubin Mehta, Yehudi Menuhin y Alicia de Larrocha.
Maestros y aprendices. De izquierda a derecha: la violonchelista turca Ülker Tümer, la violista española Noemí Fúnez Palencia (también en la imagen que abre este reportaje), el director croata de la cátedra de Trompa y música de cámara Radovan Vlatkovic y el tenor cubano Daniel Domínguez Quintero.
Contó, además, ya para ese curso inaugural de 27 alumnos, con cuatro profesores excepcionales al frente de las primeras cátedras: Dmitri Bashkírov, Zajar Bron, Daniel Benyamini e Ivan Monighetti, nombres pocos conocidos para el gran público, pero auténticas eminencias en sus respectivos instrumentos. O'Shea recuerda también el decisivo apoyo de la reina emérita doña Sofía, cuya evolución, como presidenta de honor, sigue muy de cerca. Una evolución que ha llevado a que hoy el centro de estudios –instalado desde 2009 a un paso del Palacio Real de Madrid en una impresionante sede con su propio auditorio de conciertos, el Auditorio Sony– cuente ya con 90 profesores y 170 estudiantes de 40 países, íntegramente becados, todos al cien por cien, en estudios cuyo valor ronda los 45.000 euros anuales por cada inscrito.
«Tocar para otros es lo mejor de la vida. Incluso si cometes un fallo. El primer escalón que subes antes de pisar un escenario es aceptar que no todo será perfecto»
La excelencia de su formación la confirma y consolida lo que la propia O'Shea consideraba diferencial: que los alumnos, desde el inicio, pudieran actuar ante el público. «Es el fin de este oficio –decía– y eso debe abordarse de forma natural, sin miedo». Muchos alumnos eligen, de hecho, la escuela por esa razón: se les exige preparar sus actuaciones como si fueran profesionales y hasta reciben una pequeña paga. Los conciertos en el Auditorio Sony (los hay cada semana, 150 al año) son gratuitos o –en algunos casos, si hay maestros invitados– con entradas a 10, 12 y 20 euros.
Una de las herramientas de la Escuela Superior Reina Sofía para cumplir con uno de sus principales propósitos —acercar la música a la sociedad— es la serie de vídeos Clásica para dummies, protagonizados por alumnos de la escuela. A partir de hoy, los vídeos se podrán disfrutar en la web de XLSemanal, de los periódicos de Vocento y La Voz de Galicia. Empezamos con El carnaval de los animales, de Camille Saint-Saëns. Puedes verlo aquí.
En sus vídeos, los jóvenes y talentosos intérpretes de la Escuela nos acercan a piezas musicales que todos tenemos quizá en el oído, pero de las que sabemos más bien poco. Y lo hacen no solo desde su gran conocimiento musical y su destreza interpretativa, sino también con una impactante frescura como comunicadores.
«Yo tengo el placer y el honor de trabajar aquí desde hace 23 años –dice el croata Radovan Vlatkovic, profesor titular del Departamento de Trompa– y una de las cosas bonitas son esos conciertos, que son en verdad una presentación pública de las clases. Y, al tener la escuela orquesta de cámara, gran orquesta sinfónica y tantas otras actividades, los alumnos están tocando todo el año ante el público». Esta formación tan específica ha permitido a la escuela alcanzar una altísima tasa de empleabilidad entre su alumnado: el 91 por ciento de los egresados integra las más destacadas orquestas y formaciones de cámara del mundo, un mercado feroz en el que suelen audicionar hasta 200 candidatos para cada una de las plazas que se convocan.
¿Cómo se ha conseguido esto? Por un lado, con un exitoso modelo de financiación mixto: «El 70 por ciento procede de mecenazgo privado –explica Julia Sánchez Abeal, CEO de la escuela–, con la participación de más de 90 empresas, desde una aportación importante de empresas del Ibex 35 a una menos cuantiosa de una pequeña empresa que quiere ser parte del proyecto. Otro 20 por ciento de la financiación procede del sector público: Ministerio de Cultura, Comunidad de Madrid y Ayuntamiento. Tenemos también mucha relación con el Gobierno de Cantabria y el Consistorio de Santander, porque hacemos muchos programas allí. Y hay, por último, un 10 por ciento de la financiación que proviene de ingresos generados por nosotros, con formatos alternativos, como talleres, servicios a empresas...».
