La lógica del velcro y el teflón: así actúa el algoritmo por primera vez sobre nuestro cerebro

Lois Balado Tomé
Lois Balado LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Belén Montesa y Juan Carlos Permuy, analizando los resultados que Instagram muestra por defecto.
Belén Montesa y Juan Carlos Permuy, analizando los resultados que Instagram muestra por defecto. Álex López-Benito

Dos psicólogos analizan el contenido que se encontraría un joven que debute en Instagram y sobre el poder de las redes en las mentes en construcción

23 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

«Las redes sociales siguen una lógica muy interesante, utilizan el sesgo de la negatividad. Esto es una cuestión antropológica. Nuestro cerebro es como el velcro y el teflón, funciona de la misma manera. Todo lo que nos genere un poquito de tensión, un poquito de impacto, algo de miedo o de asco, va a pasar como con el velcro, que se queda pegado», razona Juan Carlos Permuy, psicólogo general sanitario desde la consulta en Santiago de Compostela que comparte con Belén Montesa. Es como un accidente en la autopista, estamos programados para mirar. Lo dice mientras su dedo recorre lo que Instagram muestra en esa pestaña que llaman «descubre», pictografiada con una lupa. «Fíjate, aquí. El algoritmo parte de ese sesgo de negatividad. Tú has creado este perfil e inmediatamente empezamos a ver imágenes de un cuerpo de una mujer con sobrepeso y unas mallas muy ajustadas, porque impacta la manera de la que está bailando —se trata de un extracto de un talent show americano—, hay también unas bombas, unos incendios o un escorpión que están siendo diseccionados». Los dos scrollean la pantalla describiendo las diferentes celdas que se muestran en pantalla. 

Se trata de un algoritmo virgen. Al menos, todo lo virgen que puede ser un algoritmo de Instagram en un móvil en el que ya había sido registrada otra sesión anteriormente y en el que ya hay instaladas otras aplicaciones de la misma empresa como Facebook o WhatsApp. En el año 2025 ya deberíamos haber aparcado la candidez de pensar que no se ha compartido información entre primas hermanas. «Ya sabes eso que se dice de que si algo es gratis, el producto eres tú», rescata Belén. Con todo, se trata de la primera vez que se utiliza esta cuenta. No se le ha dado like a ningún post, seguido a nadie o comentado nada; ni siquiera se ha explorado mínimamente los contenidos sugeridos para que el algoritmo no distinga todavía qué tipo de vídeos o fotos van a captar más o menos nuestra atención. Así se les entrega el móvil a los dos psicólogos para que echen un vistazo. Están acostumbrados a entender la lógica de las redes, aunque solo sea por la cantidad de jóvenes que pasan por su clínica. Pacientes que, sea o no la tecnología el motivo de consulta, han convivido con ella durante toda su vida. Y no es una hipérbole.

«Lo primero que ha salido es un tema de arroz y comida. Es otra de las cosas que más siguen los adolescentes, muchos menores de quince años siguen a estas cuentas que muestran cómo hacer las cosas muy rápido: cómo deconstruir una hamburguesa o cómo hacer una tarta muy rápido, en píldoras de vídeo muy pequeñas», observa Belén. Ninguno de los dos psicoterapeutas es, ni de lejos, un abolicionista acérrimo de la tecnología. Son críticos con muchos de los cambios que las pantallas han traído, pero no se instalan en la nostalgia. Su profesión les hizo asumir hace tiempo que la nueva realidad, a la vista está, ha llegado para quedarse. «Las posturas más radicalizadas para eliminarlas, pues no... Hay que aprender a poderlas gestionar», dice ella.

«De un vistazo, en estas dieciséis ventanitas que aparecen aquí, veo un porcentaje altísimo de cuerpos. Esa chica con sobrepeso, aquí otra que se está vistiendo y que se le ve la ropa íntima. Hay cuerpos, hay pasión y hay deseo, porque también vemos a chicos con la lengua de fuera. Chico, chica, chica, chico —va contando—. También culturistas, vigorexia... qué interesante. Mucho deportista también», dice Juan Carlos al tiempo que sus dedos deslizan. Levanta la vista y espeta: «Es interesante porque esto también es una ley de la industria, de la tecnología. El yoísmo y el narcisismo». Y antes de que acabe, su compañera termina la frase: «El ser mirado». Vuelve a insistir Juan Carlos en recalcar que todo, además de ser atravesado por los cuerpos, sigue ajustándose a ese sesgo de negatividad que recalcó nada más tuvo el móvil entre sus manos. «Todo lo que impacte, va a hacer que te quedes pegado; lo que no impacte, lo vas a dejar ir». 

