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Ozempic: pros y contras del

El inhibidor del apetito más efectivo y polémico

Ozempic: pros y contras del 'milagro' para adelgazar

Un medicamento para tratar la diabetes se ha convertido en la gran revelación para adelgazar. Ozempic, un inhibidor del apetito, ya ha revolucionado el negocio de las dietas, pero puede cambiar también la manera en que la sociedad entiende el estar gordo, y plantea cuestiones morales, económicas y de salud, nunca vistas.

Viernes, 15 de Diciembre 2023

Tiempo de lectura: 11 min

El secreto peor guardado de Hollywood se llama Ozempic, el medicamento para la diabetes que hace furor por su efecto adelgazante. Primero, entre los ricos y famosos. Kim Kardashian se lo inyectó para embutirse en el legendario vestido de Marilyn Monroe.

La alfombra roja está llena de ejemplos, aunque muchos no reconozcan que esos kilos de menos no se deben a una dieta o al gimnasio (o no solo), sino a un pinchazo semanal de semaglutida, uno de los principios activos de una nueva generación de fármacos, de los que Ozempic solo es el primero, destinados a marcar época en los tratamientos contra la obesidad, como el Prozac revolucionó la manera de abordar la depresión; y la Viagra, la disfunción eréctil.

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Un 'chute' de fama. Kim Kardashian, en el centro, con el vestido de Marilyn Monroe que requirió la 'ayuda' del Ozempic y disparó su popularidad. A la derecha, Lady Gaga con su estrenada delgadez atribuida a los nuevos medicamentos. Y Elon Musk, a la izquierda, luciendo inusitado músculo, según dijo, gracias a los pinchazos de semaglutida.

TikTok lo ha vuelto viral y se ha agotado en las farmacias de medio mundo. Tal es la demanda que el banco de inversiones Morgan Stanley pronostica que estos medicamentos protagonizarán los próximos 'taquillazos' de la industria, catapultados por las redes sociales y por el boca a boca. El mercado que han abierto la semaglutida y otras moléculas en desarrollo valdrá 46.000 millones de euros en 2030, cuatro veces más que ahora.

Más allá de las cifras, la revista The New Yorker apunta a que la revolución de Ozempic puede cambiar la manera en que la sociedad entiende lo que significa estar gordo, y plantea cuestiones nunca vistas. Ya hay unas cuantas sobre la mesa. ¿Es admisible que un fármaco para diabéticos se agote por la demanda de los que buscan perder unos kilos? ¿Cuáles deberían ser los criterios para recetarlo? Si basta un pinchazo (muy caro) para estar delgado, ¿se abrirá una nueva brecha, estética y de salud, entre los que pueden permitírselo y los que no?

Estos medicamentos imitan a las hormonas saciantes que el cuerpo produce de forma natural tras una comida, como el glucagón, que eleva el nivel de azúcar en sangre, lo que estimula la producción de insulina para quemarla. De este modo, engañan al cerebro para hacerle creer que estás lleno. Pero, si comes menos, lo más lógico (aunque no siempre) es que adelgaces. Y, cuando se vio que uno de los efectos de Ozempic era la pérdida de peso, se desató la locura.

En Estados Unidos, el tratamiento no está financiado por las compañías de seguros si no eres diabético y ronda los 1200 dólares, diez veces más que en Europa. En la Seguridad Social española se financia para la diabetes de tipo II, cada vez más extendida, que se adquiere por una combinación de sobrepeso, sedentarismo, edad y genética, provocando resistencia a la insulina (en la de tipo I, el páncreas deja de fabricarla). Si no eres diabético, puedes recurrir a una consulta privada para que te lo prescriban. Pero se ha hecho tan popular que ya se han producido desabastecimientos.

El problema del desabastecimiento

Muchos endocrinos se enfrentan a un dilema ético. No es lo mismo que te lo pida alguien que quiera bajar unos kilillos de más para la operación bikini que administrarlo a una persona con problemas graves de salud relacionados con el exceso de peso. ¿Dónde trazar la línea? Suele marcarla el índice de masa corporal (se calcula dividiendo el peso en kilos por el cuadrado de la altura en metros). Más de 25 denota sobrepeso; más de 30, obesidad. Según la Encuesta Europea de Salud de 2020, España es el cuarto país europeo con más prevalencia de obesidad (un 16 por ciento de los hombres y un 15 por ciento de las mujeres la padecen) y el tercero en sobrepeso, que afecta a la mitad de los hombres y a un tercio de las mujeres. Es mal de muchos, demasiados...

