Tyler James
«Yo era el único amigo de Amy Winehouse al que no pagaban por estar a su lado»
Tyler James
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Un día de verano de 2011 Tyler James volvió a la casa que compartía con Amy Winehouse, con la que llevaba casi una década conviviendo, y encontró a su amiga muerta en su dormitorio. Dos días antes, Tyler se había ido, por enésima vez. Era la táctica que usaba para que Amy dejara de beber. Los informes médicos indicaron que el alcohol –junto con la bulimia– acabó por matarla. «Yo ya no sabía qué hacer», recuerda James hoy. Como siempre, Amy lo llamó al día siguiente: «Vuelve a casa, cariño, te lo pido por favor».
Aquel 23 de julio de 2011 se encontró con un camillero en el recibidor. No le extrañó: Amy volvía a las andadas con frecuencia. Cuando llegó la segunda ambulancia, supo que había pasado algo serio. En el momento de morir, Winehouse llevaba tres años sin tocar la heroína ni el crack. «Cosa que nadie le ha reconocido nunca», observa James, de 39 años.
Los fotógrafos de la prensa sensacionalista llevaban tiempo montando guardia frente a la casa, registrando hasta el más nimio detalle: la esquelética estampa de Winehouse, provocada por la bulimia; sus 'ciegos' de heroína, las heridas autoinfligidas, la relación destructiva con Blake Fielder-Civil, el hombre con quien se casó y del que no tardó en divorciarse y que inspiró muchas de las letras del álbum Back to black, de 2006; sus tropezones al subir o bajar del coche… Los camilleros salieron con Amy metida en una bolsa. Los periodistas decían que su final estaba cantado. Pero James nunca pensó así.
Tyler y Amy se conocieron cuando ella tenía 12 años en una escuela de teatro. Consiguieron sus primeros contratos discográficos juntos. De los dos, James era el que parecía que iba para famoso por su belleza a lo Leonardo DiCaprio y su voz del estilo de Justin Timberlake. «A ella –dice James– todos la consideraban una espléndida cantante de jazz, pero no comercial. Nadie suponía que fuera a tener un éxito tan descomunal».
Él, sin embargo, pronto vio como su discográfica le rescindía su contrato. Y entró en el mundo de la bebida y las drogas (de las que más tarde se desenganchó en una clínica de rehabilitación, pagada por Amy). Por su parte, Winehouse debutó con su primer álbum, titulado Frank, con 20 años. Lo siguió Back to black, y poco después empezó a tener que vérselas con las presiones derivadas de la repentina fama mundial… y de las adicciones. En lo fundamental, la historia de Tyler y Amy es la de dos amigos destruidos por la celebridad. Uno de ellos vivió para contarlo; la otra no.
«Amy era mi vida entera –confiesa el cantante–. Nunca he sentido una conexión tan estrecha con alguien, y nunca más voy a sentirla. Yo la quería. Y mi única misión en la vida era conseguir que volviera a estar bien. Era lo único que me importaba. Quiero que la gente se dé cuenta de lo mucho que luchó para desengancharse y de lo cerca que estuvo de dejar el alcohol, de lo tan cerca que estuvo de recobrar la salud».
Estoy hablando con Tyler James porque, a diez años del fallecimiento de la cantante, ha escrito un libro sobre la vida con su amiga del alma. My Amy: the life we shared ('Mi Amy: la vida que compartimos').
«Me propuse contar cómo era Amy en realidad. En un mundo marcado por la fama más absoluta, por la intrusión más absoluta también. Por la total falta de privacidad. Me temo que pocos llegan a comprender el efecto que todo esto ejerce sobre una persona. Lo que ella ansiaba era llevar una vida normal. La fama fue lo que le jodió la vida, hasta el fondo».
«Amy pasó por muchas cosas. Y le resultó muy duro. La situación en Inglaterra entonces era otra. Si eras una persona famosa, los periodistas tenían carta blanca para perseguirte por todas partes, sin que les importaran los efectos sobre tu estado mental, la posibilidad de agravar tu adicción o de volverte loco. Creo que hoy no se permitiría. Y Amy no fue la única, claro».
James cuenta unas historias que ponen los pelos de punta. Un día, Winehouse hizo trizas un espejo y se infligió cortes con una de las astillas de cristal. Otras veces se ponía a vomitar de manera compulsiva. Solía automedicarse con fármacos y drogas de todo tipo.
Tras dejar la heroína, Winehouse un día le confesó: «Habré malgastado medio millón de libras en drogas. Se necesita ser imbécil. Me podría haber comprado una casa. Te podría haber comprado una casa».
La historia de Amy es, en sentido literal, una tragedia: una joven dotada de una voz increíble, pero sin la fortaleza psicológica para sobrellevar las presiones provocadas por ese regalo de los dioses. Amy Winehouse siempre fue de carácter introvertido, problemático incluso. A los 14 años ya tomaba antidepresivos. Cuando por fin logró dejar las drogas duras, tres años antes de su muerte, bebía alcohol a todas horas, pudriéndole las entrañas para ahogar la ansiedad que le provocaba no ser capaz de responder a las expectativas de los demás.
«Yo siempre le decía lo mismo: 'Es mejor estar viva y ser Amy a secas que morir en el intento de ser Amy Winehouse 24 horas. ¡Que le den por saco a esa Amy Winehouse! ¡Tú no eres ese personaje de tebeo! ¡Olvídate del puto personaje!'». La Amy real era una mujer tímida y reservada. La otra Amy –el personaje famoso– no me gustaba nada».
