El abuso del móvil ya se ve en los mayores: «Han aprendido a utilizar las redes y se acabaron las reuniones en el barrio»
ENFERMEDADES
Conductas cada vez más comunes, todavía no consideradas patológicas por el DSM-5, empiezan a englobarse bajo términos como FOMO, nomofobia o pantallismo; los más mayores también lo sufren, agravando las situaciones de soledad no deseada
24 ago 2024 . Actualizado a las 09:50 h.En el año 2013, el manual diagnóstico psiquiátrico de enfermedades de la Asociaciones Estadounidense de Psiquiatría (DSM, por sus siglas en inglés) incorporó por primera vez a su catálogo las adicciones no relacionadas con sustancias. Hasta ese momento, solo el tabaquismo, el alcoholismo o el consumo excesivo de estupefacientes y sus efectos sobre la salud mental y física —por poner algunos ejemplos— eran consideradas adicciones con todas sus características e implicaciones clínicas. Esta modificación abrió la puerta a que se considerasen patologías psiquiátricas en el manual de referencia del gremio las conductas, como el juego patológico, en absoluto relacionadas con el consumo de ninguna sustancia.
Fue un gran avance, ¿pero cómo era el mundo en el año 2013? Facebook era la principal red social a nivel mundial —¿siguen usando Facebook?—; Instagram comenzaba su gran escalada en el ranking de usuarios, siendo todadavía una plataforma fuera del mainstream; el mundo estaba lleno de teléfonos BlackBerry a los que les quedaba poco, ya que WhatsApp había iniciado su expansión masiva tras aterrizar en los dispositivos Android tan solo dos años antes, en el 2011; TikTok ni estaba ni se esperaba. Por aquel entonces, los videojuegos y su supuesta relación con respuestas violentas eran todavía el gran debate sobre el poder dañino de las pantallas. Así éramos y así ya no somos. O, en todo caso, somos mucho más.
En estos once años transcurridos desde la publicación del DSM-5, hemos conocido las consecuencias de la vida virtual, la capacidad que nuestros dispositivos tienen de tragarse nuestro tiempo y de generarnos problemas de ansiedad —por mencionar solo las cosas malas que han traído— y, pese a que las consecuencias las vemos a diario, el DSM sigue igual que en el 2013; las consecuencias del uso del móvil para todo no ha saltado a los manuales diagnósticos de la psiquiatría. Es verdad que han ido apareciendo términos: hablamos de 'pantallismo', de 'FOMO' y también de nomofobia, un término acuñado del inglés non-mobile-phobia (literalmente, fobia a estar sin el móvil) que nació fruto de un estudio demoscópico realizado en el Reino Unido. Víctor Julio Quesada, médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria, e Inmaculada Concepción Carballo, psicóloga, escribieron sobre este pánico a la incomunicación propio de la vida moderna en Cadernos de Atención Primaria, la revista científica de los profesionales de la Atención Primaria en Galicia, editada por AGAMFEC. Ellos, desde la consulta de primaria y el gabinete de psicoterapia, comienzan a apreciar los efectos sobre nuestra salud —física y mental— del uso y abuso del smartphone, antes incluso que el DSM se haga eco.
Dependencia y adicción al móvil, una frontera difusa
Todos usamos nuestro móvil durante el día. Y cuando del uso se pasa al abuso, aparecen los problemas. Problemas, por supuesto, conocidos por los psicólogos, pero que también se empiezan a reflejar en la medicina de familia. ¿Qué señales se empiezan a ver en la atención primaria? Víctor, antes de empezar a desgranar problemas, deja clara su postura estableciendo un par de puntos importantes. «Se habla del miedo a estar sin el móvil, pero el problema no es el móvil en sí. Todo son herramientas y depende del uso que hagas de ellas», comienza enumerando: «Más que el móvil, el PC o cualquier otro dispositivo, el quid de la cuestión son las aplicaciones de las que hagamos uso. No te haces dependiente de la aplicación del SERGAS móbil, ¿a que no? Puedes ser dependiente de WhatsApp, comprobando a cada rato si sale el check azul o preguntándote por qué pones un mensaje en un grupo en el que no contesta nadie».
Dicho esto, Víctor e Inmaculada definen la nomofobia como uno más de los múltiples trastornos —trastorno no es una categoría oficial, pero sí oficiosa— que han generado las nuevas tecnologías. «Todos los avances traen cosas buenas y malas y cualquier herramienta puede ser peligrosa si la usas mal. Desde un coche a un bolígrafo. La nomofobia sería ese miedo a estar sin el móvil, englobado dentro de lo que coloquialmente conocemos como FOMO, ese pánico a estar ausente, a perderse un evento social por no estar conectado. Las nuevas generaciones están muy relacionadas con este tipo de problemas, es verdad, pero olvidamos que también la gente mayor. Aunque parezca que no, a veces usan más los sistemas de mensajería instantánea que sus nietos. Y a su vez, el FOMO estaría dentro de eso que ahora viene a llamarse adicción a las pantallas, videojuegos y redes sociales: el pantallismo», comenta Víctor.