La Agencia Española del Medicamento ha movido ficha para que tengan prioridad los diabéticos. Sin embargo, la obesidad también se considera una enfermedad. ¿No es discriminatorio relegar a las personas que la padecen?

Estos medicamentos engañan al cerebro para hacerle creer que estás lleno. Imitan a las hormonas saciantes que el cuerpo produce de forma natural tras una comida

Y es que, tradicionalmente, la sociedad estigmatiza a los obesos. Si están así es porque no tienen fuerza de voluntad, son perezosos, glotones… Un estudio de Harvard concluye que todos los prejuicios relacionados con la raza, género, orientación sexual, edad y discapacidad han disminuido en la última década, excepto el que culpabiliza a los gordos. Pero los expertos consideran que estos nuevos fármacos también pueden contribuir a acabar con ese sambenito. ¿Por qué? Porque reparan, por así decirlo, el termostato que regula la sensación de hambre y que, en las personas obesas, está roto. No es que no quieran parar de comer, es que no pueden.

Un cuerpo sano le señala al cerebro cuándo ha tenido suficiente comida. Pero ese sistema de señalización puede averiarse. Si demasiadas calorías entran en el cuerpo demasiado rápido, causan un desajuste en las hormonas que avisan al cerebro de que ya es hora de cerrar el pico. Una de estas hormonas es la leptina, que se produce en las células de grasa que viajan por la sangre.

«Pero, si aumentas de peso, el exceso de leptina puede hacer que tu cuerpo adquiera resistencia a ella, haciendo que tu cerebro crea erróneamente que estás pasando hambre. Tu cuerpo trata entonces de equilibrar el sistema ralentizando el metabolismo y aumentando el apetito», explica el endocrinólogo Luis Marín. Cuando una persona entra en este ciclo de desorientación metabólica, es muy difícil perder peso a través de la dieta y el ejercicio porque el hipotálamo se ha 'reseteado' y el cuerpo comienza a defender ese peso más alto como si fuera el adecuado. Y el efecto rebote, cuando se deja el régimen, suele ser implacable.

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La razón de que las dietas solo le funcionen a una de cada diez personas está en el pasado evolutivo. Nuestros ancestros pasaban más hambre que Carpanta, por lo que el Sapiens evolucionó para atesorar la grasa. Para colmo, un cuerpo que ha perdido peso parece recordar su nivel anterior y trata de recuperarlo. Incluso seis años después de hacer una dieta, el metabolismo sigue siendo más lento que antes de empezarla.

La obesidad, la otra pandemia global

«Un buen indicador de la desesperación de tanta gente por adelgazar son los casi 230.000 millones de euros que se gastó el mundo en dietas el año pasado», señala The Economist, que recuerda que la obesidad es una pandemia global. Tiene un importante componente genético, pero esta predisposición hereditaria necesita estímulos del entorno. La abundancia de alimentos procesados es un factor. El mero hecho de triturar la comida que se le da a las ratas de laboratorio hace que engorden. El trabajo solía consistir en una ardua labor manual, pero ya no. Para la mayoría de los habitantes de los países ricos, y una proporción cada vez mayor en los países en desarrollo, el ejercicio físico ya no es una necesidad, sino un pasatiempo, si se practica... La depresión y otros trastornos mentales favorecen el aumento de peso. Y los impuestos sobre ingredientes poco saludables suponen una carga mucho mayor para los pobres que para los ricos. «Esta nueva clase de medicamentos podría acabar con la obesidad. Y, aunque solo logren reducirla, deberíamos recibirlos con los brazos abiertos», sentencia el semanario británico.

