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Lucha contra la pandemia ¿Quiénes son los creadores de las vacunas contra la COVID-19?

Detrás de la solución científica para acabar con la pandemia hay unos emprendedores que apostaron por investigaciones que en su momento parecían una locura. Su determinación y sus métodos, no siempre ejemplares, nos colocan hoy más cerca del final de la pesadilla de la COVID y a ellos, más cerca de la gloria y de una inmensa fortuna que ya han comenzado a amasar.

Sábado, 02 de Enero 2021

Tiempo de lectura: 9 min

La luz final del túnel, como ha dicho la propia Organización Mundial de la Salud, cada vez está más cerca. Y tiene nombres propios: Moderna y Pfizer. Las empresas que comercializarán las primeras vacunas contra la COVID en Europa y Estados Unidos después de que los resultados de sus ensayos clínicos hayan demostrado una efectividad superior al 90 por ciento. Coinciden en una cosa: su revolucionaria apuesta por el ARN mensajero, una molécula que han logrado sintetizar para que desencadene una respuesta inmune. Difieren en otra, el estilo de sus CEO: uno, un audaz y desquiciante emprendedor; el otro, un eficaz y carismático ejecutivo. Stéphane Bancel (Moderna) y Albert Bourla (Pfizer) han llegado a la misma meta por métodos muy distintos y consiguiendo beneficios tan espectaculares como escandalosos.

Bancel nació en Marsella en 1972. Su madre era médica; su padre, ingeniero. En la Universidad Paris-Saclay, donde estudió Ingeniería, destacó porque era el estudiante serio y concienzudo que leía el Wall Street Journal, aprendía japonés y se matriculó en clases de genética. Después de cursar un máster en la Harvard Business School, fichó como director comercial de la farmacéutica Lilly. Y en 2007, con apenas 34 años, se convirtió en el nuevo CEO de BioMérieux, una biotecnológica francesa especializada en soluciones diagnósticas. Una de sus primeras decisiones fue establecer una sede en Cambridge (Massachusetts), la meca de las start-ups del sector.

Al leer lo del virus de Wuhan, pidió a su equipo una propuesta de vacuna en 60 días. La tuvo en 42

En 2010 recibió la llamada de Noubar Afeyan, un conocido ingeniero bioquímico, emprendedor en serie y dueño de la firma de capital de riesgo Flagship Pioneering. Afeyan acababa de fundar Moderna junto con Derrick Rossi, un biólogo de Harvard especializado en células madre, y la leyenda de la biotecnología Robert Langer. Seducido por la intensidad de Bancel, Afeyan le vendió la misión de la start-up: Moderna nacía para revolucionar la medicina, convirtiendo el ARN mensajero en una plataforma terapéutica con potencial para curar un gran número de enfermedades. «Nunca funcionará», contestó Bancel. Aun así, consultó la oferta con su mujer, asumió un recorte salarial y terminó convirtiéndose en el CEO de la empresa. «El ARN mensajero es el software de la vida. Es tu cuerpo el que fabrica el medicamento», explica ahora.

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CEO de Moderna, Stéphane Bancel. Marsella (Francia), 48 años.

Los inicios fueron frustrantes. Bancel, que prefería fijarse en Uber y otros milagros de Silicon Valley que en empresas de su sector y que pensaba más como un ingeniero que como el ejecutivo de una farmacéutica, tenía mucha prisa y muy poca paciencia. Antiguos trabajadores de la compañía han descrito un ambiente de tensión y estrés insoportables, de broncas en las reuniones y correos electrónicos agresivos a horas intempestivas. Un estilo tóxico impuesto por el propio Bancel que propició que muchos científicos apenas aguantaran unos meses y que en 2014 Rossi decidiera dejar la compañía porque Bancel «iba demasiado rápido para la ciencia». Mientras algunos comparan su audacia con la de Bezos y Musk, su mantra favorito es toda una declaración de intenciones: «Mucho riesgo, mucho dinero». Así ha gestionado Moderna desde el inicio: mucho dinero, muchas líneas de investigación y, hasta hace poco, muy pocos resultados. Ninguno de los fármacos o vacunas de Moderna han llegado al mercado. Pero eso no impidió que sus sucesivas rondas de financiación batieran todos los récords. Después de conseguir 2500 millones de inversión privada, en 2018 protagonizaron la mayor salida a Bolsa de una biotecnológica, alcanzando un valor de 7500 millones de dólares.

