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Miquel Barceló En el Museo del Prado 'Cuanto más entiendo las cosas, más dolorosas son'

La pandemia lo pilló en Kenia huyendo de una ruptura sentimental. Allí improvisó un taller en una cabaña al borde del mar. El resultado son unas acuarelas con tonalidades flúor nunca usadas por el pintor. De crisis que te sumergen y de volver a respirar hablamos con Miquel Barceló en el Museo del Prado.

Por María de la Peña Fernández-Nespral | Fotografía: Daniel Méndez

Sábado, 30 de Abril 2022

Tiempo de lectura: 10 min

Miquel Barceló  (Felanitx, Mallorca, 1957) ha vuelto a viajar y a inaugurar exposiciones. Viene de Japón, de presentar su obra en cuatro museos, y acaba de llegar a Madrid después de dos años de ausencia para mostrar su último trabajo producido durante el confinamiento. Cerámicas de su alfarería de Mallorca y un conjunto de bellísimas acuarelas que pintó en Kiwayu, una isla remota de Kenia. Allí improvisó como tantas otras veces un 'taller de campaña', en una cabaña al borde del mar, para huir de una ruptura sentimental. Nadie lo diría por el colorido de los dibujos: brillantes tonalidades flúor que nunca antes había utilizado. «Casi toda la paleta es nueva. Me influyó el ambiente de coral de la isla», matiza. Pasaba los días buceando y dibujando. «Debajo del agua exorcizaba los demonios», añade.

Visiblemente contento y de la mano de su nueva novia, acude como siempre que viene a Madrid, al Museo del Prado. Allí nos citamos con él después de dos horas de hambriento deambular y de ejercer felizmente de guía a su pareja. Habla rápido y con una alegría de vivir contagiosa. No es para menos. Está en uno de sus mejores momentos. El próximo otoño vuelve a exponer en su otro museo más querido: el Museo del Louvre. Un gran bodegón que cerrará la muestra. Paradójicamente, en blanco y negro. «Algo absolutamente distinto. Si pinto algo que ya he pintado antes, me siento petrificado», recalca.


XLSemanal. ¿Cómo fue recibida su obra en Japón?

Miquel Barceló. Fue sorprendente la cantidad de gente que había en la exposición. En Japón te sientes un extraño y eso siempre es bueno, porque cuanto más entiendas las cosas, más dolorosas son, y eso de no enterarte de nada ayuda mucho. Me encanta ir, pero no viviría allí nunca. Es todo lo contrario de lo que busco. Tanta contención, tan poco espacio…

«El centro de las ciudades históricas es rico. La periferia vive en la miseria y la ignorancia. Esi nunca acaba bien. Si la vida no es porosa, no tiene futuro»

XL. Aquí, en el Prado, es diferente, ¿no?

M.B. Sí. Me siento como en mi casa. Me ha gustado mucho venir con Tamar (su novia), que estuvo aquí cuando tenía 20 años. Le he enseñado como se parecen el Greco, Velázquez y Goya. Los tres han pintado el Cristo y los hemos comparado. Le he enseñado también Ribera porque yo tengo uno muy bonito en París, una María Magdalena. Es la misma modelo que está aquí en dos lienzos preciosos, pero en mi cuadro era más joven. Al parecer, era la amante de Ribera y se ve todo su deseo a la hora de pintarla. Ribera es un grandísimo artista.

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«Pintar es como bucear». «Es algo muy solitario porque estás tú y tu respiración. Cualquier fallo es fatal. Siendo artista se sufre muchísimo. Tienes todas las garantías para ser infeliz. Pero pintar es inevitable». En la imagen: Danse tantrique, 2021. 87,5 x 117 cm. Acuarela sobre papel.

XL. ¿Cómo ha encontrado el Prado?

M.B. Me ha chocado la restauración de La anunciación, de Fra Angelico. Demasiado limpio, demasiado azul, demasiado dorado… Tal vez tengo que acostumbrarme. Recuerdo cuando limpiaron Las meninas que me pareció bien. En cambio, la intervención de los Murillos me pareció excesiva; les quitaron las veladuras.

XL. ¿Qué le parece la mayor presencia de mujeres artistas en el Prado?

M.B. Son signos de los tiempos, modas, y acabarán quedando las buenas obras de mujeres. Era necesario porque había pinturas de mujeres que no estaban expuestas, pero buscar pintoras por el hecho de serlo… Me parece necesario, pero un poco torpe. Pintoras hay las que hay y no van a descubrir una genio porque simplemente no la había. Espero que sea algo pasajero. La historia no se puede cambiar.

XL. Su hija, que es artista, en cambio, hoy en día no tiene ningún problema, ¿verdad? 

M.B. No. Al contrario, le beneficiará ser mujer. Vive en París y es pintora con mucho carácter. Tiene muy buena mano. Acabó Bellas Artes, a diferencia de mí.

