Aarón Fernández del Olmo, neuropsicólogo: «No nos sorprende empezar a tener canas, pero sí que algunas palabras ya no nos salgan»

SALUD MENTAL

El experto pide que «nadie se asuste» cuando asegura que antes de los cuarenta años comienza el proceso normal de deterioro cerebral
22 abr 2025 . Actualizado a las 17:32 h.Al estilo Oliver Sacks en su El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Aarón Fernández del Olmo demuestra que no hay que cruzar ningún mar para encontrarse a cerebros sorprendentes. Doctor en psicología experimental y neuropsicólogo clínico desde hace más de quince años, viene de publicar El cerebro es un cabrón (Kailas, 2025), un recopilatorio de casos clínicos que se ha encontrado en pacientes debido a enfermedades neurológicas. Su experiencia demuestra lo imprevisible que puede ser ese complejísimo mecanismo que se oculta en nuestros cráneos.
—Define a nuestro cerebro como un castillo de naipes. Dice que a la más mínima brisa, todo nuestro sistema cognitivo puede venirse abajo. Y uno piensa, ¿tan frágiles somos?
—Es que somos un sistema tan sincronizado que, en cuanto alguna cosita falla, las soluciones que puede tomar ese organismo para reconfigurarse pueden dificultar la adaptación al entorno. Al final, vemos normal cómo funcionamos; entendemos que las cosas tienen que ser así. Pero lo que hacemos a nivel de comportamiento o de pensamiento es algo profundamente complejo. Debajo de eso, hay un sistema tan intrincado y enlazado que cualquier cambio que se produzca tiene consecuencias. A veces, impredecibles.
—Dice que antes de los cuarenta, todo se empieza a ir un poco al taco. ¿Tan poco dura nuestro prime cognitivo?
—A ver, que nadie se asuste. El cerebro está en continuo cambio y cada experiencia que tenemos deja su huella. Hay momentos vitales en los que el cerebro está más preparado para adquirir experiencias, por ejemplo durante las etapas tempranas del neurodesarrollo, que se prolonga desde que nacemos hasta más o menos los 23 años. Luego, empieza un período de meseta en el cual estamos estabilizados, pero en base a nuestras experiencias se forman conexiones nuevas. Si aprendemos a conducir, a tocar la guitarra o un idioma, esas habilidades se irán albergando en zonas del cerebro. Pero a partir de cierto punto, pueden ser quince o veinte años, el cerebro empieza a experimentar cambios asociados a la edad. No tienen por qué ser negativos, pero sí definen cómo funcionamos. Empiezan a aparecer algunos errores, como la dificultad en el acceso a las palabras, alguna dificultad para manejar más información o vernos sobrecargados cuando hay muchos estímulos. Son cambios que todos sabemos que ocurren a nivel físico cuando nos vamos haciendo mayores. A nadie le sorprende empezar a tener canas, pero sí llama mucho la atención que a veces algunas palabras no salgan del todo. Asusta mucho, pero eso es parte del proceso de envejecimiento normal.
—Hablaba de aprender un idioma en esa época de mesetas. Claramente, no es lo mismo aprender un idioma con cuatro o cinco años que con treinta y cinco, cuando va a ser más complicado, por ejemplo, desarrollar un buen acento.
—Es súper interesante y hay mucho estudio detrás del bilingüismo. Con seis años, un segundo idioma parece que entra mejor que cuando tienes que aprenderlo con cuarenta. A esa edad, ya hay estructuras rígidas en el cerebro que impiden una modificación profunda. Sin embargo, si adquieres el idioma durante los primeros dos o tres años de vida, ese segundo idioma realmente no lo será tal, sino que también será una lengua nativa, ocupando las mismas áreas del cerebro y reestructurando las zonas encargadas con la articulación de sonidos y su comprensión. Ese cerebrito, a medida que se vaya haciendo adulto, manejará los dos idiomas de manera flexible, alternándolos sin problema. Pero si lo aprendemos pasada cierta edad, nos encontramos con que el cerebro ya ha cerrado su sistema de pronunciación y de comprensión de sonidos, teniendo que adaptar un nuevo idioma a ese sistema ya cerrado. Y se alberga en zonas diferentes. De esta manera, puede ocurrir que tras un daño cerebral, una persona pierda un idioma y no el otro.
