Tesla, SpaceX, Twitter Hablan quienes mejor lo conocen ¿Qué está tramando realmente Elon Musk?
Es el hombre más rico del mundo. Ha reinventado la industria automovilística, manda cohetes al espacio y coquetea con comprar Twitter por 44.000 millones de dólares... aunque siempre puede cambiar de opinión: sus declaraciones, a golpe de tuit, son tan desconcertantes como asombrosos sus logros tecnológicos. Hablamos con los amigos, biógrafos y expertos que mejor lo conocen.
Intentar aproximarse a Elon Musk es sumergirse en una riada de anécdotas que tienen a él, al raro, al friqui, como protagonista. Cuando empezó la invasión rusa de Ucrania, Musk ofreció su red de satélites, Starlink, a Kiev para que el país pudiera mantener en pie el sistema de comunicaciones. Poco después retó a Vladímir Putin a un duelo. A través de Twitter, cómo no. Putin podía acudir con su oso si quería, escribió. Luego anunció, obviamente en broma, que lo siguiente que iba a hacer era comprarse Coca-Cola –la compañía– para volver a añadirle al refresco la cocaína que presuntamente llevaba en sus primeros tiempos.
Elon Musk ha revitalizado los viajes espaciales y revolucionado la industria automovilística. Hasta ha encontrado tiempo para presentar una actualización del software de Tesla que permite a sus coches imitar el sonido de las flatulencias. «Por favor, en mi lápida poned: 'Inventó el coche que se tira pedos'», escribió en Twitter.
Elon Musk, de niño, ya 'al mando'.
Si la pregunta es cómo ha conseguido llegar tan lejos, surgen varias respuestas: su desbocada voluntad, su inteligencia. Su radicalidad. Y también su talento para el relato, sobre todo cuando se trata de su propia historia, de su leyenda.
¿Y hasta dónde ha llegado Elon Musk concretamente, en qué se ha convertido? Pues hoy es un hombre de 50 años, padre de gemelos, de trillizos y de otros dos hijos más. También es dueño de una fortuna de 240.000 millones de dólares. Pero no solo eso. Está marcando toda una época, la nuestra. Seguramente se seguirá hablando de él dentro de 100 años.
Sufrió 'bullying' de niño, según contó él mismo. Lo tiraron por la escalera y lo patearon. Estuvo una semana en el hospital
Aunque Musk tuitea mucho, no cuenta gran cosa sobre su vida privada, en realidad ni siquiera es un gran orador, más bien es una persona retraída, desconfiada en el mejor de los casos.
«Creció en un país sin libertad», dice Jim Cantrell, uno de los cuatro primeros empleados que tuvo SpaceX. Lo dice por la Sudáfrica del apartheid. «Es algo que todavía lo sigue marcando», añade. Cantrell conoce a Elon Musk desde hace dos décadas, es uno de los muchos que al principio pensaban que le faltaba un tornillo y que hoy lo admiran. Elon Musk es «un misterio encriptado», asegura.
Musk, nacido el 28 de junio de 1971, creció en Pretoria, la capital de Sudáfrica. «Vivió el fascismo», dice Cantrell, el del régimen racista impuesto por la minoría blanca, aunque él tuvo una vida privilegiada. El padre era ingeniero, pero también era un «hombre malvado», como el propio Musk diría tiempo después.
Leer la enciclopedia británica en trance
En su infancia, Musk conoció la tiranía de los fuertes, entre los que no se contaba precisamente: Elon, el bicho raro, fue durante años víctima de bullying y violencia física en el colegio. Una vez, un compañero lo tiró escaleras abajo y otros chicos lo molieron a patadas. Tuvo que pasar una semana en el hospital. Años más tarde se sometería a una operación de cirugía estética para arreglarse la nariz rota.
Otra vez se escondió de un grupo de chavales que iban buscándolo y su mejor amigo, amenazado, lo delató. El propio Musk habló del tema años después, cuando ya tenía varios miles de millones en el banco. Se lo contó a Ashlee Vance, su biógrafo. «Eso duele, joder», dijo Musk.
Una persona frágil, distinta. Un chico que se leyó todos los libros de la biblioteca local y luego se lanzó a por la Enciclopedia Británica. Se la leyó de cabo a rabo. Con 9 años. «A veces parecía entrar en una especie de trance», contó Maye, su madre. Preocupada, lo llevó a varios médicos, sin resultados. Con el tiempo aprendió que en esos momentos era mejor dejarlo tranquilo. «Ahora ya no le digo nada porque sé que está diseñando un nuevo cohete o algo así».
