Saúl Martínez-Horta, neuropsicólogo: «Una empresa privada no debería poder saber qué probabilidad tenemos de padecer alzhéimer»

SALUD MENTAL

Saúl Martínez-Horta trabaja realizando estimulación cerebral profunda en pacientes.
Saúl Martínez-Horta trabaja realizando estimulación cerebral profunda en pacientes. ANGEL MANSO

El especialista aborda las implicaciones éticas de nuevas, y también clásicas. técnicas de neuromodulación, entre ellas, la estimulación cerebral profunda

23 mar 2025 . Actualizado a las 13:34 h.

Si padeciese el síndrome de Tourette y le ofreciesen la posibilidad de probar un tratamiento que acabase con sus tics, ¿aceptaría? ¿Y si la solución pasase por la implantación de un sistema que se acopla básicamente a su cerebro? Sepa que hay un riesgo de posibles efectos secundarios, como que los tics desaparezcan pero aparezcan otros trastornos. ¿Qué diría? ¿Sí o no? Saúl Martínez-Horta, neuropsicólogo, desarrolla su trabajo como adjunto del Servicio de Neurología del hospital de la Santa Creu y Sant Pau de Barcelona empleando en pacientes neurológicos sistemas de estimulación cerebral profunda. Y el dilema que se le plantea a usted responde a la descripción de un caso clínico que él mismo llevó y que expuso durante el Ateneo de Bioética: Neuroética y Neuroderecho organizado en A Coruña por la Fundación de Ciencias de la Salud.

—La idea de «intervenir sobre los cerebros» es un poco cajón de sastre. Aquí cabe desde la estimulación cerebral profunda que usted ya hace a día de hoy en su actividad clínica, hasta las cosas más delirantes que pretende Elon Musk y compañía.

—Sí, pero lo que está ya aquí no es lo que pretende gente como Elon Musk, que ya veremos a dónde llegará, porque hay mucha publicidad en ese proyecto. De hecho, hay proyectos alineados con sus pretensiones, de estas interfaces cerebro-ordenador que no giran en torno a su empresa que están mucho más avanzados. Lo que nosotros hacemos es muy distinto. La tecnología que ya está aquí, la de la implantación de chips tiene una dirección muy distinta, que es la de manejar cómo se expresan determinados síntomas. Y ahí se termina. La capacidad para modificar o potenciar a un individuo lo tenemos todavía muy lejos. 

—Son finalidades distintas, pero, en potencia, presentan dilemas que son muy similares. 

—Ah, sí, absolutamente. Desde el momento en el que somos capaces de identificar patrones de actividad neuronal que representan cosas muy complejas como una idea, una imagen o una palabra, desde el instante en el que sabemos que somos capaces de registrar esta actividad y descodificarla, cuando ya estamos utilizando sistemas implantados en los cerebros que nos permiten registrar actividad y provocarla, se plantean hipotéticos escenarios que no son una falacia imposible. Es algo que podría suceder y, evidentemente, es algo que da miedo. Porque si sacamos esto de un contexto asistencial y lo dirigimos a un escenario para explotar seres humanos nos plantea una infinidad de dilemas. ¿Vamos a utilizarlo solo en personas con enfermedades?, ¿lo vamos a utilizar para convertirnos en una especie de ciborgs superhombres?

—En este campo, están los avances logrados por gente como Rafael Yuste, provocando alucinaciones visuales a ratones; pero en el suyo, también hay debate. Como ese caso que ha contado de una chica con Tourette que, tras implantársele un sistema de estimulación cerebral profunda, le desaparecen los síntomas propios del Tourette, pero acaba padeciendo una estimulación sexual patológica o desarrollando un TCA. 

—En un contexto médico donde hay una expresión de una enfermedad compleja con síntomas complejos, al final estás interviniendo. Da igual si el tratamiento es conductual en los psicológico, farmacológico o mediante una estimulación cerebral profunda. Y siempre hay unos riesgos. Eres prudente, pero asumes que pueden pasar cosas. Y tienes que evaluar, en un determinado momento, qué es lo que más pesa. El problema que tenemos en el mundo de la estimulación cerebral, más allá de que como intento explicar todo puede tener efectos secundarios, es que cuando empezamos a ampliar el espectro de lo que tratamos; de una enfermedad de Parkinson a otras entidades, no conocemos lo suficientemente bien el sustrato neuronal de lo que es la conducta y la condición humana como para poder anticipar las consecuencias  individuales que puede tener implantar un electrodo con la mejor de las pretensiones. En el caso de esta chica, a pesar de que le quitó los tics del Tourette, le provocó una hipersexualidad y un trastorno por atracones. Y estos escenarios los vemos. Tú estimulas a veces a un paciente con párkinson y le mejoras sus síntomas, pero aparece otro problema que no habías podido calcular. Son riesgos que contemplamos. Pero esos riesgos, fuera de lo que es el ámbito de la neuroestimulación también existen. Hablo del uso o no uso de determinados fármacos, o con el tipo de intervenciones conductuales que hacemos. Siempre hay unos riesgos.

