Robert Redford Leyendas del cine Robert Redford: «Odio que digan que soy una leyenda. ¡Aún no he terminado, amigos!»
Robert Redford dejó de actuar hace unos años y vive alejado de las alfombras rojas, pero eso no significa que esté retirado. A sus 86 años continúa siendo un activista involucrado y se dedica a la pintura en su casa de Utah. Rescatamos una reveladora entrevista, donde repasa los mejores y peores recuerdos de su juventud.
Viernes, 30 de Septiembre 2022
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Su cabellera rojiza está despeinada; la sonrisa, brillante. Sus rasgos se le han suavizado con la edad –su piel se ha curtido– pero el magnetismo de Robert Redford aún electrifica. «Cuando envejeces, aprendes ciertas lecciones de vida. Aplicas esa sabiduría y de repente dices: ‘Oye, esto es un nuevo incentivo para vivir. ¡Adelante!’».
Sonríe y dice: «¿Qué puedo contarte?». Y empieza. «Cuando entré en el mundo del espectáculo, tenía la inocente idea de que dejaría que mi trabajo hablara por mí. Nunca estuve interesado en hablar de mí mismo», dice Redford. «Sin embargo, estamos en una época diferente, y los famosos están de moda. Yo también podría entrar en ese juego, pero poco a poco».
Parece que Redford se siente más cómodo al hablar de su vida, aunque le espanta que se refieran a él como una «leyenda viviente». «¡Eso realmente me molesta! –dice–. ¿Significa que me van a hacer una estatua de bronce? ¡Uf! ¡Aún no he terminado, amigos!». Charles Robert Redford, de ascendencia inglesa, escocesa e irlandesa, creció como hijo único en un vecindario hispano en Santa Mónica. Su padre, Charles, trabajaba como repartidor de leche. Uno de sus primeros recuerdos se remonta al colegio, a finales de la Segunda Guerra Mundial.
«Meterme en líos, rozar el límite, robar... era mi válvula de escape. Me estaba pasando de vueltas y temí acabar mal»
«Esta tenebrosa tendencia a cuestionar a los judíos comenzó a sentirse en nuestra escuela», evoca Redford. «Yo no sabía qué era un judío. Pero de pronto la gente susurraba sobre quién lo era y quién no. Un día Lois Levinson, una amiga mía muy inteligente, se levantó durante la clase y dijo: ‘Mi nombre es Lois Levinson. Soy judía y estoy muy orgullosa de serlo’. La clase se quedó boquiabierta». Esa noche, a la hora de cenar, Redford le comentó a su padre lo que había pasado y le preguntó: «¿Qué soy yo? Si ella es judía, ¿yo qué soy?».
«Tú eres judío, y debes estar orgulloso», le dijo. El niño corrió a su cuarto, llorando. «Pensé: ‘Estoy perdido’», se ríe ahora Redford. «Escuché que mi madre le decía: ‘Charlie, haz el favor de ir y explicarle’. Mi padre entró en mi cuarto y me dio una lección. Me mostró lo injusto que era lo que estaba pasando. Dijo: ‘Todos somos iguales’». Esas palabras lo marcaron. «Cada vez que veía gente tratada de forma injusta por cuestiones de raza, credo o cualquier otra razón, me irritaba», afirma Redford.
Atleta nato, capitaneó los equipos de fútbol americano y béisbol de su escuela. «Nunca fui un buen alumno. Me tuvieron que arrastrar para que entrara en preescolar. Me era difícil sentarme a atender. Yo quería salir, que me educaran la experiencia y la aventura, pero no sabía cómo expresarlo».
Finalizó la escuela secundaria a trancas y barrancas, y coqueteó con los problemas. «Meterme en líos con amigos, rozar el límite, robar tapacubos por 16 dólares... era mi válvula de escape. Para mi familia y los profesores era un tipo que estaba perdiendo su vida. Tenía problemas con las normas de comportamiento. Me ponían nervioso».
Sin embargo, gracias a su habilidad con los deportes obtuvo una beca de béisbol para la Universidad de Colorado, que perdió, según dicen, debido a la bebida. «En parte fue así», admite. Después de un año, la dirección de la escuela le pidió que no regresara. Al mismo tiempo su madre, Martha, fallecía, a los 40 años. «Tuvo una septicemia tras el parto de las dos mellizas, que murieron al nacer. Yo tenía diez años», dice en voz baja. Su propio nacimiento fue difícil, y los médicos le aconsejaron a su madre no tener más hijos. «Ella quería tanto una familia que se volvió a quedar embarazada». Su muerte fue un duro golpe. «Me parecía tan injusto. Pero, extrañamente, su muerte también me liberó, me permitió volar solo, algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo».
