No tienen mal carácter, su cerebro está cambiando: «A los adolescentes los maltratamos porque no entendemos su biología»
LA TRIBU
La corteza prefrontal, encargada entre otras cosas de frenar los impulsos, es la última región en madurar
30 nov 2022 . Actualizado a las 14:22 h.La expresión la edad del pavo viene, como bien indica su nombre, de la similitud que alguien encontró en su momento (no hemos podido aclarar quién) entre un adolescente y el ave en cuestión. Esta etapa abarca, sobre todo, a los niños que acaban de entrar en la pubertad y que, en el momento del que hablamos «sienten vergüenza con enorme facilidad, poniéndose más colorados que la cresta y la membrana que cubre el pico del pavo que nos comemos por Navidad». No nos inventamos la historia detrás del dicho, la explicación pertenece al Instituto Cervantes.
La adolescencia, esa etapa temida por cualquier familia, cae en el reduccionismo con esta expresión. En realidad, la mala leche de cualquier quinceañero tiene que ver, y mucho, con la evolución de su cerebro, y menos, con las ganas de fastidiar a sus progenitores. No duermen más porque sean unos vagos, ni contestan a la mínima de cambio por placer. En su interior viven un momento de cambios físicos, psicológicos, emocionales y sociales que bien merecen algo de comprensión. La adolescencia es un puente que permite el paso de comportamientos y reacciones infantiles a la identidad propia de un adulto. Sin embargo, puede ser un camino de piedras. Se suele dividir en tres etapas.
La temprana va desde los 10 (u 11) años hasta los 14. Aquí se producen los grandes cambios físicos, tanto el crecimiento como la maduración sexual. Los jóvenes comienzan a tener menos interés por su familia, y su comportamiento y humor empieza a cambiar. Se produce un vacío emocional, que en ocasiones, se puede manifestar en un descenso del rendimiento escolar. Tal y como explican desde la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (Sepeap), «las opiniones de su grupo de amigos comienzan a cobrar importancia». De ahí, que se recomiende que estas amistades aporten valores positivos. Esta es la viva imagen de la presión grupal a la hora de tomar decisiones. En esta etapa suelen aflorar las capacidades cognitivas y la falta de control, los impulsos y el desafío a la autoridad.
La adolescencia media, desde los 14 a los 17, se define como la época de máximo conflicto en el entorno familiar. «Se vuelven más independientes, con personalidad e intereses propios», indica la entidad. Le dan importancia al físico, comienza el proceso de aceptar su cuerpo, y es en este momento cuando son «muy sensibles» a la publicidad y moda. Su capacidad intelectual crece a la vez que ellos y descubren sus limitaciones. Al mismo tiempo, piensan que son algún tipo de dios y por lo tanto tienen una mayor tendencia a comportamientos de riesgo. Pinta mal, pero no es nada que se salga de lo habitual.
Finalmente, llega la adolescencia tardía, para el alivio de sus supervisores. Esta época abarca de los 18 a los 21, porque sí, aun con mayoría de edad la biología no los considera adultos. «En esta época, dice la entidad española, reaceptan los valores y consejos paternos». Se establecen las parejas, y tienen una mayor preocupación por sus estudios, planes y trabajo futuros.
Adultos en el exterior y un cerebro todavía inmaduro
Todos estos cambios, en los que el interior va más despacio que el exterior, confunden, y mucho, a quienes los rodean: «Cuando crecen, nos parece que los adolescentes se tienen que comportar como un adulto, y no como un niño. Y si bien es cierto que los cambios que surgen en su cerebro se producen porque ya no son pequeños, todavía no son capaces de actuar como adultos. Básicamente, porque su sistema de freno, de autocontrol, no se ha desarrollado del todo», explica la doctora María José Mas, neuropediatra. De hecho, la maduración cerebral «puede alargarse hasta pasados los 20 años», precisa Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología del Instituto de Neurociencia en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Y ojo, esto no significa que el órgano en sí crezca. El tamaño casi definitivo lo alcanzan mucho antes: «Está determinado aproximadamente a los 13 o 14 años, o incluso antes, porque existe mucha variabilidad entre personas», responde Morgado. La madurez cerebral se refiere «a las conexiones que van haciendo las neuronas de una forma consistente», precisa. Para entender el proceso, el catedrático habla de un árbol visto todos los días: «Nos parece que siempre está igual, que cada día es el mismo, pero siempre hay pequeños brotes que salen, y otros que desaparecen. Pues esto mismo ocurre en el cerebro».