¿Pero cuándo esto se convierte en un problema? Inmaculada Carballo es tajante: «Hay situaciones cuando estamos con amigos que pueden dar señales. Pasa mucho que, estando todos alrededor de una mesa, en un evento social, hay personas que están ausentes, abstraídas con su teléfono. Eso es un indicador que nos debería servir para distinguir el abuso de la dependencia. Porque ahí el teléfono ya está interfiriendo en tu vida, en tu ocio, en tus relaciones interpersonales aunque sea de una manera muy sutil. Si eres de los amigos que reciben comentarios como "a ti ya no te digo nada que estás siempre con el móvil”, deberías preocuparte», recalca la psicóloga.
Aunque es cierto que existen situaciones en las que el móvil nos está alejando de lo que nos rodea, tanto Víctor como Inmaculada se encargan de resaltar una y otra vez que no tiene sentido 'criminalizar' su uso. La solución no pasa tanto por volver a 1980, sino por entender que hay conductas disfuncionales en nuestros hábitos. «Tendríamos que evitar entrar en algo que se está haciendo mucho: patologizar la vida común. Todos necesitamos el móvil en algún momento del día. Lo utilizamos como cámara de fotos, para hablar o para mensajearnos. La clave está, como con todo, en hacer un uso razonable. El chocolate también está muy rico, pero no podemos alimentarnos solo de chocolate. Tenemos que aprender y educar a niños y adolescentes en un uso responsable, porque son ellos los que tienen mayor índice de abuso y cuentan con más probabilidades de padecer adicción en el futuro. Por eso, la pediatría debería estar vigilante, porque los niños ya llegan a consulta con el móvil en las manos para que no hagan ruido. Pero con todo, no podemos caer en la tentación de criminalizar una herramienta que es indispensable para nuestra forma de movernos en el mundo», insiste.
Pacientes que ya no miran a su médico
Sabemos que las consultas de psicología están más llenas que nunca. La ansiedad desatada es el mal del siglo XXI, alimentada, en parte, por los constantes estímulos y perenne presencia que nos permite la vida en las redes sociales. ¿Pero qué se está viendo de todo esto en la atención primaria? Como recuerda Víctor Quesada: «La definición de salud es amplia y a todos los niveles: psicológico y físico. A nivel psicológico, el móvil produce unos efectos; a nivel físico, otros, pero que están muy relacionados. Un problema psicológico producido por esa ansiedad que provoca no tener cerca el aparato acaba repercutiendo físicamente en la persona. Porque de ahí se parte. La definición de salud incluye todas esas vertientes biopsicosociales de la persona: el bienestar biológico, lo que son tus aparatos, órganos y sistemas; la parte psicológica, que es fundamental; y la parte del entorno, que está muy implicada en estos temas.
Nadie —si alguien lo ha hecho será una excepción— pide una cita en medicina primaria aquejado de un dolor en el dedo con el que escribe en WhatsApp. No es así como los problemas de abuso del teléfono se manifiestan en consulta. De hecho, lo normal es que sea el facultativo el que vea indicios del problema o que sea el entorno de la persona el que lo identifique y comente al médico, aunque sea de pasada. Según confirma Quesada, este tipo de cosas ya están empezando a ocurrir.
«En la consulta de primaria, a veces te llevas sorpresas, porque te das cuenta de que la familia ve normales cosas que no lo son», comienza desgranando. Según confiesa el médico, ver a padres recurrir al móvil para 'controlar' a sus hijos es cada vez más común en las salas de espera. Pediatría, en este mal, se lleva la palma, pero según asegura Quesada se está empezando a ver que esto continúa una vez abandonan la edad pediátrica. «Es que estamos empezando a ver que hay personas que vienen a consulta, no como acompañantes, sino como pacientes, que ni te miran. Estamos hablando de gente de 16 años, que no es que no sepan hablar. Vienen a lo mejor con su madre, con el abuelo o quien sea y, mientras su familiar está explicando la situación, su propio caso, ellos están con el móvil. Es que les preguntas y siguen con el móvil jugando delante de ti. Esto me ha pasado en múltiples ocasiones, estar preguntando y tener que pedir si pueden dejar el teléfono. Y esto no se detecta como algo patológico. Pero si vas a un médico digo yo que será porque te encuentras mal, te duele algo o tienes cualquier problema. Lo lógico es estar prestando atención; deberías ser el primer interesado. Pero no, están con el móvil, le estás preguntando y ni responden», expone perplejo el doctor. Sin embargo, sería de una candidez alarmante creer que esto solo está pasando en niños y adolescentes.
Algunas señales que pueden indicar un uso excesivo del móvil
- ¿Pones excusas para poder usarlo?
- ¿Compruebas la última conexión de WhatsApp o estás atento al doble check azul?