Los efectos secundarios más comunes son náuseas, vómitos, diarrea... También hay pacientes que pierden pelo. En ratas ha habido casos de pancreatitis y cáncer de tiroides

De momento, funcionan. Su efectividad solo es comparable a la de la cirugía bariátrica, como la reducción de estómago, con la ventaja de que no hay que pasar por el quirófano. Han tomado la delantera dos compañías farmacéuticas: la danesa Novo Nordisk y la estadounidense Lilly. Partían con ventaja porque su negocio principal es la diabetes. Novo Nordisk es el fabricante de Ozempic y Saxenda, entre otros, y ya ha desarrollado un fármaco con el mismo principio específico para la obesidad: Wegovy. La compañía ha anunciado inversiones de 3000 millones para ampliar la capacidad de fabricación en Europa, Estados Unidos, China y Latinoamérica. Y Lilly ultima el lanzamiento de Mounjaro, basado en la tirzepatida. Pero vendrán más.

Mientras llegan, cautela. Estos medicamentos no están exentos de riesgos. Los efectos secundarios más comunes son náuseas, vómitos, diarrea... También hay pacientes que pierden pelo. Además, puede pasar que la piel pierda colágeno y elastina, lo que provoca lo que se ha bautizado como 'cara Ozempic': mejillas hundidas y aspecto demacrado. «La pérdida rápida de peso puede hacer retroceder tu edad biológica, pero tiende a adelantar tu reloj facial», explica un dermatólogo. En casos raros, se pueden desarrollar insuficiencia renal, pancreatitis…

Y en ensayos con animales se han dado casos de cáncer de tiroides. Cuando se deja el tratamiento, se recuperan dos tercios del peso perdido al cabo de un año, así que es probable que haya que tomarlo de por vida. ¿Las consecuencias a largo plazo? Están por estudiar. Pero los más optimistas apuntan a que sucedió algo parecido con las estatinas en el tratamiento del colesterol, y que los beneficios superan ampliamente a los riesgos de estar obeso.


La paciente | Elizabeth Galdón

«El endocrino me dijo que me hacía una reducción gástrica o me pinchaba. Ya he bajado 21 kilos»

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Elizabeth Galdón, ayudante de cocina. 31 años. Lleva cinco meses con el tratamiento. | © En clave de foto

«Mido 1,63 y peso 85 kilos. Pesaba 106 cuando empecé a pincharme, a finales de octubre. Así que he perdido 21 kilos en cinco meses, pero no bruscamente, sino de manera gradual y comiendo lo que quiero. Lo que pasa es que como poco porque no tengo ganas. Muchas veces ni ceno o tomo un yogur. A veces, tengo náuseas.

Soy gordita desde niña. Tengo la misma genética que mi padre y mi abuela. Y me resulta difícil seguir una dieta. No valgo. No tengo fuerza de voluntad. Iba a un nutricionista que me ponía dietas semanales. Y podía elegir un día libre para saltármela. Pues bien, me pasaba toda la semana pensando en qué iba a comer ese día. Y me hinchaba. Bajaba de peso, pero lo recuperaba enseguida.

Fui a un endocrino privado. Y me dijo que, con mi grado de obesidad, tenía dos opciones: operarme o pincharme Ozempic. Le respondí que no quería pasar por el quirófano. Pensaba en mi padre, que se sometió a una reducción gástrica a los 40 años. Mide 1,82 y pesaba 150 kilos; se quedó en 60. Pero ha pasado un calvario. Le dejaron la entrada al estómago tan pequeña que, si bebía agua rápido, se le quedaba clavada hasta que la vomitaba. Le tuvieron que hacer once dilataciones.

Compro el medicamento en la farmacia. La Seguridad Social no me lo receta porque no soy diabética. Me cuesta 128 euros la medicación para un mes. Pero es difícil de encontrar. Hubo un mes que no pude tomarlo porque estaba agotado. Es un pinchazo a la semana. Te lo pones tú misma con una pluma precargada.

Lo que hace diferente al Ozempic es que no me privo de nada, pero tampoco tengo ansiedad. No estoy todo el rato pensando en la comida. Ahora, si me apetece una napolitana, me la compro, pero le doy dos bocados y ya no puedo más. Yo nunca había tenido la sensación de estar saciada. He hablado con otras personas obesas y coinciden conmigo. Es como si nuestro cerebro fuera diferente, como si nos faltase un interruptor que nos dijese: 'Ya no necesitas más'. Muchas veces me han preguntado: '¿Es que no te quieres, por qué no te mimas?'. Pero mi problema nunca ha sido ese. Tengo la autoestima alta.