—Pero si no te va bien la sertralina, pues la dejas. ¿Qué pasa si el balance riesgo-beneficios de un electrodo implantado en el cerebro no es positivo?

—Pues que lo apagas. 

—¿Y se vuelve a la sintomatología clásica del Tourette y desaparece la hipersexualización?

—Lo bueno es que la programación de estos sistemas de neuroestimulación es muy complejo. No es solo que coloques un electrodo y ya. Los pacientes llevan sistemas muy complejos con los que puedes hacer múltiples tipos de estimulaciones y los patrones se van ajustando en sucesivas visitas a lo largo de meses hasta llegar a lo óptimo. Cuando eventualmente hay un problema, puedes modificar esos parámetros y muchas veces resolvemos el problema. Porque a esa chica le resolvimos el problema. E incluso cuando el problema es irreversible, puedes apagar la neuroestimulación. Estos procedimientos, aunque quirúrgicos e invasivos, son reversibles. 

—En esto de los neuroderechos, a veces da la sensación de que vamos tarde. Usted explica que una máquina tragaperras o algunas campañas de márketing también nos neuromodulan de alguna forma. Y entonces lo que uno piensa no es que vayamos tarde, sino que es imposible protegernos. ¿Cuál de los dos escenarios es real?

—Un poco los dos. Creo que vamos tarde y un poco confundidos. Porque cuando ponemos el prefijo 'neuro' delante de algo, todo parece muy moderno. Yo lo que intentaba trasladar es que si asumimos que somos en gran medida la consecuencia de lo que hace un cerebro en interacción con un mundo, y que el mundo afecta al cerebro, que es el medio a través del cual nosotros nos comportamos, pues todo es modulación del cerebro. Entonces, hablar de neuroderechos ahora porque empieza a haber sistemas de electrodos que quizás en un futuro estarán presentes... No, perdona, estos neuroderechos o psicoderechos deberían haber existido hace mucho más tiempo: frente a las campañas de publicidad, frente a la manipulación de las opiniones por parte de medios públicos o privados para que se tomen determinadas decisiones electorales o de cualquier otro tipo. La persuasión no deja de ser modular un cerebro humano y eso no lo ha regulado nadie, y ahora nos entran las prisas porque lo vemos en forma de unos electrodos. Pero eso es historia de la manipulación de la conducta humana, que es algo que nos lleva mucho tiempo sucediendo.

—Uno de los neuroderechos que plantearon en su día Rafael Yuste y otros investigadores es el derecho al acceso equitativo a tecnologías de aumento mental. Es decir, a que todos podamos optar a potenciarnos. Usted lo pone en duda.

—Una cosa es un sistema correctamente organizado, que funciona en su máxima expresión, lo que es la normalidad. Y otra cosa es el aspecto que adquiere cuando el sistema disfunciona. Sobre un sistema que disfunciona, puedes intervenir, porque está claro que algo no está funcionando como debe. A una televisión que deja de emitir imagen porque le falta un cable, se lo puedo colocar. Pero a una tele que funciona perfectamente, por más cables que le ponga, no va a mejorar. Porque eso lo determina el carácter físico de esa tele. ¿Pero y si le meto un poco más de velocidad? Seguirás viendo lo mismo. 

—No me gustaría ser víctima de teorías de la conspiración, pero también sería de una candidez extrema pensar que no va a haber nadie que se quiere lucrar con nuestros cerebros.

 —Por supuesto. Cada pequeña o gran revolución científica en el ámbito médico está sujeta a la posibilidad de que eso se utilice mal por parte de personas que puedan comprarlo, pagarlo o hacer lo que quieran. Y eso lo hemos visto, ya no solo con el manejo de fármacos, sino con el poder saber si acabarás padeciendo determinada enfermedad porque lo llevas escrito en los genes. Eso es una información que las empresas privadas la manejan, pueden saber que probabilidad tienes de que acabes padeciendo un alzhéimer. Y esto no debería ser así. ¿Puede suceder que empresas multimillonarias compren este tipo de sistemas y empiecen a hacer determinadas investigaciones poco reguladas y que, en función de sus hallazgos, vendan esto de determinada manera? Sí, puede. El problema es que no hemos sido muy buenos regulando cosas mucho más simples, como que el acceso a biomarcadores y genética que usamos para diagnóstico en ámbito hospitalario de repente se lo pueda hacer cualquiera pagando, ¿vamos a ser capaces de gestionar bien esto?, ¿le vamos a gestionar las pretensiones megalómanas a un Elon Musk? Quizás ahí sí vamos tarde, porque no hemos sentado las bases correctamente para prevenir todo esto. 

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.