Creciendo. Julia Sánchez Abeal –CEO de la Escuela– lleva diez años en el cargo, y entre sus futuros retos, se encuentra la ampliación de la escuela, que esperan inaugurar en 2026. A la derecha, la fundadora, Paloma O'Shea, con la reina emérita, doña Sofía, presidenta de honor, en la entrega simbólica de la llave del nuevo edificio cedido por el INAEM (Ministerio de Cultura y Deporte) para la ampliación del centro.
Por otro lado, subraya la CEO, para la transmisión de la más alta calidad musical «resulta clave contar con un equipo muy rico y mixto en cuanto a habilidades: músicos y gente que viene del mundo artístico y cultural, pero también de la gestión pura, del marketing... Es importante que quienes estamos en la gestión (50 personas, al margen de los profesores) podamos garantizar que la organización sea sostenible para poder generar impacto».
El 91 por ciento de los que salen de la Escuela integra las más destacadas orquestas del mundo, todo un éxito en un mercado feroz con apenas plazas
Un tercio de los alumnos son españoles; otro, de América Latina; y otro, del resto de Europa. La violista madrileña Noemí Fúnez Palencia lo tiene claro: «Esta escuela es la referencia por excelencia. Lo más top que pudieras encontrar a nivel pedagógico en tu instrumento, ese profesorado por el que te irías a formar en el extranjero, lo tienes aquí». Daniel Domínguez Quintero, tenor nacido hace 23 años en La Habana (Cuba), cursa el diploma en interpretación musical, que dura un año, prorrogable hasta cuatro, y lo confirma: «Desde que supe de esta escuela, solo aposté por ella. Me enamoré. Aquí recibo clases de piano, inglés, italiano, francés, alemán, fundamentación, educación auditiva, repertorio, coro ensemble... Es un lujo estar aquí».
Radovan Vlatkovic nació en Croacia hace 62 años y vive entre Austria y España. Lleva 23 años enseñando en la escuela, como director de la cátedra de trompa y música de cámara. «Esta escuela es excepcional —explica— por varios motivos; entre ellos, por ser ‘pequeña’, en el buen sentido: nadie es anónimo, nos conocemos todos. La comunicación funciona muy... Leer más
Radovan Vlatkovic nació en Croacia hace 62 años y vive entre Austria y España. Lleva 23 años enseñando en la escuela, como director de la cátedra de trompa y música de cámara. «Esta escuela es excepcional —explica— por varios motivos; entre ellos, por ser ‘pequeña’, en el buen sentido: nadie es anónimo, nos conocemos todos. La comunicación funciona muy muy bien y es muy cercana en la relación entre los estudiantes y sus maestros. Es a la vez muy particular porque el departamento artístico organiza muchos conciertos. Las clases, desde luego, son importantes y las hay en todas las escuelas, pero la asiduidad de los conciertos, con público, en un auditorio como el de la Escuela (el Auditorio Sony) les da a los alumnos de aquí la posibilidad de entrar en el mundo casi profesional y enfrentar problemáticas reales de un músico de élite. Como tenemos orquesta de cámara y gran orquesta sinfónica propias y tantas otras actividades, los alumnos están tocando todo el año. Nosotros mismos somos, además de pedagogos, músicos en activo y solemos tocar con otros músicos invitados. Y hay, a su vez, masterclasses, vamos al Auditorio Nacional a escuchar conciertos…. de tal modo que los jóvenes viven continuamente en ese ambiente y tienen una vivencia directa de cómo es la vida real de un músico profesional. Y la importancia de esta formación integral logras medirla con nitidez al ver que nuestros alumnos tienen un gran éxito entrando en orquestas importantes de todo el mundo, tocando de solistas o en grupos de cámara, algo que nos llena de orgullo. Ahora, que tengo ya más de 40 años de experiencia, los éxitos de nuestros alumnos me motivan más que los nuestros propios. Es muy importante también el grupo de profesores que, con la visión de Paloma O’Shea y de la Fundación Albéniz, se ha logrado crear: formamos un equipo pequeño, pero fuerte. Yo vengo una semana cada mes y resulta, para mí y para los alumnos, vital el apoyo de mi profesor asistente, Rodolfo Epelde, de mucha mucha experiencia y que ha tocado y toca como solista en destacadas formaciones, y de nuestro pianista acompañante, Luis Arias Fernández. Cada trimestre tenemos incluso un claustro de profesores y esto es superinteresante para mí: las opiniones e impresiones de otros colegas, que es lo que nos permite hacer un esfuerzo común. Esto es algo que a veces no se nota y no se da en las grandes escuelas. Después de un cierto número crítico de personas en una organización, este tipo de cosas se pierden y afectan al trabajo individualizado en general. Por eso, cada día que llego aquí, estoy contento de ser parte de este proyecto y de este team que alumnos y profesores formamos: ellos nos contagian todo el entusiasmo y la energía de su juventud y nosotros a ellos la experiencia y el apoyo de nuestras carreras».
