Ser alcohólica en Navidad: «El alcohol siempre va a tirar y siempre va a estar presente en mi cabeza»

Laura Inés Miyara
LAURA MIYARA LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Rocío está en rehabilitación por alcoholismo.
Marcos Miguez

Rocío tiene 56 años y está en rehabilitación desde hace tres, por eso pasa sus Navidades en el grupo de Alcohólicos Anónimos

20 dic 2023 . Actualizado a las 18:42 h.

Diciembre es sinónimo de excesos. Navidad, Fin de Año, cenas de trabajo o reuniones con amigos. Todo evento va acompañado de una o varias copas. Es una época de celebración, pero el alcohol está tan asociado a este espíritu festivo que, cuando se es alcohólico, las Navidades pueden convertirse en una carrera de obstáculos que pone a cada paso del camino una posible recaída.

Acompañar a alguien en esta situación no siempre es fácil. Existe un tipo de comprensión específica que solo pueden ofrecer aquellas personas que están pasando por lo mismo que uno. Así lo expresa Rocío, de 56 años y en rehabilitación por alcoholismo desde hace tres. La paciente asegura que la mejor forma de pasar estas fechas para un alcohólico en recuperación es hacerlo rodeado de otros que tampoco beban. Por eso, sus cenas de Nochebuena y Fin de año son en la sede de Alcohólicos Anónimos Noroeste, en A Coruña.

«A nosotros nos mueve mucho esta época. Hay ambiente navideño, la gente está muy contenta y celebra, y es lo peor que hay para alguien en esta situación. Entonces, siempre es mejor que vayamos al grupo, porque así sabes que vas a estar bien. Tanto Nochebuena como Fin de año las pasamos allí», dice.

Así es la Nochebuena 0,0 %

Más allá de la falta de alcohol, las cenas no son tan distintas a las de las familias que beben. Después de todo, las fiestas simplemente son una excusa para estar juntos y pasar un buen rato. Pero en este caso, la asociación, cuya política estricta de anonimato impide a personas externas asistir a las reuniones, hace una excepción. Los familiares que deseen pueden participar de la cena navideña. «En mi caso, van mis hijos y mi marido se queda con mi padre, que tiene 82 años», detalla Rocío.

«Entre todos nos repartimos las tareas, hacemos allí la cena entre los compañeros, ponemos la mesa como en una casa normal, alumbramos todo y cenamos. Después de cenar, ponemos música, bailamos y hacemos karaoke. En Fin de año tomamos las uvas. La pasamos muchísimo mejor que en casa. En mi casa, a las dos de la mañana se van todos para cama y en el grupo, nos hemos quedado hasta las cinco de la mañana», cuenta Rocío.

«Es también una forma de que ellos en casa, si les apetece tomar una copa de cava o de vino, puedan tomarla sin sentirse obligados a no hacerlo por culpa nuestra, para que así ellos disfruten sin estar pendientes de nosotros. Así no hay problema. Desde que empecé a venir al grupo no cambio ninguna cena por las de aquí, que son divertidísimas. En el día de Reyes les damos regalitos a los chicos que viven aquí, tomamos chocolate, roscón y lo pasamos muy bien», asegura la paciente.

Este será el cuarto año que Rocío pasa las fiestas en el grupo. Se trata de una época difícil para los miembros de esta organización. «Es complicado, porque incluso nosotros mismos, que nos vemos todos los días, notamos que estamos más alterados y nerviosos. Las luces y la gente yendo y viniendo, las cenas de empresa con la gente tomando copas, claro que todo eso nos mueve muchísimo, porque el alcohol siempre va a tirar, siempre va a estar presente en nuestra cabeza», explica ella.

Al mismo tiempo, las reuniones familiares pueden hacer estallar tensiones latentes. «En familia, aunque sea muy unida, siempre puede haber altercados. Si acabas discutiendo con tu hermano, tu primo o tu cuñado, cualquier cosa te va a alterar y si eso pasa es muy peligroso. En caso de discusión, lo más fácil es tomarte un vino o una cerveza, pero nosotros no podemos tomar ese vino, porque detrás del primero vienen muchos más», señala.

