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«Una vez que entras en la Casa Blanca, nunca encuentras la salida»

Michelle Obama

¿La candidata en la sombra para frenar a Trump?

«Una vez que entras en la Casa Blanca, nunca encuentras la salida»

Kevin Lamarque.

Michelle Obama reconoce en público que es difícil volver a una vida 'normal' después de haber pasado por la Casa Blanca. Quizá por eso muchos demócratas en Estados Unidos todavía confían en que dé un paso al frente y sea su candidata para derrotar a Trump. Es viable. Podría ser en agosto. En Washington ya corren las apuestas...

Viernes, 17 de Mayo 2024

Tiempo de lectura: 8 min

Es un soleado día de primavera en San Luis (Misuri). El público, tras varias horas de espera, cuando ve subir a su ídolo al escenario, salta de sus sillas y sumerge a Michelle Obama en un auténtico mar de amor. Abogada, escritora, primera dama, icono de estilo... la esposa del primer presidente negro de Estados Unidos ha sido muchas cosas en su vida. Y para muchos es posible que esté a punto de iniciar un nuevo capítulo: candidata a la Casa Blanca.

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El esprint de la dama. Muchos demócratas creen que Biden, de 81 años, es demasiado mayor para presentarse a la reelección. Y aún es posible que Michelle sea la candidata. Barack Obama fue proclamado candidato demócrata en junio de 2008 y elegido presidente en noviembre de ese año. Hasta entonces era un desconocido.

Desde hace meses, en medios y mentideros políticos circula el rumor de que podría presentarse como candidata, de que en la convención del Partido Demócrata de agosto Joe Biden hará un gran gesto al anunciar su dimisión y proponer a Michelle Obama en su lugar. En 2023, de hecho, la propia administración Biden admitió que los demócratas habían realizado encuestas para comprobar las posibilidades de Michelle Obama.

La posibilidad para muchos es real. Se percibe entre la masa que la jalea en San Luis, imbuida por una febril expectativa de salvación: la última esperanza para detener a Donald Trump. «Yo votaría por ella», confirma Alfreda Hyatte, una demócrata entusiasta que llegó a las siete de la mañana al Centro de Convenciones para estar lo más cerca posible de su ídolo.

Aunque los Obama han dejado claro varias veces que apoyan a Biden y a su vicepresidenta, Kamala Harris, Michelle Obama tuvo que negar recientemente que se planteara entrar en la carrera presidencial. Lo hizo en respuesta a las afirmaciones de prominentes legisladores republicanos, como la congresista Marjorie Taylor Greene o el senador Ted Cruz, y a la publicación de noticias según las cuales la expareja presidencial instaría a Biden a no presentarse nuevamente.

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Una legión de seguidores. Sus fans se identifican tanto con ella que intentan 'protegerla'. «Ella es tan delicada y sensible que quizá sea mejor que sirva al país de otra manera», dice una trabajadora social de Tennessee, temerosa de que los 'monstruos' de Washington acaben con ella. Getty Images.

A pesar de los desmentidos, en las casas de apuestas en Estados Unidos se considera a Michelle, de 60 años, como una de las candidatas más prometedoras de cara a las elecciones de noviembre. Una (de momento) fantasía que responde, según los analistas, a una profunda frustración, ya que nunca en la historia de Estados Unidos se habían enfrentado dos candidatos con tan elevados índices de rechazo entre sus enemigos. Al fin y al cabo, dos tercios de los estadounidenses consideran que Biden es demasiado mayor para liderar el país más poderoso del mundo durante otros cuatro años. Frente a él, Donald Trump, de 77 años, es visto por muchos como una gran amenaza para la democracia, al margen de su larga lista de causas pendientes.

A primera vista, Michelle parece el modelo opuesto a ambos candidatos: una mujer que no se dejó envenenar por el cinismo del mundo político y que, a pesar de sus ocho años en la Casa Blanca, mantiene su popularidad intacta. Obama defendió causas como la educación, la alimentación saludable, el deporte, la igualdad entre hombres y mujeres o los derechos de las minorías mientras figuraba de forma recurrente entre las mujeres más elegantes de su país y ocupaba portadas en revistas como Vogue.

La propia Administración Biden admitió que el Partido Demócrata había realizado encuestas para comprobar las posibilidades de Michelle Obama

En Becoming, su autobiografía, publicada en 2018, Michelle se ganó a millones de corazones describiendo su largo viaje personal, incluidas las dificultades que padeció para quedarse embarazada de Malia y Sasha, gestadas por inseminación artificial. «Ver a las mujeres felices por la calle con sus hijos me provocaba un fuerte deseo, seguido de una palpitante sensación de imperfección», escribió. Y, en parte, fue esa admitida vulnerabilidad lo que la convirtió en una estrella.

Una mujer como las demás

En su último libro, La luz en nosotros, Michelle habla de sus esfuerzos para superar los miedos. Relata, por ejemplo, cómo luchó contra las iniciales ambiciones políticas de su marido. «No me hacía ninguna gracia la imprevisibilidad y la ruptura que implicaría una campaña presidencial», escribe, aunque, al final, admite que no se habría perdonado a sí misma negarle esa oportunidad. «No quería tener que decirles algún día a mis hijas que su padre podría haber sido presidente, que tenía el coraje de hacer algo grandioso y que yo lo detuve argumentando que era mejor para todos, cuando en realidad se trataba solo de mi comodidad, de dejar las cosas como están».

