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Cuatro artistas frente a sus obras más inspiradoras

LO QUE HE APRENDIDO EN EL PRADO

Cuatro artistas frente a sus obras más inspiradoras

ANTONIO LÓPEZ, ALBERTO GARCÍA-ALIX, SOLEDAD SEVILLA Y RAFAEL CANOGAR

En el museo. Fotografía tomada dentro del Museo del Prado. XLSemanal.

Lo visitaron desde niños y algunos lo rechazaron, pero luego sucumbieron a su hechizo y quisieron contagiarse de Velázquez, Goya y los demás. Las grandes estrellas del arte español contemporáneo confiesan, en el libro Diez artistas y el Museo del Prado, sus afinidades e intimidades –y también sus quejas– relacionadas con la pinacoteca.

Domingo, 27 de Septiembre 2020

Tiempo de lectura: 7 min

Tomelloso, 1936

ANTONIO LÓPEZ

La primera vez que visité el Museo del Prado tendría cinco años. Acompañaba a mis padres en un viaje a Madrid. Recuerdo lejanamente sus grandes salas y la viva inquietud que sentí ante la pintura El príncipe Baltasar Carlos a caballo, de Velázquez; ese niño, que tendría mi edad, galopando en un paisaje tan solitario.

A los trece años llegué de Tomelloso a Madrid con el proyecto de estudiar Bellas Artes, de ser pintor, ilusionado con visitar el museo. Recuerdo bien la decepción que me produjeron esas pinturas tan oscuras y severas. Me acompañaba mi tío Antonio. Yo no conocía otra pintura que la suya y, al salir del museo, le confesé que me gustaba más su trabajo que todo lo que acabábamos de ver. Yo era entonces un muchacho joven y muy ignorante.

«Hoy, hay una distancia enorme entre el hombre y la religión. Pero queda algo que tiene que ver con el amor, con el misterio, con la necesidad de protección. El 'Cristo crucificado', de Velázquez, recoge todo eso»

Como todo en el arte español, el Prado es un museo de apariencia modesta, profundo y austero. Durante los años de formación iba al museo todos los domingos; a veces, todos los días. Iba solo o con algún amigo; luego, con Mari, mi mujer. He ido muchísimo, ¿qué otro sitio había? Pero el arte de mis sueños no lo encontraba entonces allí, tampoco la respuesta a tantas dudas como yo tenía.

Fue en un viaje a Italia en el verano de 1955, en compañía de mi amigo el escultor Francisco López, cuando, saturados de tanto arte italiano, recordé la pintura española del Prado y se desveló para mí el secreto de su grandeza: su maravillosa belleza.

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La austeridad española. «El buen arte español es lo más difícil de todo, porque ni es cruel ni es llamativo ni tiene una estética; es de apariencia modesta, austera», dice Antonio López. A la izquierda. Retrato de criada. La gallega (1645-1650), de Diego Velázquez; a la derecha. Mari (1961), de Antonio López.

Como ocurre en todos los museos, en el Prado sobran cuadros y faltan nombres importantes. Faltan etapas y falta la escultura. No hay más que dos o tres siglos de pintura, pero Velázquez lo compensa.

No tuve flechazo con Velázquez, me costó. Tuve que crecer, saber más para entrar en él. Cuando vas conociendo más el mundo y la pintura, llegas a Velázquez. Es una combinación de la máxima inteligencia y el talento; y es muy verdadero porque no te miente: Velázquez es una persona de la que te puedes fiar. Pienso siempre mucho en Velázquez y, ahora, mucho en el Cristo: te habla de lo más elevado de la vida, de un dios. Está hecho con respeto a Cristo y al espectador. No le pone sangre, no trata de conmover de una manera barata y burda.

«El Prado es un museo de pintores muertos, pero de pintores. No hay ningún pintor en el patronato. Eso me parece mal. El Prado ya no tiene en cuenta la voz de los pintores»

La pintura española tiene un sentido religioso muy profundo. El arte religioso español elevado es grandioso. Cuando Zurbarán acierta al expresar lo religioso, es una preciosidad. Zurbarán y Velázquez comunican algo de lo religioso que a mí me gusta mucho.

La religión está en el alma del hombre, ese vínculo con el más allá, con la figura de un dios. Yo creo en eso. Hoy en día hay una distancia enorme entre la vida del hombre y la religión, también en el arte. ¿Cómo haces el arte religioso ahora? Hay una palpitación de lo religioso en todos los hombres. Algo queda que tiene que ver con el amor, con el misterio ante la grandeza del mundo, con el universo, con el amparo, la necesidad que tenemos de protección. Y el Cristo crucificado, de Velázquez, recoge todo eso.

El español puede llegar a ser muy maniático y el Prado es un reflejo de su personalidad. Pero España tiene cosas muy buenas. Y ahí está Velázquez; vuelvo siempre a él: es uno de nuestros salvavidas. A mí Velázquez me ha ayudado. Cuando yo pintaba el cuadro de la familia real, tenía libros de Velázquez abiertos solo para verlos porque siento un enorme placer, me reconforta, me da fuerza, me alegra.