Antes de su fallecimiento, cuando Tyler la regañaba por su consumo desaforado de alcohol, Winehouse le respondía con gritos y con insultos, tan fuera de sí que James fingía marcharse de la casa dando un portazo. «Para entonces, yo era el único amigo que le quedaba, el único que estaba a su lado sin que me pagaran por ello. Amy es el amor de mi vida», recalca, hablando de ella en presente, y no por primera vez.
«Amy era mi alma gemela, éramos como dos mitades de la misma persona. Nunca imaginé que un día tendría que vivir sin ella. Nuestra relación nunca fue sexual, pero cuando murió me sentí como si hubiera perdido a mi esposa. Llegué a pensar en matarme. Pero mi madre se encaró conmigo y me habló claro: 'No quiero verme en la misma situación que Mitch (el padre de Amy). Has de ser fuerte y apechugar con lo sucedido'. Me pasé cinco años limitándome a sobrevivir».
Tyler James hoy vive con la familia de un amigo en una granja. Ha renunciado a sus sueños de ser cantante. Todavía recuerda cuando a veces le preguntaba a Winehouse: «¿Te das cuenta de la suerte que tienes en la vida?». La respuesta de Amy era cortante: «Tyler, la fama es como un cáncer terminal. No se la deseo a nadie».
Winehouse era más que consciente de los absurdos de la fama, del extraño poder que le confería. «Nadie osaba plantarle cara. Un día me dijo: 'Si me diera por exigir la sangre de una niña africana virgen, seguro que alguien me la traería en bandeja'. Amy estaba por encima de la ley y lo sabía. A veces montaba un follón de mil demonios en un bar y se reía al salir. Era su forma de decir: 'Todo esto de la fama es una payasada. Resulta grotesco'».
Cuando tenía 25 años, James se las arregló para dejar de beber y se libró de la adicción a la cocaína que lo había llevado a consumir hasta cinco gramos al día. Se dijo que si él lo había logrado, ella también podía conseguirlo.
Insiste en que Winehouse tan solo quería una cosa para él: que encontrase el amor en la vida. Así se lo dijo durante la llamada de teléfono hecha justo antes de morir. Pero Tyler James nunca lo ha encontrado de forma duradera, como no fuera en su relación con ella. Una relación platónica, si hacemos abstracción de que una noche, en la lejana adolescencia, estuvieron besándose en una discoteca. «Amy era una hermana para mí», subraya él. Por lo demás, James prefiere no hablar mucho de este tema. «¿Que si ahora mismo estoy con alguien?», repite. «No. Solo estoy con el perrito que tengo en casa. No hay más».
«Amy era mi familia. Amy era mi mundo». El trauma por lo presenciado durante tantos años y el intenso dolor por su pérdida terminaron por cobrarse su precio hace unos cuatro años, cuando aún vivía en Londres.
«Desperté en mitad de la noche, rabioso, y empecé a romperlo todo, llorando […]. Aquel día lo pasé fatal. Pero empecé a escribir todas estas cosas, en forma de notas en mi móvil. Y al día siguiente me encontré un poco mejor. Seguí escribiendo, más y más, vaciándome. Fue una catarsis increíble, como si hubiera hablado con un psicólogo y le hubiera volcado todo cuanto había dentro de mí. Cosa que nunca había hecho. Y me dije que tan solo yo podía contar la historia de Amy, para que todos se hicieran cargo de cómo fue su vida en realidad, para que pudieran oír su voz otra vez».
En 2015 se estrenó Amy, documental dirigido por Asif Kapadia que obtuvo varios premios. El padre de ella, Mitch Winehouse, se desvinculó de la película al ver que esta planteaba la posibilidad de que hubiese estado aprovechándose del éxito de su hija. Y, por supuesto, hay una cuestión de fondo: ¿fue quizá posible hacer algo más para proteger a Amy de las maquinaciones de la industria discográfica y también para protegerla de sí misma? Porque las giras y las obligaciones contractuales siguieron siendo incesantes cuando más hundida se sentía.
Tyler James recalca que muchos se preocupaban por ella, y su familia más que nadie. «Mitch tiene mala fama, lo sé, y no digo que no cometiera un solo error. Yo soy el primero en cometer errores. Y manejarse con una persona sumida en la adicción es duro, muy duro. Mucha gente piensa que Mitch tan solo estaba interesado en el dinero, pero yo no lo veo así, ni por asomo».
«La situación le venía jodidamente grande, como a todos. Yo no creo que Mitch estuviera explotando a su hija, de eso nada. Quiere a su hija con locura... ¡La quería! Y ella lo adoraba. Era un buen padre. Pero cuando una persona es adicta, todos sufren. Y la fama es otra enfermedad, que también afecta a las personas cercanas».
«Yo no culpo a nadie –subraya–. No culpo a la industria musical. No culpo a Mitch. No culpo a los representantes de Amy. La culpa la tuvo la adicción. La adicción mató a mi amiga».
En el funeral, James no estuvo sentado en el asiento tradicionalmente reservado al 'marido'. Reg Traviss, su último novio, fue quien lo ocupó. Y James estuvo sentado a su lado.
«A veces voy andando por la calle y alguien se acerca y me pregunta: 'Tú eras el mejor amigo de Amy Winehouse, ¿no?'. Muchas veces ni saben cómo me llamo. Pero no me importa. Porque sigo sintiéndome orgulloso. ¡Orgulloso de haber conocido a una chica como ella! No me arrepiento de que mi vida quedara en segundo plano, en absoluto. Cuando quieres a una persona con toda tu alma, lo das todo. Y no te arrepientes».