Eso puede ejercer también una presión: en todo proceso de aprendizaje, la frustración es una inevitable compañera de viaje, más con el regalo, a veces envenenado, de tocar en público desde el inicio. «La sola idea de tocar para otros es lo suficientemente especial para sobreponerme a cualquier dificultad –dice la violonchelista turca Ülker Tümer, de 25 años—. Pienso que es lo mejor en mi vida y entonces todo está bien. Incluso si cometo un fallo. En ese momento no pasa nada: es el momento en que tú compartes con los otros algo personal, y eso siempre es bueno. Yo debo aceptarme con todos mis fallos. Ese es el primer escalón que subes antes de pisar el escenario. Debes aceptar que no todo será perfecto».
«La principal razón por la que yo he venido a España es por esta escuela —dice la violonchelista turca Ülker Tümer—. Después de haber hecho el grado superior en Alemania, no sabía muy bien dónde ir para subir aún más mi nivel (el que tenía en Alemania ya era muy bueno, pero quería mejorar aún más) y me puse a buscar, escuchando también recomendaciones... Leer más
«La principal razón por la que yo he venido a España es por esta escuela —dice la violonchelista turca Ülker Tümer—. Después de haber hecho el grado superior en Alemania, no sabía muy bien dónde ir para subir aún más mi nivel (el que tenía en Alemania ya era muy bueno, pero quería mejorar aún más) y me puse a buscar, escuchando también recomendaciones de otros músicos a mi alrededor y supe de esta escuela, que brindaba muchas oportunidades para los jóvenes, con retos de alto nivel continuos y cotidianos con increíbles músicos, que eran para mí grandes referentes». Nacida en Adana, al sudeste del Turquía, hace 25 años, Tümer estudió el grado superior en Alemania y, desde 2021, es alumna de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, en la Cátedra de Violonchelo Aline Foriel-Destezet, primero con el profesor Ivan Monighetti y actualmente con el profesor Jens Peter Maintz. Disfruta de becas Goldman Sachs y Fundación Albéniz. Ganó, entre otros, el primer premio en el Concurso Internacional de Música de Alemania y Austria y el Primer Premio Absoluto en el Concurso Internacional Citta di Barletta, Italia y actualmente se encuentra realizando pruebas para acceder a orquestas y formaciones de cámara. Es muy probable que su carrera siga en Alemania. «Me encanta la música de cámara —explica— y, desde mi primer año de violonchelo, toco en cuartetos. Me encanta también porque me permite conocer gente de otras culturas y países y tocar juntos, sabiendo incluso que no tienes por qué hablar la lengua del otro ni los otros la tuya. Con el lenguaje de la música puedes decirlo todo. Mi sueño es ese: tocar en cuarteto y seguir mejorando cada vez más». El fin último lo tiene claro: «Tocar en público es lo mejor que te puede pasar cuando te piensas como intérprete. ¿Nervios, presión? Siempre hay, pero la sola idea de tocar algo para otros es para mí lo suficientemente excitante y especial para poner lo mejor de mí en sobreponerme a cualquier dificultad. Pienso que es lo mejor en mi vida y entonces todo está bien. Incluso si me equivoco o cometo un fallo. En ese momento no pasa nada: es el momento en que tú compartes con los otros algo personal estando juntos y eso es siempre bueno. Yo debo aceptarme con todos mis fallos. Ese es el primer escalón que subes antes de pisar el escenario. Tienes que aceptar que no todo será perfecto».