En el Centro de Convenciones de San Luis, el 80 por ciento de las personas que escuchan a Michelle son mujeres. Al hablar con ellas, surge una y otra vez una frase: «Es muy accesible». Su marido, sin embargo, exudaba siempre superioridad intelectual y una distancia irónica. Ni siquiera en uno de sus momentos más oscuros –el día en que Trump fue elegido su sucesor– Obama perdió la compostura. «La historia no es una línea recta», sino que va en zigzag, afirmó el entonces presidente saliente.

Michelle nunca tuvo la indestructible confianza en sí misma de su marido, esa que propició su viaje de hijo de madre soltera a Harvard, después a senador por Illinois y finalmente a ser el primer presidente negro. Su esposa, por el contrario, ha hablado a menudo de lo mucho que le afectó el abierto rechazo de los republicanos y calificó de repulsiva la mentira de Trump al decir que su predecesor no había nacido en Estados Unidos y que, por tanto, era un presidente ilegítimo. «Fue una insidiosa locura cuyo racismo subyacente apenas se ocultó –escribe en sus memorias–. Estaba destinado a incitar deliberadamente a los locos».

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Retrato de una época. El retrato de Michelle Obama pintado por Amy Sherald se exhibe en la Galería Nacional de Washington. Rodeada de todos los héroes del país, Michelle atrae a más espectadores que la mayoría de los presidentes y su retrato ha disparado las visitas a esta pinacoteca. Getty Images.

En palabras de Michelle, la política es un negocio sucio del cual es mejor mantenerse alejada. Cuando Oprah Winfrey –reina de los programas de entrevistas– le preguntó el año pasado si pensaba postularse a la Casa Blanca, ella replicó: «Nunca he mostrado el mínimo interés por la política. Nunca he sido una gran admiradora de la política, y las experiencias de estos años no han cambiado eso».

Sus libros y apariciones públicas pivotan alrededor de asuntos como sus desafíos y crisis personales, pero nunca sobre cuestiones políticas. De hecho, no se sabe lo que piensa sobre la guerra en Ucrania ni sobre la lucha contra la inflación. Como primera dama nunca se le habría ocurrido –cosa que sí hizo Hillary Clinton cuando ocupó el mismo puesto– elegir como asunto insignia la reforma sanitaria, sin duda el más peliagudo que pueda ofrecer la política estadounidense. Prefirió plantar un huerto para promover una mejor nutrición.

En San Luis, sin ir más lejos, cuenta a su audiencia la historia de cómo su madre le regaló un despertador cuando tenía 4 años para que pudiera levantarse sola por la mañana. Es una anécdota trivial, pero en boca de Michelle se convierte en una parábola sobre cómo educar a los hijos para que sean independientes. Michelle tiene el talento para presentar banalidades como la sabiduría suprema de la vida. Esa cualidad y la capacidad para mantenerse al margen de políticas específicas, probablemente, sean las causas de su inmensa popularidad.

La principal ‘coach’ del país

Por ahora, el puesto que ocupa Michelle es el de la principal coach del país. En San Luis le lanza al auditorio otra hermosa frase: «Una vez que entras en la Casa Blanca, nunca encuentras la salida». Lo que quiere decir que, como ex primera dama, nunca podrá moverse en público con tranquilidad. Siempre vigilada, rodeada de guardaespaldas. Lo que más echa de menos, dice, es algo tan simple como pararse en la caja de un supermercado y escuchar a la gente. Una sencillez que choca con la acritud de Donald Trump. Y por eso, como icono de esa América que no se identifica con el magnate, Michelle Obama suena como el único rival capaz de derrotarlo.

De hecho, para las mujeres que acuden a escucharla en San Luis solo hay una razón por la que Michelle no debería postularse a la presidencia: el miedo a que sea aplastada por la brutalidad de la política. La identificación con esta mujer es tan intensa que sus fans parecen preocupados por ella como si llevara una existencia precaria. Y nada más lejos, claro, ya que los Obama residen por temporadas en una casa de ocho millones de dólares en el moderno barrio de Kalorama, en Washington DC, y en una villa frente al mar de doce millones en Martha's Vineyard, una exclusiva isla, refugio de millonarios, frente a la costa de Nueva Inglaterra.

A diferencia de Hillary Clinton, Obama conecta con la gente. Sube vídeos a Instagram, da charlas en recintos abarrotados, y es toda una referencia para millones de mujeres

En el escenario de San Luis, Michelle es entrevistada por Isabel Wilkerson, la periodista que reseñó Becoming para The New York Times, la reseña más larga que jamás haya aparecido en ese periódico. Wilkerson le pregunta qué le diría ahora a su padre, que murió cuando ella tenía 27 años. «Espero que esté orgulloso –responde, su voz entrecortada antes de lanzar a la periodista un humorístico reproche–. Oye, me estás matando con todo esto». Es el final perfecto, un clímax lleno de lágrimas que concluye con un intenso abrazo entre la periodista y Obama.

Es esa humanidad la que podría ser su gran arma contra Trump. Una posibilidad que remite a aquella célebre frase –quizá la más famosa de todas las que ha pronunciado– que soltó en la Convención Demócrata de 2016, donde Hillary Clinton fue elegida candidata presidencial: «Cuando ellos bajan, nosotras subimos». Clinton, sin embargo, fue incapaz de superar su distancia emocional hacia el americano medio y, poco después, Donald Trump se convertía en presidente.

A diferencia de Clinton, Obama conecta con la gente porque hace cosas como subir a Instagram un vídeo en el que se la ve en un supermercado de Misuri, oculta bajo una capucha y gafas de sol; se la ve encantada de moverse sin que nadie la reconozca. Le compra un juguete a su perro y una camiseta a Barack. ¿Renunciará a esa limitada libertad para intentar convertirse en la primera mujer en ocupar el despacho oval? El mundo entero estará pendiente de ello.

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