Josefa Ros, investigadora en aburrimiento: «El aburrimiento es algo que duele siempre»

SALUD MENTAL

La experta ha dedicado su actividad académica a detectar cómo este estado funciona como factor de riesgo, especialente en las residencias de personas mayores
19 mar 2025 . Actualizado a las 15:59 h.Josefa Ros vive en esa paradoja en la que el aburrimiento es su pasión. Desde que realizó su tesis doctoral sobre este estado de hastío y malestar —lo de que siempre es malestar lo descubriría con el tiempo— inherente al ser humano, no ha dejado de investigar en cómo este fenómeno atraviesa nuestras vidas. En el sexo, en la educación, en la vejez; en la Grecia Clásica, la Edad Media o la sociedad postindustrial; en la psicología, la antropología o la sociología. Su curiosidad le llevó a fundar la Boredom Society —Sociedad del Aburrimiento—, la primera sociedad cultural y académica de estudios del aburrimiento. Y a ser premiada en los Premios Nacionales de Investigación en el año 2022 otorgado por el Ministerio de Ciencia Innovación y Universidades. En una charla que se prolonga durante tres cuartos de hora, expone sus conclusiones sobre cómo el aburrimiento funciona como factor de riesgo en las residencias de mayores.
—¿Cómo define el aburrimiento una investigadora en aburrimiento? Lo digo por empezar por el principio.
—El gran problema del aburrimiento es que, al tratarse de un fenómeno multifactorial, que depende de factores sociales, económicos o incluso genéticos y biológicos, implica a muchas disciplinas que están trabajando sobre él. Y cada una ofrece una definición desde su marco de trabajo. A veces, nos encontramos con este problema. No sabemos muy bien a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de aburrimiento. Esta fue una de las principales razones que me llevaron a fundar la boredom society, la primera sociedad cultural y académica de estudios del aburrimiento, porque me di cuenta de que no nos leíamos entre nosotros. Mi aproximación siempre ha sido de carácter interdisciplinar; tocaba la filosofía, la antropología, la sociología o la psicología. Pero otros colegas están dentro de su campo de estudio y no salen de ahí. Me parecía importante saber qué estaba haciendo cada uno y consensuar, al menos, una definición de aburrimiento. Actualmente, creo que ya tenemos una pequeña definición de lo que es.
—¿Y cuál es?
—Desde esta aproximación multidisciplinar, lo defino como un malestar. Porque el aburrimiento es algo que duele siempre. Y si no duele será otra cosa, será relajación, descanso o lo que sea. Pero el aburrimiento es un estado de malestar que experimentamos las personas y algunos animales con suficiente desarrollo cognitivo cuando el entorno en el que nos encontramos no nos estimula adecuadamente. Y ese dolor se acaba traduciendo en la experiencia de la falta de sentido; en la falta de significado. Todos tenemos una necesidad de estímulo determinada que debemos satisfacer para que nuestros niveles de excitación cortical se mantengan lo suficientemente altos y experimentemos bienestar. En el momento en el que estamos tratando de comprometernos con una actividad que no nos estimula de acuerdo a esa necesidad, aparece el aburrimiento. Es una señal de que hay un desajuste entre lo que necesitas en ese momento y lo que se te está ofreciendo. El aburrimiento indica que no debes malgastar energía en una situación que para ti no tiene suficiente valor, que debes buscar otra diferente. No debe ser obligatoriamente algo súper original que no hayas hecho nunca. Por ejemplo, si estás viendo una película y no te estimula adecuadamente en ese momento, el aburrimiento te dice que pases página. Ve otra película, date una vuelta o léete un libro.
—Claro, pero usted plantea una situación ideal en la que si alguien se aburre, coge y se da un paseo. ¿Pero qué pasa si ante el aburrimiento de una película coge el móvil y se pone a deslizar en redes sociales? ¿Es una alternativa mejor? Lo digo porque cada vez más se escuchan discursos reivindicando el aburrimiento en una sociedad híperestimulada.
—No se trata de darnos tiempo para aburrirnos o de permanecer en el aburrimiento. De lo que se trata es de no recurrir siempre a la misma estrategia de huida. Se trata de que nos concienciemos de que, por nuestro bien, debemos contar con catálogos de opciones para llenar el tiempo con actividades que tengan valor y que no sean siempre la misma. Porque en el momento en el que esa opción no esté disponible, nos quedamos si nada. Ahora empezamos a ver que hemos abusado de esa opción para ocupar el tiempo que es el teléfono móvil y, más concretamente, las redes sociales. Es una opción como cualquier otra, pero como está tan a mano, hemos abusado. Sucede como con los antibióticos, de los que hemos abusado durante mucho tiempo y ahora no nos hacen efecto. La gente cada vez aguanta menos tiempo en Instagram o Facebook. Acabas experimentando aburrimiento con esa opción que debía paliarlo. Las redes no son una opción que esté diseñada para aportarte significado a no ser que seas un influencer o un creador de contenido. Cada vez tardamos menos en sentir ese dolorcillo, ese «¿y a mí esto qué me importa?, ¿qué hago yo deglutiendo experiencias y opiniones de gente que no conozco de nada?».