Esta filosofía ante la música en su conjunto se ve potenciada a la vez desde la propia Escuela a través del Programa de Emprendimiento e Innovación Social en el que los alumnos desarrollan habilidades que exceden la mera interpretación: gestión presupuestaria y administrativa, trabajo en equipo, comunicación, marketing digital, producción... «Buscamos que, además de muy buenos intérpretes, tengan habilidades de emprendimiento, creatividad, pensamiento crítico, de que sean capaces de gestionar sus proyectos y ser ciudadanos muy completos, abordando la música desde muchos ámbitos», explica Sánchez Abeal.
En este sentido, y dentro de este programa, la Escuela no sólo financia los proyectos a los estudiantes: también les facilita un tutor que los asesore en todas las etapas. Los proyectos, propuestos directamente por los propios alumnos, deben presentar un reto de innovación social, artística, tecnológica o medioambiental.
«Los profesores son aquí tan buenos que, a veces, no hace falta ni que hablen –dice la violista madrileña Noemí Fúnez Palencia–. Solo con que te muestren cómo hacen algo, ya lo entiendes porque ellos han pasado antes por ahí, lo saben todo de tu instrumento». De 24 años, Fúnez Palencia estudia desde 2023 en la Cátedra de Viola Fundación BBVA de la Escuela... Leer más
«Los profesores son aquí tan buenos que, a veces, no hace falta ni que hablen –dice la violista madrileña Noemí Fúnez Palencia–. Solo con que te muestren cómo hacen algo, ya lo entiendes porque ellos han pasado antes por ahí, lo saben todo de tu instrumento». De 24 años, Fúnez Palencia estudia desde 2023 en la Cátedra de Viola Fundación BBVA de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, donde antes obtuvo su licenciatura y maestría con los máximos honores. «Empecé en 2017: he terminado mis cuatro años de bachelor (el grado superior) más un año del máster. Y ahora estoy haciendo el llamado ‘Título propio’, que es poder seguir formándote hasta antes del doctorado, si quisieras». Al valorar la importancia de la Escuela, no duda en insistir en el profesorado: «Lo más importantes es tener un buen profesor que te vaya guiando. Sin un buen profesor de este nivel es imposible llegar a ser un músico realmente muy bueno. Los profesores de aquí son top a nivel mundial. Entonces lo que te enseñan son sutilezas difíciles de descubrir y comunicar. Lo que saben ellos saben, además, enseñarlo, traducirlo al alumno y no todo el mundo sabe enseñar de esa forma. Y además del catedrático que viene una semana al mes, tienes, entre cada una de esas semanas, al profesor asistente, y eso ayuda mucho, porque tienes así varias referencias, múltiples visiones de una misma cosa. Y eso se agradece mucho». La violista subraya también el nivel de exigencia. «No es algo mensual o anual, por exámenes… No: es cada día. Tu vida, prácticamente, está aquí. Cada día te levantas y piensas: ‘Ok, tengo que ir a la escuela: estudio, como, pero sigo estudiando’. Y al tener un foco tan tan centrado, los resultados acaban viéndose. Llegas donde sueñas. Han pasado siete meses y la evolución puede ser brutal, porque es cada día». Esto, reconoce, puede ser un arma de doble filo cuando aparecen las dificultades y la frustración: «A ver. Yo soy muy positiva en general porque mi madre siempre nos ha transmitido unos valores que hacen que, ante un problema, lo veas como algo que te va a llevar a otro sitio. Entonces, si en algún momento me siento algo desmotivada, combino el estudio con algo me guste y me despeje. Leer, por ejemplo, o pintar. Busco esa luz en otras artes y después vuelvo a mi instrumento. Porque si tú estás desmotivado y sigues tocando, no sirve de nada: es una frustración que empieza a generar un bucle y se retroalimenta. Y a veces la desmotivación no viene del propio instrumento, sino de otras cosas de tu vida. O del