Este tipo de alteraciones, de cambios, se mantienen a la larga ya que las conexiones neuronales van mudando en función de las experiencias personales. «Siempre se crearán algunas nuevas. Es decir, podemos hablar de cierta madurez cerebral pasados los 20 porque la persona se parece en su forma de razonar y comportarse a un adulto, mientras que en la adolescencia los cambios son mucho más importantes», añade.
Pasar de niño a adulto es un proceso ordenado, en el cual, las diferentes áreas van madurando. «El cerebro se desarrolla desde el nacimiento, de abajo hacia arriba, y de atrás hacia adelante», explica la neuropediatra. Es decir, avanza de la zona posterior hacia la anterior. Se estructura en diferentes etapas según la edad cronológica. En primer lugar, se da el desarrollo anatómico, previo al nacimiento. «Después, hasta los tres años, se produce la autonomía motora, seguido del desarrollo del lenguaje y conocimiento del entorno (entre los 3 y los 10)», explica María José Mas, para finalmente terminar con la consolidación de la identidad personal. En otras palabras, la adolescencia.
¿Está el mal humor justificado por la biología? Sí. Al menos, una parte. El cerebro de chicos y chicas experimenta una reorganización: mientras que unas áreas aumentan su tamaño, otras disminuyen. La sustancia blanca crece, al contrario de la gris, que decrece. «Hay una base genética que forma un circuito neuronal para mover la mano, otro para la vista, el lenguaje o cuando se toma una decisión. Estas conexiones van madurando. Por ejemplo, si alguien practica mucho una actividad, consigue que su circuito pase de ser un sendero en la selva a una autopista. La experiencia personal permite tomar decisiones cada vez más rápido», destaca la doctora.
Así, de forma simplificada, explica que «la sustancia blanca es la autopista por la que se comunican las neuronas, la cual cada vez más mejora su asfalto, y la zona gris, en la cual se establecen los procesos mentales, se va desgastando», detalla. En la práctica, esto significa que un niño memoriza y un adulto analiza. «Cuando nos hacemos mayores, cada vez tomamos decisiones de manera más automática y con mayor facilidad porque lo analizamos más rápido», destaca.
Ser un buen guitarrista antes que saber controlar sus impulsos
Hasta este momento, las conexiones del cerebro solo respondían a las funciones más necesarias: caminar bien, dominar el lenguaje o entender las percepciones. La adolescencia implica conexiones más complejas porque las decisiones, a su vez, también se complican y exigen ir más allá de una primera vista. Así, aquellas acciones que más repita la persona se irán consolidando, mientras que olvidará las que no utilice: «Si le preguntamos a un adulto la capital de un país cualquiera, puede que no la sepa. En cambio, le resultará más sencillo entender el malestar político que se pueda vivir en ese territorio porque tiene capacidad de análisis», ejemplifica la experta.
Las partes del cerebro que maduran antes son la corteza occipital temporal y parietal. Esto se sabe gracias al trabajo de Jay Giedd, un neurocientífico del National Institute of Mental Health, que realizó un estudio longitudinal en más de 2.000 niños desde los 3 a los 25 años. «Esta investigación puso de manifiesto que las áreas que antes maduran son las posteriores, las cuales son partes del cerebro muy implicadas en el procesamiento de los sentidos», explica el neurocientífico, Ignacio Morgado. Algo que correlaciona directamente con el hecho de que un joven pueda ser un artista de la batería pero no saber cómo controlarse. «Un adolescente, aunque no sea maduro, puede tener igual de desarrolladas que un adulto las capacidades relacionadas con el arte, la visión, la audición, la música o el tacto», añade el experto.
Atrás queda la corteza prefrontal, que acaba de desarrollarse mucho después: «Está implicada en el pensamiento, la razón, la toma de decisiones, la resolución de problemas o la planificación del futuro», detalla Morgado. Esta parte es, precisamente, la que nos convierte en adultos. Con la que sentamos la cabeza. Por eso, no es de extrañar que tu primo de quince años tenga la lengua suelta: «Esta región permite organizar bien la conducta, estar atento a las planificaciones y, sobre todo, frenar los impulsos. Un adolescente puede decir algo que se le acaba de ocurrir, aunque no sea conveniente, porque esa región no está madura y no es capaz de frenar», señala la neuropediatra.