Y, sin embargo, a su alrededor todo eran suspicacias. Sus detractores los acusaban de vender humo y su resistencia a publicar sus resultados en revistas académicas le costó una reprimenda de la revista Nature en 2016. Moderna cerró 2019 con 514 millones en pérdidas. Aunque tenían 20 fármacos experimentales en cartera -entre ellos, vacunas contra el cáncer, el zika o el citomegalovirus-, faltaban tres o cuatro años para que alguna de ellas llegara al mercado. En enero, Bancel estaba de vacaciones en el sur de Francia cuando leyó la primera noticia sobre el virus de Wuhan. Escribió dos e-mails: uno a Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas, y otro al presidente de Moderna, Stephen Hoge. La maquinaria estaba en marcha. Unos días después, el Gobierno chino hizo pública la secuencia genética del virus y Moderna se puso a trabajar. Bancel comunicó a sus empleados que quería un candidato a vacuna en un plazo de 60 días. Estuvo lista en 42. En marzo, Moderna fue la primera empresa en empezar sus ensayos clínicos en humanos.

El CEO de Moderna creó un ambiente de tensión y estrés que hizo que muchos investigadores y socios se fuesen

Unos días antes, Bancel y otros ejecutivos del sector visitaron la Casa Blanca. El jefe de Moderna fue el más atrevido de todos al asegurar que su vacuna estaría lista en cuestión de meses. Donald Trump quedó impresionado. Hasta la fecha, el Gobierno norteamericano ha invertido 2500 millones de dólares en el desarrollo de la vacuna. Y Bancel cumplió su promesa. El 16 de noviembre anunciaron que su efectividad oscilaba entre el 90 y el 94,5 por ciento. Lo hicieron a través de una nota de prensa, algo absolutamente heterodoxo a ojos de la comunidad científica, pero tremendamente efectista de cara a los mercados. Si hace un año las acciones de Moderna apenas valían 18 dólares, a mediados de diciembre alcanzaron los 159. En primavera, la multimillonaria venta de acciones de sus ejecutivos inspiró tantas teorías conspirativas como malos augurios. El propio Bancel, dueño del 9 por ciento de la compañía, se deshizo de 400.000 acciones, embolsándose 13 millones de dólares.

Juan Andrés, un español en la primera línea de la vacuna

Desde que estalló la pandemia, Juan Andrés (Madrid, 1964) trabaja 18 horas al día en Moderna con la convicción de que su misión y la de su compañía consiste en «salvar al mundo». Es lo que implica ser el director de Operaciones Técnicas y Calidad de la compañía que está desarrollando una de las vacunas más prometedoras contra la COVID-19.

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Juan Andrés, científico español.

Andrés aterrizó en la estadounidense Moderna en 2017 después de una experiencia de tres décadas en el sector farmacéutico y de haber pasado por gigantes de la industria como Lilly o Novartis. En esta última llegó a ser jefe global de Operaciones, un trabajo que incluía la supervisión de la cadena de suministro y producción de una compañía con más de 25.000 empleados. Licenciado en Farmacia por la Universidad de Alcalá de Henares y formado en la London Business School, tiene fama de discreto y de trabajador incansable. También es multimillonario. Según la SEC (la agencia reguladora del mercado bursátil en Estados Unidos), en los últimos meses el científico español ha realizado una decena de operaciones con sus acciones de Moderna que le habrían reportado unos beneficios de más de diez millones de dólares. Un aperitivo de lo que podría ganar, con la parte de la compañía que le corresponde, si la efectividad de la vacuna se demuestra. Moderna sigue disparando su valor en Bolsa.

“No penséis en el dinero”

Aunque poco estéticos, este tipo de movimientos está permitido por la SEC, gracias a la conocida como regla 10b5-1, que permite a los directivos operar sin violar las normas sobre información privilegiada, un mecanismo que también ha utilizado Albert Bourla, CEO de Pfizer. «Hoy es un gran día para la ciencia y la humanidad», anunció con grandilocuencia el 9 de noviembre, cuando Pfizer avanzó que su vacuna había registrado un 90 por ciento de efectividad. Omitió, en cambio, que también había sido una gran jornada para sus finanzas personales. Ese mismo día, Bourla vendió el 63 por ciento de su stock en la compañía. En concreto, 132.508 acciones, a 41,94 dólares cada una. Hagan cuentas. El evidente oportunismo de la operación bursátil ocupó los titulares y empañó el histórico anuncio de la farmacéutica. Pfizer aclaró después que la venta había sido programada el 19 de agosto.