León, 1956

ALBERTO GARCíA-ALIX

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Mi madre, licenciada en Historia, le fascinaba el Prado; le parecía esencial para nuestra educación. Nos cogía a los cinco hermanos una mañana de domingo e íbamos de museos. La primera vez que fui, tendría unos trece o catorce años, y tengo la imagen de un museo con una atmósfera más decimonónica. Creo que sentí las primeras pulsiones eróticas mirando desnudos en sus salas, con La maja desnuda, de Goya… ¡Seguro!

Estoy convencido de que a toda persona con un fondo sensible, aunque carezca de cultura o hasta de interés por la pintura, el Prado la atrapará por la potencia que desprenden las obras.

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Cómo colocar las manos. «Un pintor no coloca mal una mano, la pinta con intención; la deja caer elegantemente sobre un ángulo. Y allí hay un mensaje», dice García-Alix. Cristo muerto sostenido por un ángel, de Antonello da Messina (1475-1476), y Autorretrato con el cuerpo herido, de García-Alix (1981).

Me he alimentado más de pintura, de cine y de literatura que de fotografía. Aprendemos con toda creación que nos emociona. Creo que soy heredero del arte español. En mi trabajo soy sobrio y preciso con la composición.

El Prado, al igual que el Louvre o el Rijksmuseum de Ámsterdam, es una gran lección para un retratista. Si eres sensible, disfrutas mucho el museo, pero si, además, eres fotógrafo y amas el retrato, el Prado te da una clase maestra.

«Creo que sentí las primeras pulsiones eróticas mirando desnudos en sus salas, con 'La maja desnuda', de Goya… ¡seguro!»

Mientras hacía las fotos para la exposición Doce fotógrafos en el Museo del Prado, el museo era solo para mí. De esta aventura de hacer fotos en el museo, además de con las imágenes, me quedo con las noches paseando solo por sus galerías. ¡Es la hostia! Y no miento si digo que hubo veces que sentí ganas de llorar frente a ciertas obras. Se puede hacer una visita en una mañana, pero no vale una vida entera para disfrutar el Prado.


Valencia, 1944

SOLEDAD SEVILLA

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El Museo del Prado no es solo un recorrido para la mirada, sino también para el espíritu, a través de la creación, de lo bello, de lo espiritual, de lo sublime… Es una experiencia transformadora. En ocasiones no es únicamente la inspiración individual de un cuadro, sino la de todo el conjunto, su inmanencia completa, la esencia que se desprende al recorrer sus salas. Tiene un aura. Y es muy emocionante entrar en él.

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Vestiduras que parecen mármol.
«Rubens pintó a los Apóstoles casi como un escultor, prácticamente exigiendo que la tela imite al mármol, y es en ese carácter escultórico de las vestiduras donde quise focalizar mi trabajo», cuenta Soledad Sevilla. San Pablo, de Rubens (1610-1612), y Apóstoles mayores, de Soledad Sevilla (2007).

Durante mi primera etapa de búsqueda intelectual y artística, el Museo del Prado no apelaba a mis intereses de entonces. Me decantaba hacia la creación contemporánea y lo que quería era ver arte moderno. Acababa de terminar los estudios de Bellas Artes y estaba ansiosa por descubrir lo nuevo. Ahora, cuando visito el museo, pasar por Velázquez es siempre imprescindible, como lo es visitar a los italianos de la época de Guido Reni, y también me gusta deambular por las salas porque cualquier obra me acaba estimulando o sorprendiendo.

«El Prado es un recorrido para el espíritu a través de lo bello y lo sublime»

Pienso que el Museo del Prado no responde a nuestro momento, al actual estado de cosas, que es pura banalidad, un magma donde todo se produce con la rapidez que desprenden las pantallas, donde no hay pausa ni quietud alguna…


Toledo, 1935

RAFAEL CANOGAR

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Durante el periodo informalista, los pintores españoles tomamos como referencia a ciertos pintores y ciertos cuadros del Museo del Prado: fue fuente de inspiración y encuentro con nuestras raíces. Veíamos nuestras creaciones como una consecuencia de esas obras maestras tan cercanas a nosotros; era un tremendo apoyo cuando estábamos huérfanos de información.

Todos en nuestro grupo —El Paso— fuimos tocados por las Pinturas negras, de Goya. Nos influyeron mucho por su fuerza, expresividad e intensidad, por su grito de libertad.

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La asombrosa facilidad de Rubens. «Hice la reinterpretación de Las tres Gracias, de Rubens (1630-35), en 1967, en un momento de búsqueda entre mi informalismo y mi realismo. Me gusta mucho Rubens. Tiene una facilidad asombrosa», explica Rafael Canogar.

Goya pintó un cuadro muy especial para mí, Perro semihundido, una obra muy misteriosa que nos ha influido a muchos artistas. También me inspiraron otras obras clásicas, como el San Serapio, de Zurbarán. Las arrugas de su hábito son como los surcos en la materia de mis cuadros informalistas.

«Cuando estábamos huérfanos de información, el Prado fue nuestra fuente de inspiración. Los del grupo El paso fuimos tocados por las 'Pinturas Negras', de Goya, por su grito de libertad»

Me parece lógico que el Prado se abra al arte contemporáneo; lo actual no es sino una prolongación de lo anterior. Me encantaría ver mi obra expuesta en el Prado, pero no la veré. Habría tenido más posibilidades hace cuarenta años. Ahora es el turno de otros estrellatos.