
Antonio López está contento. Con 88 años afronta la recta final de su trayectoria con «ilusión y buena salud». Su rutina le «salva». Por las mañanas sigue yendo a la fundición donde ultima el encargo de las puertas de la catedral de Burgos. El resto del día sigue retratando los temas de su casa. Unos cuarenta cuadros del mismo tamaño, sobre su vida, su familia y los espacios donde habita. Las marcas verdes por toda la casa dan fe de esa suerte de mapeo que mide todos los espacios para facilitarle el trabajo. Sus ganas de pintar del natural nunca se fueron y tampoco las de retratar la ciudad porque «no aguanto la soledad en una habitación».