Hace un año, el propio Elon Musk confesó que sufre síndrome de Asperger, una forma leve de autismo. A veces dice cosas extrañas, pero es que su cerebro funciona así. Y al oír hablar de él a personas como Cantrell, que tan bien lo conoce, resulta inevitable preguntarse si en el fondo Musk es un niño grande. O si de niño ya era el adulto que es hoy. De una forma o de otra, su vida está llena de elementos fuera de lo común. Ya lo estaba cuando tenía 9 años y lo está hoy que tiene 50.
Tras una estancia temporal en Canadá, el país de origen de su madre, Musk se trasladó a Estados Unidos. El motivo de su salida de Sudáfrica fue huir del servicio militar obligatorio. No quería, dijo, servir al régimen del apartheid.
Durante sus años de estudiante de Ciencias Físicas hizo dinero alquilando una casa apartada y transformándola en un local nocturno. También hay una anécdota sobre este capítulo de su vida: a una de las fiestas acudió su madre, separada ya de su marido y dispuesta a hacer carrera como modelo en Estados Unidos. Como Maye Musk vio que el club de su hijo no tenía taquillera, se puso ella misma en la puerta para cobrar los cinco dólares de entrada, dinero que metía en una caja de zapatos con una mano mientras con la otra sujetaba unas tijeras como instrumento de protección personal.
«Marte es un ideal para Musk. Allí puede construir su propio Estado», explica Adrian Daub. Sería el amo y señor del nuevo mundo
A mediados de los noventa, Musk fundó con su hermano Kimbal una start-up en California, era una combinación de Google Maps y Tripadvisor a la que llamaron Zip2. Los dos hermanos vivieron durante un tiempo en la oficina, para ducharse iban a un albergue juvenil cercano. Finalmente vendieron Zip2 por más de 300 millones de dólares. Elon invirtió casi toda su parte en PayPal, el nuevo servicio de pago digital fundado a medias con el emprendedor alemán Peter Thiel. Y se hizo enormemente rico. Acababa de cumplir 31 años.
Fue en esta fase cuando conoció a Jim Cantrell. Musk lo llamó porque entendía de cohetes, sobre todo de los rusos. Le pidió que fuera a verlo y lo acompañara a Rusia para hacerse con viejo material soviético para SpaceX. Cantrell se puso al volante rumbo a California. Iba llenó de escepticismo, pero acabó embarcándose en el proyecto. «Como es natural, los rusos no se lo tomaron en serio», dice Cantrell. «Yo tampoco lo hacía», añade, y a continuación cuenta cómo fue el momento fundacional del programa de cohetes de SpaceX. Ocurrió durante el viaje de vuelta a Estados Unidos. Musk levantó la vista de su portátil y le dijo: creo que puedo construir los cohetes yo mismo. Cantrell sonrió. Musk señaló la pantalla del portátil e insistió: que sí, mira, he hecho una tabla.
Dijo que podía construirlos y los construyó. Aunque los comienzos fueron complicados. El primer cohete, lanzado en 2006, se estrelló cuando no llevaba ni un minuto en el aire. El segundo terminó precipitándose en el mar. El tercero tampoco lo logró. Corría el año 2008, la crisis financiera estaba en su apogeo y Musk tuvo que pedir un préstamo para pagarle el sueldo a su gente. En el año 2012, Tesla vendió poco más de 3000 vehículos. Cuando el Modelo 3 salió al mercado, en 2017, la empresa se encontraba a un mes de la bancarrota. Este año, Tesla prevé vender más de un millón de coches. Ya es la empresa automovilística más valiosa del mundo. Y Musk, el hombre del que tanta gente se reía, ya es el doble de rico que Bill Gates.
Las casas que poseía en California las ha vendido todas, presuntamente ya no tiene ningún inmueble en propiedad. Musk hace su vida en Boca Chica, un pueblo de Texas cerca de México. Vive al lado de la planta de SpaceX. La cantante canadiense Grimes, con quien mantiene una relación intermitente, dijo una vez que, en algunos aspectos, Elon Musk vive como si estuviera por debajo del umbral de la pobreza.
Grimes, la mujer que aparece en su nuevo videoclip como una guerrera elfa de ojos rojos, es la madre de los dos últimos hijos de Musk. Al niño le pusieron de nombre X AE A XII. En casa lo llaman simplemente X, mientras que a su hermana pequeña, Exa Dark Sideræl, la llaman Y. No se sabe si tienen intención de seguir avanzando en el abecedario…
Denuncias de racismo y acoso sexual
Pero volvamos al tema de los cohetes. Por lo visto, Musk realmente entiende cómo funcionan sus motores. Incluso colabora en la construcción. «Es muy rápido a la hora de entender las interrelaciones, da miedo», dice Cantrell. Y añade que Musk es todo menos banal. «Los demás multimillonarios se parecen entre sí. Son aburridos. Bill Gates es el mejor ejemplo. Elon, por el contrario, es muy divertido, puede ser encantador».