XL. ¿Usted la impulsó a ser artista?

M.B. Al revés, hubiera preferido que fuera dentista o cirujana; que fuera feliz porque siendo artista se sufre muchísimo, es un mundo muy difícil. Tienes todas las garantías para ser infeliz. Pero pintar es inevitable. Yo tengo momentos buenos, pero el sufrimiento lo llevo conmigo. Preferiría que mis hijos no vivieran en esa angustia y sufrimiento. Muchos padres desean que sus hijos sean artistas para vivir su éxito. Pero el éxito es humo.

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Nourritures terrestres et marines, 2021. 98,5 x 99,5 cm. Acuarela sobre papel.

XL. ¿Cómo lidia usted con esos momentos de sufrimiento?

M.B. Tengo 65 años y ya he vivido varios de esos. Encima, voy por la quinta o sexta separación.

XL. Irse a Kenia fue una forma de refugiarse de una separación. Aparte de las acuarelas que muestran los animales y la naturaleza de la isla, hay varios autorretratos en la exposición. ¿Más de lo normal?

M.B. Sí. En momentos de crisis siempre vuelvo al autorretrato. Es una forma de hacer tabula rasa, de retomar el hilo. No hago autorretratos sistemáticamente, pero a menudo, cuando estoy en momentos de confusión, perdido o en transición hacia un cambio, es una manera de volver a empezar.

XL. ¿Bucear también lo ayudaba en Kenia? 

M.B. Bucear es algo muy solitario porque estás tú y tu respiración. Tienes una concentración muy intensa. Cualquier fallo es fatal. Buceando es mortal y en una pintura corres el peligro de destruirla. Al mismo tiempo, ocurren siempre pequeños accidentes porque es inesperado. Es sumergirte y salir; para mí es muy parecido a como pinto, porque mis cuadros muchas veces están en el suelo. Me sumerjo, casi en apnea, mientras pinto y vuelvo a respirar para mirar el cuadro. El gesto de acercarse y alejarse del cuadro es como bajar y subir a la superficie del mar. a

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Frente a frente. «En momentos de crisis, de confusión, vuelvo al autorretrato».

XL. ¿Puede ser una especie de meditación?

M.B. He buceado cada día muchos años de mi vida, con o sin botellas, y es efectivamente como una meditación, una forma de controlar la respiración. Es bueno porque, cuando aprendes a bucear, aprendes a tener capacidad pulmonar y a saber relajarte para no gastar oxígeno, y eso es una forma de meditación. Pintar tiene algo muy similar.

XL. ¿Cómo está viviendo la guerra en Ucrania? 

M.B. Es muy doloroso y lo estamos viviendo como una guerra europea, que es lo que es realmente. Y es injusto pensar que cuando mataban gente en Alepo no nos afectaba tanto, pero igualmente si matan gente en Zaragoza nos afectaría más que si los mataran en París. Es muy humano y te das cuenta de que puede suceder aquí mañana. También me parece muy triste pensar que esta guerra la pagamos nosotros. No deja de ser un cinismo absoluto.

XL. ¿Cómo definiría el momento que estamos viviendo, entre guerras y pandemias?

M.B. Es un momento de confusión total. Es como los estertores del siglo XX. Se dice que, cuando los imperios se desmoronan, siempre ocurre un episodio militar. Cayó todo el bloque soviético sin guerra. Y ahora, con retraso, está ocurriendo. Es una guerra agónica, como sucedió en Irak y Afganistán. Guerras que no concluyen en nada; guerras, como la de Ucrania, que no tienen sentido. Los chinos ganarán dinero y también los americanos, vendiéndonos armas, pero ¿a quién beneficia? Puede ser que los rusos ocupen Dombás, pero perderán muchísimo más con las sanciones. Tal vez era la única salida que tenía Putin para mantenerse en el poder. Tanta torpeza y crueldad es muy difícil de entender. Es una masacre. Ese terror es como una vuelta a la Edad Media.

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Los colores de Kenia. «Me compré acuarelas nuevas. Son colores flúor. Kremer, el fabricante de pigmentos, me hizo unas pastillas enormes de colores muy estridentes. Tenía muchas ganas de probarlas».

XL. ¿Qué opina sobre la comercialización del arte? ¿Se pierde la visión del pintor, del oficio, en favor de producir una obra comercial?

M.B. Siempre ha habido pintores comerciales en todos los momentos. Yo espero estar en la lista de los buenos [risas]. Tengo mucha suerte de que se vendan mis cuadros y siempre me parece que es casi un milagro porque pienso que todo lo que hago es lo contrario de lo que había hecho antes.

XL. Es la falta de coherencia en su obra de la que habla. Cuando en realidad no lo es tanto, ¿no?

M.B. Es una incoherencia aparente porque, si conoces mi obra, te das cuenta de que no es así. Necesito esta contradicción para avanzar. Si pinto algo que ya he pintado, me siento 'petrificado'.

XL. En esa aparente incoherencia choca ver los colores de las acuarelas en su exposición. Nunca se habían visto en su obra.

M.B. Me compré acuarelas nuevas. Son colores flúor. Kremer, el fabricante de pigmentos, me hizo unas pastillas enormes de colores muy estridentes y tenía muchas ganas de probarlas. Casi toda la paleta es nueva. Como estaba en un ambiente de coral, con esos colores tan vivos, con combinaciones rarísimas, me atreví a probarlos. Es como en la cocina, haces un plato con los ingredientes que tienes.