Una fórmula universal aplicada a la vulnerabilidad de la adolescencia

Si este sesgo de negatividad aplica a todos, tiene especial impacto en las mentes aún en desarrollo. Legalmente, los españoles cumplen la mayoría de edad a los 18 años, pero el córtex prefrontal, la parte más sofisticada del cerebro humano, está lejos de haber sido culminada a esa edad. La realidad es que un adolescente todavía no sabe discernir con claridad qué cosas son reales y cuáles no —que no sea esto un argumento para infantilizar a los jóvenes—, pero, como se dice ahora, son factos biológicos. Todos somos vulnerables ante los potenciales peligros de las redes, pero los adolescentes lo son mucho más por definición. 

«La vulnerabilidad de un adolescente se debe a que es una persona que está en una etapa de transición entre la infancia y la adultez. Y esto tiene tres patas. La primera es que conlleva acoplarse a un cuerpo que está cambiando. Los cuerpos que aparecen en las redes sociales son, en muchas ocasiones, cuerpos aspiracionales imposibles que generan mucha frustración; un choque entre esa fantasía y su realidad. Un adolescente está muy conmovido con su cuerpo, es algo que ha pasado siempre y que ahora presenta una mayor dificultad», empieza a desgranar la psicoterapeuta, tratando de explicar por qué es diferente la adolescencia postpantallas de la pre. «Por otro lado, está la necesidad de pertenecer a un grupo. Las redes nos pueden ayudar a , si yo estoy en un pueblo, encontrar a otros iguales con los que me pueda sentir identificado, pero muchas veces restan la posibilidad de estar con un grupo real con el cuerpo físico». El último punto que señala Belén Montesa es el de la identidad: «Un adolescente está intentando siempre ser alguien, jugando con diferentes personalidades. Ahí entran en juego los referentes, que siempre han existido —nombra a futbolistas o cantantes—, pero ahora son otros». Los creadores de contenido, ídolos de muchos adolescentes, juegan un papel distinto, con una proyección del éxito en internet que se proyecta las 24 horas del día.

Además de estas vulnerabilidades generales a la adolescencia, las redes sociales han traído también vulnerabilidades específicas. La brecha se ha abierto más en cuestiones de popularidad, que es hoy en día más claramente cuantificable y mucho menos abstracta. «La lógica de poder contabilizar en tiempo real quién me quiere y quién no me quiere», apunta Permuy. Del mismo modo, ya no existe esa desconexión entre colegio-hogar que, para adolescentes que puedan sufrir bullying, suponía una pequeña balsa de aceite. Hoy en día no se desconecta de ese ambiente. La adolescencia es un período de la vida extremadamente exigente, siempre lo ha sido, pero hoy todavía más. 

Pantallas y TDAH, ¿existe una relación entre ellas y el aumento de diagnósticos?

Ser adolescente en esta era supone haber crecido con una pantalla al alcance de la mano desde antes de pronunciar las primeras frases bien hiladas —otra cosa será cómo de fácil hayan tenido esos adolescentes el acceso a ellas—. Desde ese punto de partida, la conversación se expande cada vez más. Lo que empezó siendo un análisis aséptico del algoritmo se va ramificando cada vez más, alimentándose de la experiencia clínica que acumulan. Hilan argumentos, se salta de una problemática a otra. «Hablamos de los adolescentes, hablamos de la adolescencia, y a veces nos olvidamos de dónde se empieza a cocinar todo esto. Si algo nos caracterizó como jóvenes y sigue caracterizando a los que hoy lo son es la impulsividad propia de esa edad. La curiosidad por el riesgo. Cuando tienes ante ti un dispositivo y la posibilidad de observar, ver y curiosear, el riesgo está ahí. Y a esa torre de control de nuestro cuerpo que es el cerebro todavía le queda mucho por desarrollarse. Pero si vamos más allá, si pensamos en los niños y los infantes, creo que deberíamos detenernos y pensar en qué se está gestando», deja caer Permuy, que empieza a orbitar con una visión crítica sobre el uso del smartphone como el de un chupete digital —referencia que este término no es suyo, sino de José Ramón Ubieto, al que considera referente en esta materia—. Lo que expone a continuación resulta preocupante, porque refleja la incertidumbre de qué cerebro acabará por configurar en los jóvenes de hoy el acceso tan temprano a dispositivos.

