Sanidad dentro de los muros de la cárcel: «Yo no veo presos en nuestra consulta, veo pacientes»
EL BOTIQUÍN
Claves en el control del VIH y la hepatitis en el pasado, su legado está en riesgo por la falta de personal
12 feb 2024 . Actualizado a las 13:43 h.Los muros de las prisiones sirven de frontera entre dos mundos que conviven en España. El de aquellos ciudadanos que gozan de su derecho a la libertad frente al de aquellos que lo han perdido. Los motivos que mueven a una persona al interior de estos muros incluyen desde el más sórdido y mediático de los asesinatos hasta una aburrida pila de multas que no fueron pagadas. En esencia, solo esa privación de libertad cataliza la diferencia entre los que se mueven más allá de los muros y los que permanecen dentro. Por el resto, son personas corrientes y, como tales, son también pacientes.
La Constitución española garantiza en su artículo 43 el derecho a la protección de la salud de todos los ciudadanos. Una norma que, sobra decirlo, se aplica dentro y fuera de las prisiones. Según el último Informe General de Instituciones Penitenciarias editado por la Secretaría General homónima y dependiente del Ministerio del Interior, la población reclusa en España a 31 de diciembre del 2022 era de 46.460 presos que, en ese mismo año, realizaron un total de 446.593 consultas médicas. Por su parte, el personal de enfermería fue requerido en casi tres millones de ocasiones —concretamente, 2.972.530 actividades— y se atendieron más de 236.000 urgencias.
A diferencia de cualquier otro médico en el que el lector pueda pensar, los sanitarios penitenciarios —médicos, pero también los enfermeros y los farmacéuticos— no dependen de los sistemas de salud transferidos a las comunidades autónomas. Sus nóminas las paga el Ministerio de Interior, una primera diferenciación clave de las muchas que dan forma a la atención a los pacientes dentro de las prisiones.
Una sanidad en crisis
La sanidad penitenciaria española ha sido, tradicionalmente, referente. «Hemos sido clave en el control del VIH de este país, en lograr acercarnos a la erradicación de la hepatitis C y en el control de la tuberculosis. Pioneros también en salud mental, porque tenemos una prevalencia altísima de enfermedades mentales graves —principalmente relacionadas con episodios psicóticos— que no se está dando fuera», asegura José Joaquín Antón Basanta, médico en la prisión de Albolote (Granada) y presidente de la Sociedad Española de Sanidad Penitenciaria (SESP).
Acaba de salir de su turno: treinta y tantas personas han pasado por su consulta, también ha atendido 19 nuevos ingresos, a los que ha abierto una historia clínica. «Además he contestando peticiones de los juzgados, elaborando documentos para gente que se va y necesita un informe de discapacidad o documentación para la ley de dependencia». Tiene 63 años y es el segundo más joven de los cinco médicos con los que cuenta el centro andaluz. Es uno de los muchos problemas que denuncian desde esta asociación: el relevo generacional se está perdiendo; no hay a quién transmitir los conocimientos de toda una vida atendiendo enfermos intramuros porque, según argumentan, las malas condiciones en las que trabajan hacen que «menos del 30 % de las plazas estén cubiertas». El presidente de SESP lamenta: «La atención sanitaria en prisión es abismalmente peor a cómo era hace 30 años».
Las enfermedades de la cárcel: diferentes patologías con respecto al exterior
La hipertensión, la diabetes o la hipercolesterolemia también están entre rejas. Los pacientes crónicos existen y la atención penitenciaria es, fundamentalmente, primaria. Sin embargo, la falta de manos en la que insiste Antón Basanta, ha obligado a virar el rumbo: «La atención primaria ha desaparecido en el 80 % de las prisiones y se está convirtiendo en una medicina exclusivamente de atención de urgencia».
Existen diferencias clínicas notables con respecto al exterior. Por ejemplo, la incidencia de enfermedades infecciosas es mayor. Algunas, relacionadas con el elevado número de personas drogodependientes —como la hepatitis C o el VIH—, pero también sarna o tuberculosis. Es importante entender que la historia de muchos reclusos es compleja, ciudadanos cuyo primer contacto con la sanidad en toda su vida es cuando entran en prisión, «porque fuera están en busca y captura o viven en zonas marginales en las que la salud no es una prioridad». «Somos una oportunidad de solucionar problemas que eviten que puedan delinquir o que entren de nuevo en prisión», concluye.
Leo Sánchez, enfermero: «Estamos para lo que surja»
Leo Sánchez tiene 49 años y es enfermero de la cárcel de Pereiro de Aguiar (Ourense) desde 1998. Aquel año terminó la carrera, pero en septiembre, lo que provocó que no pudiese enganchar un contrato de verano en cualquier centro del Sergas. Aceptó una vacante como enfermero penitenciario. Su contrato era por un mes y lleva 26 años.