- ¿Sueles revisar los estados o las stories de Instagram con frecuencia?
- ¿Estás tomando algo con tus amigos y estás más pendiente del móvil que de la conversación?
- ¿Recibes comentarios sobre lo mucho que usas el teléfono?
- ¿Sientes que el móvil interrumpe tus relaciones interpersonales?
Las personas mayores y su alarmante uso del móvil: pandemia y «boom» de las pantallas
A los adultos, que muchas veces se encaraman a una torre de marfil para denunciar el abuso que hacen los jóvenes de sus dispositivos electrónicos, más les convendría el silencio. El problema es no dar ejemplo cuando son niños para un uso responsable cuando sean adultos. La media de edad en la que los menores obtienen su primer móvil en España está en once años. Y como se ha dicho, ya mucho antes comienzan a usarlo, instigados por sus padres, que buscan un oasis de relajación y recurren a esta herramienta para calmar sus demandas. «Un niño de cuatro años no necesita un móvil para nada. La media de edad para tener un móvil son los once o diez años. Con diez años vas con tus padres a todos lados, no necesitas un smartphone para nada», dice con contundencia Inmaculada Concepción Carballo, psicóloga.
Sin embargo, muchas veces se tiende a obviar el impacto del uso del teléfono en las personas mayores. Especialmente, desde la pandemia, que hizo coincidir en el contexto varios elementos claves: «El miedo, el confinamiento posterior e incluso alguna fobia social que había pasado desaparecibida se acrecentaron. Había pánico a venir a consulta. Además, se produjo el boom de las pantallas», explica Vïctor. ¿El resultado? Familiares que acuden a medicina primaria para comentar, con preocupación, que la vida social de estas personas ha sido sustituida por el contacto digital.
«Este uso y abuso por parte de los mayores, especialmente después del covid, lo vemos de forma clara. Ya sabíamos que la soledad de las personas mayores estaba ahí, pero es que, debido al encierro, han aprendido a utilizar las redes sociales. Ahora, les está costando volver a la vida normal. Utilizan menos esas relaciones sociales, se acabaron las reuniones de amigos del barrio y se centran en las videollamadas, los mensajes a los nietos y este tipo de cosas», comenta Inmaculada con preocupación. «Es cierto que detrás de estos comportamientos puede haber algo más, una depresión por ejemplo, pero hay gente que suple esa soledad con las redes sociales. Es un bucle, porque en realidad se acaban aislando más».
Soluciones que tienen que nacer desde los hogares
«La familia tiene la clave para que esto no avance por mal camino», expresa con énfasis la especialista en salud mental, creyendo firmemente que la solución no puede pasar por esperar una prohibición del uso del móvil. «Los avances tecnológicos han venido para quedarse y evolucionar. Probablemente, dentro de diez años habrá algo igual o peor», concuerda Víctor. Así la apuesta debe ser establecer límites en el uso, un camino que es por el que discurren también las sociedades de pediatría.
Aunque ya se vean consecuencias de estas nuevas formas de relacionarse, que amenazan con impactar en lo psicólogico primero; y posteriormente en lo más puramente biológico, estamos a tiempo de cambiar el chip. «Estamos en una etapa primigenia, pero que ya está provocando problemas. La sociedad, y todos podemos verlo sin salir de nuestro barrio, se ha vuelto más individualista, más solitaria. Los grupos de amigos ya no son grupos gigantes, ya no ves niños jugando con todos los vecinos. Pero es que somos series sociales, necesitamos a los demás para estar bien mentalmente. Las personas de nuestro entorno nos enseñan cosas, ya sea para bien o para mal. Meternos detrás de una pantalla y decir que tienes muchísimos amigos… ¿te relacionas con ellos?, ¿sacas tiempo para tomarte algo y charlar? No creo que como sociedad podamos vivir de manera individual, todos tienen algo que aportarte en tu vida y estamos cerrando esas puertas. La sociedad está cambiando. La pregunta es: ¿hacia qué lado queremos que cambie?», se pregunta la psicóloga.
Para resetear este escenario, Inmaculada y Víctor ven útiles como el llamado plan digital familiar, que consiste en establecer una serie de horarios y normas sobre el uso de dispositivos en el hogar. «Un diagrama que representa el plan digital de la casa, disponible para todos los miembros y donde se establecen los horarios de todos los dispositivos digitales disponibles, dónde pueden estar. Se regulan también las horas de ocio y las habitaciones libres de cualquier aparato electrónico. Por ejemplo, en la sala de lectura no entra ninguno». Es una alternativa que, y eso es clave, los padres y madres también deben cumplir a rajatabla. El escenario ideal está claro para Inmaculada Carballo: «En vacaciones solo deberías usar el móvil para sacar fotos. Que tus hijos, en el monte o en la playa únicamente, vean que solo usas el teléfono sacar fotos de recuerdo del castillo de arena».