Isabel Giménez, paciente de trastorno bipolar: «No es que un día estés mal y otro bien»
SALUD MENTAL
Diagnosticada a los 35 años, reconoce que en su caso había un claro componente genético, ahora lucha contra el estigma de la enfermedad
26 may 2024 . Actualizado a las 16:43 h.El trastorno bipolar afecta a más gente de lo que se piensa. De hecho, se cree que sus cifras pueden estar subestimadas. «Puede afectar al 2 % de la población, lo que lo convierte en un trastorno bastante común, solo que, como hay mucho estigma, la gente no lo cuenta», lamenta el doctor Eduard Vieta, jefe de Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Clínic de Barcelona y director del grupo de Trastorno bipolar del Área de Neurociencias del Idibaps. Un estigma que Isabel Giménez, natural de Mataró y de 50 años, conoce desde que fue diagnosticada a los 35. Su caso se sale de lo común, lo habitual es que esta enfermedad debute en la adolescencia o, como muy tarde, a comienzos de la veintena.
Su vida comenzó a desestabilizarse por cuestiones familiares y de trabajo. Giménez trabajaba en un banco y, por aquel entonces, en pleno 2009, muchas oficinas estaban cerrando a raíz de la crisis económica. Así que ella fue trasladada de lugar laboral y sus responsabilidades crecieron. «Lo único que hacía era ir a trabajar y meterme debajo de las sábanas para dormir, si podía, o para imaginarme una realidad paralela», recuerda.
Su forma de escapar consistía en ver la televisión, en concreto, la serie de Televisión Española Amar en tiempos revueltos. «Había una actriz que quería suicidarse y yo me mimetizaba, quería hacer lo mismo que ella. Era una cosa muy extraña», explica. Cuando Giménez pensaba en «cómo salir de aquí», la ficción le daba la respuesta. «Era como si viviese en la vida de otra persona. Si ese personaje hablaba de pastillas, esa noche soñaba con ello», añade.
Se intentó quitar la vida en dos ocasiones en el marco de un par de meses. Primero, en mayo. «Mi madre me encontró, pero como somos muy buenos mintiendo, le hice creer que la situación era algo puntual», apunta. Nada más lejos de la realidad. Giménez cada vez se encerraba más en sí misma. Tanto, que en junio tuvo otro intento autolítico, esta vez, en su oficina, que la llevó al ingreso hospitalario durante 21 días.
Precisamente, cuando este trastorno no se aborda de la forma correcta, el riesgo de suicidio aumenta. «En general, por cada muerte, hay 20 intentos. En este trastorno, esta cifra se eleva a uno de cada cinco», señala el doctor Vieta, considerado uno de los grandes expertos de España en esta patología, que añade: «Casi un 20 % de las muertes de estos pacientes se deben al suicidio», expone. De ahí, que el diagnóstico precoz sea esencial.
Factores de riesgo
El primer factor de riesgo y la explicación a la mayoría de recaídas es dejar de tomar la medicación. Se estima que casi la mitad de los pacientes no siguen las pautas de manera correcta. Otros desencadenantes son el consumo de alcohol y otros tóxicos, como la cocaína o el cannabis; dormir menos de siete u ocho horas, ya que puede ser indicador de una fase de euforia; determinados fármacos, empleados en otras enfermedades; y, por último, el parto para algunas mujeres, ya que puede hacer de desencadenante debido a los cambios hormonales.
Por su parte, los factores psicológicos, como el estrés o los acontecimientos vitales negativos, pueden contribuir a un episodio maníaco o depresivo en una persona vulnerable a la enfermedad. A su vez, los eventos positivos también pueden desencadenar un episodio, por ejemplo, ser ascendido en el trabajo o empezar una relación.
Un trastorno con un claro componente genético
El diagnóstico de Giménez no tardó en llegar. El hecho de tener un familiar cercano que lo padecía lo hizo obvio para los doctores. La causa es biológica y genética. El sistema límbico, responsable de la regulación de las emociones, funciona erróneamente en estos pacientes, por lo que atraviesan bruscas alteraciones del estado de ánimo sin que haya un motivo aparente que lo justifique. «Existen fases de depresión, en las que no tienen ilusión, fuerzas o motivación —que se caracteriza por una disminución de la serotonina—y fases maníacas, en las que están acelerados, tienen mucha energía y autoestima —con un aumento de los niveles de dopamina—», ejemplifica el doctor del hospital catalán.
Existen cuatro tipos de trastorno bipolar descritos: el trastorno bipolar tipo I, el tipo II, la ciclotimia y el trastorno esquizoafectivo de tipo bipolar. Giménez padece el segundo, que se define por tener episodios de euforia menos graves, aunque los depresivos puedan ser de mayor intensidad en esta clase. «Las manías son más bajas. En el tipo I, la persona, a lo mejor, se marcha de casa por la noche y nadie sabe dónde está; en mi caso, por ejemplo, dejo de dormir y me pongo a arreglar un armario a las tres de la mañana. Son manías, pero más pequeñas y menos peligrosas», cuenta.
Por su parte, la ciclotimia se caracteriza por variaciones leves del estado de ánimo que, pese producirse con menos intensidad, también merman la calidad de vida y la funcionalidad de sus pacientes; y el trastorno esquizoafectivo se parece mucho al bipolar tipo I, con la característica de que el esquizoafectivo suele manifestarse con alucinaciones y delirios, incluso durante las fases asintomáticas de la enfermedad.
«Pensaba: "¿Por qué me tiene que tocar esto a mí?"»
Con el diagnóstico, tuvo una sensación agridulce. Primero, alivio. Después, culpa. «Yo pensaba: “¿Por qué me toca esto a mí si siempre he hecho lo que debía?”». Reconoce que el período de aceptación fue duro, aunque el tiempo le ha ayudado. Hoy en día es tesorera de una asociación de salud mental y lucha contra el estigma, «y lo que es peor: autoestigma», que ella también sintió. «Mucha gente no lo dice. A veces, cuando vamos a dar charlas a la universidad, ves que un chico se emociona y te cuenta que su madre también lo tiene, pero que no quiere que se sepa», lamenta.
Esto lleva a que la enfermedad no se entienda y que la gente tienda a romantizarla y a describirla como algo que no es. «No es que un día estés mal y otro bien, no es un simple cambio de ánimo. Es una enfermedad que dura para siempre», explica. Un trastorno crónico con subidas y bajadas. Giménez reconoce que, pese a recibir el medicamento correcto, ha tenido que ingresar en más de una ocasión, lo que muestra la gravedad de la patología. «Esta mañana —en el día de la entrevista— participé en una mesa redonda en un hospital. Pero en junio, estaba recibiendo terapia electroconvulsiva que, al final, tuvo un efecto negativo en mí», señala haciendo referencia a la última baza que le quedaba en materia de tratamiento.
En la actualidad, ayuda a que otros lo lleven mejor. Hace de referente para otros pacientes, algo que a ella le faltó. «La mejor forma de ayudar a alguien que acaba de ser diagnosticado es haciéndolos saber que estarás ahí, sin intentar sacar el tema», precisa. Entre el 2017 y el 2018, obtuvo la incapacidad permanente absoluta: «Me llevó tiempo aceptar que nunca más iba a trabajar, así que tuve que buscar una forma de devolver el dinero que estaba cobrando a la sociedad», dice. Así, la salud mental entró en su terreno laboral. «De una cosa muy mala, que me costó mucho entender y perdonarme a mí misma, pude reconducir mi vida en algo bonito», comenta. Todo un camino para transmitir una idea: que el trastorno bipolar no solo es cuestión «de reírme ahora y llorar después».
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