El mismo día que anunció el 90 por ciento de eficacia de su vacuna, el CEO de Pfizer vendió gran parte de sus acciones

También desdibujaba la cultivada imagen del ejecutivo de origen griego. Nacido en Salónica en 1961, creció en una comunidad formada por los pocos judíos sefardíes que sobrevivieron a la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Su familia regentaba una tienda de licores, pero a él le gustaban los animales y estudió Veterinaria. En 1993 entró a formar parte de la división de salud animal de Pfizer en Grecia. Desde entonces ha desempeñado diferentes posiciones ejecutivas en cinco países e incluso ha llegado a presidir la división de Oncología y Vacunas de la multinacional.

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CEO de Pfizer, Albert Bourla. Salónica (Grecia), 58 años.

De carácter carismático y comprometido, imprimió un nuevo estilo a la gestión, al exigir, por ejemplo, que los resultados de sus productos dejaran de expresarse solo en dólares y registraran también a cuántos pacientes conseguían ayudar. En enero de 2019, Bourla fue nombrado CEO de la compañía. Nada más ocupar su nuevo despacho, retiró la enorme mesa de reuniones y la sustituyó por sillas colocadas en círculo para favorecer un entorno de trabajo colaborativo. También mandó colgar fotografías de sus pacientes para tener siempre presente la misión de la compañía. Ha explicado que su sueño es desarrollar una «compañía de la escala de Pfizer, pero con la mentalidad de una pequeña biotecnológica».

Nada más ascender en Pfizer, Bourla cambió la mesa de reuniones por sillas en círculo para favorecer la colaboración

Pero una gran ‘farma’ tiene sus ventajas. «Pensad en otros términos. Pensad que tenéis una chequera y no os tenéis que preocupar de eso. Pensad que haremos las cosas en paralelo y no de manera secuencial. Pensad que tenemos que producir la vacuna antes de que sepamos si funciona. Y, si no funciona, ya me preocuparé yo de eso». En marzo, durante una videoconferencia con grupos de investigación y empresas de producción, Bourla dejó claro a sus interlocutores que tener la vacuna lista «en algún momento» de 2021 no era suficiente. Había que acelerar el proceso. También decidió invertir 1000 millones de dólares en el proyecto: «1000 millones no será nuestra ruina. Y, por cierto, no planeo perder ese dinero», le contó a la revista Forbes. Y el tiempo le ha dado la razón. Bourla ha logrado, además, cumplir su sueño combinando el enorme músculo de Pfizer con la ciencia básica de sus socios en la biotecnológica alemana BioNTech. Su vacuna será la primera en conseguir la autorización de la Agencia Europea del Medicamento.

Ugur Sahin, el científico turco que creó la vacuna alemana

Una mañana de enero, Ugur Sahin leyó en The Lancet que un virus de origen desconocido hacía estragos en Wuhan y entendió que una pandemia llamaba a la puerta. Lo comentó con su mujer, la inmunóloga Özlem Türeci, directora médica de BioNTech, la empresa biotecnológica alemana que fundaron juntos en 2008. «No sentí que fuera una oportunidad para nosotros, sino un deber», ha explicado. Pusieron a 500 de sus empleados a trabajar en el que llamaron Proyecto Velocidad de la Luz. Unas semanas más tarde se asociaron con Pfizer para desarrollar y distribuir la vacuna.

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Ugur Sahin. @BioNTech

Su historia personal ha desterrado prejuicios. Sahin nació en Turquía, y llegó a Alemania a los cuatro años para reunirse con su padre, trabajador en la fábrica de Ford. Siempre quiso ser médico y se especializó en oncología. Conoció a su mujer, también de origen turco, en la universidad y en 2001 fundaron Ganymed para desarrollar anticuerpos monoclonales contra el cáncer. La vendieron en 2016 a una empresa japonesa por 1400 millones de dólares. Paralelamente crearon BioNTech a partir de una idea revolucionaria; utilizar ARN mensajero para ‘enseñar’ al sistema inmune a producir antígenos. Ese es el mecanismo de su vacuna. El matrimonio vive con su hija en un modesto apartamento de la ciudad alemana de Magenta. No tienen coche y van a trabajar en bicicleta. Se estima que el valor de su compañía supera hoy los 25.000 millones de dólares.

Etiquetas: Cura coronavirus
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