«Las pantallas se están utilizando para que los adultos puedan hacer la comida, para que puedan comprar, para que los niños estén callados y todo en casa esté más o menos regulado. Claro, estamos hablando de la capacidad de regulación de un humano en el futuro. De la exposición a unos impactos dopaminérgicos en el cerebro a unas edades muy tempranas, cuando todavía está habiendo una acomodación de todo lo que tiene que ver con el cerebro y sus recursos internos. Nos estamos encontrando en los últimos años una proliferación de los diagnósticos de TDAH. Tirando de DSM-5 o de CIE-11 —los dos manuales diagnósticos de la psiquiatría de referencia—, no voy a decir un número exacto, pero este tipo de cuadro han aumentado muchísimo. Y, a veces, estos criterios que lo determinan, dejan fuera el uso de las tecnologías», comenta Juan Carlos Permuy deslizando, como mínimo, la sospecha de una posible relación entre el pantallismo y el incremento de este tipo de problemas. Sugiere que es muy difícil que en la era del multitasking, en la que niños y adultos compaginamos ver una serie con navegar por Instagram, TikTok o X, no suponga cambio alguno. «Si hay una educación por excelencia es la educación en la atención, que nos va a ayudar mucho a sostener historias en la vida adolescente y adulta, a la autorregulación y autoapaciguamiento. Quizás el diagnóstico más predominante a edades tempranas sea ya el Trastorno del Espectro Autista y también pensamos mucho en qué momento se construyen los trastornos del aprendizaje, de lectoescritura o del retraso en el habla. Y a veces no nos cuestionarnos qué efecto tienen las pantallas en todo esto. ¿Porque cómo se desarrolla el lenguaje? Con la mirada de un otro, interactuando contigo, repitiendo palabras. Primero balbuceando y después hablando. Hay tiempos de espera, de mirada, de microexpresión. Pero hoy lo que tienen es otra cosa: el silencio, la pasividad ante una pantalla sobresaturada de luces, colores, movimientos en la que, en lugar de generarse espacios oxitocínicos de calma y bienestar, se generan espacios dopaminérgicos en edades muy tempranas. Un niño, para elaborar pensamiento, necesita estar en calma. Y necesita moverse. Los niños empiezan a pensar así, y una pantalla no te permite el movimiento», recuerda el psicólogo.

No existe la adicción a las pantallas, existe «la era de la adicción»

La conversación discurre entre neurotransmisores, esos que activan el sistema de recompensa de nuestros cerebros que hace que nos sintamos realizados cuando recibimos un like. Y la satisfacción se multiplica de forma directamente proporcional al número de «me gusta» recaudados. Y mientras los dos psicólogos divagan sobre el efecto de la dopamina que provocan las pantallas, Juan Carlos mira a Belén Montesa y, tras reflexionar un segundo, expone: «Evidentemente, si nos vamos al campo de las adicciones...». Y ahí se para para aclarar.

—Que evidentemente no está considerado una adicción.

—De momento— apuntamos.

—De momento— dicen ambos al unísono.

Está claro que no es que nadie se esté callando nada sobre los efectos de las pantallas, pero es verdad que vivimos en un constante ensayo y error sobre sus efectos. Permuy prefiere hablar de una «era de la adicción». Y lo explica: «Hablan de las redes sociales como 'adicción', pero antes de ellas ya vivíamos en la era de la adicción. Bajo el mandato del consumismo, del todo ya y de los objetos. Ahí entran las redes sociales y encuentran un campo fértil. A nivel social, vivimos en esa era», introduce el psicoterapeuta y hace una radiografía de las dinámicas sociales en las que nos hemos instalado: «El non-stop, el querer tragar, la evitación del vacío y de la ausencia, el no poder estar quietos, serenos y tranquilos. Porque hemos transitado a una sociedad del yo, del puedo ser lo que yo quiera, del límite está en mí mismo, el just do it y el impossible is nothing. Es normal que haya angustia si no me miran o no me siguen», razona. 

Pese a todo, ninguno de los dos tiene una visión trágica sobre el actual paradigma. Simplemente llaman  a «estar un poco alerta», pero esperanzados. «Tengo optimismo en la sociedad. Es otra ola que, como otras que ha habido en la historia de la humanidad, remitirá. Porque ya conocemos a algunos chavales que durante un buen tiempo hace un detox; apagan sus móviles durante los exámenes o vuelven a teléfonos 2G —iniciativas que les llegan, precisamente, a través de las redes—.Creo mucho en eso. También en la capacidad de darnos cuenta, de la conciencia de lo humano o centrarnos en la unitarea en vez de la multitarea», confía Permuy. Veremos.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.