Me compré una báscula digital que analiza la grasa corporal. Se conecta al móvil. Cuando empecé con el Ozempic, estaba todo en rojo. Ahora, casi todo está en verde. Incluso te calcula la edad metabólica. Tenía más de 60 años y ahora, 35. Ya apenas miro la báscula. Tengo cero pensamientos sobre si estaré estupenda este verano. No tengo metas. No pretendo ponerme una talla 38 ni me he marcado un peso ideal. Y no sé si esto durará o llegará un momento en que mi cuerpo se acostumbre al medicamento. Me encuentro bien y, aunque sigo con sobrepeso, la ropa me empieza a venir grande. De momento, no quiero comprarme ropa nueva. No quiero hacerme ilusiones».


El experto | Luis Marín

«La dieta y el ejercicio seguirán siendo imprescindibles»

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Luis Marín, médico especialista en endocrinología y nutrición

XLSemanal. ¿Por qué Ozempic (semaglutida) y otros fármacos similares adelgazan si no estaban diseñados para reducir peso?

Luis Marín. Se combinan varios mecanismos. Uno es que retrasan el vaciamiento gástrico, creando un enlentecimiento de la digestión que te hace sentirte lleno. Otro es que actúan sobre las neuronas del hipotálamo, la región del cerebro que controla el apetito. Cabe destacar que esta pérdida de peso se produce a expensas, sobre todo, de la grasa visceral.

XL. ¿Los pacientes que llegan a su consulta se lo piden?

L.M. Han oído hablar de él y han visto sus efectos en amigos y conocidos. Y muchos solicitan que se lo prescribas.

XL. ¿Cuál es el criterio para recetarlo?

L.M. Este fármaco solo está financiado en la Seguridad Social para pacientes con diagnóstico de diabetes mellitus de tipo II, que reciban ya algún otro fármaco antidiabético, y con un índice de masa corporal mayor o igual a 30 kg/m2.

XL. Ante la escasez actual, ¿qué pacientes deben tener prioridad?

L.M. Lo fundamental es mejorar el control metabólico de los diabéticos. El peso es un efecto complementario deseable, pero no el prioritario a la hora de su prescripción.

XL.Muchas personas obesas se quejan del estigma asociado al exceso de kilos, incluso por parte de algunos médicos.

L.M. Tradicionalmente, a la obesidad no se la ha considerado con la misma entidad que a otras patologías, otorgándole menos importancia en el abordaje del paciente. Quizá estereotipos y aspectos culturales han influido mucho en esta consideración. Aun así, creo que la situación está cambiando y hoy día se entiende que la obesidad es una patología que se ha de tratar, como cualquier otra, cuya mejoría puede implicar beneficios espectaculares en la vida del paciente, reduciendo el riesgo de diabetes, colesterol, hipertensión, artrosis, afecciones hepáticas… Y ahorrando un gran gasto a la sanidad pública a medio y corto plazo.

XL. ¿Por qué algunas personas tienen más facilidad que otras para engordar?

L.M. En la mayoría de los casos, la obesidad es una enfermedad en la que intervienen varios genes. Hay una propensión de ciertas personas a ganar peso, que puede estar relacionada con un mecanismo de ahorro energético exacerbado, entre otros factores. No obstante, el ambiente, los hábitos alimentarios o una actividad física limitada son fundamentales para disparar estos genes.

XL. ¿Esta nueva generación de fármacos soluciona el problema?

L.M. La dieta y el ejercicio son y seguirán siendo imprescindibles. Y la única manera de frenar esta pandemia es la educación en un estilo de vida saludable desde la infancia.

XL. Algunos pacientes señalan un efecto inesperado de estas inyecciones 'milagrosas': no solo les quitan las ganas de comer, sino también de beber alcohol.

L.M. No se puede considerar un fármaco para deshabituar del consumo excesivo de bebidas alcohólicas. No obstante, a través de su mecanismo saciante, puede ayudar a reducir la ingesta de alcohol, o de cualquier otra bebida, aunque sea una tisana, pues el paciente se siente lleno.