Siempre y cuando no trabajes para él, dice Cantrell. «A mí quería controlarme a todas horas, incluso lo que hacía con mi tiempo libre». Musk es una persona que no sabe de límites, ni para él ni para sus empleados. «Si no consigue lo que quiere, se pone furioso», asegura Cantrell. Por eso acabó cansándose de él y se marchó de la empresa. Además, en los últimos tiempos se sucedían las quejas de empleados de color y mujeres sobre la cultura dominante en el imperio empresarial de Musk. Muchos dejaron sus trabajos, algunos incluso llegaron a los tribunales en vista de que nadie en Tesla tomaba en serio sus denuncias de racismo y acoso sexual. No, Musk no siempre cae bien. ¿Y llegará a Marte? Cantrell dice que está convencido. «Lo hará. Y yo lo veré». Cantrell tiene 56 años.
Musk es una persona contradictoria: por un lado, es un ídolo. Por otro, un tipo que recién divorciado le preguntó a su biógrafo: «¿Cuánto tiempo necesitan las mujeres a la semana? ¿Diez horas? ¿O eso es lo mínimo? No tengo ni idea». Son las palabras de una persona a quien los demás le resultan unos aliens. Ashlee Vance, su biógrafo, asegura que Musk es «más complejo de lo que parece. Pero o se lo odia o se lo ama». Y añade: «Hay algo de religioso ahí».
Un dios que se deja distraer por Twitter y se mete en guerras personales. Escribe respuestas cáusticas cuando algún político progresista propone que los multimillonarios paguen más impuestos. Al senador Bernie Sanders le contestó: «Siempre se me olvida que sigue usted vivo». También bromeó sobre el coronavirus en los primeros momentos de la pandemia.
¿Es posible que Elon Musk haya perdido el norte? ¿O lo que pasa es que lo estamos entendiendo mal?
Para Adrian Daub, profesor de la Universidad de Stanford que lleva mucho tiempo siguiendo a los multimillonarios de las grandes tecnológicas, Musk es un romántico: «Marte es su faro». Una fantasía infantil que nunca lo ha abandonado. Y que le granjea la simpatía de muchos. «Musk no quiere que lo controlen. Toda forma de colectividad le parece un horror», añade Daub. Eso es lo que hace que Marte sea ideal. «Allí puede construirse su propio estado. Un estado que no pueda ser atacado desde la Tierra porque es él quien controla el transporte entre los dos planetas». Elon Musk sería el dueño de la vida y la muerte. El amo y señor del nuevo mundo. Hasta el cambio climático lo ve a su manera: él se encargará de vender billetes a Marte, así que ya no habrá necesidad de salvar la Tierra.
Daub dice que Musk vende una ilusión: la de que nunca tendremos que cambiar. Comprarse un Tesla S es como comprarse una indulgencia plenaria, «te permite conducir un deportivo sin tener mala conciencia. Como si así no hiciera falta renunciar a nada». Y si al final la Tierra se va al garete, pues nos agenciamos un planeta nuevo y listo. Que muchos vean esta postura como una muestra de cinismo, mientras el propio Musk se ve a sí mismo como un salvador, quizá sea la razón última de ese abismo insalvable que lo separa del resto de la especie humana.
Ese abismo se hizo patente en Alemania el otoño pasado. La fábrica de Tesla de Berlín organizó una jornada de puertas abiertas, que se inauguró con un discurso del jefe. Nada más salir al escenario, Musk se pasó 20 segundos mirando al público en silencio, esperando a que una empleada le trajera un móvil con unas frases en alemán. «Muchas gracias a todos los que habéis apoyado la construcción de la Gigafactory Berlín-Brandemburgo, esta fiesta es para vosotros», leyó. Y luego añadió, también en alemán: «Y ahora, a pasarlo bien. ¡Berlín-Brandemburgo es la caña!». A continuación, prosiguió su discurso en inglés y empezó a saltar de un tema a otro de forma inconexa. Entre el público se percibía inquietud. Una de las asistentes expresó su incomprensión en un susurro: «¿Pero de qué está hablando?». Una vez más, parecía alguien venido de otro planeta.
© Stern
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