«Es triste pensar que esta guerra la estamos pasando nosotros. Es de un cinismo absoluto»

XL. ¿El papel de las acuarelas también era especial?

M.B. Sí. Tuve la suerte de conseguir un papel de bambú de Tailandia, de un chico que lo encuentra en el bosque y que medía hasta dos metros.

XL. Dijo que pintar es un acto privado, parecido a la masturbación. Explique. 

M.B. Yo no sé pintar si me miran. Cuando he hecho performances, es casi como un exhibicionismo un poco violento para mí. Veo los copistas del museo y no sería capaz. Cuando me proponen poner una cámara mientras pinto, no me apetece nada. Yo quiero que se vea el proceso en el cuadro, no en un filme. En cambio, tener fotos de los diferentes estadios, por qué no. Pintar es como hacer algo casi tabú. Y cuando es así es cuando funciona. Es una forma rara de pintar la mía, muy física. Yo necesito saber que no tengo ojos más que los míos encima.

XL. ¿Tiene ayudantes? 

M.B. Ellos llegan cuando yo acabo. Es lo que me gusta, que desaparecen. En Mallorca, el taller está en el campo y no hay nadie. Solo los perros, que me miran. El perro lo admito. Me encanta verlo cerca y sale mucho en mis cuadros.

XL. ¿Cómo es la obra que expondrá en el Louvre en octubre?

M.B. Es un bodegón grande en blanco y negro. Estoy haciendo mesas muy largas con grisalla. Algo completamente nuevo. Lo estoy disfrutando mucho, pero no durará. Pasaré pronto a otra cosa.


Barceló saca su teléfono móvil, cuya funda, desgastada, está pintada por él, para mostrar el bodegón y otros que acaba de pintar. «Es un bodegón con un pez espada, una langosta, peces, butifarras colgando, manzanas, un melón, una cabeza de cerdo, una vela, calaveras a modo de vanitas, el perro debajo de la mesa, un autorretrato con un ramón de flores en forma de jarra, como una cerámica, una cabeza de caballo... Todo lo que se ve es nombrable, reconocible», describe. Y alude a Sánchez Cotán y el cuadro del cardo del Museo del Prado que acaba de ver.


XL. ¿Es difícil parar de pintar cuando se tiene tal pasión?

M.B. He estado dos semanas en Japón sin pintar. Pero lo normal es que al cabo de unos días necesite ir al taller. Intento estar en buena forma para seguir. Corro y nado a diario. En los años ochenta iba de fiesta todas las noches y lo aguantaba, pero a mi edad me gusta estar fresco. Para pintar, es necesario.

XL. Conserva una alegría de vivir que salta a la vista.

M.B. Debe de ser hereditario. Mi madre es así.

XL. ¿Cómo está su madre? ¿Sigue bordando manteles?

M.B. Acaba de cumplir 96 años y está estupenda. Está bordando un mantel y no quiero que lo acabe demasiado deprisa porque a lo mejor cuando lo termine piensa que ya se puede morir. Tenemos un hilo de comunicación a través de sus bordados. Compartir la pintura con ella es más que la afiliación, es otra unión que va más lejos. Es bonito.

«Mi madre siempre pensó que yo no tendría ningún problema para ganarme la vida. Yo no, pero si ella lo pensaba, sería verdad porque tiene muy buena cabeza. Esa confianza ayuda mucho»

XL. Recuerda que su madre siempre tuvo confianza en usted, como artista y como persona. ¿Lo ayudó en su carrera?

M.B. Sí. Y ahora me doy cuenta. Yo no tenía mucha confianza en mí mismo y me preguntaba cómo haría para ganarme la vida. Yo sabía que era bastante inteligente y que podía haber estudiado cualquier cosa, pero me negué. Mi madre siempre pensó que no tendría ningún problema. Y, si ella lo pensaba, sería verdad porque tiene muy buena cabeza. Esa confianza ayuda mucho.

XL. El Prado siempre ha sido un buen alimento para usted. Y normalmente viene con un cuaderno donde dibuja y escribe anotaciones. Conserva cientos de cuadernos a modo de diarios. ¿Se siente cómodo en la escritura?

M.B. Es un desahogo, pero soy más lector que escritor. Leo a diario y, cuando pinto, a veces, escucho audionovelas. Sobre todo, cuando hago cerámicas. Ahora he vuelto a leer todo Proust. Mientras estaba en Kenia, lo leía y me pareció bastante distinto. También los diarios de Chirbes que acaban de salir y a una americana, Laura Kasischke y su libro Un mundo perfecto. 

XL. ¿Sigue viviendo entre París y Mallorca?

M.B. Últimamente he estado más tiempo en Mallorca. París se ha convertido, al igual que otras ciudades históricas, en una fortaleza. El centro es rico y está muy protegido y, en cambio, la periferia vive de espaldas a todo, en la miseria e ignorancia. Eso no acaba nunca bien. Si la vida no es porosa, no tiene futuro.