—¿En serio ha visto esto?
—Me he encontrado casos de personas que tenían un manejo de cuatro o cinco idiomas y, tras sufrir un ictus, perdieron los tres últimos que habían aprendido. Es la misma lógica que provoca que no podamos modificar tan fácilmente el acento o hacer el oído y que muchas veces nos obliga a tener que ir al extranjero, porque no estamos configurados para esos sonidos.
—Cuando un ictus implica la pérdida del habla, ¿estas personas que pierden la capacidad de hablar también pierden la capacidad de leer?, ¿va emparejado siempre lo uno con lo otro?
—Cuando hablamos de ictus, estamos ante un término que se utiliza de manera genérica. Eso es lo que propuso la Sociedad Española de Neurología: que se llame ictus a todos los tipos posibles de alteraciones vasculares que nos encontremos, sean derrames o isquemias, que son interrupciones del riego. Es cierto que hay una lateralización de algunas funciones y, cuando tenemos un ictus en el lado izquierdo del cerebro, va a afectar a redes que tienen que ver con el lenguaje. Pero estas redes son muy extensas. Pueden verse afectadas en un punto muy concreto y que únicamente se pierda la capacidad para hacer frases, la gramática. O puede que la persona pierda su léxico y no sea capaz de recuperar palabras. O que pierda los significados. Todo lo que se construye en el cerebro se va tejiendo como una malla. Y en ese tejido, la lectura y la escritura están muy intercaladas con el lenguaje. La lectura, a nivel cognitivo, no deja de ser en cierto modo hablar con la vista. Al existir esa conexión tan íntima, hay veces en las que una lesión que afecte al circuito del lenguaje también se lleva por delante las áreas que tienen relación con la lectura. Pero no siempre. Se pueden dar casos totalmente antiintuitivos, como personas que no sean capaces de leer, pero sí de escribir. O sí de escribir y no de leer.
—¿Y los números?
—Cuando hablamos de cerebros, caemos en ese reduccionismo de decir las zonas en las que están ubicados los distintos procesos. Con los números, sucede algo muy curioso. Muchas veces, los problemas en la percepción visual tienen consecuencias en la concepción de los números. ¿Qué significa esto? Antes trataba de explicar que el lenguaje está albergado en el lado izquierdo. Por contra, la percepción visual y aspectos visoespaciales como nuestra capacidad de percibir distancias o espacios tiene mucha más relación con algunas zonas posteriores del hemisferio derecho. Está bastante estudiado que, cuando tenemos alguna dificultad de percepción visoespacial a la hora de percibir distancias, también tenemos problemas para adquirir conceptos numéricos. Porque los números también son distancias. Sabemos que hay más distancia entre el 1 y el 15 que entre el 1 y el 3, y ese mecanismo base de percepción de distancias es fundamental para adquirir nuestra capacidad numérica. Los niños que tienen problemas en la percepción visoespacial, suelen tener problemas para aprender cálculo.
—Ya que habla de hacer cálculo, es curioso observar las diferentes cuentas que hace cada persona para realizar una operación matemática compleja y acabar llegando a un mismo resultado. Ahí queda claro lo distinto que funcionamos.
—Creo que esa es la clave. Tenemos un problema a la hora de entender al ser humano, que es que nos tenemos que quedar con lo que vemos. Vemos a la conducta de una persona y la observamos, pero no sabemos qué está pasando a nivel cognitivo y cerebral. Disponemos de muchas técnicas de neuroimagen que nos permiten ver el cerebro, pero ni aún viendo su funcionamiento sabemos qué ocurre a nivel cognitivo. Aunque todo el mundo conduzca más o menos igual, no todos utilizamos los mismos procesos ni de la misma manera. Lo mismo cuando hacemos un cálculo mental. Hay diferentes procesos cognitivos, de memoria, atención o lenguaje, que se combinan de manera muy diferente. Hay gente que puede emplear más los aspectos visuales para orientarse por el entorno; y otros para los que los aspectos verbales sean su manera de compensar mejor una dificultad. Hay muchas cosas dentro de cada uno de nosotros que funcionan de manera distinta, aunque lo que obtengamos sean resultados parecidos.
—Del mismo modo que cada uno hace las cuentas de una manera distinta, ¿la neuroplasticidad sería algo similar?, ¿poder tomar el camino izquierdo en vez del camino derecho?