contexto musical, pero no de la música ni de tu instrumento en sí. Entonces necesitas despejarte con algo que te guste. Es algo que pasa: a veces ves gente que sólo sabe de música. Y es terrible. La música es sólo una rama de las artes y muchas más pueden interesarte. Tu instrumento no lo es todo. Yo creo que ahí empieza la frustración, cuando estás centrado sólo en una cosa en tu vida: en cuanto eso se tambalea un poco, sientes que se cae toda tu vida. El tema de la salud mental y los jóvenes está muy en boga y es algo que atender; más aun en la música, porque hay gente muy muy buena y, a veces, es complicado lidiar con esa tensión de decirte: ‘Tengo que ser lo mejor que pueda’, ‘uy, ese toca mejor que yo…’. Pero es que da igual. Tus tiempos son tus tiempos. Cada persona es única. Y a veces tu proceso de mejora necesita otros plazos. Por suerte, en mi cátedra de viola, hay muy buenas vibraciones y cualquier persona que necesite una ayuda extra, ahí estamos todos. Nos cuidamos. Es superimportante. Hay que quitarle hierro. Son etapas».
«Hay una frase de Brecht que me gusta –agrega la CEO–: 'El arte no es un espejo en el que se miran los problemas, sino que es el cincel con el que ese espejo se esculpe'. Los artistas son una parte activa de la solución. En el programa de emprendimiento queremos tener esa reflexión con los alumnos: vives en el siglo XXI; cómo empatizas con estos problemas, qué solución ves posible desde la música, el arte; qué papel puede jugar un creador. Y hemos desarrollado algunos proyectos maravillosos, por ejemplo, con personas mayores, y los chicos salen diciendo: 'Solo por esto, por darle felicidad a estas u otras personas, ya vale la pena hacer lo que hacemos'. Estos proyectos de innovación social los ayudan a ver que lo de tocar excelentemente está muy bien, pero a la vez a saber que tienen ese poder de transformar vidas y de movilizar las emociones de las personas».
Daniel Domínguez Quintero nació en Cuba en 2000 y, desde 2023, estudia en la Cátedra de Canto Alfredo Kraus de la escuela. Es también abogado penalista. «Sí, me licencié en Derecho en la Universidad de La Habana y llegué a ejercer durante seis meses, que aunque no parezca mucho, ha sido muy intenso: he estado en unos 60 juicios como abogado penalista de oficio.... Leer más
Daniel Domínguez Quintero nació en Cuba en 2000 y, desde 2023, estudia en la Cátedra de Canto Alfredo Kraus de la escuela. Es también abogado penalista. «Sí, me licencié en Derecho en la Universidad de La Habana y llegué a ejercer durante seis meses, que aunque no parezca mucho, ha sido muy intenso: he estado en unos 60 juicios como abogado penalista de oficio. Y no, cantar lírico no supone menos presión que estar en el estrado como penalista. Está bastante parejo… [ríe]. Son dos escenarios totalmente diferentes, pero en los que tienes que dar, por igual, lo mejor de ti». Por entonces, no imaginaba que en pocos meses estaría iniciando lo que quizá acabe siendo una carrera como cantante lírico. «Esto entra en mi vida mientras estudiaba Derecho, con 19 años —explica—. Fue en los festivales de cultura de la universidad, cuando me pidieron que cantara algo de ese estilo. Yo hasta entonces sólo había cantado género popular: Marc Anthony, Adele, Lady Gaga, Juan Gabriel, Rocío Jurado… Pero, por imitación, me salió que podía cantar el brindis de La Traviata y, a partir de ahí, dije: ‘Bueno, espera, que creo que lo mismo puedo cantar lírico’. Y me enamoro del género por completo: empecé a ver más repertorio, contextos, sinopsis, historia… Y pensé: ‘Si quiero dedicarme a esto, tengo que formarme’. Así empecé, en paralelo al Derecho, a tomar clases con la soprano Milagros de Los Ángeles Soto Castillo, que fue una de las primeras figuras de la ópera de Cuba. Le debo mi vida: con apenas con tres clases, me dijo: ‘Ven, vamos a cantar el