«La familia no te puede ayudar. Quieren ayudarte, pero no saben cómo tratarnos, porque tenemos unos cambios de humor muy drásticos. Estamos muy contentos y de repente nos ponemos tristes», explica Rocío. Por eso, la recomendación para las personas cercanas a un alcohólico es acompañarle y escucharle, pero, sobre todo, alentarle a que acuda a grupos dedicados específicamente a su problema.

La vida con alcoholismo 

La historia de Rocío con el alcohol empezó hace décadas, en su juventud. «Era la típica adolescente que se tomaba una cervecita y se daba cuenta de que tomarla te quita toda esa timidez que tienes y te permite relacionarte con la gente, te da una sensación súper agradable», recuerda.

«A partir de allí empecé a beber socialmente, pero también reprimiéndome, porque el alcohol me hacía efecto muy rápido, entonces, intentaba controlarlo. Lo que hacía era beber a escondidas en casa. Lo tenía fácil porque mis padres trabajaban muchísimo y no estaban. Iba robando botellas y bebiendo vino o lo que pillara, porque el sabor del alcohol realmente nunca me ha gustado», dice Rocío.

Aunque se daba cuenta de que su consumo era problemático, ella todavía pensaba que podía controlarlo por sí sola. Creyó que una vida más estructurada iba a ayudarla. «Me casé pensando que así iba a parar de beber. Evidentemente, así no funciona. Tuve un hijo y fui incapaz de dejar de beber aun entonces. Mi hijo nació con síndrome alcohólico fetal porque en el embarazo bebí. Es un niño normal, pero tiene un retraso madurativo por las secuelas del alcohol. Cuando nació, tuve un sentimiento de culpabilidad tan grande que dejé de beber y estuve casi 15 años sin probar una gota de alcohol», cuenta.

Al cabo de un tiempo, decidió buscar otro embarazo. Esta vez, sobria. «Después de mucho pelear, conseguí quedarme embarazada y tuve una niña preciosa», dice. Sin embargo, no encontraba la paz. «Tenía una familia que me quiere, un marido que siempre me ha respetado, unos hijos que son una maravilla, pero yo no era capaz de ver nada de eso. Nunca fui feliz. Cuando la niña tenía 3 años, yo volví a estar mal. Para navidad fui a que me peinaran y la peluquera me ofreció una copita para celebrar que era Nochebuena. Yo se la rechazaba siempre, pero ese día la acepté y ahí se volvió a desencadenar todo», dice Rocío.

«Vuelves a beber y tienes lagunas mentales, comas etílicos. Fue una catástrofe tremenda. Todo esto fue a escondidas, pero por mucho que me ocultara, se daban cuenta. Escondía alcohol en todos los rincones de mi casa y mi marido lo descubría, teníamos broncas continuas hasta que mi marido se cansó», describe.

«Entre mi marido y mi padre decidieron ingresarme en una clínica privada. Yo les dije que allí no quería ir, que me dejasen decidir a mí cómo iba a hacer. Fue entonces cuando contacté con el grupo. Llamé y descubrí que tenía una enfermedad. Yo no tenía ni idea de que esto era una enfermedad, pensaba que era una borracha, una viciosa», recuerda.

Han pasado tres años y la vida de Rocío no hace más que mejorar. En gran medida, porque ahora cuenta con una comunidad de pacientes como ella que se apoyan unos a otros. «Cuando llegas al grupo tienes una desesperanza muy grande. Yo ya tenía todo en la vida, me había casado, había tenido hijos. Pensaba que no me quedaba nada por delante. No tenía ninguna ilusión, pensaba que lo que me quedaba era envejecer y morirme. Y fue llegar al grupo y descubrir que tengo un montón de experiencias por vivir. Viajamos un montón, disfrutamos, me río, me divierto. Antes no tenía esa alegría que tengo a día de hoy. El grupo me ha dado una vida nueva que jamás pensaba que iba a tener», asegura.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.