—La neuroplasticidad es uno de los procesos que tiene el cerebro para modificarse a través de la experiencia. Cuando tengo ciertas experiencias, mi cerebro hace unos cambios en sus redes según la conducta que tengamos, para albergar ese conocimiento y permitirnos funcionar. Pero a veces nos encontramos con que, si hay algún tipo de alteración durante el neurodesarrollo mientras estamos en fase de crecimiento, como algún problema en el desarrollo del lenguaje, el cableado del cerebro va a ser un poquito distinto. A veces, dándole prioridad a la información visual para compensar; otras, como cuando tenemos niños o niñas que nacen con alguna dificultad a visual o auditiva profunda, orientando esas mismas áreas que se encargan de la visión o de la audición hacia otras funciones distintas al no recibir información de los oídos o de los ojos. El cerebro continuamente hace cambios. Son mucho más evidentes durante la etapa infantil, pero una persona que es adulta y que ha tenido un daño más o menos grave también va a tener estas compensaciones. Y puede que no sean las que a uno le gustaría, que la la solución que el cerebro encuentre para intentar funcionar no sea la mejor a medio o largo plazo, pero no deja de ser una expresión de cómo cambia el cerebro con la neuroplasticidad.
—Es que a veces planteamos la neuroplasticidad como una especie de entelequia. No sabemos muy bien de qué hablamos, pero nos aferramos a ella. Especialmente si tenemos algún familiar que ha padecido algún tipo de problema como un ictus, pero no sabemos exactamente hasta que punto llega el daño...
—Sí. Muchas veces, cuando el coche no arranca, tú dices: «Maldito coche, no quiere arrancar». Bueno, es evidente que no hay ninguna voluntad detrás del coche para arrancar o no arrancar. No funciona, por lo que sea. Con el cerebro también pasa. Tiene unos procesos de reorganización tras sufrir un daño que no van a respetar lo que nosotros creemos que es lo mejor para ser funcionales. Podemos pensar cómo preferiríamos que se reorganizase, que actuase de esta manera o de esta otra, pero los procesos de neuroplasticidad nos son desconocidos muchas veces. Y a veces, en un intento de encontrar funcionalidad, algo no se organiza de manera correcta y acaba generando todo lo contrario: un funcionamiento completamente disfuncional. De hecho, a nivel de neuroimagen, es frecuente que haya que interpretar qué significa la activación o no de una zona, porque según el tipo de lesión o según el momento, que algo se active puede ser bueno o malo. Malo, porque esa activación acabe generando un ruido de fondo que dificulte mucho el funcionamiento. En otras ocasiones, sin embargo, son esas activaciones las que permiten encontrar estas situaciones que llamamos «milagrosas», por las que nos encontramos a gente que se recupera muy bien. Es gran parte del misterio que no sabemos interpretar todavía.
—En su libro detallas casos casi inverosímiles, ¿pero qué es lo más sorprendente que ha llegado a ver?
—Hay síndromes que lees en los libros y te cuentan. Es un clásico que te hablen de los psiquiatras del siglo XIX y de los inicios del XX, de casos de personas que creen que sus familiares han sido cambiados por impostores. Se encuentran de repente con la sensación de que su hija no es su hija, sino que es una impostora exactamente igual que ella. Pero cuando esto salta de los libros a tu consulta, cuando lo ves y hablas con la persona, que te cuenta lo que siente y ves como elabora un delirio en el cual todo justifica que esa persona que es su hija no es su hija, aunque se vista o tenga con las mismas cicatrices, te sorprende muchísimo. Le dan tanta credibilidad que te hace plantearte cuánto de lo que percibimos del mundo lo elaboramos nosotros conscientemente o si es nuestro cerebro el que pone de su parte. No es lo mismo leer que ver casos como el de una chica que tenía lo que se conoce popularmente como 'personalidad múltiple', que no es el término adecuado, sino que consiste en una disociación. En algunos momentos de su día dejaba de ser ella para transformarse, a nivel de personalidad, en una niña de 5 años. Y, a veces, esto iba acompañado de un delirio de persecución. Afirmaba tener a alguien que la seguía, y ese alguien se metía en consulta con nosotros. Cuando te encuentras algo así te das cuenta del poder que tiene el cerebro para crear realidades completamente paralelas.