—Pero seguro ha oído ese discurso desde la psicología que dice que necesitamos tiempo para aburrirnos.
—Es una soberanísima estupidez, no lo puedo decir de otra manera. No solo se lo he escuchado a algunos psicólogos. Es una proclama que ha calado, a la gente le encanta que le digan esto, pero en realidad se está confundiendo aburrimiento con descanso, que es algo completamente distinto. Incluso se lo he oído decir a nuestra vicepresidenta del Gobierno en un mitin, que tenemos «derecho al aburrimiento». Oiga usted, no. Lo que tenemos es derecho a tener tiempo del poder frente al tiempo del deber, que es el que ocupamos con las obligaciones, con el trabajo y demás. Tenemos necesidad y derecho de tiempo para nosotros, ¿pero eso que tiene que ver con aburrirse? Lo que estamos pidiendo es dejar el cerebro en reposo, pero el aburrimiento no hace eso, sino todo lo contrario. Cuando te aburres, tu cerebro reacciona rápidamente y empieza a buscar una salida que te saque de ese malestar. Es una cuestión fisiológica. El cerebro trata de reestablecer esos niveles de excitación cortical, subir la dopamina.
—Sobre estas posturas buenistas con respecto al aburrimiento, ha llegado a decir que son peligrosas. ¿Por qué?
—El aburrimiento es algo súper positivo siempre y cuando se pueda salir de él. En algunas situaciones, obviamente no nos queda otra que aguantar. Si tenemos un horizonte, por ejemplo en una sala de espera de un centro de salud, quieres esperar a que te vea el médico. A lo mejor esa situación no te estimula, pero te tienes que aguantar porque eres una persona adulta que sabe que detrás de ese pequeño esfuerzo hay una recompensa. O en una conferencia a la que has ido por quedar bien con tu jefe o por hacerle un favor a un compañero. Podemos aguantar un ratito de aburrimiento y no pasa nada, está bien. Ahora, cuando ese aburrimiento empieza a cronificarse, cuando se hace imposible salir de esa situación, se convierte en un problema. Vas a experimentar ansiedad, estrés, frustración por no poder salir. Cuando padeces aburrimiento de manera constante viene aparejado, y hay literatura científica desde hace más de cincuenta años, de desarrollo de adicciones, comportamientos violentos, autolesivos, abuso de la comida, trastornos del sueño y trastornos, no solo conductuales, sino del estado anímico. Y conductuales hay muchos, las personas que están siempre aburridas tienden a poner su salud y su patrimonio en riesgo.

—Claro, pero cómo lo diagnosticamos. Porque no hay una PCR para detectar aburrimiento.
—Tenemos escalas de medición, esto se lleva objetivando desde el año 1986. Existen múltiples escalas que sirven a los profesionales de la salud mental para diagnosticar a pacientes que refieren sentirse aburridos constantemente. Y dentro de esas escalas, están algunas más generales para identificar si estás padeciendo aburrimiento de manera crónica y si se está empezando a comportar algún tipo de riesgo, ya sean conductuales, anímicos o de otras patologías preexistentes. Pero también existen escalas muy específicas para detectar si existe un problema de aburrimiento crónico en el entorno laboral, si existe un problema de aburrimiento crónico en las relaciones sexuales, si existe un problema relacionado con una incipiente depresión.
—Hablamos del papel del aburrimiento en el sexo, también está presente en la educación con los alumnos de altas capacidades, pero quizás la preocupación más evidente sea lo que sucede con las personas mayores, muy afectadas por soledades no deseadas.
—El aburrimiento a quienes más afecta es a los niños pequeños y a las personas mayores. Los niños sufren mucho aburrimiento, pero porque están descubriéndose, llenando poco a poco ese catálogo de opciones. Sin embargo, las personas mayores se encuentran en el otro espectro, porque tienen opciones para llenar este tiempo de forma significativa de maneras muy marcadas. Son personas que ya han pasado mucho tiempo consigo mismas, se conocen muy bien, conocen qué es aquello que les reporta valor y qué no. Son personas que tienen muy pocas opciones, pero esas opciones no se las toques. Quizás desde fuera, quienes estamos en otro punto vital, bromeamos con esto. Yo le pregunto a mi madre cómo puede pasarse tanto tiempo viendo telenovelas turcas. Pues es su opción, es muy respetable, no le hace daño a nadie y para ella es muy importante. Pero el proceso de envejecimiento, por más que queramos romantizarlo, pensar que todos vamos a ser superyayos y que con noventa años seremos capaces de todo, no es real. Yo me he pasado tres años viviendo en residencias de mayores, he hablado con más de cuatrocientos usuarios y con más de quinientos trabajadores. A partir de los setenta o setenta y cinco años, el 70 % de las personas empezamos a experimentar un declive físico y mental. El proceso de envejecimiento va a aparejado de un deterioro y de la aparición de determinadas molestias físicas y mentales. ¿En qué se traduce esto? En que muchas de las opciones que para ti son muy valiosas y que, además, suelen ser muy poquitas, empiezan a no estar disponibles. Por ejemplo, a mi madre le encantan las telenovelas, pero si empieza a perder visión y audición ya no podrá ni verla ni escucharla. Es una opción que ya no va a estar disponible. Otra de las cosas que le gustan mucho a mi madre es ir a hacer la compra. Imagina que pierde fuerza en las piernas y tiene que estar en una silla de ruedas y ya no puede moverse con la autonomía que le gustaría. Es otra opción que deja de estar disponible. Además, a mi madre le gusta leer un poquito antes de irse a dormir. Bueno, pero es que aparece la presbicia, ya no puedes leer. Se ha quedado sin opciones en el catálogo y la consecuencia de esto es el aburrimiento. El problema es que las personas, en cuanto vamos creciendo, cada vez somos más reacios a probar cosas nuevas, a incluir nuevas opciones en ese catálogo. Nos da miedo equivocarnos, hacer el ridículo o no estar a la altura. Y esto es algo que les pasa más a los hombres, que son más propensos a experimentar aburrimiento en la última etapa de la vida. Es un primer problema sobre el que hay que trabajar. Cuanto más ricos sean nuestros catálogos de opciones al llegar a la etapa de la jubilación, más opciones tendremos para poder ocupar nuestro tiempo. Así, cuando algunas opciones dejen de estar disponibles, seguiremos teniendo otras.