El cerebro femenino suele madurar antes que el masculino
Ocurren además, diferencias entre sexos. «En general, el cerebro de las chicas parece alcanzar esa madurez antes que el de los chicos. Es decir, las conexiones son más rápidas en unos que en otros», explica Ignacio. Esto explicaría que con 18 años «los chicos de su misma edad le parecen críos y suelen buscar parejas de mayor edad», precisa. Pero ellos también les adelantan en otras actitudes. «Los jóvenes desarrollan antes sus habilidades sensoriomotoras. Son más precoces en el aprendizaje de todo lo que es la coordinación manual, motora, la velocidad o la potencia. También es cierto que tienen más músculo y eso ayuda. Las jóvenes, en cambio, son más precoces en el desarrollo lingüístico-cognitivo, en el sentido de que tienen un lenguaje que les permite comprender mejor el entorno», explica la neuropediatra. Otro debate será la educación que a cada uno se le imparta.
A esta pócima mágica, hay que sumarle las hormonas sexuales. Si bien están presentes desde las primeras etapas fetales, adquieren un papel más relevante durante la adolescencia. Los niveles en sangre son muy elevados e intervienen en el desarrollo emocional, mental, psicológico y social del adolescente. La cantidad y función difiere, también entre sexos: «Aparecen antes en las chicas, con patrones cíclicos, que en los chicos, que son continuos», explica María José Mas.
Estas hormonas tienen una función clara: la reproducción sexual, que no es lo mismo que el comportamiento sexual. «El origen biológico es que uno madura para reproducirse. Por eso, la hormona favorece el impulso. Las emociones que te produce el enamoramiento, por ejemplo, te impiden razonar correctamente». Casi todo el mundo recordará su primer amor, y cómo hacer lo imposible por esa persona parecía fácil. Los jóvenes no solo se ciegan por una persona (que también): «Puede ser por una razón, una causa, un ídolo», comenta la neuropediatra. Y con ello, la conducta se vuelve ilógica a ojos de un adulto y la impulsivad juvenil está asegurada.
Las hormonas sexuales femeninas tienen una mayor influencia en las regiones frontales que «procesan el lenguaje, el control del riesgo, la impulsividad y la agresividad», mientras que las masculinas condicionan la maduración de las regiones del lóbulo inferior parietal, «en dónde se integran las tareas espaciales», cuenta la doctora.
«La sociedad maltrata a los adolescentes»
En plena etapa de crecimiento, no resulta extraño que su cuerpo pida más comida y más descanso. «A los adolescentes los maltratamos porque no entendemos su biología», sentencia la doctora, María José Mas, que añade: «Con está época de cambios, necesitan más energía (comer más), y dormir, como mínimo, diez horas». Algo que en pocas ocasiones se cumple.
¿Es culpa de los móviles? Sí, pero no. «Debido a las hormonas sexuales, los adolescentes tienen sueño más tarde, porque estas sirven para lo que sirven y por lo tanto se segregan por la noche. Eso hace que tanto el adolescente, como el adulto joven, se desvele», detalla la experta. Se le suma, sin lugar a duda, la tecnología. Al tratarse de una etapa con una alta demanda de socialización es complicado que dejen de lado las redes sociales: «Se ponen a hablar con sus amigos de cosas que les interesan, y es lógico que no les entre el sueño. Total, que se acaba durmiendo tardísimo y a las 7:30 horas deben estar en pie», continúa la neuropediatra. A la mañana siguiente, el joven acaba yendo tarde, mal y a rastras: «Dormido, y en muchos casos, sin haber comido nada». Por ello, «no son unos vagos que se quedan dormidos en cualquier sofá», sino personas con un demandante proceso de cambios en su interior.
Es obvio que esto no justifica la falta de control. «Está bien que se les pongan límites y se les exijan cosas, porque es la forma que tienen de desarrollar responsabilidad». Eso sí, con comprensión. Desde la infancia, el niño pasa de preguntar «por qué, mamá?», a la adolescencia, «cuándo responde: “Claro mamá, porque tu lo digas”. La relación con los hijos desarrolla una autoridad, en la cual los adultos tenemos razón porque somos los padres, lo que evoluciona a una potestad, en la cual tenemos el poder por ser los padres», explica la experta. Sin embargo, si durante la infancia no se crea una cierta credibilidad, la potestad futura supondrá un conflicto. «La adolescencia se empieza a atender en la primera infancia», precisa María José Mas. Con normas claras que puedan entender y que, con toda probabilidad, vayan a romper.