¿Por qué no se cura mi dolor de espalda? «El sistema nervioso se aprende la molestia y la reproduce sin lesión»
ENFERMEDADES
Los expertos ponen de manifiesto la importancia de la educación cuando existe un dolor crónico con el objetivo de liberar al paciente de las incapacidades físicas que provoca
16 dic 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando el dolor crónico aparece, significa que hay una alteración, un desorden, en el sistema nervioso. No solo es una molestia que dura mucho, «sino una condición compleja, en la que el sistema nervioso deja de funcionar como un buen sistema de alarma y se convierte, en sí mismo, en parte del problema», explica el doctor Luis Miguel Torres, presidente de la Sociedad Española Multidisciplinar del Dolor (Semdor) y anestesista.
Tanto en pequeños como en mayores, el dolor se define como una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada o semejante a la asociada con un daño tisular real o potencial. En esta explicación, el especialista subraya con color fosforito los términos «emocional» y «experiencia»: «El dolor no solo es un estímulo físico, es una vivencia global de la persona».
Que se cronifique implica que permanezca más de tres meses y que supere el tiempo de curación del tejido o de la enfermedad que lo originó. Desaparece la causa inicial pero la alarma continúa. «En esa fase, el dolor pierde, en gran medida, su función protectora inicial y se convierte en un problema de salud por derecho propio», añade el experto.
Desde el 2022, se viene produciendo un cambio de enfoque respaldado por la clasificación internacional de enfermedades (CIE-11). El dolor crónico tiene una etiqueta aparte, es independiente, y existen dos tipos. El primario, cuando el dolor es la enfermedad principal, «como sucede en la fibromialgia o en el dolor lumbar inespecífico», dice el presidente de la Semdor; y el secundario a otra patología, ya sea cáncer, artrosis o neuropatía. «Esto supone un cambio de paradigma: el dolor crónico pasa de ser “un síntoma molesto” a ser una condición de salud que merece diagnóstico y tratamiento específicos», destaca el doctor Torres.
La nueva perspectiva no es tema menor, especialmente, si uno atiende a las cifras de afectados. Una de cada cuatro personas adultas vive con dolor crónico, con mayor frecuencia en mujeres y en el grupo de 55 a 75 años. Números que ponen de manifiesto el impacto real que supone: «Estamos hablando de un verdadero problema de salud pública, con un impacto enorme en la calidad de vida, la capacidad funcional y los costes sociosanitarios», alerta el experto. Lejos de lo que se suele pensar, la cronicidad aparece en muchos contextos, incluso, a raíz de problemas musculoesqueléticos, como la lumbalgia o cervicalgia.
¿Qué falla para que un dolor se cronifique?
Cuando el dolor es agudo, el mecanismo es sencillo: se produce una lesión o inflamación, se activan la fibras nerviosas que detectan el daño —conocidas como nociceptores—, el sistema nervioso envía una señal al cerebro y el dolor desencadena el aviso de que hay que proteger la zona. En el crónico, sin embargo, algo cambia. El sistema de alarma se queda enganchado, incluso cuando la lesión inicial ha mejorado o se ha solucionado. Los expertos conocen distintos factores que intervienen.
Saben, por ejemplo, que se produce una sensibilización periférica: «Las terminaciones nerviosas en la zona dañada se vuelven hipersensibles. Responden de forma exagerada a estímulos que antes no dolían o apenas molestaban», señala el doctor Torres. Un roce o un movimiento se vuelven desagradables.
También existe una sensibilización central, a nivel de la médula espinal y del cerebro. Aquí, las neuronas implicadas en la transmisión del dolor «se vuelven más reactivas, se reorganizan sinápticamente y “amplifican” las señales», indica el anestesista. El “volumen” de la sensibilidad está continuamente en sus máximos. «A veces hablamos de que el sistema nervioso se “aprende” el dolor y lo reproduce incluso con poca o ninguna lesión periférica».
A su vez, en muchos pacientes con dolor crónico, los sistemas moduladores que permiten inhibir la molestia están desregulados. «Se resume la capacidad de frenar la señal y se potencia la facilitación», comenta Torres. Algo habitual en cuadros como la fibromialgia y otros dolores nociplásticos.
Ante el retraso del diagnóstico y las listas de espera, la medicina de familia absorbe a muchos de estos pacientes y su abordaje. Precisamente, María Muñoa, coordinadora del grupo de trabajo de Dolor Persistente de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc), explica que el sistema interno de alarma valora que hay un peligro «porque hay otras informaciones relacionadas con la trayectoria vital de la persona o, sobre todo, con la narrativa que se hace».
La experta detalla que una vez que aparece el dolor, un factor que suma a su cronificación son las conductas evitativas: «Contribuyen a que no nos movamos normal, a que no funcionemos normal y a que construyamos una representación del cuerpo en la que no está sano», señala la especialista. Con ello, la persona deja de funcionar bien a todos los niveles: en el trabajo, en las actividades de ocio y en su relación con el entorno, familia o amigos.