—Dice que es uno de los problemas, ¿qué otros?
—El otro problema es que se generan aburrimientos de carácter institucional. Las personas con las que trabajo en las residencias, muchas veces siguen teniendo opciones disponibles, pero este catálogo deja de existir a consecuencia de la vida institucionalizada. Son opciones que, con un poquito más de personal en las residencias, con una atención un poquito más personalizada, podrían seguir llevándose a cabo. Pero el sistema residencial está tan tocado que, en la práctica, son cosas que no se pueden hacer. La opción de ver la telenovela no está disponible porque todos están en un macrosalón, solo hay un televisor y el volumen está bajito para que las personas con demencia no se alteren. Y no te puedo estar llevando a tu habitación para que veas la novela porque no hay personal. ¿Salir a hacer la compra? Alguien tiene que estar disponible para empujar tu silla y no hay personal. También desaparece. Los protocolos de rutinización y estandarización para asegurar que las personas se mantengan vivas acaban entrando en contradicción con el dotar de valor la vida. Al final lo que se hace en las residencias es dotarte de este catálogo de opciones predeterminado, una serie de actividades que son para todos. Si quieres venir, vienes; y si no quieres venir, te buscas la vida. Y suelen ser muy generales: pintar, un club de lectura, hacer memoria sobre cómo era la vida en los años cincuenta. El que es reticente a probar cosas nuevas, se queda apartado. El que las prueba y no les ve la gracia, también.
—Estos son los problemas actuales, pero es que avanzamos hacia una generación de futuros mayores que no están teniendo apenas descendencia. ¿A mayores sin hijos, mayor riesgo de aburrimiento?
—Te diré que aquellas personas mayores que no tienen hijos experimentan menos aburrimiento. Se suelen sentir menos solas. Las personas mayores que están en residencias y que tienen hijos no llegan a desconectar de eso en ningún momento. Enfocan su día hacia la espera de la visita o de la llamada. Están muy obsesionados con eso y no disfrutan, no llegan a hacerse a la idea de que la residencia es su casa ahora y es donde se hace su vida. Por contra, las que no tienen hijos se prestan más a participar en la vida residencial porque no tienen un porcentaje de su mente pensando siempre en los hijos, en cuándo vendrán o en cuándo me sacarán. En si me llamarán o no. Son más felices. Otro de los problemas que he apreciado es que a las residencias va todo el mundo a partir de los 65. Tienes personas que cognitivamente están bien pero que precisan un poco de ayuda para ducharse o el aseo diario; luego hay personas con un deterioro cognitivo elevadísimo; hay personas que tienen trastornos mentales; hay personas con discapacidad intelectual. Y todos estos grupos, se juntan en una residencia. Nos encontramos con un problema, porque el que está bien cognitivamente lo pasa muy mal.
—Le voy a hacer una pregunta que sé que es demasiado reduccionista, pero expláyese, ¿el aburrimiento siempre es malo?
—Los términos morales de bueno o malo son categorías que no aplican al aburrimiento, que no es más que un síntoma. Bueno o malo es el contexto en el que nace el aburrimiento. Buena o mala es tu respuesta frente a él. Pero como tal no se puede considerar como bueno o malo. ¿Que te duelan las muelas es bueno o malo? Pues es un síntoma. Lo bueno o lo malo es lo que hay detrás, ese contexto residencial que no te permite poner tus opciones significativas en práctica. Lo malo es que tengas una deficiencia de algún tipo de neurotransmisor que hace que no seas capaz de imaginar opciones significativas con las que llenar tu tiempo, lo malo es que decidas pasarte cinco horas cada día pegado al móvil. Yo hablo del aburrimiento con otras categorías: funcional o disfuncional. El aburrimiento es funcional cuando podemos apreciarlo y podemos buscar la manera de salir de él y disfuncional cuando se cronifica.