brindis de La Traviata juntos en un evento, con pianista en directo y todo. Aquello para mí fue una responsabilidad terrible, pero, a partir de entonces, fue incorporándome al Teatro Lírico Nacional de Cuba hasta que audicioné para el papel de Floristán en la ópera Fidelio, de Beethoven. Me lo concedieron y tuvimos ensayos generales y todo, pero el mismo día del estreno ocurrió la explosión del Hotel Saratoga en La Habana [47 personas muertos] y se canceló la función». Pese a ello, el joven tenor sólo quería más. Comenzó a formarse entonces también en solfeo y piano —«a nivel muy elemental», dice— hasta que un día vio la convocatoria de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. «No la conocía —reconoce—, y dije: ‘Bueno, vamos a intentarlo’. Y afortunadamente, en mayo pasado, me aceptaron. Y estoy muy contento porque, en cuanto supe de ella me enamoré y sólo quise venir aquí». ¿El salto diferencial que siente? «Yo creo que la exigencia. Es decir, la autoexigencia, por un lado, y, por otro, la exigencia que la propia escuela ejerce sobre ti. Todos llegamos aquí con la idea de superarnos y ponernos retos. La escuela te exige muchísimo, y no hablo de una exigencia convencional o de lo que has visto en alguna película, con el profesor que te golpea si te equivocas. Al contrario: aquí hay muy buenas ‘vibras’. Sonrisas siempre de los profesores. Pero buscan en ti el potencial que tienes más allá de lo que tú puedes ver. Antes de entrar a la escuela, por ejemplo, yo podía cantar en público, y la gente me aplaudía de pie. Pero los profesores, por el recorrido y la experiencia que tienen, te dicen: ‘Estuviste a un 90 por ciento, vamos a por ese 10 por ciento que te falta para la excelencia’. Es eso: los profesores no se conforman con nosotros ni con lo que ven en nosotros. Creen que siempre podemos ir un poco más allá. Y me están formando en mil cosas que ni había imaginado, y las pianistas acompañantes son de la altura de Natalia Kuchaeva Cuchart —una pianista magnífica y multilaureada–, Madalyt Lamazares, Laïla Barnat… Son muy buenas, muy buenas, muy buenas. Estamos aquí con la crema y la nata de la música. Quiero aprender todo lo que haga falta. Es un verdadero lujo estar aquí».
Con este mismo propósito de brindar un servicio a la sociedad, la Escuela ha lanzado en los últimos años varios proyectos para difundir su enorme patrimonio audiovisual de más de tres décadas: hablamos de los fondos documentales desde 2001, recogidos en el Canal Escuela, muchos con acceso gratuito, que reúnen más de 3000 horas de clases magistrales y conciertos de sus alumnos, más las retransmisiones en directo que asiduamente se realizan.
Protagonizado por los alumnos de la Escuela Superior de Música Reina Sofía
Lejos de asentarse en lo cosechado, la Escuela —cuyo decano es el destacado compositor y director valenciano Òscar Colomina i Bosch, formado en Londres y repescado por Paloma O'Shea en la Yehudi Menuhin School— no para de ir a más y en 2026 inaugurará su ampliación edilicia tras alcanzar un acuerdo con el Ministerio de Cultura para lograr la cesión por 50 años del edificio contiguo a la Escuela, cerrado desde hace una década. «El objetivo sigue la línea de acercar más la música a la sociedad —explica Sánchez Abeal—; ese espacio será un punto de encuentro con públicos, con audiencias, con personas. En concreto, crearemos los departamentos que nos faltan para completar todos los instrumentos: percusión, tuba, trombón más dirección. Tendremos a la vez una Sala de ensayo muy grande para la orquesta sinfónica, que en la Sony no nos cabe, y crear una escuela de niños, precollege, antes del grado superior. Habrá a la vez una cafetería y un espacio para hacer eventos en los que poder generar encuentros con las diversas empresas que colaboran con nosotros. ¿Plazo? Contamos con 'estrenar' en 2026».