Cómo se mide el dolor sin un valor analítico
El reto continúa con la forma de medirlo. No existe un termómetro, ni un valor como el que se obtiene de la tensión arterial o la glucosa. Así, los expertos deben quedarse con la autoevaluación del paciente y las escalas clínicas estandarizadas. Para comprobar, estrictamente, la intensidad del dolor existen tres métodos. La escala numérica (NRS), en la que se puntúa la molestia del cero al diez; la escala visual analógica (EVA), una línea en la que un extremo marca «sin dolor» y el otro, «el peor dolor imaginable»; y, por último, con la palabra. Describirlo como leve, moderado o intenso e insoportable.
El presidente de la Semdor describe estas escalas como sencillas, rápidas y útiles para realizar el seguimiento, pero solo son capaces de captar una parte del problema. Por eso, en la evaluación también se miden otros factores. El primero de ellos, la interferencia que provoca el dolor en la vida diaria. «No basta con saber cuánto duele; necesitamos saber cuánto interfiere en el sueño, el trabajo, la movilidad, el autocuidado, la vida social o la sexualidad», comenta. Para ello, pueden recurrir al Brief Pain Inventory o a otros cuestionarios que ayudan a cuantificar el impacto funcional y la mejora que han podido suponer los tratamientos.
La medición también se centra en el componente emocional y cognitivo. «Esto es el miedo al movimiento, las creencias catastrofistas («esto nunca va a mejorar»), el nivel de ansiedad y depresión, y la calidad del sueño, porque todo ello modula el dolor y condiciona la respuesta al tratamiento», destaca el experto de la Semdor.
Y, por último, se tiene en cuenta el tipo de dolor. Es decir, se intenta descifrar si es fundamentalmente nociceptivo —causado por la inflamación o daño tisular—, neuropático —por la lesión del sistema nervioso— o nociplástico —por la alteración de la modulación y sensibilización central—. «En definitiva, medimos el dolor crónico de forma multidimensional, porque no es solo una intensidad, sino una experiencia que afecta a todas las esferas de la vida», resume el doctor Torres.
Para Dores Sánchez, miembro de la Junta de la Sociedad Española de Rehabilitación y Medicina Física (Sermef), la clave reside en realizar una buena anamnesis, es decir, la entrevista clínica. «Escuchar al paciente y entender cómo describe su dolor. Si lo siente como quemazón, presión, calambre o pinchazo; si mejora con el calor, el frío, el reposo o el movimiento. Todo esto nos da muchísima información», contempla. A la par, habla de la posibilidad de completar el estudio de la problemática con otras pruebas clínicas, como analíticas, radiografías, resonancias magnéticas u otras.
¿Cómo se trata un dolor cuyo origen no se localiza?
El consuelo para el que lo padezca es que los expertos cuentan con un abanico terapéutico cada vez más amplio. Ninguna terapia es suficiente por sí sola, pero la mezcla de todas ellas pueden surtir efecto. En la práctica real, la base se compone del tratamiento farmacológico racional. Este cajón incluye analgésicos simples, como el paracetamol, antiinflamatorios y fármacos moduladores del dolor neuropático, como los antidepresivos duales. «Los opioides tienen un papel limitado y muy vigilado en el dolor crónico no oncológico, debido a sus efectos adversos y al riesgo de dependencia; deben utilizarse con criterios estrictos», precisa el anestesista.
En las unidades del dolor, también disponen de técnicas intervencionistas mínimamente invasivas, como las terapias intradiscales, la neuromodulación o técnicas de medicina regenerativa, entre otras. «Estas técnicas permiten, en pacientes bien seleccionados, reducir de forma significativa el dolor y la necesidad de medicación», añade.
El movimiento pautado, el ejercicio terapéutico, la reeducación postural y la terapia manual tienen un papel esencial y vienen de la mano de médicos rehabilitadores y fisioterapeutas especializados. «Es la herramienta más potente para mejorar el dolor crónico, pero no vale cualquiera. Es fundamental adaptarlo a tu estado físico, tus otras patologías, tu composición corporal, tu nivel de condición física, tu estado emocional y tu entorno de apoyo», señala la doctora Sánchez.
La experta destaca que, de igual manera, es importante cuidar la alimentación y el peso, «porque la obesidad y la inflamación silenciosa pueden agravar el dolor, sobrecargar los músculos y las articulaciones, y perpetuar la señal en sí, sobre todo, en pacientes que han perdido masa muscular y movilidad», indica la médica rehabilitadora.
El abordaje psicológico y la educación en dolor han cobrado importancia. «La terapia cognitivo-conductual, los programas de manejo del estrés, el entrenamiento en técnicas de afrontamiento y la educación en neurociencia del dolor ayudan al paciente a entender qué le ocurre, reducir el miedo y recuperar el control sobre su vida», contempla el doctor Torres, que también pone el foco en la importancia de mejorar el sueño, hacer actividad física, mejorar la alimentación y evitar el consumo de tóxicos, como el tabaco o el alcohol.