«Cuando murió mi hijo, me sentí culpable. Es una herida que nunca se acaba de cerrar». El niño tenía cinco meses y su muerte marcó para siempre la vida del actor
Cuando ahorró lo suficiente, Redford viajó a dedo hasta Nueva York y se fue a Francia. Siempre le había gustado dibujar y decidió ser artista. «En Europa dibujaba con tiza sobre las aceras, y la gente le daba dinero», cuenta Duane Byrge, una crítica cinematográfica de Hollywood Reporter que ha seguido la trayectoria de Redford durante décadas. Redford pasó 18 meses en Europa, donde, asegura, «logré madurar». Llegó a París en los 50, sin conocer el idioma ni la cultura, y vivió entre un grupo de estudiantes políticamente activos. «Cuestionaban mis ideas políticas, ¡que no existían! Corrían por las calles para protestar, así que me uní a ellos. Eso amplió la visión de mi país. Cuando volví, me cuestioné algunas cosas y empecé cierto activismo».
Con apenas 20 años, Redford volvió a Los Ángeles y conoció a Lola Van Wagenen, una estudiante de 17 años de Utah. Una reina de la belleza de origen mormón con la que se casó a los 21 años de edad. Él estaba pasando una mala racha cuando se conocieron: deprimido por la muerte de su madre, bebía más de la cuenta y lo mismo podía hacer trizas un decorado cinematográfico que ser detenido por allanamiento de morada en Beverly Hills. En 1958 se escaparon a Las Vegas, contrajeron matrimonio y se mudaron a Nueva York, donde se inscribieron en una escuela de arte. «Al final comprendí que me estaba pasando muchísimo de vueltas», asegura ahora. «Mi inclinación siempre fue la de pasarme de vueltas. Pero un día me dije que, de seguir así, iba a acabar muy mal. Y decidí cambiar de vida».
Por recomendación de un profesor se cambió a la Academia de Arte Dramático. «Nunca había imaginado ser actor. Mi idea era tener una formación integral en el mundo del arte para volver a Europa y pintar». Pero en aquella academia su vida cambió drásticamente. «Algo me hizo caer en la cuenta –dice–. Comencé a ver todo con claridad».
Empezó a interpretar papeles menores, todo parecía haberse encarrilado cuando, de pronto, se vino abajo. Él y Van Wagener tuvieron un hijo, en 1959, que falleció a los cinco meses del síndrome de muerte súbita. «Fue muy duro –comenta Redford–. Éramos muy jóvenes. Yo tenía mi primer trabajo teatral, en el que no ganaba mucho. No sabíamos nada sobre ese síndrome. Lo único que piensas es que has hecho algo mal. Como padre, tiendes a culparte. Eso produce una herida que nunca se cura por completo».
Él y Van Wagenen tuvieron dos hijos más: Shauna, que hoy tiene 50 años y es artista, y James, de 48, guionista y director. Ocho años más tarde la pareja tuvo a Amy, que se dedica a la actuación.
Hoy, Redford es abuelo de siete nietos y considera que su familia es precisamente su mayor logro. «De pequeño, me consideraban un irresponsable. Yo creo que eso me hizo desarrollar una fuerte necesidad de demostrar que sí era capaz, que tenía la cabeza en su sitio. Tenía arraigado ese anticuado concepto de que debes velar por tu familia». La carrera artística de Redford levantó vuelo en 1969 con el estreno de Dos hombres y un destino. Desde entonces hasta 1985 protagonizó unas 15 películas, incluidas El candidato, Todos los hombres del presidente y Memorias de África. A partir de los 80 comenzó a dirigir y producir. Con Gente corriente, su debut como director, ganó un Oscar. En la película exploraba crudamente la dinámica de una familia que está sobrellevando la muerte de un hijo.
En 1985, él y Lola terminaron por separarse. «Y entonces viví ocho años de... de libertad», indica Redford. Nuestro hombre vivió dos relaciones consecutivas, con la actriz brasileña de telenovelas Sonia Braga y con la diseñadora de ropas Kathy O’Rear. Los amigos dicen que esta última relación fue importante, pero terminó en lágrimas. Para fomentar la producción cinematográfica independiente y cultivar el talento, el actor fundó el Instituto Sundance en 1981; que se ha hecho mundialmente famoso. Le pregunto a Redford cómo cree que ha llevado la fama. «Lo hice de la manera que quise –contesta–. Sentí que si uno era lo suficientemente afortunado para tener éxito, debería atesorarlo, pero nunca creérselo, porque tiene un lado endemoniado».
Redford ahora comparte su vida con la pintora alemana Sibylle Szaggars, a quien conoció en Sundance a finales de los 90 y con quien se casó en 2009. «Es una persona muy especial –dice tocándose el anillo de oro–. Es más joven que yo y europea, lo que me agrada y me renueva la vida completamente». «Todavía tengo energía. Cuando se empiece a apagar, puedo comenzar a pensar en la edad».
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