«Funcionamos como un centro de salud, con sus peculiaridades», explica. Y no son pocas. A él le toca hacer de todo. «Lo que surja, ya sea una sobredosis o caídas con heridas abiertas que hay que coser», relata el portavoz de enfermería de la sociedad de sanitarios penitenciarios.
Si la enfermería destaca, dentro o fuera de prisión, es por estar al pie del cañón. Y en una cárcel, cuando tienes que repartir medicación que al mismo tiempo sirve de moneda de cambio, se aprende mucho. «Que te roben una botella de alcohol, pasa. Se llevan gasas o vendas. Cualquier cosa vale. Se intercambia por tabaco, por cosas de economato», relata Leo.
Preguntado por si ha visto alguna de esas escenas tan peliculeras en las que el preso esconde la medicación debajo de la lengua para no tragársela, sorprende diciendo que sí. Más frecuentemente de lo que se podría imaginar: «Es bastante habitual. Incluso con la metadona, que la dispensamos líquida para que sea más difícil no tragarla, pero te vienen con algodones en la boca. Alguno ha llegado a venir en invierno con un bote escondido en una bufanda para escupirla dentro. O se la llevan en la boca y se dan un beso con otro y se la pasan. Yo intento que, según se la administras, saluden. Digan ‘‘buenos días'' o algo. Y aún así estoy seguro que logran llevársela alguna vez», comenta Leo curado de espantos.
Luis Santiago Marcos, médico: «Aquí entras por casualidad y te quedas por vocación»
Pero la realidad y el cine poco tienen que ver. Luis Santiago Marcos destaca lo absurdo de que sepamos más de las prisiones norteamericanas que de las españolas. «No se parece a eso que vemos en las películas, donde los presos buscan ir una noche a la enfermería para planear su fuga. Aunque es verdad que alguna salida al hospital se ha aprovechado para escapar». Habla Luis Santiago Marcos, médico, que junto a Leo, también trabaja en Pereiro de Aguiar. También tiene 63 años.
«Aquí entras por casualidad y te quedas por vocación», dice Luis, que lleva en esto desde 1990. Es testigo y protagonista de aquella exitosa batalla contra el sida. «Se hizo un trabajo fenomenal. Eran otros tiempos», dice con nostalgia el doctor, que también es portavoz de la SESP: «La media de edad de todos los médicos que trabajamos en Galicia debe de andar en torno a los sesenta años».
Pero aparte de lo hecho, resalta la importancia de lo que siguen haciendo entre una población que —según el estudio consultado— presenta una prevalencia de entre el 60 y el 70 por ciento de patología mental. Le duele que todo lo que han aprendido se pierda. «Los que estamos ahora tenemos muchas experiencia. Nos vamos a ir sin poder transmitirla. Y no es un problema para los beneficiarios, sino para toda la sociedad. Lo que pasa dentro de las cárceles repercute en la sociedad. Si un enfermo mental no está bien tratado, si no sale controlado de la prisión, el problema es de todos», zanja.
Esperanzas y futuro
«En 34 años que llevo en prisiones me he encontrado a muy, muy poquita gente mala y no más que la que te encuentras en la calle», recalca José Joaquín Antón Basanta sobre su visión de los presos con los que trabaja a diario: «Cuando no se tiene dinero para comer, uno lo busca uno donde sea. Yo no puedo juzgar porque uno ha entrado o no. Son personas con los mismos problemas que tengo yo, pero con muchísimas menos oportunidades de las que yo he tenido. Cualquiera puede entrar en prisión si un día se toma un vino y tiene un accidente. Por temas de tráfico hay muchísimos: accidentes, gente que no ha podido pagar multas y que acaba entrando en prisión. También está el tema de la drogodependencia, hablamos de una enfermedad que, cuando entras, no es fácil salir. Te arrastra a muchísimas situaciones al borde de la ley. Y muchas veces, directamente fuera de ella. Han cometido delitos por los cuales están pagando, pero son seres humanos exactamente igual que tú y yo, pero la vida les ha llevado por un sitio distinto. Muchos de los que están dentro si hubiesen tenido las mismas oportunidades que yo, probablemente también las habrían aprovechado».
Todos coinciden en su visión humana de la población reclusa —muchas veces, como en los monos naranjas de las series americanas, reducidos a ser un simple número a la espalda—. «Nosotros somos el médico, no somos los vigilantes ni nada parecido. Somos sus médicos y ellos nuestros pacientes. Yo no veo presos en nuestra consulta, veo pacientes. Es algo que tenemos que tener muy claro todas las presonas que trabajamos en instituciones penitenciarias», puntualiza Luis Santiago Marcos, que habla con entusiasmo de una labor que demasiadas queda tapada tras los muros. El futuro es incierto; una oleada masiva de jubilaciones, inminente. Los sanitarios penitenciarios reclaman ser integrados por los sistemas autonómicos de salud —así lo están en País Vasco o Cataluña— para que las cárceles no se queden sin médicos, enfermería ni farmacia. Ni los presos sin un derecho que les pertenece.