Sentirse incomprendidos
El presidente de la Semdor pone en valor la red de Unidades del Dolor disponible en España. Sin embargo, lamenta que la dotación y distribución sea desigual entre comunidades autónomas y hospitales. «Insistimos en que el dolor crónico requiere una atención específica y coordinada, no soluciones aisladas ni fragmentadas», apunta el especialista. Este no es el único reto que plantea el abordaje y perspectiva sobre el dolor crónico.
Pese a las consecuencias que supone para la mayoría, existe un infradiagnóstico y retraso en la derivación a las unidades del dolor. Algo que no hace más que complicar el tratamiento y favorecer su cronificación. El doctor también apunta a un estigma y trivialización de la persona y sus síntomas: «El paciente con dolor crónico todavía se encuentra con comentarios del tipo “los resultados están bien, así que no puede doler tanto” o “será cosa de nervios”», señala. Palabras que provocan sufrimiento añadido, sensación de incomprensión y desconfianza en el sistema.
Otro problema en el horizonte es el envejecimiento de la población y la multimorbilidad, pues cada vez existen más mayores con artrosis, osteoporosis, cáncer y diabetes, u otras patologías asociadas al dolor; así como el uso racional de analgésicos, en especial, de los opioides.
El doctor Torres reconoce que, en este sentido, es complicado encontrar un equilibrio entre el derecho que el paciente tiene a no sufrir innecesariamente y «la necesidad de evitar una “epidemia de opioides” como la vivida en otros países». Para ello, reclama protocolos claros, formación y seguimiento estrecho.
El poder de la mente
En la experiencia del dolor crónico, los pensamientos que se proyectan sobre la molestia tienen un enorme peso. No solo impactan en el dolor en sí, sino también en el mantenimiento. «La idea inconsciente que tenemos al respecto influye mucho porque, al final, lo que pensamos es otra fuente de información que reciben los sistemas evaluadores internos», precisa la responsable de grupo de la Semfyc. Es más, según la doctora Muñoa, el dolor crónico aparece con mayor frecuencia «en personas que han tenido eventos traumáticos o situaciones vitales muy difíciles que se prolongan en el tiempo».
También puede derivarse de la consulta médica. «Por ejemplo, que los profesionales sanitarios le digamos al paciente que tienen la espalda muy mal o que sus dolores de cabeza serán crónicos», reconoce la experta.
En este sentido, el presidente de la Semdor coincide en que la perspectiva mental es «central» al hablar del dolor. Esto no implica que sea imaginario, sino que el cerebro «es el órgano que genera la experiencia dolorosa», y su funcionamiento está condicionado por factores emocionales y cognitivos. «Sabemos que el catastrofismo y pensar que la situación empeorará se asocia a una mayor intensidad de dolor y peor respuesta al tratamiento», ejemplifica el experto. De ahí que sentirse apoyado y comprendido se relacione con un mejor pronóstico.
Educar en dolor
Con esto en mente, el objetivo del tratamiento en las personas en las que el dolor ha bloqueado su vida debería consistir en recuperar las cosas que han dejado de hacer. Por una parte, «implica entender lo que ocurre en el cuerpo y que los tejidos no están enfermos, sino que puede haber otras explicaciones para el dolor», expone Muñoa. Algo que, en la actualidad, se consigue mediante sesiones informativas y educando a la gente en la ciencia del dolor.
Por otra parte, la experta también destaca el valor del ejercicio terapéutico especialmente en aquellos que tienen el movimiento muy bloqueado. Esto no es cosa menor. Algunos pacientes dejan de agacharse, de levantar el brazo o de girar su cuerpo por miedo a que la molestia se manifieste. Por ello, entender que no existe un riesgo es necesario. Por último, en el abordaje principal, la responsable de grupo de la Semfyc habla del recurso psicológico, especialmente, a la hora de hacer frente al rencor o a la tristeza.
Así, para la experta, «los analgésicos no pintan nada en esta historia». El problema es que la información imperante en nuestro contexto y lo que transmiten los médicos, según la doctora, es que el tratamiento del dolor crónico son las pastillas, las infiltraciones, los masajes o la cirugía. «Es una idea errónea que solo refuerza este bucle», comenta.
La especialista en medicina de familia reconoce que, durante años, la solución en la medicina en general, y en el abordaje del dolor crónico en particular, se ha buscado fuera del cuerpo. Algo que ha ido cambiando en los últimos años, «pero de forma muy lenta porque es complicado que los profesionales sanitarios varíen en su manera de funcionar», apunta.
Así, se explica la tendencia a proporcionar fármacos «que en muchos casos provocan mucho efecto secundario y dependencia», lamenta. Al recetarlos, dice, «solo estamos empeorando su calidad de vida». La doctora Muñoa lamenta que las personas tengan un «enorme sufrimiento» en cuanto a lo que reciben del sistema sanitario. «Se llega a cuestionar al paciente planteando si lo que refiere es verdad». Como si el dolor pudiera inventarse.